09 enero 2008

parashah: BO - La Tradición Oral, por Malcah Canali 5767

BO - La Tradición Oral, por Malcah Canali 5767
de Josefina Navarro - Wednesday, 9 de January de 2008, 03:38
 

De Malcah para la Quebutzah

 

 

Madrid – Sefarad

a 22 de enero de 2007

3 de Shevat de 5767

 

 

LA TRADICIÓN ORAL

 

 

                                               La parashah que nos corresponde leer el sábado que viene se titula "Bo", según la quinta palabra de cuantas la componen. Estamos al principio del capítulo 10 del libro de Shemot en el que se describen la octava, la novena y la décima plaga que azotaron Mitzráim (o sea Egipto) antes de que Faraón dejase marchar a los hebreos. El número 10 es representado por la letra yod, que es la primera del Santo Tetragrama. Diez también son los Mandamientos escritos en las dos Tablas entregadas en el Sinaí. La letra yod es la que representa la Voluntad del Eterno, Su Poder y Sus Realizaciones. En cuanto a la palabra "Bo", se impone estudiarla con cierta atención, que es lo que vamos a hacer de inmediato

 

                                               Tal y como viene escrita en el texto, esta palabra es el imperativo masculino singular del verbo "labo" que significa "venir" y se ortografía: lamed (prefijo de todos los infinitivos hebreos), beit, wav, alef. Son estas tres últimas consonantes las que forman la raíz verbal. Vemos pues como, a pesar de ser monosilábico en su sonoridad básica, el verbo es trilítero. No es ninguna extrapolación afirmar que se caracteriza por cierta ambigüedad, la cual se refleja, por ejemplo, en el hecho siguiente: el presente masculino singular es "Ba" (beit, alef), escrito exactamente igual que el "bo" de nuestro texto, pero de distinta pronunciación. Si nos referimos al significado, veremos que también pertenece al mundo de lo ambiguo. Este verbo que significa "venir" lo emplea Haqadosh Baruj Hu para decir a Moshé: "Ve al Faraón". Realmente, lo que cabría traducir sería "Ven al Faraón". Si nos preguntamos qué quiere decir Hashem con este imperativo que significa, en cualquier idioma: "acércate a quien está hablando" llegaremos a la conclusión de que Faraón no es nada en realidad, no tiene voluntad propia: su terquedad y su mala fe son el polo negativo de la misma divinidad que se opone al polo positivo delegado en Moshé.

 

                                              Si añadimos a estas reflexiones el hecho de que "Bo" está formado por las dos primeras letras del alfabeto hebraico, no podremos por menos de suponer que el Eterno quiere subrayar que nos encontramos en un momento inicial (tal vez, incluso, conviniera decir "iniciático") de la historia de los hebreos. Y si ahora tenemos en cuenta la temurah, es decir, la permutación de las dos letras, encontramos "Av" que significa "padre".

 

                                               Quien da a Moshe la orden de venir hacia el Faraón es el Padre. A lo largo de la Parashah y por el órgano de Moshé, Él va a explicar a todos sus hijos cómo liberarse de la esclavitud y pasar a la vida adulta de responsabilidad e independencia. No le entrega a Moshé ningún texto escrito, sólo le habla… como hacen los padres que, por lo general, dan consejos orales a sus hijos. Pocas veces se los escriben, por lo menos en circunstancias normales.

 

                                               Hemos visto todo a lo largo de Bereshit que el Todopoderoso suele dirigirse, cuando habla a una sola persona, como mucho a una pareja. Lo sigue haciendo así cuando conversa con Moshé, pero esta vez su intelocutor es un intermediario, no el único destinatario de la palabra divina. El versículo segundo dice: "Para que cuentes a tus hijos y nietos todo lo que ejecuté en Egipto y todos los signos que puse sobre ellos (los egipcios) y que sepáis que Yo Soy El Eterno.

 

