18 enero 2008

contextos: Re: LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Las Excelentísimas Intenciones

Re: LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Las Excelentísimas Intenciones
de Josefina Navarro - Friday, 18 de January de 2008, 17:22
 

B''H

Gracias, javer, le haré llegar a Malcah tus palabras, le gustará leerlas y muy pronto, con el favor del Eterno, vamos a intentar lograr que ella misma pueda responder desde su casa. Y gracias por traer a Jafetz Jaim a esta conversación, pues para mí es un tzadik muy especial.

Shabbat shalom¡

Josefina

contextos: Re: LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Las Excelentísimas Intenciones

Re: LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Las Excelentísimas Intenciones
de vladimir leon paredes - Friday, 18 de January de 2008, 15:42
 

B"H

Bueno, acabo de terminar de leer este "tercer pétalo" y me parece que es una forma exelente de recapacitar en nuetro habla, ya lo dijo el Jafetz Jaim, pues tratamos de cuidar nuestra forma de expresarnos, la forma de comunicarnos... "Cuida mi boca de hablar mal..."

Shalom ¡, quiera El Eterno,Bendito sea su Nombre, iluminandote y que sigas adelante.

Shalom

Barranquilla: "Shirat Haiám" (el canto que entonaremos be"H a la salida del Mar Rojo) interpretado con nigun sefardi por (mi querido cuñado) rav Mordejai Neeman (de apuro e improviso, casi de asalto, en su casa en Ierushalaim)

"Shirat Haiám" (el canto que entonaremos be"H a la salida del Mar Rojo) interpretado con nigun sefardi por (mi querido cuñado) rav Mordejai Neeman (de apuro e improviso, casi de asalto, en su casa en Ierushalaim)
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Friday, 18 de January de 2008, 03:25
 

contextos: Los Cuentos de la Abuela Malcah: EL PATIO DE MI CASA

Los Cuentos de la Abuela Malcah: EL PATIO DE MI CASA
de Josefina Navarro - Friday, 18 de January de 2008, 02:57
 
Los Cuentos de la Abuela Malcah
 
EL PATIO DE MI CASA
 

 Cuando los Absurdianos llegaron a la Tierra, hace ya muchos siglos… (Nadie recuerda la fecha exacta, pero fue mucho antes de que un rey, bastante apuesto y muy pagado de sí mismo, ordenara al Astro del Día incorporársele, instando a sus cortesanos a que le llamaran el Rey Sol; también fue mucho antes de que el rey taciturno y delgado de un país situado al sur del anterior prohibiera al sol ponerse en su imperio. En fin, la fecha exacta no hace al caso). Como veníamos diciendo, cuando los Absurdianos llegaron a la Tierra, irresistiblemente atraídos por el azul de su nimbo, la sobrevolaron durante diez años mirándola con sus ojos y con sus cámaras, midiéndola con sus abrazos y con sus aparatos de precisión, analizando la atmósfera con palabras escogidas y alquimia de última generación, mientras les embargaba el asombro por el extraordinario parecido de este planeta con el suyo, situado en una lejanísima galaxia. El relieve, los mares, los paisajes, la órbita, el cielo nocturno, los días y las estaciones marcados por las dos grandes luminarias, ¡todo era igual! Comprendieron que no necesitarían mapas, ni guías, para orientarse y decidieron aterrizar con mucho júbilo y gran curiosidad.
 
 Dejaron pues su plateada cápsula al cuidado de los instrumentos de altísima tecnología que la condujeron hasta el Campo de la Estrella y prado a través, cantando, bailando, tocando flautas, zampoñas y pífanos, se encaminaron hasta un edificio que unos leñadores que salían de un bosque con aspecto cansado y cara de pocos amigos les designaron como el monasterio, habiéndoles recomendado silencio y discreción.
 
 Las flautas se alejaron de las bocas, las piernas adoptaron andares sosegados, las risas se apagaron y los cambios de impresiones tornáronse susurros.
 
 Al llegar al monasterio, los viajeros desistieron de llamar con la aldaba por el ruido que el golpe iba a producir y esperaron ante la puerta que apareciera alguno de sus moradores, deseando que, al igual que los leñadores, guardaran parecido con los seres humanos y se expresaran en un lenguaje accesible al Deseo de Comunicar que ellos solían utilizar para dialogar con los desconocidos.
 
 El sol, que todavía no había perdido la impertinente costumbre de ponerse en aquel país, se acercaba sonriente y lascivo a la línea del horizonte. Si no hubiera mediado la mirada que un monaguillo travieso echaba siempre por la ventana al atardecer, los Absurdianos habrían pasado la noche al raso, aguantando la helada que la Tierra pensaba oponer al ardor de su astro.
 
 Dos monjes bajaron a recibir a los recién llegados, junto con el monaguillo que venía dando saltitos y tarareando una melodía cuyos alegres acentos conmovieron a los Absurdianos. Pero estos tuvieron muy poco tiempo para gozar de placeres musicales: hubieron de prestar toda su atención a las palabras de los monjes quienes, a pesar de un enorme parecido con los seres humanos y de su cordialidad, emitían sentencias desconcertantes. Decían que los viajeros varones podrían permanecer como invitados en el monasterio durante todo el tiempo que lo necesitaran a condición de que fuera sin sus esposas. Ellas deberían cobijarse en un monasterio femenino ubicado a corta distancia.
 
 Ante el silencio de los forasteros, los monjes repitieron sus exigencias y las aclararon. Los Absurdianos, que habían dedicado 87 segundos a concentrarse sobre el Deseo de Comunicar para cerciorarse de que no se estaban equivocando de idioma, salieron por fin de su arrobo: para no contrariar a los anfitriones aceptaron risueños su peregrino requisito.
El monaguillo, encargado de acompañar a las Absurdianas hasta la segunda residencia, cogió de la mano a una de ellas que hizo otro tanto con una compañera, y ésta con la siguiente, de forma que el grupo se alejó formando una farándula que canturreaba en voz baja la canción del monaguillo – "El patio de mi casa es particular, pues cuando llueve mucho se moja la mitad…"-.
 
 En sus respectivas hospederías Absurdianos y Absurdianas recibían un buen trato; comían bien, dormían sobre jergones muy limpios y fueron obsequiados con ropa de lana rugosa y oscura acorde con el lugar. Endosaron aquella ropa en vez de la que traían de su planeta, sedosa y multicolor. Además monjes y monjas agradecían la ayuda que prestaban en las faenas caseras y agrícolas, permitiéndoles apiñarse tras una celosía para escuchar el canto gregoriano, que les maravillaba. Podían verse hombres y mujeres con ropas distintas los domingos por la tarde y si tenían alguna cosa urgente que transmitirse, el monaguillo estaba autorizado a servir de mensajero.
 
 Todo iba pues a pedir de boca en un ambiente de austera cordialidad a pesar de la sazón que trataba de insinuarse en los unos, por el anhelo de volver a gozar de su vida de pareja y en los otros, por la íntima indignación provocada por el jovial desenfado de los precedentes. Los primeros echaron mano del optimismo para evitar la desazón mientras que los segundos acudieron al ayuno y la caridad.
 
