02 octubre 2006

parashah: Parashát Vezot Habrajáh, por Rav Daniel Oppenheimer - El momento de la despedida

Parashát Vezot Habrajáh, por Rav Daniel Oppenheimer - El momento de la despedida
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Monday, 2 de October de 2006, 20:46
 Parashát Vezot Habrajáh
EL MOMENTO DE LA DESPEDIDA

por Rav Daniel Oppenheimer

Nos acercamos a Simjat Torá y ya sabemos que esta fecha marca la culminación de la lectura anual de la Torá. Aquellos que hemos ido muchos años a la sinagoga, conocemos que inmediatamente después de leer la conclusión del último libro de la Torá: Devarim, comenzamos a estudiar nuevamente el libro Bereshit, y – esperemos – dentro de un año poder volver a festejar la terminación de la Torá con una sapiencia más profunda de ella por nuestra parte. También sabemos que el día de Simjat Torá, está íntimamente relacionado con el alboroto, dado que acudimos a la sinagoga con los niños, a quienes se les suele obsequiar golosinas (para señalar la identificación de la Torá con lo dulce) y los adultos retiramos todos los rollos de Torá del Arca para dar las siete Hakafot (“giras”) alrededor de la Bimá (atril central de la sinagoga) con la Torá en nuestros brazos y bailar con estos rollos.
 
Dado que estamos tan involucrados en la batahola del baile (y en cuidar a nuestros niños), sería importante no perder de vista la lectura de un día tan especial: el final de la Torá.
Bien. Si esperábamos encontrarnos con un “happy end” al estilo de los cuentos de hadas (“y fueron felices y comieron perdices” o “y Colorín colorado”) nos encontraremos con una lamentable desilusión: la Torá es tan verdadera y real que concluye con la muerte del propio Moshé, que fue quien transmitió esta Torá de Manos de D”s. ¡Qué tétrico desenlace! ¿No podía terminar la Torá con algo menos sombrío que el funeral de Moshé? Bueno. No nos tornemos sentimentalistas a esta altura, pues nos queda bastante por aprender. De todos modos, el final de la Torá nos deja una emoción de pena luego de haber acompañado a Moshé a través de todos los problemas con los que tuvo que lidiar en vida, al dirigir a un pueblo revoltoso desde la salida de Egipto y en su travesía del desierto . Aun cuando sabemos que los rezos de Moshé no cambiarían el decreto de D”s (lo leímos ya el año pasado...) participamos de la esperanza y la desilusión de que no se cumpliría su principal deseo.
Cuando la Torá presenta este último tema, habla de Moshé como “Ish HaElokim” (hombre de D”s). ¡Tamaño elogio! Si bien todos los seres humanos debemos intentar copiar los atributos de D”s y convertirnos de ese modo en “hombres Di-vinos”, solo de Moshé se habla en estos términos. ¿Por qué? Moshé tenía todo “el derecho” a estar enojado con el pueblo. Él había suplicado tantas veces a D”s para que perdone sus pecados y no los destruya salvándolos así de una muerte segura: después del pecado del becerro de oro, tras enviar a los espías y muchas veces más. Por otro lado: ¿no habían sido – acaso – ellos los causantes del impedimento a su ingreso a la tierra de Israel? ¿no habían sido ellos los que lo indignaron en Mei Merivá y lo condujeron a la situación en la cual se equivocó y cometió su error que lo convirtió en acreedor de este castigo? (Para más detalles de este incidente, Ud. puede leer el Ajdut # 239 ¿Cuál fue el error?) ¡Y ahora! Ellos estaban por pasar a la tierra de Israel, mientras que él debía satisfacerse con verla desde afuera y... morir allí. Cualquier persona de menor talla espiritual, hubiese sufrido una muerte llena de amargura y disgusto. Sin embargo, lejos de estar resentido, Moshé bendijo al pueblo antes de morir. Esto es un “Ish HaElokim” (hombre de D”s). El broche de oro a una vida de abnegación y modestia.
 
Volvamos. El libro Devarim estuvo dedicado casi íntegramente a las palabras que dirigió Moshé al pueblo durante los últimos meses antes de su deceso. Fueron palabras de enseñanza y repaso de Mitzvot (algunas de las cuales no tenían aplicación práctica en el desierto y recién cobrarían vigencia a partir del ingreso a la tierra de Israel), palabras duras de advertencia por lo que iba a suceder al pueblo si dejaba de observar las Mitzvot en la tierra de Israel o en el exilio, palabras de aliento ante las batallas que iban a tener que sostener para ingresar a la tierra prometida y palabras de esperanza para cuando estuviesen afligidos por las penurias del destierro.
¿Y después de todo esto, qué? Al final de todo les dio la bendición. Como un padre que ama a su hijo, se despidió de todos ellos deseándoles lo mejor en su próxima entrada a Israel y para todo el futuro. En este sentido emuló al patriarca Ia’acov, quien a su vez bendijo a sus doce hijos individual y colectivamente antes de morir en la tierra de Egipto. No solo eso, sino que – como marcan los comentaristas de la Torá – Moshé retomó en donde había dejado Ia’acov. Esto se ve en la palabra que elige la Torá para introducir el tema “VeZot (y esta) HaBrajá” (Devarim 33:1), al igual que Ia’acov que había dejado con “VeZot (y esto) es lo que les dijo su padre” (Bereshit 49:28).
 