                                               Está claro: Moshé deberá iniciar la tradición oral en su propia familia. Desde luego, los hijos y nietos, o sea, las generaciones del futuro son los grandes protagonistas de la tragedia que destroza a los egipcios y de la epopeya que construye a Israel. La última, la décima plaga, es la muerte de los primogénitos, respuesta tardía pero contundente al obsoleto, pero no olvidado decreto de Faraón: "Mataréis a los varones". Morirán los primogénitos. En muchos países de Oriente Medio sacrificar el primogénito al Móloj o a cualquier otro ídolo, igualmente sanguinario y brutal, era un práctica corriente que suscita buen número de preguntas, tales como: ¿Era el filicidio una especie de seguro de vida para el padre? ¿O era simplemente un desquite feroz del hijo que había permanecido la friolera de nueve meses en el vientre materno, cuando un esposo sólo lo puede hacer durante un corto instante? ¿Por qué el primogénito y no sus hermanos menores? La respuesta es evidente: porque la familia en particular y el pueblo en general, tienen que perpetuarse, de forma que la sociedad no le va a consentir al tierno papá que mate a más de un hijo suyo. Alguno pasaría buena gana, todos lo entendemos, pero las exigencias sociales suelen ser drásticas ¡Qué asco de vida! Desde aquel hebreo que no sabía ni cómo llamarse si Abram o Abraham… ya el librarse del hijo se había convertido en un problema… en fin… los hebreos eran los antepasados de los judíos: estuvieran donde estuvieran siempre eran un incordio… pero nunca hay que perder la esperanza, con el tiempo podrían llegar las interrupciones "terapéuticas" de embarazos no deseados, la administración diaria de comida cancerígena a los niños deseados, la contaminación atmosférica para los jovencitos impertinentes que vienen al mundo con la perversa intención de sobrevivir a sus padres y los vehículos cuya exaltante capacidad de dejar en un sillón de ruedas al incauto que los guía… nunca hay que perder la esperanza. El Móloj no se quedará en ayunas.

 

                                               Ahora, dejándonos de disgresiones y volviendo a nuestra parashah, constatamos que a los egipcios el sacrificio de sus propios primogénitos no les parecía una costumbre civilizada y el modo bastante brutal empleado por el Dio de los hebreos para indicarles que eran unos idólatras despiadados, les provocó un estremecimiento decisivo: Faraón, cuyo hijo murió, dejó marcharse a los hebreos. No sabemos si durante aquella noche memorable su propio dolor le permitió recordar a los muertos víctimas de las plagas que su soberbia había causado. ¿Qué pasaría por su cabeza mientras contemplaba horrorizado el cadáver de su hijo? Tal vez, ni siquiera pensara que la culpa era suya, que él mismo había sacrificado a su propio hijo. A todos los seres humanos nos ocurre lo mismo: no vemos qué es lo que realmente hemos hecho mal y por esto nos empecinamos en nuestros errores cuyas consecuencias funestas atribuimos a menudo al inocente. Debemos escuchar la valoración de otra persona, pero no de cualquier persona, sino de alguien totalmente honrado y sincero, de un hombre de D.os, como era Moshé.

 

                                               Cuando leemos la Torah, o cuando la oímos, nos identificamos de inmediato con los hebreos, sin pensar que también somos el Faraón, quien probablemente creyó que la culpa de su desgracia la tenían los hebreos, que ellos le habían echado el mal de ojo, que Moshé era un desgraciado sediento de poder, etc… etc… en fin, de momento se asustó y dejó vía libre a sus esclavos.

 

                                               Y ellos se fueron, siguiendo al pie de la letra las órdenes del Eterno. ¿Cómo lo sabemos? Pues, simplemente, porque nuestros antepasados lo contaron. El texto escrito es muy posterior. El relato de la salida de Egipto ha llegado hasta nosotros a través de la transmisión oral. Nuestros antepasados obedecieron a Moshé, quien se hizo eco del mandato divino del versículo 26 del capítulo 12, el cual reitera la orden del capítulo 10, de informar a los hijos, con una circunstancia añadida: son los hijos quienes preguntarán cuál es el rito que están presenciando y en el que participan. Se debe contestar a las preguntas de los hijos. En el Séder de Pésaj siempre lo recordamos para practicarlo a lo largo del año. Esta obligación de mantener la tradición oral, consistente en buena parte en responder a las preguntas de los hijos, la vuelve a mencionar el Eterno en el versículo 14 del capítulo 13 cuando se refiere al rescate del primogénito.

 

                                               ¿Por qué esta primacía concedida a la tradición oral cuando la escrita ya se conocía en la época de la salida de Egipto? La primera respuesta es que la transmisión oral no necesita de ningún artefacto para llevarse a cabo, nos podrán faltar los papiros, los cálamos, las máquinas de escribir, etc… pero mientras dispongamos del lenguaje podremos instruir a nuestros hijos. Por otra parte, la tradición oral es muy fidedigna. Por extraño que parezca, más que la escrita, porque un papel puede estropearse, el texto alterarse, pero la fidelidad a las palabras oídas alrededor de la mesa paterna suele ser muy grande, tanto más cuanto que todas las familias de un mismo pueblo relatan lo mismo. También es importante el lazo afectivo.

 

                                               La parashah termina por la palabra Mimitzraim. Se encuentra pues enmarcada en la expresión "Ven desde Egipto" ¡Todo un programa!

 

 

 

¡Shabbat Shalom!

¡Quiera el Eterno concedernos el don de transmitir sabiduría a nuestros hijos y nietos!

 

Malcah


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