 Sin embargo, con el correr de los días los Absurdianos y Absurdianas comprobaron que, si bien en lo físico los Terrícolas estaban constituidos como seres humanos,  normales y correctamente proporcionados, su mente presentaba notables deficiencias. Parecían incapaces de concentrarse sobre el Deseo de Comunicar con el fin de hablar el idioma de sus interlocutores. No emitían ondas de alegría al respirar. Eran psíquicamente endebles, perdiendo a cada momento los tesoros más valiosos: perdían el juicio, así como suena. Llevaban el juicio mal amarrado a las neuronas y lo extraviaban a veces, cayendo entonces en un estado de escandalosa indiferencia frente a las bellezas de la vida, frente al delicioso deber de participar en el mantenimiento del pulso cósmico. En otras ocasiones en las que perdían el juicio eran presa de un frenesí incontrolado que les hacía semejantes a peleles agitados por manitas infantiles. También podía vérseles retorcerse y aullar de dolor o de ira sin que nadie les suministrara ningún "filtro de la serenidad" adaptado a la dolencia de su organismo. Tal comportamiento recordaba entonces a los Absurdianos el de unos lunáticos de la Vía Láctea que pasaban del llanto a la risa sin saber por qué, pero se habían negado con vehemente firmeza a que se les enseñara a mantener el equilibrio nervioso.
 
 Los Terrícolas perdían a menudo la esperanza, y perdían la confianza porque se les aflojaba con extrema facilidad su sistema de anclaje en el corazón. Además tenían alterados los circuitos térmicos, lo cual les hacía olvidar la sangre fría cuando más la necesitaban, les provocaba enfebrecimiento contumaz en presencia del oro y una quiebra casi instantánea de la compostura ante las contrariedades. Como es de suponer, perdían frecuentemente la dignidad.
 
 Al observar tan lamentables fallos, los Absurdianos ofrecieron ayuda para emprender de inmediato la búsqueda de esos tesoros perdidos. Explicaron que en su cápsula se encontraba la fórmula del tratamiento para sanar la psique. Los Terrícolas se echaron a reír tan jocosamente que ellos creyeron haber alcanzado el éxito con su buena voluntad y su optimismo, como era lo natural. Así es que revistieron su ropa multicolor y empezaron a cantar y bailar con el monaguillo, siempre a gusto en su compañía. Al sonar "El patio de mi casa…" acudieron los vecinos de las aldeas circundantes, mofándose y alardeando de singular ingenio en el uso de la chanza y de la befa. Los Absurdianos entonaron entonces un canto figurado en befabemí que tuvo el don de sosegar los ánimos. Aceptaron ser bautizados oficialmente con el ya conocido gentilicio de Absurdianos con que los monjes los venían designando desde su llegada. En su idioma interestelar no se llamaban así ni su planeta era identificado como Absurdastroide, pero los Terrícolas con mayúsculas sufrían limitaciones en la función lingüística por lo que nunca consiguieron memorizar y menos aún pronunciar, las cantarinas sílabas de los nombres auténticos.
 
 Con esto y con todo, los aldeanos no se dieron por satisfechos. Insultaban al joven monaguillo cada vez que se cruzaban con él. Llegaron a escarnecerle de modo tan cruel que una tarde, cuando regresaba al monasterio, lo hizo cantando "El patio de mi casa…" con sollozos en la voz. Los monjes y los Absurdianos se precipitaron a su encuentro para consolarle, pero a los pocos días los desmanes se repitieron. El pobre chaval cayó desmayado y ensangrentado antes de llegar al monasterio. Unos pilluelos le habían tirado piedras y los leñadores le habían propinado una paliza. Los Absurdianos advirtieron que los monjes tan hospitalarios y bondadosos que los albergaban bajo su techo estaban preocupados por la inminencia de represalias contra ellos. Se les acusaba de mantener trato diabólico con engendros satánicos de la Malignidad. Los Absurdianos decidieron marcharse. Dejaron la ropa rugosa para que la disfrutaran los siguientes viajeros, regalaron valiosos conocimientos a los monjes… (las Absurdianas, por cierto, también hicieron a las monjas hermosos regalos, que fueron recibidos con emoción, aunque no hay manera de saber en qué consistían, pues tanto las unas como las otras han mantenido el secreto). Los monjes les pidieron que se llevasen con ellos al monaguillo, cuya historia les contaron en estos términos:
 
 "Hace diez años, durante la guerra fratricida, nos lo trajo una pareja de criados que venía huyendo. Nos dijeron que el niño tenía cinco años y estaba loco. No sabía odiar, así es que le resultaría difícil, por no decir imposible, defenderse de la vida. Era el último retoño del linaje de los Buenos que vivían en el espléndido palacio que el tatarabuelo había dejado en herencia a su tercer hijo, desatando así la furia de los dos mayores, que decidieron llamarse, respectivamente, Excelente y Mejor, jurando sobre el pomo de la espada no unirse salvo para exterminar a los Buenos. También juraron mantener entre ellos a través de las generaciones, una enemistad perpetua hasta que uno saliera vencedor, adueñándose del palacio con su patio… Ese patio tan especial, particular, en cuyo centro manaba la fuente del Inocente Gozo y en el que crecerían algún día, según venía anunciado en los iluminados libros de la biblioteca los olivos de la Sonriente Paz. Los criados refirieron que, algunas semanas antes, Excelente y sus partidarios (los Excelentes) y el Mejor con los suyos (los Mejores) habían matado a todos los Buenos y destruido el palacio. Únicamente el patio seguía en pie, rodeado por las columnas de la memoria. Al niño habían podido salvarlo gracias a la ayuda de la Osa Mayor y la Osa Menor, que lo querían mucho porque acostumbraba a jugar con sus cachorros. Ambas cosas les habían prestado los Carros para el viaje guiándolos a lo largo de la noche. El niño recordaba el himno de su patio, pero estaba loco, no sabía odiar. Si los monjes no cuidaban de él, los Excelentes y los Mejores lo matarían pronto. Además no era indigente, ellos traían una arqueta llena de piedras preciosas para sufragar los gastos. Contenía las esmeraldas de la esperanza, los zafiros de la bondad, los rubíes de la justicia, los diamantes de la fe además de los topacios del perdón.
 
 Los monjes hospitalarios habían educado al niño, que se había convertido en el monaguillo ingenuo y alegre de quien ahora tenían que separarse con harto pesar de su corazón a fin de evitarle una muerte segura y dolorosa. Habían conservado intacta la arqueta de las joyas, la ofrecieron a los Absurdianos, pero éstos la dejaron allá para que eventualmente la destinaran a cubrir las necesidades de los pordioseros que suplicaran cobijo.
 
 En cuanto estuvieron a una distancia prudente de la comarca que abandonaban, los Absurdianos y el Monaguillo volvieron a cantar y a bailar. Así llegaron a un pueblo en el que reinaba un ambiente festivo, de buen augurio. Se acercaron a la Plaza Mayor y fueron invitados a la boda de la Condesilla que se celebró con grandes regocijos. Les encantó comprobar que los Terrícolas conocían el amor conyugal. En efecto, los novios estaban visiblemente enamorados el uno del otro. Los Absurdianos los agasajaron cantando poemas en su lengua vernácula y bailando con un garbo incomparable sus propias danzas nupciales. Tan contagioso resultó su alborozo que los Terrícolas también cantaron y bailaron sin perder el aliento, de forma que los festejos se prolongaron una semana más de lo previsto. Antes de que reemprendieran el viaje, la novia regaló a los Absurdianos la corona de azahar que ceñía sus bucles, como señal de que volverían a verse.
 
