04 noviembre 2005
parashah: Parashát Nóaj, por Pynchas Brener: El arco iris
parashah: Parashát Nóaj, por Gal Einai: Del arcoiris de Nóaj al prisma de Newton
Parashát Nóaj, por Gal Einai: Del arcoiris de Nóaj al prisma de Newton de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Thursday, 3 de November de 2005, 20:20 | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Del arcoiris de Nóaj al Prisma de Newton Extraido del libro del rabino Ginsburgh de proxima publicacion:Cabala y Meditacion para los Pueblos del Mundo; traducción: Rav Jaim Mates Frim En la porcion de la Tora que relata el establecimiento del pacto entre Di-s y Noaj (y todas las generaciones posteriores) por medio del arco iris, la palabra "pacto", brit, esta repetida 7 veces. Las siete apariciones de esta palabra aluden a los siete colores del arco iris estudiado y documentado por Isaac Newton y a los siete mandamientos Noajicos. Los siete colores y dichos siete mandamientos corresponden a las siete sefirot inferiores de acuerdo al siguiente esquema
Partzuf de los Colores del Arco Iris y los Mandamientos Noajicos
En hebreo, la suma de los v. n. (valores numericos) de Noaj (nun-jet = 58) y Newton (nun-iud-vav-tet-vav-nun = 131) suman 189, que es igual a 7 x 33. El 7 corresponde a los siete pactos, respecto a Noaj, a los siete colores del arco iris, respecto a Newton y a los siete mandamientos Noajicos siete mandamientos universales de la Tora entregados a los justos gentiles. Estos tres "sietes" estan entonces completamente interincluidos por el 3 elevado a la potencia de 3. La diferencia entre Newton y Noaj es 73, el v. n. de "sabiduria", jojma. Por otra parte el nombre de Newton equivale al valor del apelativo usado generalmente para el Angel de la Muerte, llamado samej-mem (samel). Cuando se le agrega 6 veces 73 a Noaj (6 x 73 = 438, el valor de "la Casa de Di-s, Beit Havaia) el resultado es 496, el v. n. de "reinado", maljut. Cuando 73 es agregado 11 veces, el resultado es 861, el v. n. del Templo Sagrado, Beit Hamikdash, el principal interes mistico de Isaac Newton y la inspiracion para gran parte de su trabajo cientifico, y como esta explicado en el Zohar, el Arca de Noe simboliza espiritualmente al Templo Sagrado. Ademas, en hebreo, el v. n. de "el arca de Noe", teibat Noaj, es 860, que con el kolel (el unificador en cabala) tambien es igual a Beit HaMikdash. |
parashah: Parashát Noaj, por Gal Einai: El Arca de Noé y el Don del Habla Cósmica
Parashát Noaj, por Gal Einai: El Arca de Noé y el Don del Habla Cósmica de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Thursday, 3 de November de 2005, 20:12 | |||||||||||||||||||||
La Perasha de la Semana por Rav Jaim Mates Frim a partir de las enseñanzas de Rav Itzjak Ginsburgh shlit"a El don de la palabra es mucho mas que un medio de comunicacion, es el talento que Di-s nos regalo para poder expandirnos y llegar al medio ambiente que nos rodea y en definitiva a toda la creación, para incorporarlo en nuestra conciencia y crear algo nuevo. En esta audio lectura, rabí Ginsburgh explica de qué manera el arca microcósmica de Noé se compara con la palabra oral microcósmica, esbozando una posibilidad de utilizar las palabras que articulamos para conectarnos con el cosmos y crear una nueva realidad.
Ingresando al mundo El arca de Noé, llamada teivá en hebreo, encerraba un microcosmos de la creación. Aparte de "arca", teivá también significa "palabra". En una de sus enseñanzas más generales, el Baal Shem Tov explica que la orden que le dió de Di-s a Noé de "entrar al arca" es también una instrucción para toda la humanidad de entrar a la "palabra". Cada palabra que pensamos y decimos debe ser sagrada, tanto si son palabra de Torá, de rezo e incluso palabras aparentemente mundanas dichas para crear una unión con otra alma. La conciencia universal de toda la creación, la humanidad y todo el reino animal debe penetrar cada palabra que articulamos.
¿Como Expresamos con Palabras la Conciencia Cósmica? Cada criatura entona su propio canto especial a Di-s, como está detallado en el Midrash llamado Perek Shira. Todo lo que existe en la creación tiene su origen en el alma del Pueblo Judío. Cuando cantamos la canción correspondiente a cada criatura sobre la tierra, estamos incorporando esta conciencia cósmica en nuestro habla.
