27 diciembre 2005

parashah: Parashát Mikéts, por Rav Daniel Oppenheimer: Entre hermanos

Parashát Mikéts, por Rav Daniel Oppenheimer: Entre hermanos
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Tuesday, 27 de December de 2005, 00:54
 
Parashát Mikéts
ENTRE HERMANOS...

por Rav Daniel Oppenheimer

Uno de los aspectos más relevantes de la vida actual es la explosión del avance de la tecnología. Hoy tenemos máquinas para todo. Y una de las cosas más interesantes es que los artefactos son cada vez más pequeños. Un pasa-casetes, que antes requería que se lo sostenga con ambas manos, ahora cabe en el bolsillo de la camisa, el teléfono que antes ocupaba un lugar importante en la mesa, hoy cabe en la palma de una mano y una calculadora cabe dentro de la billetera.
Por otro lado, los manuales de instrucción de los dispositivos que antes podían consistir en una sola hoja, hoy se convirtieron en compendios complejos de instrucciones. Lamentablemente nuestros hijos no nacen con un manual de instrucciones y, aun si así ocurriera, este contaría con muchos tomos que nunca llegaríamos a leer. De todos modos, hay un aspecto de la crianza que confunde a muchos padres más que cualquier otro: la rivalidad entre los hermanos.
 
“Dijo Rabba bar Majasia en nombre de R. Jama bar Guria en nombre de Rav: Una persona nunca debe tratar a un hijo en forma diferente que a los demás, pues por el peso de dos monedas adicionales que gastó nuestro patriarca Ia’acov (por la túnica de colores que adquirió para Iosef a diferencia de sus hermanos), estos lo envidiaron y esto condujo a que nuestros padres terminaran esclavizados en Egipto” (Talmud Shabbat 16sonrisa. Los Tosafot (comentaristas franceses y alemanes del Talmud de los siglos XII y XIII) explican que, dado que D”s ya había vaticinado a Avraham que sus descendientes serían siervos en tierra ajena, los judíos hubiesen estado esclavizados en Egipto de todos modos, pero, motivada por esta envidia, esa aflicción llegó a ser mayor de la que hubiese sido de otro modo.
 
El Dr. Meir Wikler (Partners with HaShem – Mesorah/Artscroll), trae en su libro cuatro valiosas reflexiones acerca de este tema basadas en esta sentencia de los Sabios, que quiero aportar a continuación. Sin embargo, antes de continuar es menester hacer saber que nosotros no tenemos analogía o aproximación a la vida espiritual de nuestros patriarcas y que cuando los Sabios hacen alusión a una falla en su conducta se refieren a una mínima hendidura en su carácter, que en nuestra conducta cotidiana de grandes altibajos, ni siquiera se hubiera percibido. No obstante, como veremos a continuación, no dejaron de hacernos saber esta cuestiones para ayudarnos a corregir nuestras conductas a partir del ejemplo de sus vidas íntegras y virtuosas.
 
Responsabilidad de los padres
En primer lugar, hace alusión a que si los Sabios nos dicen que Ia’acov tuvo ingerencia en la situación, es porque como padres debemos tener en cuenta que está en nuestras manos hacer algo al respecto. Cada uno de los hijos ocupa una posición distinta en la familia, que ellos no eligieron: alguno es el mayor, otro es el menor. El mayor tiene ciertos privilegios que no tienen los demás que aún no llegaron a su edad. El menor, por otro lado, goza de cierta condescendencia que suele ser desaprobada por sus hermanos mayores que se sienten molestos por las dispensas que se le otorga por ser el bebé. Los que suelen estar en una posición aun más complicada son los hijos del medio, o los llamados “hijos sándwich” (en familias numerosas, este título puede aplicarse a varios de los niños en distintas etapas de la vida). Siendo que no poseen las libertades de los mayores ni las franquicias de los menores, se sienten automáticamente relegados. Para que esto no ocurra, bien pueden los padres adelantarse a los hechos y hacerles sentir que, bajo ninguna circunstancia se los olvida a ellos. Dedicarle un tiempo especial y único a él, brindarle elogios por el esfuerzo que hace y felicitarlo por los logros aun si fuesen pequeños, encomendarle tareas para que se sienta importante y útil, son algunas de las posibilidades.
 