 Pasaron tres meses. Por lo general, los Absurdianos eran bien recibidos en pueblos y posadas. Se ganaban el sustento cantando y bailando. Se granjeaban la simpatía de comerciantes y artesanos porque atraían clientela y como no perdían ni la fe en la vida ni la esperanza de volver al firmamento sanos y salvos, la desgracia (aburrida y desanimada) se apartaba de ellos. De los Terrícolas, en cambio, no. No llevaban en la sangre los anticuerpos susceptibles de neutralizar las epidemias de odio y violencia, por lo que de tarde en tarde estallaba la guerra. Los Absurdianos se encontraban en los Montes de León cuando unos jinetes exhaustos de tanto cabalgar llegaron a un hospital con la noticia entre los labios: los Excelentes y los Mejores habían reanudado las hostilidades y el rugido del combate no tardaría en acallar el de las fieras. Y así fue.
 
 Los Absurdianos componían un grupo de treinta y dos personas en total, más el Monaguillo y unas cuantas docenas de almas generosas que se les habían unido. Para amansar la maldad desencadenada habrían necesitado más música de la que podían producir. Hubiera sido menester el entusiasmo de toda la población, vibrando durante días y días para que las ondas cortas, las cortitas, las cortísimas, aquellas capaces de penetrar hasta lo más recóndito del inconsciente, llegasen a la Tierra y curasen las mentes guerreras.
 
 Los Absurdianos se resignaron a invertir todas sus energías en un esfuerzo ciclópeo por aumentar su eficacia en tal labor de solidaridad.
 La guerra bramaba ya muy cerca. El fragor de las batallas cubrió sus melodías. Las invasiones y las huidas ocultaron las cadencias de sus bailes. Las polvaredas de sangre y sudor nublaron la vista de los linces, el estruendo de la caballería turbó el sueño de los peces, los silbidos de las flechas desequilibraron el vuelo de las águilas y el fuego destruyó el tesón de las cabras.
 
 Los Absurdianos procuraban aplicar a los Terrícolas el mismo remedio que aplicaban en su planeta cuando alguien enfermaba emponzoñado por el odio a sí mismo y a los demás, experimentando desconfianza, ira, recelo y un largo etcétera de toxinas que engendraban dolor y muerte. Era curado en pocos días (con alegría, amor, música y baile) y si le había llegado la hora de abandonar la dimensión carnal, el enfermo lo hacía con un dulce cántico antes de alejarse por el Cosmos entre los aplausos estelares mientras saludaba a los suyos al transformarse en una luz radiante que iluminaría para siempre la belleza del Cielo.
 
 En la Tierra todo era distinto. La guerra imperaba. Los torrentes de sangre anegaron el amor, los estandartes amordazaron la esperanza, las emboscadas reventaron el caminar, las lanzas y las espadas perforaron las súplicas y el horror del sufrimiento hizo ridícula la alegría.
 
 Los Absurdianos vivían protegidos por un círculo de ondas invisibles. Sólo podían penetrar en éste algunos Terrícolas bondadosos que ni empujaban ni golpeaban a los demás para tomar la delantera. En el interior del círculo eran atendidos, cuidados. Se les consolaba explicándoles que llegarían todos pronto al extremo oeste de la Tierra donde esperaba la cápsula plateada que detectaría el lugar donde se encontraban los Tesoros perdidos. El Monaguillo repetía: "están debajo de una losa en el patio de mi casa…", pero nadie sabía donde estaba el patio de su casa.
 
 Una mañana, el círculo se abrió para dejar paso a la Condesilla, recién casada y ya viuda, que refirió cómo había abandonado por un pasadizo secreto el Castillo del Altozano que se lamentaba por todas sus ventanas (Las vidrieras habían caído tronchadas en pedazos multicolores sobre los tocones de los árboles, incapaces de retener las flores cuando se habían desplomado las ramas y que corrían pendiente abajo, cual llanto incontenible, hasta embriagar con su perfume el río de sollozos ya privado de confianza en la existencia del mar: iba zigzagueando, sin rumbo, por el llano).
 
 Los Absurdianos siguieron el camino cantando, bailando, ayudando, consolando, hasta que una tarde avistaron el resplandor de su cápsula. Fue en ese mismo momento cuando las Absurdianas pudieron devolverle la esperanza a la Condesilla, anunciándole que sería madre en la época del próximo solsticio.
 A la mañana siguiente los Absurdianos y sus amigos llegaron al Campo de la Estrella. Allí estaba la cápsula, brillante, resplandeciente y … y por delante se alzaba un patio, cercado por columnas de mármol veteado, en medio del cual manaba una fuente y en cuyas esquinas se alzaban olivos frondosos que exhalaban paz.
 
 El Monaguillo cantando "El patio de mi casa…" tocó una columna, se arrodilló y levantó sin esfuerzo alguno una losa, descubriendo un hueco del cual escaparon, como palomas mensajeras que retornan a su nido, todos los Tesoros Perdidos. Incluso lo hizo la libreta con la fórmula del tratamiento que iba a curar para siempre a los Excelentes y a los Mejores de su enfermiza obsesión.
 
 ¿Será necesario añadir que la cápsula despegó a los sones de "El patio de mi casa…"?
 
Malcah

parashah: BESHAL-LAJ: ¿Qué es esto?, por Malcah Canali 5768

BESHAL-LAJ: ¿Qué es esto?, por Malcah Canali 5768
de Josefina Navarro - Friday, 18 de January de 2008, 01:44
 

B''H

De Malcah para la Quebutzah

 

Madrid- Sefarad

 19 de enero de 2008

12 de shevat de 5768

 

 


BESHAL-LAJ

¿QUÉ ES ESTO?

          La indignación que suele embargarnos cuando leemos, en la parashah de Beshal.laj, que poco después de salir milagrosamente de Egipto, nuestros antepasados insultaron a Moshé y a Aharón, es legítima y recomendable, porque nos permite reflexionar sobre un tipo de conducta que no debemos imitar. Al increpar a sus jefes, los hebreos también se rebelaban contra Haqadosh Baruj Hu, lo cual es inadmisible.

Ahora bien, el pueblo que tan mal se comportó, es el pueblo hebreo, el pueblo elegido por el Eterno para mantener viva en esta tierra la llama de la conexión con El. Es el pueblo recipiendario del Amor divino en su más intensa expresión y Haqadosh Baruj Hu, lejos de maldecirle por su mala conducta, le protege y le salva, aunque a menudo le increpa, le regaña y le castiga para corregirle. Esto permite pensar que nuestros antepasados debían de tener algo bueno. No eran la personificación del envilecimiento y de la ingratitud. Mucho peores que ellos eran sus opresores. ¿Quién lo duda?