Las Dimensiones del Arca Para comprender más profundamente cómo "ingresar" a nuestras palabras, analizaremos las dimensiones del arca de Noé. La Torá describe que el arca tiene 300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de alto. En la cabalá y otros textos tradicionales aprendemos que cada una de estas dimensiones puede ser analizada de acuerdo a su letra hebrea correspondiente. El largo del arca, 300 codos, corresponde a la letra shin. El ancho del arca, 50 codos, corresponde a la letra nun. El alto del arca, 30 codos, corresponde a la letra lamed. La primera conexión obvia entre estas dimensiones y la palabra hablada es que shin-nun-lamed es la raíz de la palabra lashón, que significa "lengua" o "lenguaje". El secreto del arca de Noé es el del lenguaje rectificado.
La Shin Apasionada Ahora analizaremos cada componente de las dimensiones del arca, para que podamos entender a fondo el proceso por el cual podemos ingresar a nuestras palabras. El Sefer Ietzirá, el primer texto clásico de la cabalá, explica que cada letra hebrea posee su significado físico y espiritual. La shin, una de las tres "letras madre", representa el elemento fuego, que espiritualmente representa la pasión. Cuando decidimos hablar lo hacemos por varias razones: el deseo de expresarnos, por deseos de ganar o para decir palabras buenas de Torá, argumentos que deben estar motivados por la pasión. En Salmos 39:4 escribe el rey David: Mi corazón arde dentro de mí, Este versículo expresa sucintamente el proceso por el cual la pasión motiva el habla. Primero el corazón se inflama de pasión, las palabras del pensamiento crean un fuego interior (los jasidim de la era talmúdica solían meditar una hora completa antes de pronunciar las palabras de la plegaria) y finalmente la lengua expresa palabras apasionadas. La pasión, la capacidad de arder para ir "directo al grano", es el principio largura de la palabra.
La Nun Sensitiva Las palabras encendidas a veces pueden tener un efecto destructivo. Entonces, la siguiente dimensión del arca de Noé y del habla rectificada es 50, la letra nun. El Sefer Ietzirá explica que la nun es una de las "letras elementales", que corresponde al mes de Jeshvan, a la tribu de Menashé y el sentido del olfato. Espiritualmente, este sentido es la sensibilidad hacia los demás. Este es el sentido del Mashíaj, la sensibilidad que penetra incluso en el inconciente del alma del otro y en definitiva lo une a él. En el habla, la sensibilidad de la nun tiene un efecto moderador sobre la pasión de la shin, dirigiendo la llama de la pasión hacia la compasión. Es nuestra habilidad de sentir las necesidades de los demás y de articular palabras de plegaria para ellos (esto también se aplica a las oraciones que se ora para uno mismo). La sensibilidad de la nun debe hacernos concientes de que nuestras dificultades personales son simplemente un reflejo de los sufrimientos generales de todo Israel y en definitiva de Di-s, cuya Presencia Divina esta en exilio junto con Israel. Si la persona es suficientemente sensitiva, puede afectar la realidad no sólo mediante la plegaria sino también a través de las palabras de la Torá que pronuncia, como está ejemplificado por rabí Shimón bar Iojai, quien podía traer la lluvia mediante sus palabras de Torá. La sensibilidad, la habilidad de comprender la conciencia del prójimo el principio anchura de la palabra.
La Lamed Unificadora Profundizar en la conciencia del otro apasionadamente puede resultar algo invasivo, si no está atemperado por la lamed. El Sefer Ietzirá enseña que la lamed, también una "letra elemental", corresponde al mes de Tishrei, la tribu de Efraim y el sentido del tacto o procreación. El sentido del tacto es la capacidad de tocar una realidad determinada, unirse a ella y crear algo nuevo, ex nihilo, a través de esa unión. Lamed es la dimensión de la altura del arca de Noé y de la palabra. Al girar, la dimensión de la altura se transforma en la dimensión de la profundidad. La altura, o clímax de la experiencia de ingresar completamente en la palabra es también su profundidad. Es la experiencia de nuestra palabra apasionada conectándose con el cosmos entero y unificándose con el conocimiento de que esta unión creará un alma o una realidad nueva. Cuando hablamos apercibidos de que cada una de nuestras palabras puede crear una nueva realidad, esas palabras combinadas crearán por cierto una nueva realidad Mesiánica.
