18 enero 2008

parashah: BESHAL-LAJ: ¿Qué es esto?, por Malcah Canali 5768

BESHAL-LAJ: ¿Qué es esto?, por Malcah Canali 5768
de Josefina Navarro - Friday, 18 de January de 2008, 01:44
 

B''H

De Malcah para la Quebutzah

 

Madrid- Sefarad

 19 de enero de 2008

12 de shevat de 5768

 

 


BESHAL-LAJ

¿QUÉ ES ESTO?

          La indignación que suele embargarnos cuando leemos, en la parashah de Beshal.laj, que poco después de salir milagrosamente de Egipto, nuestros antepasados insultaron a Moshé y a Aharón, es legítima y recomendable, porque nos permite reflexionar sobre un tipo de conducta que no debemos imitar. Al increpar a sus jefes, los hebreos también se rebelaban contra Haqadosh Baruj Hu, lo cual es inadmisible.

Ahora bien, el pueblo que tan mal se comportó, es el pueblo hebreo, el pueblo elegido por el Eterno para mantener viva en esta tierra la llama de la conexión con El. Es el pueblo recipiendario del Amor divino en su más intensa expresión y Haqadosh Baruj Hu, lejos de maldecirle por su mala conducta, le protege y le salva, aunque a menudo le increpa, le regaña y le castiga para corregirle. Esto permite pensar que nuestros antepasados debían de tener algo bueno. No eran la personificación del envilecimiento y de la ingratitud. Mucho peores que ellos eran sus opresores. ¿Quién lo duda?

Para empezar, ellos habían sobrevivido a una desgracia espantosa sin olvidarse de su Elohim. En cambio, El parecía haberse olvidado de ellos. La prueba nos la proporciona el mismo texto de Shemot, en su capítulo 2, Versículo 24, cuando dice: "Vaizcor Elohim et britó", que significa: "El Eterno recordó el pacto". Desde luego, no se le ocurre a ningún comentarista dejar pasar estas cuatro palabras sin preguntarse lo que significan exactamente. ¿Puede el Eterno olvidar algo? No hay muchas respuestas. Una es la de los ateos: "si Él olvida algo es porque no existe sino en la imaginación humana. Los hombres se han fabricado un mito a su imagen y semejanza." Otra respuesta es: "No, el Eterno nunca olvida nada, sino que deja un asunto a un lado hasta que considera llegada la hora de resolverlo", y la tercera, que tal vez sea un poco más prudente, es humilde, pero sencilla y llena de confianza. Dice: "No somos quienes para indagar en la psique divina, tratando de saber si el Eterno olvida o no olvida, pero estamos seguros de que siempre acaba recordando a los desgraciados que Le piden salvación". El verbo "zojer" (recordar) que figura en el texto, en forma de futuro invertido, nos indica que siempre nos recordará, como ya nos recordó.

El caso es que los hebreos vivieron un período de horror, caracterizado por el silencio divino y que, en medio de tan terrible agujero negro, cuando creyeron que, realmente, Hašhem les estaba olvidando, gritaron y clamaron, procurando despertar Su Compasión. Nunca dejaron de creer en El, nunca adoptaron la religión ni las costumbres de sus opresores. Probablemente se envilecieron, se degradaron y se asimilaron en muchos aspectos, pero mantuvieron lo esencial: la fe en la Bondad de su Creador, la convicción de que, algún día, oiría sus gritos y cumpliría Sus Promesas.

En esta fidelidad a la tradición que les habían transmitido Yaacov y Yosef reside su grandeza y su ejemplaridad. Siempre han recordado la salida de Egipto los de entre los nuestros que se han encontrado en el fondo de un abismo y así, nunca se ha llegado a exterminarnos. De generación en generación nos transmitimos la clave de la supervivencia: El Silencio del Eterno nunca es definitivo. El Es El que recuerda.

Sin embargo, y como ya lo hemos comentado, en anteriores ocasiones, a estos antepasados nuestros, tan heroicos y admirables, les costó creer que el milagro que pedían a gritos, se estaba realizando. Es algo perfectamente comprensible y probablemente inevitable en las circunstancias que eran las suyas. Ya lo sabemos.

