Parashát Jukát, por Rav Daniel Oppenheimer - Hasta los 120 años (II) de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Tuesday, 27 de June de 2006, 20:32 | |
Parashát Jukát HASTA LOS 120 AÑOS (II) por Rav Daniel Oppenheimer Es la segunda vez que tratamos el tema de la muerte, y cada vez que quiero encarar el tema, siento que a algunos lectores les causará una suerte de rechazo, dada la sensación que prevalece en parte de la sociedad para la que ciertos temas se evitan tratar en lo posible. No obstante, vuelvo a recalcar, como lo hice en el pasado, que la defunción es parte del esquema en que Ds dispuso el orden de la vida, y, por lo tanto, es importante estudiarlo con el mismo interés con el que nos instruimos en otros aspectos de nuestra existencia. Es más, dado que por desconocimiento, este asunto habitualmente se suele asociar con cultos ocultos de la nigromancia, es importante comentarlo con la seriedad que se merece y a partir de las fuentes tradicionales de la Torá y sus comentarios. En esta ocasión, quiero comenzar con una ley que trata la Perashá de esta semana, que es la Tumá que afecta a quienes estuvieron en contacto o bajo un mismo techo que el fallecido o en el cementerio. No es la única Tumá mencionada en la Torá. Existen muchas más. Sin embargo, ésta es una Tumá que tiene vigencia aun hoy, ya que nos impide a los judíos ingresar al Monte en donde estaba nuestro sagrado Bet HaMikdash y nos impide a los Cohanim (sacerdotes) consumir las entregas que el resto del pueblo debiera darle, como ser la Jalá que se separa de cada masa que se hornea. La palabra Tumá misma da a confusiones ya que suele traducirse al español como impureza, que es un término relacionado con lo sucio, turbio, adulterado o manchado. En todo caso, posee la connotación de algo despreciable. Esta traducción está errada. Tamé (adjetivo de tumá) o su antónimo tahor, no significan sucio o limpio. Esta impureza ni siquiera se puede explicar en la terminología con la que nos expresamos diariamente. Posiblemente podamos aproximarnos a la idea que representa, estudiando la aclaración que nos brinda el R.Sh.R.Hirsch szl sobre el tema. Él explica que la idea de lo impuro está vinculada con la limitación física que tenemos los seres humanos dado que somos mortales. La condición efímera de las personas, comenzó a suceder desde que Adam y Javá pecaron al comer del árbol del que no debían consumir. No obstante, si bien nuestros cuerpos tienen una existencia orgánica provisoria, nuestra vida real no termina con la muerte corporal, sino que sigue existiendo en la dimensión real que pertenece al alma que fue creada a imagen de Ds. El alma no tiene restricción alguna y la idea de la pureza, entonces, se asocia con la amplitud infinita de las personas de crecer en lo espiritual, dado que somos totalmente libres en lo moral en forma análoga a nuestra concepción de Ds que es absolutamente Libre y no posee definición alguna que pudiera calificarLo o condicionarLo. A pesar que esta noción podría parecerle poco relevante a alguno, y para muchas teorías de vida la elección de nuestras acciones está predestinada o circunscrita por ciertos sucesos del historial personal, de acuerdo a los fundamentos del judaísmo expresados en el Aní Maamín, el libre albedrío sí es esencial y es lo que permite al ser humano elegir desde lo más perverso a lo más ético. El libro Guesher haJaim expande esta noción con la ley que considera sagrado al cuerpo humano del fallecido como si fuese un rollo de Torá en desuso. El cuerpo había sido en vida, el medio mediante el cual el individuo se manifestó y realizó sus proyectos espirituales. Una vez que el alma pasa hacia otra altura, el cuerpo no pierde la consideración que le correspondió por ser el envoltorio sagrado del alma. A su vez aporta otra reflexión. La sensibilidad hacia la profanación crece en proporción directa al potencial del elemento implicado para generar santidad. Por esa razón, únicamente un cuerpo humano puede volverse tamé contaminando todo lo que está bajo el mismo techo y no los restos de un animal (cuya tumá es inferior). Saliendo un poco el tema, es importante recalcar que los Cohanim (sacerdotes) no deben exponerse (estando en la cercanía o bajo el mismo cobertizo) de un muerto que no fuese un pariente directo de sangre o su cónyuge, en el cementerio o en velatorios. Dada la profunda ignorancia de muchos judíos, existen muchos que desconocen si su origen es de una familia de Cohanim, o no. Hay más áreas que lamentablemente no se observan como sería debido. No se debe hacer nada en las cercanías del ataúd, durante el velatorio o frente a una tumba que podría asemejarse a una burla al muerto. Esto se denomina Loeg laRash = quien se mofa de un necesitado. Esta prohibición se extiende a comer, según algunos fumar, y observar Mitzvot que, obviamente, el fallecido ya no puede observar, p.ej. tener los Tzitziot a la vista y estudiar Torá. La ley judía prohibe la cremación y ordena que se coloque una lápida que cubra todo el área de la sepultura. Cuando se va al cementerio, es habitual encontrarse con que muchas tumbas están decoradas con flores y tienen las fotos de los fallecidos sobre la lápida. Estas no son costumbres judías. Ni la estética ni la ostentación son el punto trascendental de las lápidas ni del cementerio. En la época de Rabán Gamliel de Iavne (de la época de la Mishná), se solía entrar en gastos astronómicos para adquirir mortajas caras para los fallecidos. Esto llegó a punto tal, que los familiares pobres dejaban tirados a sus seres queridos sin darles enterramiento dada su imposibilidad de hacer frente a estos gastos. Rabán Gamliel, la persona de mayor jerarquía de su generación, decidió detener esta tendencia. Antes de fallecer, ordenó a su familia ser enterrado con hábitos de los más simples. De este modo, puso un ejemplo y un antecedente para todos los que le seguían, quienes ya no estarían perseguidos por el qué dirán (Talmud Moed Katán 27). Se acostumbra visitar las tumbas de los seres queridos en la fecha de su aniversario hebreo (si no cae en Shabbat o en Iom Tov). En dicha ocasión se recitan ciertos capítulos de los Tehilim (Salmos). Tanto en esa oportunidad como en cualquier otro momento, no se debe pedir ni rezarle a los muertos. La Torá claramente nos enseña a no invocar a ninguna fuerza o poder ajenas a Ds para nuestras súplicas (Esto también responde a uno de los Aní Maamín). Sí, en cambio, está permitido rogar al Todopoderoso, en mérito de las acciones de quienes están enterrados en dicho lugar. Algunas autoridades permiten incluso pedir que el fallecido sea un buen defensor para los que quedamos, ante el Tribunal Celestial. (Guesher HaJaim 29). En el momento de fallecer, no acompañan a la persona ni la plata, ni el oro, ni las piedras preciosas, sino su estudio de Torá y sus buenas acciones... (Pirke Rabi Eliezer 34). |
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