EMOR - El Sentido de lo Imposible, por Malcah 5767 de Josefina Navarro - Thursday, 8 de May de 2008, 22:16 | |
B''H De Malcah para la Quebutzah
Comentario a la Parashah Emor del día 5 de mayo de 2007 17 de Iyar de 5767 31 del Omer
EMOR
EL SENTIDO DE LO IMPOSIBLE
El precepto toraico que más comentarios ha suscitado y más indignación ha provocado, fuera del mundo israelita, a lo largo de la Historia, es, sin ninguna clase de duda, el "Ojo por ojo; diente por diente" que se encuentra enunciado por segunda vez (la primera fue en Shemot 21/18) en el capítulo 24 de Vayqrá (Levítico) que vamos a leer esta semana, al final de la Parashah "Emor" (o sea "di").
Por lo general, el Eterno se expresa en los términos siguientes, cuando ordena a Moshé que transmita Su Voluntad al pueblo: "Habla a los Hijos de Israel para decir " pero, esta vez, se limita al simple "Emor el hacohanim " ("dí a los sacerdotes"). Esta inacostumbrada brusquedad en el lenguaje de Hashem no deja de resultar vagamente inquietante y nos induce a leer el texto con temor acrecentado.
Desde luego, y a pesar de todas las prescripciones relativas a las grandes festividades, la muerte y los defectos físicos son un tema recurrente a lo largo de la Parashah, cuyo tono general, como lo venimos indicando, es bastante crispado.
Si volvemos al principio de la parashah, constataremos que Hashem restringe el luto de los sacerdotes a los parientes más próximos. Es éste un mandato que, si lo leemos con atención, nos dará más indicaciones valiosas sobre la intención que preside al enunciado. Cuando murieron sus hijos, Aharon, por ser sumo sacerdote, no pudo enlutarse. Hashem se lo prohibió porque los cohaním Le están consagrados a Él. Sus ataduras terrestres son secundarias. Ellos son utensilios, herramientas, vestimenta, incluso: vasos. En hebreo esto se dice "keli", palabra cuyas consonantes suman 60, que también es el valor numérico de la palabra "Halajah" que indica el camino de la obediencia a la Torah. En cuanto a la expresión "Lo-itamá" que significa "No se hará impuro" suma 91 como "eved-yah" (servidor del Eterno).
Dicho en otros términos, lo que quiere el Eterno es que sus sacerdotes Le estén completamente dedicados a Él, Que, como dice y repite en muchos textos, es celoso. Su absoluta perfección no admite mezcolanzas. Sin embargo, Él es misericordioso, sabe que habiendo condenado al ser humano a vivir en una dimensión de imperfección que le vela la existencia de la unidad con Él, ha hecho indispensable una indulgencia que haga soportable la fragmentación de la conciencia en percepciones múltiples. Por lo tanto, Él hace concesiones tales como "los Cohaním podrán impurificarse por sus parientes más próximos", pero nunca deberán olvidar que estas concesiones son pura bondad del Amo, a Quien en este mundo no se puede servir totalmente, por muy "Eved-yah" que se sea.
Los versículos siguientes del capítulo 21 mencionan la prohibición absoluta del duelo para el Sumo Sacerdote que no deberá penetrar en una habitación donde hubiera un muerto aunque fuera su padre o su madre (de la esposa no habla), y, a continuación se enumeran los defectos físicos que incapacitan a un aharonita para oficiar en el santuario. Solas la pureza y la perfección permiten a un ser humano acceder a esta relación privilegiada con el Eterno que es el sacerdocio.
Sin embargo, los sacerdotes son seres humanos que pueden perder la pureza y la perfección y no sólo por pecado, intencionado o no, sino por accidente o enfermedad. Queda pues patente que, en este mundo, la santidad es un esfuerzo hacia la santidad, pero nada más. Por mucho que se afane el ser humano, por muy admirable y ejemplar que sea su conducta, no conseguirá salvar el infinitesimal e infinito abismo que le separa del Eterno, porque los seres humanos son mortales, incluso el Sumo Sacerdote, y la muerte es impura, es la impureza misma.
Los mismos animales destinados a ser sacrificados, deben ser físicamente perfectos y deben ser consumidos en el mismo día de su muerte para evitar el deterioro. Todos estos preceptos están destinados a mantener un nivel básico de pureza. Esto es lo que puede hacer el ser humano para respetar la Santidad del Eterno, que es lo que significa la expresión "seré santificado en medio de los hijos de Israel".
Resumiendo: los preceptos que permiten a los seres humanos respetar la santidad divina se pueden cumplir y por este cumplimiento, que encuentra su máxima expresión en el culto sacerdotal, todo el pueblo puede tener la consideración de santo a los Ojos del Eterno, siempre que guarde el shabbat y las fiestas de peregrinación al Santuario. El shabbat, cuya prescripción se repite al final del capítulo 22, porque es una relación individual que asemeja a cada persona con el Sumo Sacerdote y las grandes festividades porque representan lo mismo a nivel colectivo y, al obligar a los varones a acudir al Templo, les garantiza el contacto con los sacerdotes y el culto.