Las Dimensiones del Arca y de la Palabra
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Kolót: Al cineasta que criticó el islam
Al cineasta que criticó el islam de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Thursday, 3 de November de 2005, 12:00 | |||||
Al cineasta que criticó el islam
AYAAN HIRSI ALI por Ayaan HIRSI ALI, diputada en el Parlamento holandés por el Partido Liberal y guionista de ´Sumisión´, la película de Theo van Gogh Diario La vanguardia de España - 02/11/2005
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03 noviembre 2005
Kolót: LA VOZ DE UN CARNICERO Que pretende cultivar pepinos...pero solo con fines pacíficos...¡¡JA!!
LA VOZ DE UN CARNICERO Que pretende cultivar pepinos...pero solo con fines pacíficos...¡¡JA!! de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Thursday, 3 de November de 2005, 02:44 | |
LA VOZ DE UN CARNICERO Que pretende cultivar pepinos...pero solo con fines pacíficos...¡¡JA!!
Por Rafael T.Perez ENVIA club_de_amigos@telecentro.com.ar
De haberlo hecho, al día siguiente no habría habido en la Tierra un solo lugar seguro para los judíos...bueno en realidad sin declaraciones de esa clase tampoco existe un lugar seguro para los judíos en toda la Tierra, precisamente gracias a esas cacatúas mollejudas de la izquierda europea y a las cotorras que las preceden con explosivos entre sus negras plumas. De haberlo hecho, a Israel le habrían llovido condenas de todas partes, hasta de Venus, y sanciones y acusaciones por hacer apología del terrorismo y del exterminio y un pesado paquete de medidas severas que acabarían por asfixiar al pueblo judío en Israel. Ah pero no al iraní, a ese con un tironcillo de orejas en las llamadas a consultas de sus embajadores sobra y basta. Mundo estúpido y cretino, si Sharon hubiera hecho un llamamiento al exterminio del pueblo árabe rápidamente se levantarían las voces de las cacatúas de la izquierda europea pidiendo que fuera juzgado por criminal y por genocida y por hacer llamamientos para destruir a otra nación y borrar a todo un pueblo del mapa. Pero sin duda esas cacatúas mantendrán el pico cerrado como si no hubieran oído nada de parte del iraní como no escuchan nada cuando esos mismos llamamientos se realizan desde las mezquitas, las librerías implicadas, la prensa y la tv por todas las naciones. Así que la próxima vez que alguien llame carnicero a Ariel Sharon haré tres cosas, primero; le pediré que antes de hablar de este señor se lave la boca, segundo; lo remitiré a cualquiera de las miles de declaraciones diarias a las que nos tienen ya acostumbrados los miles de líderes islámicos en cualquiera de los países que habitan, sean estos afines a ellos o simplemente estén como ilegales camuflados en cualquiera de los estados europeos, y tercero; lo remitiré a las contundentes declaraciones del presidente iraní ahmadineyad que, sin lugar a dudas, no solo expresan lo que toda mente pensante ya tiene por cierto acerca de cuales sean, y son, las únicas y verdaderas intenciones del mundo islámico, sino que lo expresan de tal forma que debería producir escalofríos de muerte en toda conciencia europea especialmente, y en todo el mundo occidental, a la sazón el único mundo que tiene el derecho absoluto de verse a sí mismo como una civilización, porque lo otro no es otra cosa que la excrescencia protuberante y cancerosa de un estrato del pleistoceno que hace mucho tiempo debería haber evolucionado hacia mejores horizontes, especialmente intelectuales y en cualquier caso morales y humanistas. Pero no, imposible pedirle peras al olmo pues al igual que los antiguos hombres cromagnon, estos devotos de Vulcano, continuamente exigen orgiásticos sacrificios sangrientos en los que la muerte de otro semejante es lo único que calma la sed del dios, ay que la ilustrada Europa que derribó los altares del cristianismo para situar en ellos a la razón, se ve ahora impúdica incapaz de defender el pensamiento racional de los pútridos esputos de la irracionalidad. ¿Cometerá Europa una vez más el mismo error que le llevó a enterrar a cincuenta millones de seres humanos habiéndolo podido evitar a tiempo?...desgraciadamente ya ha tropezado en la misma piedra. En la oscuridad de los tiempos la historia nos relata horrendos sacrificios en los que, a veces, aunque se tardaran días enteros eran masacrados cientos de seres humanos únicamente para satisfacer las animalizadas necesidades del divino e invisible ser ante el cual se prosternaban, ¿cómo era posible el engaño de las víctimas que caminaban, además, orgullosas hacia su propia muerte? el engaño fue posible porque sus mentes eran embotadas