18 enero 2006

parashah: Parashát Shemót, por Rav Abdeljak: Un as en la manga

Parashát Shemót, por Rav Abdeljak: Un as en la manga
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Wednesday, 18 de January de 2006, 18:27
 
Parashát Shemót
UN AS EN LA MANGA

por Rav Menajem Abdeljak

La principal connotación práctica de la fe, del hecho de creer en un Creador, es reconocer su control total y absoluto sobre Su obra. El Iehudí tiene la obligación de confiar y creer en que todo lo que ocurre consigo es, indudablemente, positivo.
 
Hay situaciones en las cuales puede vislumbrarse claramente que una dificultad que sobreviene al ser humano motivará un beneficio. Pero esto ocurre en la menor parte de los casos. Mayormente, no llegamos a ver que algo bueno surgirá como consecuencia del sufrimiento. Ya que cabe la posibilidad que el beneficio llegue recién luego de mucho tiempo o incluso que nunca sepamos cual fue. Y aunque nada agradable ocurra como resultado, puede ser para expiar nuestros errores o acrecentar los méritos.
 
A pesar de ello, tenemos el deber de confiar en que todo es hecho para nuestro bien. En cualquier situación, hay que esperanzarse en la salvación de Hashem. Aún cuando parece que no hay salida, Hashem la tiene ya planeada hasta el más minúsculo pormenor.
 
Ante el gran crecimiento de la sociedad judía, el Faraón reúne a su gabinete para tratar de buscar una solución y dice: “Haba nitjakemá lo – ingeniémonos contra él”. Él, dice el Talmud (Sotá 11a), se refiere a Hashem mismo. Directamente le declaró la guerra a Hashem. Se puede decir sin dudas que empezó mal “desde el vamos”.
 
Su objetivo es detener la reproducción de Am Israel. Para tal fin, lo somete a una esclavitud total, de cuerpo y alma. De esta manera, cree él, logrará que el pueblo flaquee moralmente y no piense ya en traer hijos al mundo. Éste deseo se manifiesta también en el hecho de esclavizar tanto hombres como mujeres y procurar que los hombres permanezcan la mayor parte del tiempo alejados de sus hogares. Sin embargo, la Torá asegura: “Vejaasher ieänú otó ken irbé vején ifros – cuanto que lo oprimían, así se aumentaba y así se expandía”. Milagrosamente, todas las mamás tenían partos séxtuples y el pueblo se aumentó sobremanera.
 
Pero el Faraón se mantiene en su decisión de desafiar al Creador. Y aquí viene la segunda parte de esta historia. La que induce a su propio derrumbamiento.
 
Los astrólogos de la corte vaticinan el nacimiento de un niño que liberará al pueblo judío de la servidumbre. Obviamente, el rey tiene que impedir esto a cualquier costo. Entonces llega la nueva disposición: “Kol habén hailod hayeora tashlijuhu – todo varón será arrojado al río”. Tirando los bebes al agua, cree evitar la llegada del libertador.
                                                                                      
Luego de perdurar éste decreto por un lapso de ochenta y tres años, llega la fecha del nacimiento. Los astrólogos le advierten al Faraón acerca de la posibilidad que éste niño sea egipcio, no judío. Consecutivamente ordena arrojar también a los recién nacidos de su propia nación.
 
Efectivamente, ese día nace aquella criatura tan temida por el rey y sus colaboradores. Pero, a pesar de todo, no logran ponerle las manos encima. El bebé es ocultado en la casa de sus padres durante tres meses sin que nadie se percate de ello.
 
Transcurridos los primeros tres meses, se les imposibilita seguir ocultándolo. Deciden entonces, esconderlo en una canastita en el Nilo, en el mismísimo río al cual fueron arrojados sus hermanitos.
 
La hija del Rey, infectada de lepra, entra a bañarse en el Nilo para apaciguar su dolor. Una vez en el agua, divisa la cuna con el pequeño y se dispone a recogerla. Sus sirvientas intentan disuadirla y son sacudidas por el ángel Gabriel. Finalmente lo toma y como por arte de magia, su lepra y su dolor desaparecen.
 
Cuando lo lleva a la casa de su padre, éste entra en un dilema. Por un lado, se trata de un niño nacido durante la vigencia del decreto y que es potencialmente el futuro salvador del pueblo oprimido. Mientras que por otro lado, la salud de su hija depende de éste niño. Finalmente, el espíritu paterno predomina y Moshé permanece en el palacio como nieto adoptivo del rey.
 
“Se dio vuelta la tortilla”, en vez de Moshé temer al Faraón, es el rey quien teme hacerle daño por el bienestar de su hija. En vez de morir ahogado, es criado y protegido bajo las alas de su mismo perseguidor.
 
Muchas veces podemos tener la sensación de estar sumidos en las dificultades de una manera muy comprometida y no llegamos a ver la puerta de escape. Lo que no nos damos cuenta y es lo que aprendemos de esta historia, es que Hashem engendra la solución en base al mismo problema. No es que luego del inconveniente viene la solución, sino que es su mismo origen.
 
Hashem siempre tiene un as en la manga. Confíe en Él.
 
SHABAT SHALOM
 

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