Todo esto lo llegamos a entender y su perfección nos maravilla; la inmensa benevolencia del Eterno que nos arropa, nos guía y acepta nuestros esfuerzos nos llena de confianza y de gozo, pero, al mismo tiempo, tomamos la medida de nuestra pequeñez. Comprendemos que, por mucho que nos afanemos, no lo haremos todo muy bien, en algo fallaremos y precisaremos de Su Misericordia. Si somos sinceros en nuestra devoción, Él nos la concederá, de esto no hay duda, pero nos seguirá abrumando el sentimiento de nuestras limitaciones frente a la inmensa sabiduría del Creador. Él nos guía por el camino del recto proceder y también, del recuerdo y de la expiación. El capítulo 23 de Vayqra contiene instrucciones referidas al primero de Tishri (hoy en día, lo celebramos con Rosh Hashannah) y el Yom Kipur, día de las expiaciones durante el cual el Sumo Sacerdote decía al pueblo: "Sois puros", transmitiendo así a los israelitas la magnánima decisión del Eterno.
Cualquier persona que ha hecho el Yom Kipur conoce este sentimiento de vergüenza que se apodera del alma al enumerar los pecados cometidos, esta esperanza filial en la Benevolencia divina y esta alegría incontenible que caracterizan el día en el que las puertas del cielo están abiertas. No podemos salvar la distancia que nos separa de Hashem, pero Él sí, puede inclinar-Se hacia nosotros.
Como lo venimos observando, todo a lo largo de esta parashah de Emor, el tema de la incapacidad humana para unificarse realmente con la Santidad Suprema subyace en el texto bajo la avalancha de preceptos que incluso cumpliéndolos sin el menor fallo siguen siendo el vivo testimonio de una ambivalencia. En efecto, las mismas prescripciones que nos permiten atraer las bendiciones del Eterno nos recuerdan la imposibilidad de merecerlas. Tal vez sea precisamente esta noción de imposibilidad lo que el Eterno quiera grabar en nuestros corazones para evitar que vayamos tomando la religión por una transacción entre iguales.
Dijimos al principio de este comentario que Hashem muestra cierta severidad, cierta vehemencia en los capítulos que componen la parashah. A este respecto es interesante observar que, al principio del capítulo 24, después de unas indicaciones sobre las lámparas del Santuario, o sea, la presencia de la luz en medio de Israel, y otras sobre las ofrendas vegetales que nos retrotraen a la vida edénica, se relata, en un cambio abrupto, un incidente aparentemente sin relación alguna con lo que precede: una pelea entre dos hombres, siendo que uno de los dos profiere blasfemias y es condenado a muerte. Desde luego, esta tragedia tiene mucho en común con la muerte de los hijos de Aharon y se da en circunstancias parecidas. La diferencia, en el fondo, es mínima. El blasfemo viola la pureza del santuario que es la Presencia Divina en el alma colectiva, como los hijos de Aharon la violaron en el santuario.
Una vez más Hashem nos muestra que la desobediencia y la falta de respeto se dan de continuo entre los seres humanos. En el mismo momento en que Él acaba de dar instrucciones precisas que garantizan una supervivencia dichosa a las criaturas, ellas ya están pecando; igual ocurrió en el Gan Eden. El tener conciencia de nuestra incapacidad para cumplir cabalmente con la Voluntad Divina nos mantendrá siempre en un estado de sanísima alerta, porque el pecado acarrea castigo o exige expiación para ser perdonado. El mismo rey David, el Amado del Eterno, su Ungido, tuvo ocasión de comprobarlo: el Eterno le dijo: "La espada no se apartará de tu casa". Es decir, que la violencia que había usado contra el marido de su amante, se volvió contra él. "Ojo por ojo". El daño que hacemos a otros, nos lo hacemos a nosotros mismos. Es ley de perfección, es ley divina para mantener el equilibrio cósmico, psíquico y espiritual. Pero la Misericordia también es ley divina y tiene por misión templar el rigor de la absoluta Lógica. Por eso, el Eterno nos ordena el "ojo por ojo", pero hace su aplicación imposible. Hay cientos de razones que impiden esta aplicación. Daré un ejemplo o dos: "¿qué se hace si un ciego ha dejado tuerta o ciega a otra persona?", "¿cómo saber si al reproducir la fractura se le hace al ofensor un daño mucho mayor de lo que él ha hecho a su víctima?" Estas cosas pueden ocurrir. "¿Y si no se encuentra a nadie que quiera actuar de verdugo?" En Israel, la pena de muerte se inflige colectivamente. No hay verdugo designado o voluntario.
Es evidente que el enunciado "Ojo por ojo" es una expresión destinada a producir una impresión violenta sobre la psique para obligarnos a recordar que el daño nos lo hacemos a nosotros mismos y que si la víctima nos lo devuelve sin contemplaciones no es culpable. ¡Aviso! Pero la imposibilidad de cumplir con este precepto a nivel social, la obligación de recurrir a una compensación económica como lo sugiere el versículo 18, nos recuerda que cualquier componenda con la deslumbrante visión de lo que hemos hecho de verdad, no es sino una reparación parcial del daño causado.
Es cierto que la compensación económica es más útil a la víctima que la mutilación de su ofensor y evita que la colectividad cuente con dos mutilados o dos lastimados en vez de con uno solo. Pero, y este aspecto tampoco se puede dejar a un lado, que la compensación económica obstaculiza el hermanamiento del agredido con su agresor. No compartirán la invalidez, una vez pagada la indemnización, el agresor considerará al agredido resarcido y no se hará más preguntas.
La imposibilidad de aplicar al pie de la letra la ley del talión y nuestro profundo rechazo moral a su brutalidad deberían inducirnos a la no violencia, recordándonos que cualquier arreglo que se encuentre para obviarla es un apaño bastante imperfecto.
Gracias a la Misericordia Divina la ideología de la no violencia va ganando terreno en el mundo. ¡Quiera Hashem que contemplemos su realización pronto, en nuestros días!
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