con la verborrea mentirosa del pagano sacerdote que les prometía idílicos lugares que nadie había visto jamás, y si se trataba de enemigos se les amenazaba, aun en sus últimos instantes, con los peores tormentos del infierno. Quien realiza estas infames promesas cuya voz deposita en el aire el frío hálito de la muerte, estas declaraciones que incitan al exterminio ya no de un pueblo, el judío, sino también de otro pueblo el norteamericano, no se le debería consentir ni una palabra más, ni se le debería dejar ocupar un sillón en la congregación de las Naciones Unidas, como tampoco se le debería escuchar en tanto no se tragara su propio veneno y pidiera perdón por tales manifestaciones. Basta un loco que prenda un simple fósforo para que el fuego resultante derive en un incendio cuyas llamas devoren todo a su paso. Y frente a él estamos, la cordura frente a la locura, la razón frente a la irracionalidad, el propósito y los objetivos comunes frente al caos, el humanismo frente al odio, la reflexión frente al desvarío, el pensamiento intelectual frente a una mente perversa. No hay posibilidad de encuentro. La pretendida alianza de civilizaciones que tanto defiende el tarugo de ZP no es solo una quimera, no es siquiera la utopía de H.G. Wells, sino que es la quimera de los idiotas. De acuerdo a una vieja tradición, popularizada luego en una afamada película que mereció varios galardones, el faraón de Egipto dio la siguiente orden a su ejército, el cual acosaba al pueblo judío que estaba atrapado entre ellos y el mar rojo : "Esta no es la orden de un faraón, sino la de un carnicero, extermínalos a todos". La voz del presidente de Irán ha sido pues la voz de un carnicero y no la de un hombre, no la de un ser humano pues borrar a Israel del mapa equivale a exterminar a todos los judíos que allí viven, borrar a los EE.UU del mapa equivale a la misma cosa, exterminar a todos los ciudadanos norteamericanos ¿y luego qué? Hitler no se conformó con Chequia, ni con Austria, ni con Polonia, la historia nos enseña que los carniceros y los tiranos nunca se conforman con menos que con todo, o tu Europa despiertas ahora, o tu Europa caerás como el ídolo del sueño de Nabucodonosor, a fin de cuentas tus pies también son de barro. El odio es destructivo por confusión, por condición y por seducción, es tan inexorablemente destructivo que al final acaba destruyendo el propio origen del que surgió, se nutre de sí mismo y se revuelve siempre contra sí mismo porque el odio es el resultado de un cerebro enfermo, de una mente caótica, de una locura, y la locura empuja a quien la padece a estrellarse furibundo contra los molinos de viento que ha tomado por gigantes. ¿Quién duda ahora sobre las auténticas intenciones de Irán acerca de generar energía nuclear? ¿seguirá creyendo Europa que únicamente la desean para dedicarla a fines pacíficos? más tarde o más temprano el mundo islámico llegará a la siguiente conclusión, que mientras Israel tenga un occidente apoyando su existencia y supervivencia como pueblo histórico del planeta, con mayor o menor agrado desde luego y a la vista está, no habrá manera humana de destruirlo, así que la ecuación es sencilla de resolver, borrar a occidente del mapa, a ver donde encaja eso de borrar naciones enteras y a sus pueblos en la alianza de civilizaciones de ZP. Y francamente, me importa un rábano lo que puedan opinar de lo escrito quienes hacen del odio a los judíos o a los norteamericanos su única motivación existencial, pues si los que hablan mal de mi supieran lo que yo pienso de ellos, entonces aún hablarían peor. A quien es incapaz de comprender lo que significa la palabra -humanidad- no se le puede entregar siquiera el beneplácito de la duda pues de la misma forma que un cuerpo enfermo no puede esperar que el cáncer se avenga al diálogo y a la coexistencia junto a los demás órganos del cuerpo, a quienes solo percibe como futuros candidatos a desaparecer aplastados entre los tentáculos tumorales de cuya metástasis depende, la alianza de los órganos resultaría tan absurda como inútil en tanto ese cáncer se crea con el único con derecho a ser, a devorar, a destruir y finalmente a exterminar, y así pues; de la misma forma no puede un mundo enfermo pretender o asumir extirpar dos órganos sanos (EE.UU e Israel) y dejar el cáncer que representan las manifestaciones del presidente iraní intactos, porque al final una vez se haya completado el proceso metastásico el mundo ya más enfermo sucumbirá al mal que él mismo contribuyó a sostener y a permitir en su nefasta preeminencia sobre la razón y sobre los valores fundamentales sobre los cuales occidente descansa. Rafael T.Perez Zaragoza-España 27 de octubre 2005