Tal vez lo sea menos, a primera vista, su comportamiento materialista e infantil de repetidos pataleos en el desierto, a los dos meses de haber sido liberados. Para entenderlo, sin justificarlo, por supuesto, es preciso tener en cuenta la cantidad de cambios radicales, bruscos, violentos, caóticos a los que esta pobre gente se vio enfrentada.

Se dice pronto: "¡uy, qué tontos! ¡qué ingratos! ¡qué…todo lo que se quiera!" Ver las cosas desde el alejamiento milenario, es mucho más fácil que vivirlas en situación de desamparo, con su dosis de desconcierto y miedo.

En el primer momento, al encontrarse libres y a salvo en la Península del Sinaí, respiraron, cantaron con inmenso júbilo, sacaron la comida que aún les quedaba en las mochilas y hablaron el lenguaje que sus jefes entendían y esperaban de ellos. Fue un momento idílico que recobra todo su poder cada vez que entonamos la Shirat Hayam, este Canto del Mar, que se inicia con las palabras: "Cantó Moshé y los Hijos de Israel." El verbo, en singular, refleja la unidad entre el pueblo y su guía.

Reina, pues, la euforia, porque la liberación es un hecho visible, tangible, totalmente aceptable. No presenta ningún inconveniente. Cuando las cosas se van a poner feas, es al cabo de algunas semanas. El desierto no es ningún lugar hospitalario y el lenguaje de la euforia no es apto para expresar las preocupaciones cotidianas, en primer lugar las que se refieren a la supervivencia. Si no se lo llena con regularidad, el estomago duele. Luego, el hígado expresa ira. Los niños sedientos y hambrientos… dan la lata y sus padres se angustian. El pueblo no entiende que el Elohim, después de salvarle, no le provea de todo lo necesario para gozar de la vida. El esclavo tiene el sustento restringido a lo indispensable, pero lo tiene, porque se lo proporciona el amo que hasta ahí llega: si quiere seguir teniendo esclavos, tendrá que alimentarlos. Este es el lenguaje que entiende y emplea el pueblo. El camino espiritual es un poema que ni conoce, ni entiende. Él ha cumplido con su parte del trato, que era seguir a los vencedores de Faraón para ir hacia una tierra que será suya en propiedad y le colmará de riquezas. Pero no encuentra nada de esto. No lo entiende. Pide cuentas… las aguas amargas se endulzan. Entonces recupera confianza en los conocidos esquemas: si complaces al amo, éste te proporciona lo necesario para la supervivencia. La cosa se va a repetir: el Eterno les muestra, cada vez que se quejan, reivindicando el confort del que gozaban en la esclavitud, que lo pueden tener en la libertad, a condición de creer en su condición de hombres libres. Ellos ya no dependen  de la despótica administración del capataz, sino de la conexión de su alma con el Padre Creador de la Vida. No entienden.

Con grandísima ingenuidad, ellos todavía creen que la libertad es igual a la esclavitud, pero sin los inconvenientes y Moshé, que nunca ha sido esclavo, cree que la esclavitud es como la libertad, pero sin las cadenas, o sea que el alma se mueve a sus anchas en las mentes asustadas y los cuerpos exigentes, y, en esto, se equivoca. Por otra parte, él conoce el desierto, sabe sobrevivir en él, cosa que los recién salidos de Egipto ignoran por completo; ellos están acostumbrados a la exuberante prodigalidad del Nilo.

Por otra parte, este pueblo que respira, por primera vez, el aire de la libertad, lleva encima una carga muy grande de toda clase de sufrimientos morales y físicos: ha trabajado en condiciones infrahumanas, ha soportado las plagas, ha visto morir a buen número de sus hijos, se ha arrancado a su rutina, a sus recuerdos, a algunas amistades, ha tenido tan pronto miedo, como valor… en una palabra, en un pueblo traumatizado, que se ve abocado a redoblar sus esfuerzos para adaptarse a una situación que no acaba de asumir.

