08 diciembre 2005

parashah: Parashát Vaietsé, por Rav Daniel Oppenheimer: Si yo lo supiera, te lo diría

Parashát Vaietsé, por Rav Daniel Oppenheimer: Si yo lo supiera, te lo diría
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Thursday, 8 de December de 2005, 03:57
 Parashát Vaietsé
SI YO LO SUPIERA, TE LO DIRÍA

por Rav Daniel Oppenheimer

La censista tocó el timbre aliviada. Era el último departamento que debía censar. Habían sido dos jornadas difíciles de trabajo y aún le quedaba pasar los datos de las encuestas a sus planillas, pero su clientela había respondido bien. Para acelerar la tarea, había logrado adelantar llenando parte de los folios en su casa.
Siendo temprano un domingo a la mañana, se sintió molesta de tener que tocar el timbre. Sin embargo, la señora que la atendió muy atenta, se veía despierta y levantada hacía rato. “Vengo por el censo” – dijo. “¡Como no, pase!” – respondió la dama. “No, no se moleste, lo hago de parada, igual es corto. Son diez minutos no más”.
La dueña de casa no insistió. “Bueno.... a ver... ¿cuántas personas habitan en esta vivienda?” comenzó.
“Somos doce” – respondió la señora.
“No, no me refiero al edificio... solo sus hijos y su familia que vive con Ud. en el departamento...”
“Somos doce” – respondió nuevamente la señora – “en nuestra familia”. La censista no pudo fingir su sorpresa buscando entre sus papeles: “Bien. Creo que voy a necesitar algunas planillas más de las que preparé...”
Durante 50 minutos estuvieron llenando los datos mientras los niños de la casa miraban curiosos lo que estaba sucediendo. Parecía no terminar.
Después de varios suspiros y un poco de dolor en las piernas, la censista pudo concluir: “creo que terminamos. Si no le molesta, querría hacerle una pregunta personal”. La mujer asintió con la cabeza. “¿Porqué Uds. tienen tantos hijos?” – indagó con un sesgo de lástima y de preocupación en su tono de voz. Ella siempre había imaginado que las familias numerosas eran aquellas de bajos recursos, con los niños descuidados y mal vestidos. Aquí se encontraba por primera vez con una señora de un aspecto pulcro, alegre y tranquilo. La señora de la casa la miró y respondió con una pregunta: ¿Ud. no tiene hijos?” “Tengo dos: Tadeo de doce y Lucas de siete – y basta” – contestó la censista. - - “¿Por qué tuvo dos hijos?” - reiteró la señora.
- “¡¿Cómo: ‘¿por qué dos?’ ? - ¡con dos es más que suficiente!”
- ¿Por qué decidió tener a sus hijos? - insistió una vez más la señora.
La censista se sorprendió. De verdad nunca se lo había preguntado. Se arrepintió un poco por haber sacado el tema. Resignada y sin mucha convicción intentó defenderse: “¿Acaso no quieren todos tener hijos? Es... como quiere que le diga... ¡lo más natural...!”
 
La misma pregunta nos la podemos formular todos: ¿Por qué decidimos tener hijos? Cuando una pareja decide que quiere tener hijos y no llegan pronto, sienten frustración y angustia. La fecundidad es evidentemente una cuestión de suma importancia, aunque no se la cuestionaran con razón y entendimiento racional.
¿Porque tener hijos es “lo más natural”? ¿Qué significa que algo sea “lo más natural”? ¿Es porque todos lo hacen así y nunca imaginamos algo distinto? ¿Es porque responde a nuestros sueños de niños cuando jugábamos a ser “papá y mamá”? ¿expresa nuestra pertenencia al reino animal que - desde que D”s creó el mundo – debe compulsiva e instintivamente crear más de su propia tipo para perdurar la especie? ¿Es porque queremos trascendernos más allá de nuestra existencia limitada en este mundo?
Sé que la sugerencia de que padres no tengan en claro la razón por la cual decidieron traer hijos puede parecer un tanto ofensiva. Es como si dijera que no conocen los métodos para impedir el embarazo. De todos modos, dado que en reiteradas oportunidades formulé públicamente esta pregunta y no recibí una respuesta clara y decidida, pensé que sería oportuno presentarla ante el lector. ¿Por qué? Pues si no sabemos bien la razón por la cual queremos tener hijos, poco podremos decidir de cuáles objetivos sean importantes para su vida, y - por ende - qué clase de educación darles.
 
El Rav Dessler sz”l (Mijtav Me’eliahu – Sha’ar haJesed) explica que toda persona posee un destello de generosidad proporcionado por D”s y desea tener hijos. Esto se debe a dos razones: por el sentimiento de que los hijos son la continuidad de uno mismo y por necesidad de tener un beneficiario de su amor y bondad.
Cuando la profetiza Janá rezó a D”s a raíz de que no tenía hijos, dice el versículo que “ella hablaba a su corazón”: El Talmud (Brajot 31sonrisa explica que Janá dijo al Todopoderoso: “Todo lo que haz creado en la mujer (tiene un propósito) y nada es en vano: Ojos para ver, oídos para escuchar... estos senos que me proporcionaste sobre mi corazón - ¿no son para amamantar? ¡Dame un hijo y nutriré con ellos!”
La elocuencia de las palabras de Janá nos hacen ver las cosas desde otra perspectiva: Ella no pide desde su ambición, sino desde el ángulo en que cada persona y cada elemento y componente tiene su objetivo. Es aquella la razón por la cual humildemente nos presentamos ante el Creador para cumplir con lo que nos toque servirLe.
 