POR UNA HASBARA EFECTIVA
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JUNTOS SOMOS MAS
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02 noviembre 2005
Kolót: "El documento del siglo" - una reflexión de Marcos Aguinis acerca del diálogo crisitano-judío, a partir de los 40 años de Nostra Aetate
"El documento del siglo" - una reflexión de Marcos Aguinis acerca del diálogo crisitano-judío, a partir de los 40 años de Nostra Aetate de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Tuesday, 1 de November de 2005, 19:19 | |
El documento del siglo por Marcos Aguinis, publicado en el diario La Nación (Argentina)Benedicto XVI, al día siguiente de asumir su pontificado, escribió al actual rabino de Roma, Riccardo di Segni, para reforzar la colaboración con los hijos y las hijas del pueblo judío. Cuando fue a Alemania, visitó la sinagoga de Colonia, que habían quemado los nazis. Confieso no haber podido resistir la tentación de incluir en mi primera novela el asombro que me produjo dialogar casi a diario, en un restaurante estudiantil de Friburgo, Alemania, con los teólogos que preparaban los documentos de un acontecimiento que ya llamaban revolucionario. Se trataba del Concilio Vaticano II, que, en 1962, inauguraría el papa Juan XXIII. Poco sabía el mundo de ese evento colosal y menos aún de las ideas que pergeñaban unos hombres sencillos, pero desbordantes de erudición. Más grande fue mi sorpresa cuando expresaron que se sentían felices de saber que yo era judío y conocía vastas áreas de otras religiones. Para demostrarlo, me invitaron a participar en reuniones con teólogos protestantes, de la iglesia ortodoxa griega y rusa, rabinos y hasta pensadores marxistas ateos. Era posible que entre esos personajes, cuyos nombres no registré como hubiera debido, se encontrara un entonces desconocido Joseph Ratzinger. Poco antes yo había viajado a Roma para presentar, en el Congreso Mundial de Neurología, las investigaciones que había realizado en el Hospicio de la Salpêtrière de París. En esa ocasión fui agraciado para integrar la pequeña delegación que recibió Juan XXIII en su residencia veraniega de Castelgandolfo. Allí pude conocer de cerca de esa personalidad central del siglo, tierna, informal y segura, cuyas hazañas habían empezado antes de su pontificado, como me enteré después. El Concilio refutó las sospechas de que Juan XXIII era un mero papa de transición. Su breve reinado alcanzó para provocar un giro que dio vértigo, generó serias críticas y tuvo consecuencias que aún no se pueden medir. Uno de los temas más deseados por ese pontífice eran las relaciones con el pueblo judío, a muchos de cuyos integrantes ayudó a escapar de las garras nazis hasta con métodos reñidos con la tradición. En su primer recibimiento oficial de una delegación judía, rompió las normas protocolares, descendió del trono y, abriendo los brazos exclamó con júbilo: ¡Yo soy José, vuestro hermano!. Al inaugurar el Concilio, pese a las resistencias que le oponían sus asesores para brindar un pleno reconocimiento al Estado de Israel, ordenó que la bandera de ese país flamease junto con las del resto del mundo. Juan XXIII falleció antes de la terminación del Concilio y fue su sucesor, Pablo VI, quien firmó la trascendental declaración Nostra Aetate, que pronto, el viernes 28 de octubre, cumplirá cuarenta años. Desde entonces se han realizado progresos inimaginables, pero es justo señalar ahora, con la perspectiva que ya se tiene, el coraje y la visión que inspiró a los teólogos que en aquella época dieron un aparente salto al vacío. En efecto, tras los gestos de Juan Pablo II pocas cosas dejan atónitos ahora, pero en los años 60 aún prevalecía la acusación de deicidio y, para muchos cristianos, era un orgullo exhibirse con impudor antisemita. Nostra Aetate, en el sector referido a las relaciones judeocristianas, realiza varias afirmaciones que en su momento causaron estupor y, aunque ahora no sorprenden, no deberían cesar de repetirse. Primero, los judíos son todavía muy amados de Dios, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación. Segundo, lo que en su Pasión (de Cristo) se hizo, no puede ser imputado ni indiscriminadamente a todos los judíos que entonces vivían, y menos a los judíos de hoy. Tercero, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución en contra de los hombres, consciente de su patrimonio común con los judíos e impulsada no por razones políticas sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona en contra de los judíos. La hondura teológica, filosófica y doctrinal de esos puntos