Es un pueblo asustado, decepcionado, encolerizado, que grita y exige resultados, una retribución concreta a Moshé, quien, desorientado y confuso exclama: "¿Qué culpa tenemos mi hermano y yo? (capitulo XVI, versículo 8) y, con aplastante lógica: "Esto, decidlo al Eterno".

No sabemos si se atrevieron a decirlo al Eterno o no, pero sí, sabemos que el Eterno les entendió y les concedió lo que Le pedían: carne al anochecer y pan ala amanecer. Cenaron con unas codornices que eran para chuparse los dedos y desayunaron con una cosa que apareció al evaporarse el roció: "una cosa fina como la escarcha sobre la tierra". Se preguntaron los unos a los otros: "¿Qué es esto?" porque nunca lo habían visto. Les dijo Moshé: "Este es el pan que el Eterno os ha dado para comer". Les encareció que recogiera cada uno lo que necesitaba, pero no más. Así lo hicieron. Era delicioso el pan venido del cielo. Iba a caer todos los días durante cuarenta años. Acumularlo, no sólo era inútil, sino totalmente contraproducente, porque, excepto cuando se guardaba para el shabbat, si se lo conservaba hasta el día siguiente, se llenaba de gusanos y hedía. Nos dice el texto que la Casa de Israel lo llamó "man" (de donde hemos sacado el castellano "maná"), palabra cuyo significado no viene explicado en el texto. Parece indiscutible que es una contracción de la expresión: "Mah hu" (= ¿qué es esto?), exclamación con la que lo acogieron sus destinatarios. De todas formas, sigue y seguirá siendo un misterio este monosílabo cuyo sonido aterciopelado atravesó las esferas para regocijo del Eterno Que estaba dando pan a su pueblo, como un padre a sus hijos.

Moshé y toda la casa de Israel comieron el pan que llovía del cielo, o sea, el maná, el "¿Qué es esto?" y, al hacerlo, interiorizaron, asimilaron, la pregunta de jubilosa extrañeza que los seres humanos deben hacerse siempre que recogen los frutos de la generosidad divina, y, sobre todo, siempre que una dádiva inusual del cielo les resuelve la existencia.

¿Qué es esto? Esto que no has visto nunca, que te llega cuando necesitas el sustento espiritual o físico, es el misterio del Amor Supremo, te alimentará en tus tribulaciones, te saciará como no lo podría hacer ningún alimento terrestre. Es el man. Sus dos consonantes, la mem y la nun, son centrales en el alfabeto hebreo. La primera representa a la madre, la madre nodriza, envolvente, protectora, la Madre de siempre está presente en la unidad del Padre. La segunda consonante, la nun, que se encuentra en la palabra "Ben" (hijo) también está ligada al Mashiaj, quien es de toda eternidad el encargado de aportar la salvación definitiva al pueblo de Israel y a toda la humanidad.

Con estas brevísimas y muy humildes consideraciones, es evidente que sólo damos un atisbo de respuesta al "¿qué es esto?". Esto es el pan que alimenta a un pueblo que camina hacia la Tierra Prometida y debe aprender a ser justo. Nos lo dice la guematría (estudio de los valores numéricos de las letras hebreas). En efecto, la mem y la nun, juntas, suman 90, que es el número de la letra Tzade, o sea del "tzadik" del justo.

Este pan, lo hemos comido en el desierto, nuestro organismo lo contiene. Nos bastará con evocarlo para que actúe en nuestro comportamiento.

¿Qué Es Esto? La salvación que llevamos dentro y… quizás muchas cosas más. Hay en el Libro de Job, un versículo muy llamativo, de enorme poder. Es el versículo 5 del capítulo 37 y dice: "El Eterno, por Su voz, obra maravillas, hace grandes cosas que no se conocen".

Probablemente, nos queden muchos "¿Qué es esto?" por decir. En cualquier situación que nos angustie, Él nos dará el maná indispensable para nuestra supervivencia, porque Él siempre, siempre comprende nuestro desconcierto y nos lo perdona. Él se acuerda de nosotros que Le bendecimos de todo corazón.

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