Antes de continuar, debemos aclarar que cuando usamos la palabra “bendecir” en este contexto, no nos referimos a un mero deseo de “buena suerte”. En la Torá ya hemos tenido varias instancias de bendiciones suministradas por seres humanos: Itzjak bendijo a sus hijos y Ia’acov a los suyos. La familia de Rivká la bendijo antes de su partida, Moshé y Aharón bendijeron al pueblo el día de la inauguración del Mishkán y los Cohanim deben hacer lo mismo con el pueblo cotidianamente.
La bendición es básicamente un rezo al Todopoderoso para que brinde al beneficiario de la bendición con determinados recursos. Al mismo tiempo, y tratándose de personas de estatura profética del calibre de Ia’acov y de Moshé, estas bendiciones están íntimamente vinculadas al potencial interno del que las recibe, como – asimismo – de los desafíos espirituales y morales que le esperan en el futuro. En ambos casos, Ia’acov y Moshé hablaron específicamente a cada tribu para marcarle su capacidad y el modo cómo debía emplearlo en el futuro, rezando para que llegara a realizarlo cabalmente.
 
Moshé comienza exaltando la mayor de todas las virtudes del pueblo: el hecho que hayan estado dispuestos a aceptar la Ley de D”s incondicionalmente. D”s ofreció la Torá a toda la humanidad. Fue de nación en nación para “vender Su mercadería”, Su Ley – sin la cual el mundo no cumple su propósito – pero sin éxito. Nadie quiso hacerse cargo de ser el portador de la misma. Solamente el pueblo de Israel se sometió a Su ley.
 
Acto seguido, Moshé hizo entrega del bien más preciado que lega al pueblo: la Torá. “la Torá que Moshé nos transmitió, es el legado de la congregación de Ia’acov” (Devarim 33:4).
El Rav Mordejai Gifter sz”l señala la diferencia entre el concepto de “Najalá” (herencia) y “Morashá” legado). Mientras en ambos casos, se trata de algo que se transmite de una generación a la próxima, en el caso de una herencia, el receptor la recibe y puede hacer con los bienes como él decida. No así en el caso de un legado. En este caso, el legatario es responsable, de transmitirla de manera intacta a la generación siguiente.
Moshé, a su vez, agració al pueblo con el nombre Ieshurún: “Y se reveló Rey en Ieshurún” (Devarim 33:5). Esta palabra deriva de la voz hebrea “Iashar” (= recto). Únicamente, si el pueblo se iba a conducir de manera honesta e íntegra (Devarim 33:4), merecería que D”s (según la explicación de Rash”í) relacione Su Majestad a nuestra existencia.
Luego de bendecir individualmente a cada una de las tribus, Moshé volvió a dirigir la palabra al pueblo en su totalidad. “Israel morará firme, en la soledad...” (Devarim 33:28). ¡Cómo! ¿Porqué en la soledad? ¿No deseamos el reconocimiento de las demás naciones? ¿No nos sentimos más seguros cuando los demás aprueban de nosotros? “No” – dice Moshé. Israel no depende de la aquiescencia y del beneplácito de las naciones para existir. Es más. Los otros pueblos carecen de valores morales comparables a los de la Torá. No buscamos instigar querellas ni discordias con otros, pero tampoco dependemos de la aceptación por parte de ellos. “Y tú pisarás sobre sus alturas” (Devarim 33:29). Allí, hasta donde llegan los principios éticos más elevados de la humanidad, es el punto de partida para tus propios valores que aprendes en la Torá (R. Shimon Schwab sz”l). No debes intentar glorificarte con tus alcances éticos a ojos de las naciones, pues los valores espirituales que la Torá te enseña, van mucho más allá del que rige para la sociedad.
Con estas palabras Moshé subió al Monte Nevó desde donde D”s le mostró la tierra de Israel, como así también el futuro de cada una de las tribus y los vaivenes de la historia de su pueblo, los momentos tormentosos y los más tranquilos, hasta el instante de la resurrección de los muertos (Rash”í en (Devarim 34:2). Allí sobre el Monte Nevó, falleció Moshé y la Torá acredita que no hubo otro profeta como Moshé que haya tenido contacto directo con el Todopoderoso “cara a cara”. Este es el final de la Torá. El resto del TaNa”J, los libros de los profetas, si bien también son sagrados y responden al Ruaj haKodesh (Espíritu Di-vino), no tienen la misma graduación sagrada de la Torá.
Serio por cierto. Al mismo tiempo alegre, pues – después de todo – somos los portadores y los responsables de estudiarla, de observarla y transmitirla. De eso se trata Simjat Torá. Más allá de la algarabía y de la satisfacción de los niños que juntaron muchos caramelos, es un momento de sobria y sana reflexión.

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