ha hecho correr ya mucha tinta y fue acompañada por sucesivas decisiones, como la de Pablo VI al crear, en 1974, una especial Comisión para las Relaciones con el Judaísmo, asociada a las relaciones por la unidad de los cristianos, distinción que no fue extendida a otras religiones. Esta decisión fue acompañada por una visita de 18 días al Estado de Israel por el secretario de la Comisión, para comprender el indisoluble vínculo histórico y teológico que anuda a los judíos de todos los tiempos con la tierra de sus ancestros. En los años ochenta se publicó el texto Acerca de una correcta presentación de los judíos y el judaísmo en la predicación y en la catequesis de la Iglesia Católica. Por primera vez se intentaba dar cuenta de la espiritualidad desarrollada por el judaísmo en forma independiente del cristianismo y de los prejuicios que segregaba la vieja óptica. El papa Juan Pablo II enfatizó, al presentar ese documento, que la antigua Alianza nunca ha sido revocada. Las relaciones entre cristianos y judíos deben ser íntimas. Hay que refutar las imágenes distorsionadas que prevalecieron durante siglos sobre el judaísmo, como si fuese una religión fracasada o un resabio del pasado que debía perecer. Existe la obligación de condenar la teoría placentaria, es decir, la teoría de que Israel tuvo sentido para dar nacimiento al cristianismo, pero luego debía ser arrojado al recipiente de los objetos inservibles. Para vigorizar el énfasis, una de las porciones del texto subraya que Jesús es judío y lo es para siempre. Además, ese concepto inicia una vasta consideración sobre las relaciones de Jesús con la Torá, los profetas, el Templo de Jerusalén, las sinagogas y la cultura judía de su época. En el campo de la liturgia, el documento destaca la raíz judía del cristianismo y sus rasgos paralelos en el culto. Afirma, contra viejas leyendas, que la historia del judaísmo no concluye en el año 70, cuando las legiones romanas demolieron el Templo y convirtieron en ruinas a Jerusalén, sino que es necesario abandonar la concepción de pueblo «castigado», apenas mantenido como excusa viviente de la apologética cristiana. Juan Pablo II visitó la sinagoga de Roma, reconoció al Estado de Israel y le rindió una visita impresionante. En esa visita decidió imitar y rebajarse al nivel de los judíos que durante centurias de burlas, humillación e impotencia iban a dejar mensajes en el Muro de los Lamentos. Los llamó nuestros hermanos predilectos y, en cierto modo, nuestros hermanos mayores en la fe. Benedicto XVI, al día siguiente de asumir su pontificado, escribió al actual rabino de Roma, Riccardo di Segni, para reforzar la colaboración con los hijos y las hijas del pueblo judío. Cuando fue a Alemania, visitó la sinagoga de Colonia, que habían quemado los nazis. No obstante los esfuerzos de la Iglesia Católica y el creciente diálogo interreligioso, el antisemitismo ha vuelto a resurgir. Lo hace cambiando el disfraz de sus argumentos, como desde hace siglos: porque los judíos son ricos o son pobres, porque son poderosos o son indigentes, porque se integran y porque no se integran, porque son inteligentes o porque son una raza inferior, porque se dejan llevar al matadero o porque se defienden. Porque bogas o porque no bogas. Lo cierto es que a cuarenta años de la declaración Nostra Aetate se debe tener la honestidad de reconocer que ese documento marcó un hito en la historia humana. Instaló a la Iglesia en la vanguardia de un vínculo fraternal con el pueblo y la fe de los cuales brotó. Fue un ejemplo restallante, porque luego del Concilio Vaticano II se manifestaron otras denominaciones y ahora es posible aplaudir, por ejemplo, la elocuente Declaración sobre el antisemitismo de la Comisión Luterana Europea. Pero no es menos vigorosa, completa y descarnada la Declaración de la Alianza de los Bautistas, porque arde con el fuego de Sodoma y Gomorra, y estremece por su síntesis. Desde el primer párrafo afirma sin rodeos y sin anestesia que hemos sido los trasmisores de una teología de culpa a los judíos por la muerte de Jesús; una teología que extrapoló la polémica antijudía del contexto que prevalecía en el primer siglo; una teología que usurpó para la Iglesia las promesas bíblicas y las prerrogativas otorgadas por Dios a los mismos judíos; una teología que ignora diecinueve siglos de desarrollo espiritual judío y considera a los judíos contemporáneos versiones modernas de sus correligionarios de aquel primer siglo; una teología que ve al pueblo judío como simple pieza de un ajedrez escatológico; una religión que prefirió la conversión antes que el diálogo, la calumnia antes que la