Parashát Itró, por Rav Daniel Oppenheimer - El Agradecido... ¿soy yo? de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Thursday, 8 de February de 2007, 22:58 | |
Parashát ItróEL AGRADECIDO - ¿SOY YO?por Rav Daniel Oppenheimer, en Ajdut.com.ar (anterior: "Gratitud" - # 396) Sí, efectivamente, el mundo se ha complicado para todos. Más tecnología ha facilitado muchas tareas cotidianas, quitando el peso físico del trabajo de todos los días. Sin embargo, y simultáneamente, la modernidad ha enredado a las personas, transformando los pasados obstáculos materiales en impedimentos anímicos y psíquicos, que en absoluto son más leves que los anteriores.
Una manifestación que aflora continuamente en las conversaciones, es la insatisfacción - con todo. Aun cuando no se exprese los sentimientos que siguen verbalmente, están implícitos en los mensajes que se transmite. "Nada está bien". "Nadie cumple". "No se puede confiar en nadie". "Siempre lo mismo". "Este país no lo arregla nadie", etc.
Pareciera ser como si el ser humano estuviera encerrado en una jaula sin escapatoria en la cual se le flagela, y en la que trata de aguantar su suplicio, encontrando pocos momentos fugaces de respiro entre un golpe y otro, entre un suplicio y el que le sigue, entre una exigencia y la próxima. ¿Todo mal? ¿Y quizás no sea tan así como nos hemos acostumbrado a pensar?
El Ialkut Shimoni, basándose en el pasaje de Iov, (41:3) "¡¿Mi Hikdimani V'ashalem?!", (¿Quién, acaso, se Me ha adelantado, como para que yo le retribuya?), enseña: D"s adelanta los medios al individuo, para que luego él pueda cumplir con su obligación vinculada a ese obsequio de D"s: Primero la persona posee su campo, y recién después debe ceder partes de él a favor de los necesitados. Primero los padres gestaron un hijo varón, y recién al haberlo recibido deben realizar el Brit Milá. Primero un hombre construyó un techo, y recién después debe construirle un cerco. Primero el dueño edificó su casa, y recién después debe colocarle la Mezuzá. Primero la persona tuvo el espacio para hacerlo, y recién después recae la obligación de construir su Sucá. Primero se le dio al judío los medios económicos, y recién después tiene la obligación de comprarse las 4 especies (Lulav). Primero fuimos agraciados con una prenda, y recién después se nos exige que le coloquemos los Tzitzit. Primero tuvimos el privilegio de ser dueños de un campo, y después de crecer lo que se sembró se debe dejar la esquina (Peá) para los necesitados. Primero tuvimos la fortuna de juntar la cosecha en el granero, para luego separar la Trumá al Cohen. Primero pudimos amasar el pan, y después se nos exige separar la Jalá. Primero se nos concedió hacienda, y recién después se debe traer un Korbán.
En otras palabras: Si bien es cierto que no es fácil vivir con exigencias, y además salir airoso de los desafíos diarios que no son pocos, conviviendo mientras tanto con modelos de vida negativos, y luchando con corrupción e inseguridad, es preciso ver el otro lado de la moneda: la bondad de la que somos beneficiarios siempre excede y se aventaja a las situaciones difíciles que tanto nos parecieran acosar.
El Midrash que acabamos de citar tiene como objeto ayudarnos a tratar de convertirnos en personas agradecidas. Este objetivo está en nuestra capacidad de realizarse y puede - y debe - transformar nuestra vida radicalmente - si estamos dispuestos a asumirnos en capaces de intentarlo y mantener esa postura. No es difícil, y la tranquilidad que se logra no tiene precio. Claro está: al comienzo uno siente que transita por la vía opuesta a la corriente del mundo que nos rodea. Uno toma distancia espiritual de los comentarios mordaces y sombríos que citamos. Y una vez que esta cualidad satisfecha se arraiga y se fija en la persona, aun las dificultades cotidianas pierden parte de su abultado tamaño.