Para empezar, ellos habían sobrevivido a una desgracia espantosa sin olvidarse de su Elohim. En cambio, El parecía haberse olvidado de ellos. La prueba nos la proporciona el mismo texto de Shemot, en su capítulo 2, Versículo 24, cuando dice: "Vaizcor Elohim et britó", que significa: "El Eterno recordó el pacto". Desde luego, no se le ocurre a ningún comentarista dejar pasar estas cuatro palabras sin preguntarse lo que significan exactamente. ¿Puede el Eterno olvidar algo? No hay muchas respuestas. Una es la de los ateos: "si Él olvida algo es porque no existe sino en la imaginación humana. Los hombres se han fabricado un mito a su imagen y semejanza." Otra respuesta es: "No, el Eterno nunca olvida nada, sino que deja un asunto a un lado hasta que considera llegada la hora de resolverlo", y la tercera, que tal vez sea un poco más prudente, es humilde, pero sencilla y llena de confianza. Dice: "No somos quienes para indagar en la psique divina, tratando de saber si el Eterno olvida o no olvida, pero estamos seguros de que siempre acaba recordando a los desgraciados que Le piden salvación". El verbo "zojer" (recordar) que figura en el texto, en forma de futuro invertido, nos indica que siempre nos recordará, como ya nos recordó.

El caso es que los hebreos vivieron un período de horror, caracterizado por el silencio divino y que, en medio de tan terrible agujero negro, cuando creyeron que, realmente, Hašhem les estaba olvidando, gritaron y clamaron, procurando despertar Su Compasión. Nunca dejaron de creer en El, nunca adoptaron la religión ni las costumbres de sus opresores. Probablemente se envilecieron, se degradaron y se asimilaron en muchos aspectos, pero mantuvieron lo esencial: la fe en la Bondad de su Creador, la convicción de que, algún día, oiría sus gritos y cumpliría Sus Promesas.

En esta fidelidad a la tradición que les habían transmitido Yaacov y Yosef reside su grandeza y su ejemplaridad. Siempre han recordado la salida de Egipto los de entre los nuestros que se han encontrado en el fondo de un abismo y así, nunca se ha llegado a exterminarnos. De generación en generación nos transmitimos la clave de la supervivencia: El Silencio del Eterno nunca es definitivo. El Es El que recuerda.

Sin embargo, y como ya lo hemos comentado, en anteriores ocasiones, a estos antepasados nuestros, tan heroicos y admirables, les costó creer que el milagro que pedían a gritos, se estaba realizando. Es algo perfectamente comprensible y probablemente inevitable en las circunstancias que eran las suyas. Ya lo sabemos.

Tal vez lo sea menos, a primera vista, su comportamiento materialista e infantil de repetidos pataleos en el desierto, a los dos meses de haber sido liberados. Para entenderlo, sin justificarlo, por supuesto, es preciso tener en cuenta la cantidad de cambios radicales, bruscos, violentos, caóticos a los que esta pobre gente se vio enfrentada.

Se dice pronto: "¡uy, qué tontos! ¡qué ingratos! ¡qué…todo lo que se quiera!" Ver las cosas desde el alejamiento milenario, es mucho más fácil que vivirlas en situación de desamparo, con su dosis de desconcierto y miedo.

En el primer momento, al encontrarse libres y a salvo en la Península del Sinaí, respiraron, cantaron con inmenso júbilo, sacaron la comida que aún les quedaba en las mochilas y hablaron el lenguaje que sus jefes entendían y esperaban de ellos. Fue un momento idílico que recobra todo su poder cada vez que entonamos la Shirat Hayam, este Canto del Mar, que se inicia con las palabras: "Cantó Moshé y los Hijos de Israel." El verbo, en singular, refleja la unidad entre el pueblo y su guía.

Reina, pues, la euforia, porque la liberación es un hecho visible, tangible, totalmente aceptable. No presenta ningún inconveniente. Cuando las cosas se van a poner feas, es al cabo de algunas semanas. El desierto no es ningún lugar hospitalario y el lenguaje de la euforia no es apto para expresar las preocupaciones cotidianas, en primer lugar las que se refieren a la supervivencia. Si no se lo llena con regularidad, el estomago duele. Luego, el hígado expresa ira. Los niños sedientos y hambrientos… dan la lata y sus padres se angustian. El pueblo no entiende que el Elohim, después de salvarle, no le provea de todo lo necesario para gozar de la vida. El esclavo tiene el sustento restringido a lo indispensable, pero lo tiene, porque se lo proporciona el amo que hasta ahí llega: si quiere seguir teniendo esclavos, tendrá que alimentarlos. Este es el lenguaje que entiende y emplea el pueblo. El camino espiritual es un poema que ni conoce, ni entiende. Él ha cumplido con su parte del trato, que era seguir a los vencedores de Faraón para ir hacia una tierra que será suya en propiedad y le colmará de riquezas. Pero no encuentra nada de esto. No lo entiende. Pide cuentas… las aguas amargas se endulzan. Entonces recupera confianza en los conocidos esquemas: si complaces al amo, éste te proporciona lo necesario para la supervivencia. La cosa se va a repetir: el Eterno les muestra, cada vez que se quejan, reivindicando el confort del que gozaban en la esclavitud, que lo pueden tener en la libertad, a condición de creer en su condición de hombres libres. Ellos ya no dependen  de la despótica administración del capataz, sino de la conexión de su alma con el Padre Creador de la Vida. No entienden.

Con grandísima ingenuidad, ellos todavía creen que la libertad es igual a la esclavitud, pero sin los inconvenientes y Moshé, que nunca ha sido esclavo, cree que la esclavitud es como la libertad, pero sin las cadenas, o sea que el alma se mueve a sus anchas en las mentes asustadas y los cuerpos exigentes, y, en esto, se equivoca. Por otra parte, él conoce el desierto, sabe sobrevivir en él, cosa que los recién salidos de Egipto ignoran por completo; ellos están acostumbrados a la exuberante prodigalidad del Nilo.

Por otra parte, este pueblo que respira, por primera vez, el aire de la libertad, lleva encima una carga muy grande de toda clase de sufrimientos morales y físicos: ha trabajado en condiciones infrahumanas, ha soportado las plagas, ha visto morir a buen número de sus hijos, se ha arrancado a su rutina, a sus recuerdos, a algunas amistades, ha tenido tan pronto miedo, como valor… en una palabra, en un pueblo traumatizado, que se ve abocado a redoblar sus esfuerzos para adaptarse a una situación que no acaba de asumir.

Es un pueblo asustado, decepcionado, encolerizado, que grita y exige resultados, una retribución concreta a Moshé, quien, desorientado y confuso exclama: "¿Qué culpa tenemos mi hermano y yo? (capitulo XVI, versículo 8) y, con aplastante lógica: "Esto, decidlo al Eterno".