comprensión y el prejuicio antes que el conocimiento; una teología que no reconoce la vitalidad, la actividad y la eficacia de la fe judía. Estos gestos cristianos han obtenido una sustanciosa respuesta de rabinos y académicos en el año 2000, por medio de la Declaración judía sobre los cristianos y el cristianismo, conocida como Dabru Emet. En ocho puntos de coincidencias muy vigorosas y reales se explicitan los puentes que unen a ambas comunidades. El texto culmina con la manifestación de que los judíos y los cristianos reconocen, cada uno a su manera, que la situación de no redención del mundo deriva de la persecución y de los agravios que infligen la pobreza, la degradación humana y la miseria. Como predicaba la ígnea voz de los profetas, lo que importa es la acción sustentada en la ética, buscar la espiritualidad mediante la realización del bien y condenar sin rodeos cualquier manifestación de odio. Nostra Aetate se basó en la ética, sembró el bien y ha conseguido diluir muchos venenos del odio. No disimulo mi emoción al celebrarla. |
01 noviembre 2005
Kolót: la inmolación homicida (o la dudosa astucia de la sinrazón)
la inmolación homicida (o la dudosa astucia de la sinrazón) de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Monday, 31 de October de 2005, 23:56 | |
la inmolación homicida (o la dudosa astucia de la sinrazón)Por Diana Cohen Agrest· Para La Nación
Hegel creía que los grandes hombres no fueron sino meras herramientas al servicio de la historia, guiados por una especie de titiritero cósmico que iría moviendo los hilos de un proceso a lo largo del cual la libertad se iría realizando en el mundo, instalándose en los pueblos y en los individuos. También decía que lo particular es, casi siempre, demasiado pequeño frente a lo universal; es así como los individuos quedan sacrificados y abandonados en aras del devenir. Y que nada grandioso se realiza en el mundo sin pasión: los amores y los odios, los sacrificios y hasta las miserias de un Napoleón o de un Alejandro Magno no son sino momentos de esa liberación. Impulsados en su pequeñez por razones, las más de las veces tan egoístas como inexplicables, los grandes hombres fueron dirigidos por una especie de espíritu universal hacia la realización de dicho fin liberador. A este dispositivo cósmico, Hegel lo llamó la astucia de la razón. Muy, pero muy distante de esas figuras, sin nombre, sin lápida siquiera, el suicida musulmán, en su inmolación homicida, es guiado por una razón pervertida, una sinrazón que pese a ser pensada, creada y dirigida por pasiones humanas, promete un más allá tan imposible de verificar como de falsar.Se dice que el suicida homicida es un tipo de bomba guiada por dos ojos y un cerebro. Antes de inmolarse, se graba un video donde se lo escucha afirmar: Soy un mártir vivo. El propósito de la grabación es doble: despedirse de su familia que tras su muerte, ofrecerá una celebración donde es felicitada por sus allegados. Pero fundamentalmente, la grabación frente a una cámara de video es un acto de compromiso personal que se hace público, y señala un punto de no retorno. A partir del acto suicida, y jerarquizados por su misión, se honra a sus familiares con honores y alabanzas, y se la recompensa terrenalmente y al contado. Y en lo que toca al más allá, se les asegura a setenta de estos parientes el privilegio de la vida en el paraíso. El atacante no se queda atrás, pues obtiene unos cuantos beneficios para sí mismo, entre otros, la promesa de vida eterna en el paraíso; el permiso para ver el rostro de Alá; y el servicio de setenta y dos jóvenes vírgenes que lo servirán en el cielo. Lo que no es poco. Estas recompensas se enraízan en la cultura musulmana, donde la tradición del martirologio puede ser rastreada desde sus inicios. Mahoma guió a sus seguidores hacia la Guerra Santa, enseñándoles, según los versos del Corán, a luchar contra los infieles. En la aleya 74 de la sura 4 se lee: Quienes cambian la vida de acá por la otra, ¡combatan por Alá! A todo aquel que combatiendo por Alá, sea muerto o salga victorioso, le daremos una magnifica recompensa. La tradición sostiene que toda vez que alguien muere, un ángel se hace presente y lo interroga sobre los pecados cometidos con el propósito de decidir si es merecedor del paraíso o del infierno. En una muerte por martirologio, el alma no se confronta con esta angélica investigación, y accede directamente al paraíso. Así se explicaría, en parte al menos, que los ejércitos musulmanes pelearan en defensa de la fe, amparados en la creencia de que todo aquel que pereciese en batalla, tendría garantizado su acceso al paraíso.
