MIQUETZ - La Insoslayable Otredad, por Malcah Canali 5768 de Josefina Navarro - Thursday, 6 de December de 2007, 04:06 | |
B''H De Malcah para la Quevutzah
Comentario a la Parasha Miquetz Sábado 8 de diciembre de 2007 22 de Kislev de 5768 4º día de Janucah
MIQUETZLA INSOSLAYABLE OTREDAD
Con la parashah de Miquetz que, si el Eterno lo permite, leeremos el sábado próximo, en medio de la semana de Janucah, leeremos el relato del accidentado reencuentro de Yosef con sus hermanos.
El hecho de revivir este episodio fundamental de nuestra vida en tanto que pueblo, todos los años, en la proximidad o en el mismo momento de Janucah, no es irrelevante. Ni es irrelevante, ni es fruto de ninguna coincidencia, porque la casualidad no existe, Lo único que de verdad existe es la Voluntad Divina que ordena los acontecimientos para que sigan Sus Designios. Esto lo constatará con júbilo Yosef Hatzadik en el capítulo 45 de Bereshit, que forma parte de la parashah siguiente a la que estamos comentando, o sea la de Vayigash. Dirá entonces a sus hermanos, con no disimulado alivio: "Ya no fuisteis vosotros que me enviasteis acá, sino el Eterno".
Pero, de momento estamos en Miquetz y nos preguntamos por qué razón están los capítulos que la componen relacionado con la fiesta de Janucah.
La primera respuesta es evidente: Janucah conmemora la victoria de unos humanos, los Macabeos que, unidos contra un opresor extranjero, consiguieron vencerle porque supieron reavivar en el alma del pueblo judío la llama de la fraternidad en defensa de la identidad nacional.
Para quienes no tuvieron alcance a más documentación (Josefina me ha prometido mandaros mucha información a partir de Eduplanet y ella es muy cumplidora pero yo, con mis ojos de anciana que no acaba de entender como funcionan los trastos, he visto que los ordenadores a veces fallan) bueno, pues para los desinformados, daré un resumen lo más escueto posible de la historia:
El rey Antíoco Epífanes, de la dinastía helenística de los Seléucides se apoderó de la Tierra Santa, de nuestra tierra, entre los años 175 y 164 anteriores a la era común e intentó helenizar a la población (¡en su desparpajo no se paraba por nada! Me imagino que su "servicio de inteligencia" le había prevenido que los judíos son un pueblo duro de pelar pero nada. Unos cuantos esnobs hablaban griego en la piscina y se paseaban con la cabeza descubierta, así que doblegar al conjunto de la sociedad era cosa hecha). Pues, no lo era. Cuando un sacerdote colaboracionista aceptó presidir una ceremonia idólatra, especialmente repugnante en el Templo ya profanado, estalló la rebelión. Los hermanos Macabeos la encabezaron, es decir que asumieron la terrible misión de oponerse al más fuerte. Ellos, al principio, tenían pocos medios y, aunque no cabe duda de que el conjunto de la población deseaba sinceramente su victoria, también es cierto que la mayoría de los "deseosos" no quería correr riesgo alguno. Así que los rebeldes se configuraron pronto como seres peligrosos, que atraían la desgracia; en suma, como "el otro" el que no es realista, que no cabe en las categorías. Ser amigo suyo acarrea desgracia, castigo por parte del más fuerte - a lo sumo se le ayudará secretamente, porque, al fin y al cabo, la razón y la religión están de su parte.
Esto es lo que ocurrió, como en todas las guerras civiles, porque fue, además de una guerra contra el opresor extranjero, una guerra civil entre asimilados al helenismo y defensores incorruptibles de la identidad judía. En medio, como lo acabamos de señalar, los tibios, los que desean la victoria de los rebeldes pero esperan a que éstos tengan fuerza para enrolarse bajo su bandera. Al principio, los rebeldes son "El otro", el peligroso esto es lo que se debe asumir para vencer. Ser el otro. Luego, cuando se es vencedor, todo cambia.
Pues bien, los hermanos Macabeo asumieron su otredad y vencieron a Antíoco, restableciendo el culto en el Templo de Yerushalaym. Eran una familia, eran hermanos. Devolvieron a nuestro pueblo este sentido de la fraternidad que garantiza la victoria sobre el enemigo dispuesto a acabar con la identidad nacional. Los macabeos se hicieron con fuerza, con un ejército temible y echaron a los griegos de nuestra tierra. Se hicieron con el poder y restablecieron el culto. Dejaron de ser "el otro".
Es evidente que su historia tiene mucho en común con la de Yosef que, vendido por sus hermanos, como lo fueron los judíos piadosos por los progresistas helenizados, se encuentra del día a la mañana en poder de unos extranjeros, los egipcios, que le esclavizan y tratan de asimilársele. Pero Yosef no forma parte de una familia unida. Está sólo. Para sus hermanos biológicos, ha sido el elemento indeseable, el otro de quien es legítimo deshacerse sin contemplaciones. De no ser por Rubén y, sobre todo, por Yehudah, le hubieran asesinado. Hashem no lo quiso. Yosef llegó a Egipto, país del límite, del extremo, que éste es el significado de la palabra Mitzraim (Egipto), como esclavo extranjero, lo que llamaríamos hoy en día un trabajador inmigrante, sin ningún derecho. Era el otro, el que tiene por única misión en esta vida, agradecer los escupitajos con los que le cubren.
Yosef tiene 17, a lo sumo 18 años, cuando llega a Egipto, a un país con una cultura que él no entiende y en donde a el no se le entiende, ni le importa a nadie no entenderle. Los esfuerzos tendrá que hacerlos él él, para aprender a ser el Otro.