No sabemos si se atrevieron a decirlo al Eterno o no, pero sí, sabemos que el Eterno les entendió y les concedió lo que Le pedían: carne al anochecer y pan ala amanecer. Cenaron con unas codornices que eran para chuparse los dedos y desayunaron con una cosa que apareció al evaporarse el roció: "una cosa fina como la escarcha sobre la tierra". Se preguntaron los unos a los otros: "¿Qué es esto?" porque nunca lo habían visto. Les dijo Moshé: "Este es el pan que el Eterno os ha dado para comer". Les encareció que recogiera cada uno lo que necesitaba, pero no más. Así lo hicieron. Era delicioso el pan venido del cielo. Iba a caer todos los días durante cuarenta años. Acumularlo, no sólo era inútil, sino totalmente contraproducente, porque, excepto cuando se guardaba para el shabbat, si se lo conservaba hasta el día siguiente, se llenaba de gusanos y hedía. Nos dice el texto que la Casa de Israel lo llamó "man" (de donde hemos sacado el castellano "maná"), palabra cuyo significado no viene explicado en el texto. Parece indiscutible que es una contracción de la expresión: "Mah hu" (= ¿qué es esto?), exclamación con la que lo acogieron sus destinatarios. De todas formas, sigue y seguirá siendo un misterio este monosílabo cuyo sonido aterciopelado atravesó las esferas para regocijo del Eterno Que estaba dando pan a su pueblo, como un padre a sus hijos.

Moshé y toda la casa de Israel comieron el pan que llovía del cielo, o sea, el maná, el "¿Qué es esto?" y, al hacerlo, interiorizaron, asimilaron, la pregunta de jubilosa extrañeza que los seres humanos deben hacerse siempre que recogen los frutos de la generosidad divina, y, sobre todo, siempre que una dádiva inusual del cielo les resuelve la existencia.

¿Qué es esto? Esto que no has visto nunca, que te llega cuando necesitas el sustento espiritual o físico, es el misterio del Amor Supremo, te alimentará en tus tribulaciones, te saciará como no lo podría hacer ningún alimento terrestre. Es el man. Sus dos consonantes, la mem y la nun, son centrales en el alfabeto hebreo. La primera representa a la madre, la madre nodriza, envolvente, protectora, la Madre de siempre está presente en la unidad del Padre. La segunda consonante, la nun, que se encuentra en la palabra "Ben" (hijo) también está ligada al Mashiaj, quien es de toda eternidad el encargado de aportar la salvación definitiva al pueblo de Israel y a toda la humanidad.

Con estas brevísimas y muy humildes consideraciones, es evidente que sólo damos un atisbo de respuesta al "¿qué es esto?". Esto es el pan que alimenta a un pueblo que camina hacia la Tierra Prometida y debe aprender a ser justo. Nos lo dice la guematría (estudio de los valores numéricos de las letras hebreas). En efecto, la mem y la nun, juntas, suman 90, que es el número de la letra Tzade, o sea del "tzadik" del justo.

Este pan, lo hemos comido en el desierto, nuestro organismo lo contiene. Nos bastará con evocarlo para que actúe en nuestro comportamiento.

¿Qué Es Esto? La salvación que llevamos dentro y… quizás muchas cosas más. Hay en el Libro de Job, un versículo muy llamativo, de enorme poder. Es el versículo 5 del capítulo 37 y dice: "El Eterno, por Su voz, obra maravillas, hace grandes cosas que no se conocen".

Probablemente, nos queden muchos "¿Qué es esto?" por decir. En cualquier situación que nos angustie, Él nos dará el maná indispensable para nuestra supervivencia, porque Él siempre, siempre comprende nuestro desconcierto y nos lo perdona. Él se acuerda de nosotros que Le bendecimos de todo corazón.

16 enero 2008

contextos: Re: LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Las Excelentísimas Intenciones

Re: LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Las Excelentísimas Intenciones
de rajel adame - Wednesday, 16 de January de 2008, 18:27
 

Esto es magnífico, javerím. Qué agudeza sonrisa Es impresionante sonrisa))

Gracias por compartir estos textos, Malcah.

Shalóm para todos, vebrajót.

parashah: BESHAL-LAJ: La Tradición Escrita, por Malcah Canali 5767

BESHAL-LAJ: La Tradición Escrita, por Malcah Canali 5767
de Josefina Navarro - Wednesday, 16 de January de 2008, 17:09
 

B''H

De Malcah para la Quebutzah

 

Madrid- Sefarad

 20 de enero de 2007

1 de shevat de 5767

 

 


BESHAL-LAJ

LA TRADICIÓN ESCRITA

 


     La Parashah de Beshal-laj, que empieza con el último y fatal desplante de Faraón representa, desde todos los ángulos posibles la lucha de la luz contra las tinieblas.  El Eterno Se hace nube y columna de fuego para guiar a los hebreos.  Para los Egipcios todo eran tinieblas y para los Hebreos todo era luz. Los Egipcios perecieron en el mar y los Hebreos cantaron este poema incomparable que es la Shirat – Hayam (El Canto del Mar).

    

     Todo esto lo sabemos. Nos lo han contado y lo contamos a nuestros hijos y nietos.

 

     Pero hay, en los diversos capítulos de la Parashah, el relato de unos hechos que se repiten una y otra vez sin que la tradición oral les conceda excesiva importancia. Tal vez por este fallo, El Eterno encarga a Moisés que consigne en un libro algunos acontecimientos de la salida de Egipto y se lo legue a Josué. La tradición oral es asunto fundamental en la familia, pero los jefes, los gobernantes, necesitan una memoria escrita para no olvidar la debilidad del pueblo, sus actitudes cobardes y su propensión a abandonar el esfuerzo ante las grandes pruebas.

   

     Hemos visto en capítulos anteriores que los Hebreos eran a menudo reacios a confiar en Moisés. La esclavitud es dura, pero representa la seguridad del día a día. En cualquier época de la Historia y en cualquier parte del mundo, los valientes que han tratado de liberar a un pueblo de la opresión han hecho la misma experiencia: los oprimidos se quejan mucho, pero a la hora de plantar cara a sus opresores, son como gallinas asustadas e, incluso, algunos procuran congraciarse con el opresor traicionando al idealista que se sacrifica por ellos.

 

     Con los Hebreos, la cosa no llegó a estos extremos, pero le faltó poco. Nada más emprender la marcha, al ver que los Egipcios les perseguían increparon a Moshé: "¿No había sepultura en Egipto que nos has traído a morir en el desierto?". Luego, después de pasar el Mar Rojo, al comprobar que no encontraban agua dulce, olvidaron todo su júbilo y volvieron a quejarse y El Eterno atento a la súplica de Moshé, endulzó las aguas. Más tarde, pidieron carne y tuvieron codornices, pidieron pan y tuvieron el maná, pero algunos desobedecieron a la Palabra Divina transmitida por Moisés… o sea, que se portaron como seres desagradecidos e inmaduros que desconfían continuamente de su D.os y de su jefe.

 

     Moshé debió de consultarlo con El Eterno porque transmitió la orden de conservar un Omer (una medida de capacidad equivalente a 4 litros) como prueba del milagro. ¿Por qué este empeño de Hashem de dejar una prueba? Probablemente porque estaba dolido, estaba comprobando la mala fe, el materialismo, la poca fiabilidad del pueblo amado. Sabía que si les dejaba el encargo de transmitir oralmente a sus hijos la historia auténtica de su liberación, no lo harían bien, carecerían de honradez. Entre el momento en que El ordena con alegría la transmisión oral y el momento en que dice a Moisés que deje pruebas tangibles de lo ocurrido, media el camino… el terrible camino del Éxodo, que tiene su polo positivo en la Shirat-Hayam  y su polo negativo en la perpetua cobardía del pueblo.