La vida devaluada
Pese a que, en principio, quitarse la vida o quitar la de los otros es haram (prohibido por la religión) y, dado este estatuto, requiere del permiso divino, en este escenario sacrificial, amparados en su fe y en la protección de Alá, todo aquel que participa de un ataque no es considerado un suicida, sino un mártir que lleva a cabo el cumplimiento de un mandato religioso durante la Jihad o Guerra Santa. Las razones que legitimarían los suicidios homicidas tras el velo de un encomiable martirologio presentan más de una arista. Una de ellas alega una suerte de estado de necesidad fundado en la existencia de una situación excepcional en la cual, ante un grave peligro, se prescinde de la ley y se excusa el daño inferido. Es así que excepcionalmente, durante la Jihad, el suicidio y el homicidio son permitidos, dado que esta situación es considerada un caso extraordinario. Jihad significa literalmente hacer un esfuerzo, luchar. Es un concepto muy importante del Islam que no significa exclusivamente luchar en el campo de batalla, sino que también se vincula con los actos de purificación espiritual individual, y con el esfuerzo por mejorar la calidad de vida de la sociedad. Dado que quienes se enrolan en esta clase de actos aspiran, en principio, a ascender junto a Alá en el más allá y a luchar en contra de la opresión de su pueblo en la vida terrena, con su muerte ambos propósitos asociados a la salvación se cumplen. Por cierto, en el marco políticamente radicalizado del Islam, los ataques suicidas no son vistos como actos cobardes como se los retrata a menudo en Occidente sino como una forma de resistencia, a su juicio, legítima. Violencia mediante, esta forma radicalizada del fundamentalismo islámico como movimiento trasnacional confiere a lo que no es sino un grupo minoritario, una ideología de resistencia que aspira a perpetuar una identidad tradicionalmente ajena a la libertad. Pero, según solía citar Hegel del Cantar de los Cantares, no hay nada nuevo bajo el sol: el filósofo alemán sostuvo que las culturas de Oriente habrían representado la infancia de la humanidad, caracterizada por la ausencia de libertad. Los orientales, advertía, no saben que el hombre como tal es libre, y, como no lo saben, no lo son. El individuo, pues, es absorbido por el Estado y en la relación individuo-colectividad prevalece la comunidad. Es sabido que el temor a la muerte fue uno de los grandes motores de la historia. Pero el terrorista suicida venció ese temor. Y en rigor de verdad, el poderío del terrorismo islámico radica en su persuasión de que la vida no vale nada, una creencia donde no sólo se transgreden los límites de la racionalidad sino los del más elemental instinto de vida, compartido por el hombre con todas las otras especies de la naturaleza. Pero ese acto sacrificial deviene otro instrumento político en manos de poderosos, donde se transgreden las normas éticas más básicas: el respeto de la vida del otro. La guerra, al fin y al cabo, es un asesinato en masa legitimado, donde -según la expresión de Jean-Paul Sartre, son los ricos los que hacen la guerra y los pobres los primeros que mueren por ella. Y es un asesinato sea cual fuere su estandarte. Se ha dicho que Occidente está cosechando locura. Ha sembrado locura y recoge lo que sembró. Y para peor, continúa sembrando locura: en el nuevo escenario de Londres, un inmigrante brasileño comete el pecado de portar ropas holgadas y una mochila al hombro. Confundido con un terrorista, es víctima de un error. Es cierto: nadie puede saltar más allá de su propia sombra, y carecemos de la perspectiva que sólo otorga la Historia para poder juzgarla. Pero carentes de grandeza, tan distantes de los grandes hombres como los mismos suicidas, difícilmente los protagonistas de Occidente de esta gesta sean dirigidos por algún espíritu universal. Espíritu neutralizado si lo hay, casi reducido a la nada, o simplemente en descanso sabático. La astucia de la razón sustituida implacablemente por una dudosa astucia de la sinrazón. O sea, una razón pervertida que, en lugar de encaminarse hacia la libertad, en estos tiempos de apocalipsis bacteriológico, se encamina hacia su ocaso. |