Si bien salgo del tema, esto responde incluso para aquellas personas a quienes D”s aún no les dio la bendición de hijos. Avraham dedicó su vida antes de tener a Itzjak para compartir y brindar a los huéspedes. Cada vida y cada parte de la existencia de cada individuo poseen numerosos designios Di-vinos que nosotros no conocemos, pero debemos intentar descifrar y cumplir. (Acerca la importancia del tema de crear, en lo posible, familias numerosas, existe un escrito de mi padre sz”l, que fue publicado en español en la manual “Orientaciones” por nuestra comunidad y en “Matrimonios en conflicto” por Perspectivas.)
 
Volvamos a la arista educativa de nuestro tema.
Al comienzo de Parshat Vaietzé encontramos que Ia’acov abandonó el hogar por orden de sus padres, para procurar una esposa adecuada en la casa de su tío Laván. Según explica Rash”í, a raíz de una cuenta regresiva de los hitos de la vida de Ia’acov según nos proporciona la Torá, Ia’acov se detuvo para estudiar Torá durante 14 años en camino a la casa de su tío. La pregunta obvia es cómo Ia’acov pudo desobedecer a sus padres dilatando el cumplimiento de su mandato. R. Avigdor Miller sz”l explica que la demora en el acatamiento de la orden, no se considera una falta, ya que Ia’acov sintió que el estudio de la Torá es un requisito imprescindible para construir su hogar. De tal modo, más que una postergación, estamos hablando acá de un complemento al cumplimiento de la orden paterna. Queda bastante claro, a través de este comentario, que un hogar requiere una planificación especial. Si bien no estudiamos catorce años en una Ieshivá antes de casarnos, es imprescindible tomarse mucho tiempo para asentar las bases espirituales y morales de lo que será la familia que se planifica.
Cada aspirante a automovilista debe pasar un examen antes de conducir un vehículo, y recién después, se le otorga el registro de conductor. Traer hijos a este mundo es mucho más aventurado y trae tantas satisfacciones como oportunidades de equivocarse.
Cuando una pareja está “saliendo” para decidir sobre si son compatibles para unirse en matrimonio, aun más después que ya decidieron contraer enlace y una vez que este ya tuvo lugar, la conversación y los hechos deben centrarse en objetivos claros alrededor del contenido del hogar.
Aun aquellos que no tenían conocimiento de la importancia y trascendencia del valor que tiene la educación y los objetivos en el marco del judaísmo, o quienes creyeron ingenuamente que “todo se va a arreglar solo”, o que iban a ver “cuando llegue el momento”, pueden y deben “tomar el toro por las astas” y dedicarle la reflexión necesaria al tema. Es más, en la medida que los adultos nos auto-educamos, acarreamos a nuestros niños con nosotros. Si, por lo contrario, nos creemos perfectos e inmejorables, o – asimismo – si perdemos esperanza de mejorar porque no podemos modificar nuestro estilo de vida, pues nuestros hijos, casi seguro, sostendrán esa misma patética postura.
 
La conversación en torno a la cantidad de hijos en la cual dialogaban la censista y la señora al comienzo de esta nota, no se reduce a una cuestión numérica sino que refleja mucho más la actitud básica a la comprensión elemental de lo que significa el deseo de “tener” hijos.
La concepción judía acerca del tema, dista de considerar este hecho como una simple realización femenina o deseo de perpetuación. En le Talmud se habla de “tres socios que colaboran en la creación del niño: D”s, el padre y la madre” (Kidushín 30sonrisa.
¿Asociados a D”s? ¿No será esto palabras mayores? Sin duda que sí. Tener a nuestro lado al más Versado de los expertos, nos hace pensar más profundamente que el niño, o ya no tan niño, es un ansiado obsequio Di-vino – con todas sus travesuras y dificultades, con sus momentos de rebeldía y desobediencia, con todos sobresaltos y pesadillas. Nuestra tarea no es fácil en absoluto. Pero jamás estamos solos y nuestro Socio sabe de nuestras limitaciones y buenas intenciones.
 
Cuando Ia’acov partió de su casa hacia a Jarán, como al momento de volver se encontró con ángeles. A la ida dice que “(Ia’acov) se encontró con el lugar” (Bereshit 28:11), mientras que a la vuelta dice que “se encontraron con él (Ia’acov) los ángeles de D”s” (Bereshit 32:2). ¿A qué se debe la diferencia? El R.Sh.R. Hirsch sz”l explica que a la ida era Ia’acov quien se asombró ante la presencia de los ángeles. En su retorno, acompañado de una familia eximia que había sido criada en un clima espiritualmente hostil como era la casa del tramposo tío Laván, fueron los propios ángeles quienes corrieron extrañados para visualizar la magna presencia de un hogar bien establecido.
No sé si los ángeles nos siguen para vernos. Esperemos, no obstante, ser dignos descendientes de Ia’acov y saber crear, con los integrantes que D”s componga nuestra familia, un sitio digno de ser observado y aplaudido.

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