No: no estamos hablando de ser "conformistas", "chatos" o insulsos. Por el contrario: lo que se busca es ver y disfrutar aquel medio (y mucho más que medio) vaso lleno - que siempre ha estado, pero que permanecía olvidado y sin ser advertido. Tampoco crea que Ud. está solo en sufrir del pesimismo crónico de nuestro siglo. Es un problema generalizado y no es nuevo. Solamente, que hoy está inflado. Pero están también quienes nos acompañan y sugieren cómo enfrentarlo:
Una familia tomó la costumbre de que cada miembro debía relatar un acontecimiento favorable que le había sucedido en el transcurso de la semana pasada, durante la cena del viernes a la noche. Al comienzo, algunos titubeaban, pues les era difícil recordar algo que "valiera la pena" contar como positivo: "a mi no me pasó nada especial" - decía alguno de los niños. Los demás integrantes de dicha familia le increpaban: "¡¿Cómo?! - ¿acaso no temías aquel examen en el que finalmente terminaste recibiendo una nota alta ?", ¿acaso no encontraste esa corbata que tanto te gusta y que no la parecías hallar ya hace tres meses ?" Con el tiempo, no solo se tornó la conversación del hogar en un espacio práctico y agradable, sino que el hecho de tener la obligación de narrar algo, les hizo tomar más conciencia - durante toda la semana - en percatarse de los buenos acaecimientos que holgaban por donde miraran.
Otra idea: "¿Qué pensaste hoy en la Tefilá de "Modim" ("reconocemos, agradecemos" - forma parte de las plegarias diarias recitadas tres veces en la Amidá?) - preguntó un muchacho a su compañero. "Pensé en lo que dice: 'Agradezco a D"s por todo'" - respondió ingenuamente. "¿En qué 'todo'"? - insistió el primero. Su compañero quedó boquiabierto, y escuchó la respuesta: "Hace ya varios años que tomé la costumbre de detenerme en la oración de Modim, para agradecer a D"s por cinco cuestiones en la que siento que he sido asistido, aliviado o beneficiado de algún modo".
Como ya hemos mencionado en el pasado, la gratitud es una acción que beneficia más formando al que agradece que a quien va dirigido el gesto. Un ejemplo clásico que nos da esta pauta, es uno de los preceptos que más llaman nuestra atención: la obligación del rescate del borrico primogénito. Muchos de nosotros hemos asistido a un Pidión haBen, en el que el papá rescata a su bebé (varón) mayor. La Torá determina que también los primeros paridos de los animales puros (de los que se consumen y se traen ofrendas), poseen santidad y deben ser traídos al Bet HaMikdash con ese fin. Lo extraño es que hay un solo animal impuro (prohibido su consumo para judíos) que cuando la hembra es primeriza, se debe rescatar su cría: el burro. ¿Por qué? El motivo que nos brinda Rash"í (Shmot 13:13) es que los burros cargaron con la enorme cantidad de objetos que los judíos llevaron al partir de Egipto (los egipcios les habían obsequiado sus joyas y alhajas). Esto no solo nos enseña que D"s jamás olvida de retribuir con creces el pago a cada criatura (aun los burros de hoy - muy lejanos "parientes" de aquellos burros originales que realizaron ese esfuerzo "generoso" - ni siquiera están enterados de la existencia de un país llamado Egipto, ni conocen la historia de los judíos - son beneficiados), sino que nos instruye en nuestro deber de percatarnos de las bondades que nos circundan, y nos encamina en convertirnos en seres agradecidos a la vida (incluyendo los burros).