Consecuencias a largo plazo a causa de la rivalidad entre hermanos
El hecho que los Sabios expusieron una relación entre los sucesos acaecidos en el hogar de Ia’acov y la posterior esclavitud en Egipto, a pesar de tantos años que transcurrieron entre un incidente y el otro, nos hacen ver la repercusión que tienen nuestras acciones (que frecuentemente no estamos dispuestos a reconocer). En su actividad de terapeuta, el Dr. Wikler nos relata de una situación corriente: una señora adulta, con un cargo directivo (en este en una escuela), que guardaba una complicada relación con cierta maestra y que, después de varias sesiones, pudo remontarse a un vínculo mordazmente competitivo de su niñez entre sus hermanas y ella..
 
Universalidad de la rivalidad
“El problema de muchos, es medio consuelo” (Sefer HaJinuj 331) – en estas tierras se suele decir “consuelo de tontos”. Mientras los padres sospechen que la rivalidad entre sus hijos es una excepción y perciban vergüenza y frustración por la situación doméstica, casi seguro que este desengaño conduzca a que se sientan culpables y quieran forzar la situación, causando aun más dolor a los propios hijos. Conocer la generalidad de este fenómeno, permite a los padres tomar una actitud más objetiva y tranquila, ayudando así a sus hijos a encontrar una solución viable a sus “peleas”.
 