 

     El Eterno, por cierto, no tiene ningún rencor a su pueblo, le perdona sus debilidades y le muestra cuán inanes resultan frente a la fuerza de Su absoluto poder.

 

     La epopeya de la liberación termina con la batalla contra Amalec que El Eterno utiliza para consolidar definitivamente el dominio de Moshé, haciendo que Israel sólo venciera cuando él tenía las manos alzadas ¡Todo dependía de las manos de Moshé!

 

     Así Israel venció a Amalec y El Eterno dijo a Moshé que escribiera en "El Libro" la maldición echada a Amalec y se lo transmitiera a Josué.

 

     Había pues un libro… o lo hubo a partir de entonces. El texto ha sido vocalizado tardíamente y la sintaxis parece indicar que se debe leer "en el libro", pero es forzoso, podría ser "en un libro", lo cual indicaría que el libro en cuestión se inaugura para la circunstancia. De todas formas, la precisión es bastante irrelevante. Lo importante es que con esta disposición, El Eterno instaura la tradición escrita. Es la primera vez que ordena anotar las cosas y lo hace al final de esta parashah, en las últimas líneas del capítulo XVII de Shemot, cuando Israel ha dado muestra de su escasa solvencia espiritual y moral.

 

     Hay en estos tres versículos que clausuran el texto, un patetismo tremendo. Decir a alguien que ponga un acuerdo, un trato, una alianza, por escrito, esto significa una ruptura de la confianza, una derrota del afecto. Todos cuantos somos padres, maestros o iniciadores nos hemos visto alguna vez en el brete de tener el mismo discurso que Hashem: "Hijo, apunta las cosas porque de los Fulanos o de los Menganos no te puedes fiar" y si tenemos que precisar: "No te fíes ni de tus hermanos ni de tus hermanas… ámalos pero no te fíes". Nuestro profundo, nuestro desgarrador sufrimiento, nuestro espantoso dolor, sólo nos lo hace soportable el saber que Hashem lo conoce. Israel se portó como un hijo rebelde y desagradecido y Amalec se portó como un hermano perverso.

 

     Fue entonces cuando instauró la tradición escrita. Fijémonos en que no se limita a ordenar a Moshé la redacción de un texto, a renglón seguido le ordena informar a Josué. Esto es instituir una tradición, y esto es el milagro, porque instituir una institución es siempre un acto repleto de esperanza y de exultante gozo, o sea, un acto de tiqvah y de simjah.

 

     Instituir una tradición es creer en la existencia y la inteligencia de las generaciones futuras.

 

     Cuando Hashem instituyó la tradición escrita transformó las debilidades y las flaquezas de Israel en la fuerza de nuestro santo alfabeto, en la robustez de nuestra literatura sagrada, en la majestad de nuestros sefarím. Nos legó la tradición escrita que iba a hacer de nosotros El Pueblo del Libro a través de nuestras generaciones.

 

     La parashah empieza por la expresión: "Vayhi beshal-laj" y termina por "mi dor dor" o sea que está enmarcada en: "Fue cuando envió… de una generación a una generación".

 

     ¡Alabado sea Hashem Que confió en la perpetuación del pueblo amado!

 

     Si cada vez que nuestros seres queridos abandonan la alegría que nuestros cariñosos cuidados les han proporcionado para entregarse a los pensamientos deprimentes que les inspira la adversidad, tratamos de crear esperanza, Le estaremos complaciendo.

 

parashah: Re: BO, La tradición oral.

Re: BO, La tradición oral.
de Josefina Navarro - Wednesday, 16 de January de 2008, 17:07
 

B''H

Transmitiré sus palabras a Malcah, de cuya sabiduría tan sólo soy el canal al publicar sus textos. Sé que se alegrará de saber que sus escritos ayudan a comprender algunas cuestiones, que a veces, a simple vista, no es sencillo dilucidar.

Shalom ubrajah

Josefina

contextos: LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Las Excelentísimas Intenciones

LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Las Excelentísimas Intenciones
de Josefina Navarro - Wednesday, 16 de January de 2008, 16:59
 
B''H
De Malcah para la Quebutzah
 
 
LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR
 
LAS EXCELENTÍSIMAS INTENCIONES
 
Pétalo nº 3

¿Quién no ha oído con bastante irritación por cierto, la apostilla "Lo digo por tu bien", a una serie de reflexiones odiosas que se han escuchado cortésmente a base de reprimir la muy legítima gana de mandar al impertinente que las ha proferido a todas las potencias del infierno?

A esta frasecilla, que su usuario suele creer apabullante, hay algunas respuestas posibles, tales como:

La irónica: "¡Por supuesto! ¡No se me ocurriría imaginar que dices las cosas por mi mal!" El impertinente suele escabullirse con algunos bisílabos del tipo:"Claro, bueno, normal... en fin, ¡hombre!"

La sardónica: "¡Que lo dices por mi bien! ¿Por qué lo precisas? ¿Crees que no se nota?" El impertinente se traga los bisílabos y recurre a frases impersonales: "A veces, parece que… algunas cosas son delicadas, la gente puede creer…". Esto da juego, se presta al estilo interrogativo:" ¿Qué veces? ¿Que esto es lo que parece? ¿Qué cosas?" Cuando el impertinente llega a "En fin… me entiendes…" se contesta: "Lo intento".

La sarcástica: "Sí, sí, mi bien, mi mayor bien. ¡Esto es lo que te preocupa a tí! Ya lo sé". El impertinente cree que nos hemos dejado manipular tomando su frasecilla por una provocación y se forta las manos, convencido de que vamos a vernos en el brete de justificar nuestro mal humo. Entonces imparte consejos que brotan de su indignación: "¡Pero, no tomes las cosas así! ¿No ves que te alteras por nada? ¡Hay que saber aguantar una crítica constructiva¡". Esto, ya es el gran juego. Es menester poner cara de mosquita muerta para decir: "¡Que yo me altero! ¿de dónde sacas esta idea tan peregrina?... ¿que se nota? Si te parece, te repito mis palabras. son la pura expresión de la amistosa confianza. Podemos escribirlas y analizarlas, ¿quieres?... ¡el tono! ¿qué tono? Mira, no quiero que haya ningún malentendido. Mis intenciones son tan excelsas como las tuyas. ¿No estarás padeciendo algún delirio interpretativo?

La filosófica: "¿Cómo sabes TÚ lo que es MI bien?" Al impertinente se le atragantan los bisílabos, las exclamaciones y los asertos. Se va a tomar el aire.

La altiva: "Este afán de corregirme que, con toda seguridad, se encuentra en el origen de tu amonestación, podrá ser muy bienintencionado, pero ha errado el blanco, porque yo no soy ningún tutelado tuyo". Si el impertinente sale con: "Es la última vez que… ", se le contesta: "Estupendo, así te evitarás puntualizaciones desagradables".