Llevaremos este pensamiento a un umbral aun más significativo. El nombre Iehudá fue acuñado por Lea, la matriarca, cuando tuvo a este, su cuarto varón. En sus palabras expresó: "en esta ocasión agradeceré a D"s, pues he alumbrado a cuatro hijos" (Bereshit 29:35). Al momento de los nacimientos anteriores, Lea había declarado en cada oportunidad que este hijo traería mayor amor entre ella y su marido Iaacov. ¿Por qué manifestó gratitud a D"s precisamente en este momento? La respuesta que da Rav Dovid Kviat al respecto refleja un paso más en lo que estamos discutiendo. Las matriarcas de Israel sabían que en futuro el pueblo de Israel estaría constituido por doce tribus. Si Iaacov contraía matrimonio con cuatro esposas, como finalmente sucedió, entonces la proporción de niños que ella daría a luz, serían tres. Habiendo traído al mundo a su cuarto hijo, sentía que había recibido más de lo que le correspondía. Sepamos que aun cuando algunos de nosotros quisiéramos convencernos que sentimos aquella gratitud a la vida y a nuestros congéneres - que la Torá espera de nosotros - esto suele reducirse a una expresión tal como: "A D"s gracias, no me falta nada y estoy bien", o "A D"s gracias, no tengo de qué quejarme". Otra cosa, es verdaderamente sentir que: "D"s gracias, me estás dando más de lo que merezco".
El mensaje es claro: en la medida en que veamos lo positivo que ocurre en nuestro entorno, menos nos sentiremos fastidiosos por las molestias que nunca faltan, e - inversamente - cuanto menos agradecidos por lo bueno y saludable, crecerá proporcionalmente la incesante queja y la perpetua insatisfacción. Soy testigo presencial de cómo gente grande de espíritu agradece aun las cosas pequeñas y salen de su camino en los momentos más inesperados para demostrar su gratitud, mientras que - tristemente - quienes tienen una visión limitada de la vida, no sienten la necesidad de reconocer aun los favores notables de los que son beneficiarios.
El perfil de la persona agradecida a la vida suele demostrarse por transmitir paz y tranquilidad, por poseer un semblante sereno y apacible, y por contagiar a su entorno con aquella calma, armonía y equilibrio.
Los hermanos de Iosef le veían acercarse hacia ellos. Se habían alejado de su hogar por el odio que sentían hacia él. Viéndole aproximarse, determinaron que Iosef merecía la muerte y concertaron su ejecución. Reuven, el mayor de ellos, frenó a sus hermanos: "No lo matemos " (Bereshit 37:18-21).
¿Por qué Reuven salvó a Iosef? ¿Acaso no era precisamente él - como primogénito - quien más estaba siendo agredido por las supuestas ambiciones de poder de Iosef?
Reuven, sin embargo, sentía una deuda moral con Iosef: "Y soñó, y he aquí que el sol, la luna y once estrellas se me posternan " (en el sueño de Iosef obviamente, los astros representaban al sol, la luna y a sus once hermanos que le rendían homenaje monárquico). "¿Once estrellas? - dedujo Reuven - o sea que estoy incluido "
Reuven había estado preocupado durante todos los últimos años por la falta de respeto que había tenido para con su padre, después de la muerte de Rajel, cuando - creyendo defender el honor de su madre Lea - había llevado las pertenencias de su padre al aposento de su madre para que el padre se afincara en forma permanente con ella, y no con Bilhá (Bereshit 35:22 - Rash"í). Sin previa venida de Iaacov, la que le ofendió sobre manera
Después de reconocer que había errado, Reuvén sospechó que esa falta le habría costado su exclusion como tribu del pueblo de Israel. Mientas todos los hermanos ahora veían en los sueños de Iosef un deseo de poder y sometimiento - razón de la envidia y rencor, Reuvén - por otro lado - había encontrado su aspecto positivo: en aquel sueño se vaticinó que él aún era parte del pueblo. Dentro de lo que todos consideraban pernicioso, Reuven vio lo bueno.
Y ese es nuestro desafío personal. Si creemos que no podemos "cambiar el mundo", modifiquemos, al menos "nuestro mundo". |
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