Tratar a los hermanos con justicia
“¡¿Por qué siempre me pedís a mí que lo haga y nunca se lo pedís a él?!” “¡¿Por qué a mi siempre me castigas y nunca a él?!” Estas quejas suelen ser comunes “en los mejores hogares”. Los niños no dejan de responsabilizar a sus padres tildándolos de injustos cuando se sienten que no “les tocan” las mismas ventajas que presumen que gozan los hermanos. Como padres nos preguntamos: ¿acaso no es eso lo que se nos enseña a partir de la historias de Iosef: la obligación de ser justos con nuestros hijos?
Sin duda. Los padres debemos ser justos con respecto a nuestros hijos. Sin embargo, esto no significa que podamos hacer que nuestros hijos sean iguales uno al otro. La diferencia de edad, capacidad, contexto, etc. hace que no se pueda tratar la circunstancia de uno del mismo modo que la del otro. Los Sabios no nos dijeron que tratemos a todos de modo uniforme, sino que le demos a todos la misma reflexión e importancia. Cuando es posible, se debe repartir los manjares de modo parejo. Lo cual no quita que cada uno de ellos piense que el otro recibió una porción más generosa. (Esto se puede resolver dándole a uno de ellos la oportunidad de cortar la torta en partes iguales y darle a los demás la posibilidad de elegir primero la porción que quieran...)
Sin embargo, cuando por alguna razón no es posible darles el mismo trato, los padres no deben sentirse culpables del tema y deben obrar de acuerdo a lo que la situación exige. Esto no quita que intenten hacer participar a los niños de los motivos que causan las diferencias y brindar las explicaciones pertinentes para bajar el nivel de ansiedad. Si los padres mantienen esta postura con aplomo, se les permitirá a los niños darse cuenta que “justo”, no necesariamente significa “igual”.
Sin embargo, existe un tema que es más dificultoso que el anterior. Se trata de las peleas entre los niños. Uno de ellos acude al papá o a la mamá exigiéndole que interceda o castigue a su hermano por alguna razón.
Los padres creen que es su obligación juzgar el diferendo que surgió entre los chicos y poner la casa en orden. El problema es que los padres no estuvieron cuando ocurrió la pelea y siempre ambos aluden a que “el otro la empezó”. Y aun si estuviesen presentes cuando sucedió la pelea, esto no significa que ellos supieran los sucesos anteriores que provocaron el incidente. (Tampoco ven lo que sucede debajo de la mesa...). Los niños (como los grandes) tienen códigos muy personales e íntimos por medio de los cuales se comunican y se saben ofender.
Digamos que los padres supusieran que sí tienen una idea clara de lo que aconteció, ¿podrían en ese caso arbitrar la discusión entre los hijos?
Seguramente que no. Los niños especulan en estos casos, para ver de qué manera los padres encararán la situación. Todos los niños desean ser amados por sus padres continuamente. Sin embargo, ellos no cuentan con un censo del “rating” que tienen a ojos de su padres. En situaciones en que por alguna razón ese amor podría cuestionarse (como por ejemplo, en caso que no le brindaran la suficiente atención, los niños pueden llegar a ponerse en una posición en la cual “obligan” a sus padres a demostrar que sí les importa los vaivenes de su vida. Cuando un padre decide en una situación de conflicto a favor de uno de los hijos y en contra del otro (a quien castiga), aun así el primero seguramente creerá que no fue favorecido lo suficiente mientras que el otro creerá que fue castigado arbitrariamente. A su vez, esto provoca que el primero repita el ejercicio del conflicto para lograr más atención de sus padres.
La respuesta, dice el libro “Zriá uBinián beJinuj” de R. Shlomó Wolbe shlit”a, consiste en permitir que los niños arreglen su situación por sí mismos (cita la opionión del Ros”h que dice: “no intervengas en una discusión que no te pertenece. Las partes terminarán arreglándose solas, mientras que tú saldrás con la disconformidad de ambas”). La “buena atención” de los padres deberá brindársele por otros medios para evitar que busquen ser notados por este medio negativo. (Esto también tiene sus límites y se aplica con niños que ya tienen cierta comprensión y no con bebés. A su vez, esto no libera a que los padres puedan o deban separar a las partes cuando hay agresión física o verbal, sin por eso decidir a favor de uno o de otro.)
Muchas veces los padres pueden estar tentados a tratar de indagar a partir de la conversación con sus hijos acerca de los “porqués” de la pelea. Sin embargo, estos debates no suelen conducir a buen puerto. Ningún niño querrá acusarse a si mismo, ni tampoco debiéramos incentivarlo a que lo haga (al estilo inquisitorio). Es muy posible que ni siquiera se acuerde exactamente de cómo se dio la situación de la riña. Más importante sería platicar con ellos acerca de cómo se puede evitar estas situaciones en el futuro, de cómo emplear mejor el tiempo (en lugar de pelearse), de si realmente queremos llevarnos bien como hermanos.
Lo más importante en todo esto, es el llamado de atención de los hijos hacia los padres en el sentido del interés que deben recibir de ellos por medios razonables y no desafiantes.
El Rav A. Twersky shlit”a (“Positive Parenting” Mesorah/Artscroll), subraya que el núcleo familiar es el primer microcosmo de la sociedad a la que ingresa el niño. En ese espacio, en donde se educa para el futuro, se encontrará con personas que ocupan distintos roles. Con ellos se relacionará en la manera más variada. En ese ambiente singular, coexisten simultáneamente la aproximación, los roces y la competencia entre las partes, intromisiones en zonas “particulares”, poder, status y modelos mejores y peores.
Cuando posteriormente las personas alegan que “se llevan mal con la familia, pero que afuera están bien”, tengo mis serias dudas. ¿No será que ese “llevarse bien con gente de afuera” se trate de vínculos superficiales y efímeros? El manejarse bien con la familia inmediata, va mucho más lejos que simplemente “portate bien con tu hermano”. Es la base del futuro matrimonio en el cual la durabilidad del afecto y del compromiso es un ingrediente esencial. Es el Shalom Bayit, la paz hogareña que se debe construir con mucho esmero y amor.

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