Naturalmente la lista de respuestas que acabamos de elaborar no es exhaustiva y está destinada no sólo a librarnos de las desaforadas pretensiones de gentes que se creen facultadas para dictarnos nuestra conducta, sino, también, para encontrarle un lado jocoso a la cosa, aunque el "Lo digo por tu bien" de jocoso tiene poco.

En efecto, y como lo acabamos de apuntar, quien profiere la frasecita que nos ocupa, trata de situarse por encima de su interlocutor, empleando un lenguaje reservado a los padres, cuya preocupación esencial es que, además de obedecerles, evitando comportamientos reprobables, el educando se vaya mentalizando de que el primer beneficiario de la reprimenda es él mismo.

Ahora bien, la misma frase en boca de un adulto y dirigido a otro adulto, es inadmisible por la prepotencia que denota y por la imprudencia que encierra. Ni los propios padres pueden hacerlo con el hijo adulto.

La prepotencia, con o sin buenas intenciones, consiste en insinuar que el interlocutor no sabe lo que hace, creándole así un rencor o una inseguridad tal vez peores para su equilibrio psíquico, que la conducta censurada. En temas tan simples como el "deja de fumar ya" no va a servir de nada añadir "Lo digo por tu bien" porque el fumador padece inseguridad. Aumentársela con una precisión superflua, no hará sino empeorar las cosas. Es mejor preguntar: "¿Por qué crees tú que fumas tanto? ¿No será cuestión de inseguridad? Igual hay algo que te duele en el alma, sin que lo adviertas conscientemente." Así es como se puede mostrar genuino interés por alguien sin humillarle.

Todo hay que decirlo, la frasecita que tan desagradable nos resulta, proviene, a menudo, de un viejo prejuicio, muy anclado en las mentalidades, sobre todo en la española, y es que una advertencia bastante brusca, desprovista de cualquier miramiento, es prueba inequívoca de noble sinceridad. Lo será en algún caso, pero no en muchos. El decir las cosas con un poco de consideración, no estorba.

Por otra parte, el suponer que otra persona, al actuar de un modo distinto al que creemos el adecuado, es una gran imprudencia. Si, al observar a alguien, nos irritamos porque su conducta nos parece absurda y contraproducente, antes de intervenir debemos preguntarnos si los equivocados no somos nosotros.

Recuerdo a una mujer que parecía creer, sin la menor sombra de duda, que los melindres de su hermana, su egoísmo y su mala fe no existían y que quienes los denunciaban eran unos ciegos que no advertían que se trataba de puras muestra de bondad. Años más tarde, confió a un familiar: "¡Menos mal que no lo veía! Porque a mi hermana la necesitaba para sacar adelante a la familia. De no haberme dejado engañar, igual la había matado. Yo era muy idiota, pero evité una tragedia y la familia está a salvo".

Muchas veces la persona que creemos especialmente tonta, es alguien que utiliza la mejor adaptación posible a una situación. Así, pues, antes de afirmar: "Lo digo por tu bien" será prudente preguntarse si no sería más acertado pensar: "¡A ver si va a resultar que lo digo por su mal!"

El lašhon hará (=la mala lengua) tiene muchas facetas.

¡Quiera El Eterno, cuyo Nombre bendecimos, librarnos de todas!   

 

contextos: LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Curación de la Yoitis

LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Curación de la Yoitis
de Josefina Navarro - Wednesday, 16 de January de 2008, 12:00
  
B''H
De Malcah para la Quebutzah
 
 
LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR
 
CURACIÓN DE LA YOITIS
 
(Pétalo nº 2)

 
     Si cada vez que alguien expresa una opinión o un simple punto de vista delante de ti, contestas de inmediato : "Pues, esto, yo lo veo así o asá".
      
     Si cada vez que alguien refiere una vivencia suya, sea dichosa o pesarosa, le casi interrumpes para decir, sea: "Yo esto lo disfruto más cuando…(o algo por el estilo) sea: "¡Uy, tienes demasiada paciencia! ¡yo esto no lo aguanto!".
 
     Si acostumbras a exclamar: "yo tengo mucha benevolencia pero no tolero la hipocresía" y otras innumerables frases en las que pones un yo enfático para subrayar tus afirmaciones, es muy probable que estés sufriendo esta inflamación del ego que designamos, en el título de éste Pétalo, con el nombre de "yoitis".
 
     La mayoría de la gente afectada de yoitis cree sinceramente que al emplear el pronombre personal de la primera persona intensifica el diálogo, dándole el valor de la autenticidad, pero no es así.
 
     El "intercambiar ideas" es una de las formas que reviste el diálogo, pero no es la única, porque el diálogo también es comentario unánime, información, puntualización etc… Por otra parte, la palabra "intercambio" con sus connotaciones comerciales, genera confusión. En efecto, a todos nos dijeron alguna vez: "No debes adoptar una opinión o un punto de vista simplemente porque alguien que tu admiras la tiene. Debes forjarte tú, tu propia opinión". Esto es evidente y muy recomendable, pero no significa, en modo alguno, que al enunciar o defender esta opinión tengamos que reivindicar su propiedad porque, quien así lo hace demuestra a los demás y a sí mismo que le importa más pasar por listo que profundizar en un tema. Revela su complejo de inferioridad y todo el mundo lo advierte. Algunos lo aprovecharan para manipularle.
 
     Pensémoslo: en vez de decir "esto yo lo veo así…" podemos decir: "esto es posible verlo así…" o "también existe otro elemento cuya importancia es difícil de soslayar…". Esta forma impersonal de hablar suele resultar muy grata al interlocutor que ya se fija más en el significado de lo enunciado que en su autor.
 
     Por otra parte, la persona que evita utilizar la primera persona  del singular, (excepto en los casos que exigen la puntualización: "esto es opinión personal mía" )se brinda una oportunidad de reconsiderar y matizar o radicalizar su punto de vista.
 
     Ahora, si intentamos hacer la lista de todo lo que debemos a los demás en la formación de nuestros criterios, ya no nos atreveremos  a decir "yo pienso". Estamos en deuda con nuestra herencia cultural, con nuestros educadores, con nuestros interlocutores, con quienes participan o participaron en nuestra vida familiar, social o profesional, con distintos autores que nos influyeron de un modo u otro, bien porque sus asertos nos entusiasmaron, bien porque nos indignaron o nos parecieron idiotas… Hay más cosas y gentes a quienes debemos el haber podido sintetizar cierto modo personal de enfocar nuestros conceptos.
 
     Hasta ahora no hemos abordado la cuestión económica. Recuerdo a la esposa de un banquero que, con gran ingenuidad, preguntó a una mujer que estaba evocando su vida de casada joven y muy pobre. "¿Cómo se os ocurría a tu esposo y a ti marcharos al extranjero durante las vacaciones con el poco dinero que teníais y un hijito de 4 años que alimentar?" y la otra le contestó: "Porque el viaje en tren para los tres nos costaba menos que dos semanas de pensión y luego, en casa de mis padres no pagábamos ni alquiler ni comida y, sobre todo, veíamos y besábamos a nuestro segundo hijo que vivía allí. ¿Sabes? los pobres también tienen un corazón" La otra se quedó apabullada y un amigo terció para decir: "Los ricos conocemos mal la vida porque la mayoría de nuestras dificultades las podemos resolver con nuestro dinero" La "banquera" creía "pensar".
 