Aprender a ser el Otro pero, acaso ¿no lo sabía? ¿No había sido el Otro de sus hermanos desde su nacimiento? El era el hijo de Rajel, la favorita de Yaacov, la privilegiada que, ni siquiera había seguido siendo estéril toda su vida. Leah, la mujer impuesta, a quien el esposo aguanta con buenos modos, pero sin amarla, tenía derecho a la maternidad, pero Rajel, la amante, la querida, la que reinaba en el corazón del patriarca, no podía gozar, además, de la alegría de ser madre. Yosef venía a ser un intruso, una especie de bastardo-aristocrático, de estos que tienen fama de ser más guapos que los hijos legítimos (Yosef, por cierto, era un joven muy guapo, lo dice el texto) los demás hijos de Yaacov se sentían frustrados, estafados; estaban convencidos de ser víctimas de una injusticia que beneficiaba al Otro.
¡Para colmo, el insoportable intruso tenía unos sueños de grandeza que llegaban incluso a exasperar al padre que cegaba por él!
Que Yosef había sufrido por esta marginación y había tratado, aunque con mucha torpeza, de ponerle un término, parece indiscutible, ya lo dijimos en un comentario, pero esta misma torpeza nos resulta un poco sospechosa. Al fin y al cabo, no tenía porque andar contando sus sueños. Realmente hay sobrados motivos para preguntarse si, en el fondo de su inconsciente, el joven que se sabía superior a sus hermanos por su nobleza y su espiritualidad, no hizo todo lo necesario para incentivar la animadversión que le profesaban. Se sentía débil, tal vez cobarde, al ansiar un cariño que, de todas formas, le sería negado y, sin percatarse de lo que estaba haciendo, adoptó las actitudes más propicias a un incremento de la hostilidad fraterna. La otredad fue su refugio contra el peligro de asimilarse a la mediocridad espiritual de sus hermanos.
Ahora bien que la otredad fuera una elección inconsciente suya o la impronta de la Voluntad Divina en su alma, viene a ser lo mismo: ella era la vocación de Yosef y él, que tanto amaba el poder, nunca podría con ella.
Que a Yosef le gustaba el poder, no sólo lo dicen sus sueños, sino también el hecho de que siempre supiera utilizar su honradez y su integridad para alcanzar puestos de responsabilidad. Su amo egipcio, Potifar, encontró en él un administrador excelente y le colocó en la cúspide de su servidumbre, como intendente de su casa.
Si nos fijamos en un instante en la personalidad de cada uno de nuestros antepasados, nos impresionará la fuerza de su rasgo dominante que les permitirá transmitir a su descendencia las cualidades indispensables para llegar a ser un pueblo capaz de sobrevivir en cualquier circunstancia sin dejar de valorar la dulzura de la existencia.
Empezaremos por Abraham. Era un fundador, fundó nuestro pueblo con su fidelidad al Eterno y recibió por parte de Este el título de Amigo. Como a todos los fundadores le gustaban los caminos. Fundar siempre es abrir un camino. Pues, lo dicho, a nosotros que tanto íbamos a caminar por todos los continentes, nuestro primer patriarca, que obedeció a la orden "Lej leja" (vete) nos enseño a caminar, como se le enseña al niño pequeño.
Itzhaq, en cambio, es menos amante de idas y venidas que de vida apacible. Había subido al Monte Moriah con su padre haciendo gala de una capacidad de entrega y de amor al todo poderoso imposible de superar. El nos enseño el valor de la sumisión y la importancia del arte de vivir, cosas ambas que tan necesarias nos resultaría a lo largo de nuestra historia.
A Yaacov le gustaban los líos, estaba siempre metido en uno este arte de lidiar con los líos, parece que nos ha servido a lo largo de los siglos.
Yehudah era un hombre que no soportaba la injusticia, él salvo a Yosef de la muerte y si no se enfrentó completamente a sus hermanos, tratando de obligarles a respetarle, fue, sin duda alguna porque comprendió que los matarían a los dos y Yaacov se verá privado de dos hijos a la vez, pero su actitud posterior es reveladora de su honradez y su sentido de la responsabilidad. Así se entendía con su nuera, Tamar. Él y ella se comprendían, les gustaba el recto proceder y el cumplir con el deber, aunque él tuvo un momento de debilidad cuando trató de evitar a su tercer hijo un destino aciago. A Tamar y a Yehudah, les importaban la ley y el orden. Eran gobernadores natos. No es de extrañar que estuvieran en el origen de la Beit David, la casa soberana de Israel.
Yosef, como lo veníamos diciendo, es quien nos enseño a utilizar lo otredad a la que nunca consiguió o quiso escapar. En la cárcel, era el Otro, el hebreo, el extranjero, el extraño, el que entiende los mensajes misteriosos. En la corte del Faraón siguió siéndolo. Además, fue un primer ministro, un gobernante, es decir, el Otro. Todo gobernante digno de este nombre lo es porque tiene unas percepciones, unas esquematizaciones y unas motivaciones distintas a las que tienen los gobernados. Para colmo, era hebreo, una especie de intocable. Los Egipcios no podían comer con él. Lo dice uno de los Versículos más patéticos de todo la Torah. Imaginemos un minuto lo que aquello podía significar para un hombre que fue un insuperable administrador, autor de la prosperidad faraónica y del bienestar popular. Yosef, vendido por sus hermanos, ha de ser recordado en Janucah, fiesta que celebra a la vez el triunfo de la fraternidad y el arte de saber asumir la otredad para enaltecer la herencia divina de los judíos en este mundo, repitiendo día tras día; Baruj Hashem.
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