     Pues sí, también debemos una buena parte de los planteamientos que tomamos por personales a nuestra situación económica.
 
     Decir: " yo pienso o creo" es algo muy comparable a una mentira. Por esto los maestros cabalistas tradicionales nunca permitían a sus discípulos decir: "yo pienso que…". Les exigían que utilizaran la expresión: "mis maestros me han transmitido que…". No somos propietarios de nuestras conclusiones.
 
     La ausencia del yo permite que el diálogo transcurra por sendas apacibles y fecundas; evita las pequeñas satisfacciones de la vanidad y permite que, cuando es realmente necesario dar un ejemplo personal, se emplee el yo sin complejo.
 
     La  yoitis no es el empleo del yo , es el abuso de este empleo y, como todos los abusos, se cura muy bien con un poco de atención y… una pizca de sentido del ridículo.
 
     El suprimir el yo abusivo de las conversaciones es lo propio de la madurez ¿os habéis fijado en lo poco que lo emplean los ancianos?
 
     En hebreo, ya lo hemos apuntado varias  veces, "yo"  y "no existe" se escriben con las mismas letras. Al dejar de inflar el yo, dejamos un sitio al nosotros. Es una bendición por la cual alabamos al Eterno Que nos la concede.    

contextos: LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: El Saludo Mañanero

LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: El Saludo Mañanero
de Josefina Navarro - Wednesday, 16 de January de 2008, 01:59
 

B''H

De Malcah para la Quebutzah

  

LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR

EL SALUDO MAÑANERO

(Pétalo nº 1) 

                                     

                          Queridos amigos de la Quebutzah, antes, incluso, de ponerme a escribir unas cuantas reflexiones  que estoy deseando comunicaros sobre las Parashiyot de Bereshit y Noaj, cosa que solo podré hacer mañana por la tarde, me alegro de iniciar una nueva sección de nuestros intercambios, es decir, una rúbrica que me gustaría llamar "Los Pétalos del Bien Decir" porque "biendecir" es "bendecir" y de lo que deseo hablaros es de como decir las cosas para que todas sean bendiciones, tanto para quienes las dicen como para quienes las oyen.

                           Desde luego, es bastante asombroso constatar la poca importancia que la mayoría de las personas concede tanto a lo que dice como al modo de decirlo, y tanto a lo que no dice como al modo de no decirlo. Creo que, al pensarlo, estaréis de acuerdo conmigo en exclamar: "pues es cierto que a este don del lenguaje hablado que nos hizo el Creador, lo  valoramos  tan  poco  que, casi  siempre lo utilizamos a tontas y a locas sin  preguntarnos  cuáles pueden ser las consecuencias de nuestra irresponsabilidad para nosotros y para los demás".

                            Sin embargo, sería lógico pensar que si el Sumo Hacedor creó el mundo por Su Palabra y creó al ser humano a Su Imagen y semejanza, nuestra palabra tiene un poder enorme, que derrochamos tontamente en la mayoría de los casos.

                             Para empezar esta sección de "Los pétalos del  Biendecir" os haré una confidencia: hace muchas semanas que me planteo iniciar esta sección, pero el verano me ha "aconsejado" dejarlo para después de las Pascuas de Otoño, a fín de que todos estemos ya en condiciones de iniciar una nueva andadura. Pensé: "perfecto, lo haré después de Succot", incluyendo en mi mente, como es natural, la fiesta de Jag Atzeret y Simjat-Torá, además del Shabbat que acabamos de celebrar hace dos horas. Pero lo que dije en mi mente fué: "después de Succot" y... ¿sabéis lo que ocurrió? pues que la última noche, entre Succot y Jag Atzeret soñé que mi esposo, Diego-Yacob de bendita memoria, me regalaba una rosa de color beis (entre amarillo y blanco) y entonces comprendí que " Los pétalos..." es un título que ha gustado en las Alturas. 

                            Como os lo venía diciendo, la "Convocación de Otoño" se ha acabado hace poco. Ahora, a "Los Pétalos".

                              Para iniciar nuestras reflexiones al respecto, os propongo dedicar vuestra  atención a las primeras palabras que pronunciamos cada mañana cuando nos despertamos.

.                             A ver ¿qué decimos? ¿cómo? y ¿a quién?.

                              Personalmente, como todos los judíos cumplidores y piadosos, nada más abrir los ojos y recuperar el discernimiento, pronuncio las palabras siguientes: "Modá ani lefaneja mélej jay vekayam shehejezarta bi nishmati bejemlá, rabá emunateja" que se traducen literalmente así: "Te agradezco, Rey Viviente  y Estable, que me hayas devuelto mi alma superior por tu Bondad, grande es Tu Fidelidad", luego sonrío a Diego  y  me levanto.

                             ¡Agradecer! Nada más abrir los ojos... enseguida manifiesto que tengo conciencia de ser beneficiaria de la Bondad Divina. Es una gran alegría anunciar en voz baja, pero sonora, al fin y al cabo, esta profunda e innegable verdad: es un gran regalo que me hace el Eterno al devolverme la lucidez para vivir el día que empieza, porque lo que me devuelve realmente es mi dignidad de persona. Un ser inconsciente no puede responder de sí mismo, ni controlarse de ninguna manera, está falto de libertad. Lo dicho: referida a la persona inconsciente la palabra "dignidad" está carente de sentido.

                              El saludo mañanero que se dirige al Todopoderoso desde el lecho del despertar es, para  el  ser  humano,  una gran bendición que le insufla alegría y confianza en si mismo. Es cierto que cada día, incluso los más felices, trae consigo su dosis de contrariedades, pero lo que agradecemos es nuestra capacidad de asumir tanto lo bueno como lo malo. Por otra parte, este optimismo del despertar suele tener efectos muy positivos sobre la psique, lo cual acarrea excelentes consecuencias en el comportamiento que se traducen en una relación más cordial con los demás a quienes vamos a saludar después.

                               Los que tienen la alegría de encontrar a su lado a una persona amada, son unos privilegiados, es cierto, pero donde hay amor siempre hay presencia !Baruj Hashem!

                                  Viene ahora el saludo que damos a los demás. Me quedé muy extrañada al preguntar a un uen número de personas cómo saluda a los suyos por la mañana, de oír a muchas de ellas contestarme que no lo saben... que "depende" (de su talante, de las circunstancias, etc.) e incluso, hay quien me ha dicho que no suelen saludar a nadie, simplmente empezar a hablar de las cosas que hacen o tienen que hacer. He comprobado que, en la mayoría de los casos, no son gente particularmente egoista o indiferente. No conceden valor al saludo. Sin embargo, el simple "Buenos días" o el "Hola ¿qué tal? ¿has dormido bien? son muy gratificantes, tanto para el que lo oye como para el que lo dice. Es un modo de situarnos en nuestra relación afectiva con los demás. Hay gente que vive sola, sin recibir más saludo al amanecer que el de la radio o de la tele. Quisiera decirles que, para ellos, los Ángeles tienen una melodía especial, de eso estoy segura, porque me lo contaron unos amigos,                  

¡Shalom Amigos!

Malcah