BO - ¡No mates a tu hijo!, por Malcah Canali 5768 de Josefina Navarro - Friday, 11 de January de 2008, 06:08 | |
B''H
De Malcah para la Quebutzah
Madrid Sefarad 12 de enero de 2008 5 de Shevat de 5768
BO ¡NO MATES A TU HIJO! El año pasado, al comentar esta misma parahah de "Bo" que vuelve a reterner ahora nuestra atención, porque se leerá el sábado que viene en todas las sinagogas del mundo, nos preguntamos cuáles habían sido los sentimientos de Faraón al contemplar el cadáver de su hijo primogénito. Reflexionemos de nuevo sobre ese asunto. La palabra "primogénito", en hebreo, es "bejor" que se ortografía "beit", "caf", "wav", "reh", es decir, exactamente con las mismas letras que "baruj" que significa "bendito" y de la cual es, por lo tanto, una llamativa "temurah" (=permutación). Muchas personas, al leer estas líneas preguntarán (no lo sé por arte de magia, sino porque, con mis años se empieza a tener experiencia de la vida), preguntarán, pues, por qué es especialmente "baruj" (=bendito) el primogénito. Probablemente la pregunta esté mal planteada, como cualquier interrogante que se exprese en los siguientes términos: "¿Qué tendrá él (o ella) que no tengan los demás?" En realidad, si lo pensamos un poco, veremos que no se trata de lo que tiene o deja de tener, cosa que implicaría una valoración injusta; se trata de lo que representa el primogénito, de lo que significa para sus padres. Esta es la pregunta: "¿En qué radica su bendición?" Y, a esto, sí se puede contestar, porque la perplejidad que encierra es lógica y comprensible. La respuesta es muy simple: la berajah (= bendición) propia del bejor es que él demuestra a sus padres que son capaces de tener un heredero varón. Saliendo al paso de las ofuscaciones pretendidamente feministas, mencionaremos que una hija primogénita demuestra a sus padres que no son estériles y, en esto es una berajah, pero, como me dijo un maestro muy sabio y bondadoso (que todavía vive y se aproxima al siglo de existencia): "La hembra, toda ella es una bendición, ella es el crisol de la familia y todo su organismo late al ritmo de la Torah". Es cierto. Ahora bien, la primogénita demuestra a sus padres que ellos no son estériles, pero ella, contrariamente al varón primogénito, no esta destinada a perpetuar la familia en el seno de la cual ha nacido, sino la de su esposo. El varón primogénito es señal de que su familia paterna podrá perpetuarse. En este sentido, está a la cabeza de la bendición, como un estandarte, pero no más, sus hermanos pequeños, que eventualmente, podrán sustituirle, están tan envueltos en su bendición como él mismo. No hay ni injusticia, ni favoritismo, simplemente un orden de las cosas. Al adentrarnos en todas estas reflexiones, vamos entendiendo mejor el significado ontológico de la décima y última plaga de Egipto, la muerte de los primogénitos, que afectara tanto a faraón como al más humilde de entre sus súbditos y le doblegara a la Voluntad Divina durante el tiempo suficiente para que los hebreos escapen. Si recordamos que, en Egipto, el sacrificio del primogénito no se practicaba, no nos extrañaremos de que Faraón, además de su dolor de padre, del que hablaremos a continuación, se haya sentido anonadado, hundido, aniquilado por la muerte de su "bejor". Era su dignidad de padre y de soberano la que la muerte de su hijo habrá destruido. Hay que tener en cuenta que en casi todas las monarquías, se exige al pretendiente al trono que sea padre para entronizarle como rey. Pero la muerte de su primogénito, que le deja degradado, destituido, a sus propios ojos, ante todo, (porque social y políticamente estas cosas, los poderosos simplemente las arreglan) también tiene unas connotaciones mucho más graves para Faraón. El que acaba de morir, es su hijo. Mientras caminaba desde la sala del trono hacia los aposentos del príncipe heredero, oyendo por las ventanas del palacio los aullidos de las madres horrorizadas y le llegaba el clamor de padres enfurecidos a través del tambaleante protocolo que envolvía las incoherentes explicaciones de los ministros quienes temblaban por sus propios hijos, es probable que pensara en términos de "príncipe heredero". Cualquier ser humano, cuando le anuncian la muerte súbita de una persona entrañablemente querida, se queda atónito, abrumado, contesta mecánicamente la noticia le llega al intelecto, pero penetra muy despacio en el corazón. Seguro que los pasillos y los salones los recorrió sin acabar de entender pero cuando penetró en el aposento ya transformado en cámara mortuoria, lo que vio fue a su hijo. Dejó de ser rey, su grito le arrancó la corona vio a su hijo muerto. Entonces sus sollozos y sus aullidos se fundieron en los de su pueblo. Sin embargo, él no dejaba de estar al mando. Las órdenes tenía que impartirlas él. No podía seguir allí llorando, cerrando los ojos juveniles y consolando a la madre. Como se diría hoy en día: a él le incumbía gestionar la crisis. Lo hizo. Llamó a Aharón y a Moshé, les concedió todo lo que querían y les pidió piedad. La verdad es que poca piedad merecía. Se habrá mostrado cruel, insensible, presa de la soberbia más repugnante, empecinado en su maldad y muchas cosas más. A su hijo le había matado él. Si no fuera porque ningún ser humano tiene derecho a decir de otro: "Su desgracia le está bien empleada". Tal vez cayéramos en la tentación de hacerlo. Pero debemos recordar siempre que él también era una criatura de Hahem y que Hahem le amaba. Al fin y al cabo, la Torah repite no sé cuantas veces que es Hahem el autor de su dureza de corazón. A cada momento lo dice el texto. Faraón no es dueño de si mismo, es el instrumento del Eterno. No estamos autorizados a fisgar en las relaciones entre Haqadosh Baruj Hu y una criatura suya, pero sí lo estamos a examinar, estudiar y determinar las consecuencias que determinado comportamiento humano tiene sobre el conjunto, o una parte de la sociedad. Vaya por delante que nadie es una isla psíquica, cuyas acciones no involucran a otros. Quien pretende: "Con mi conducta, si perjudico a alguien, será a mí mismo y solo a mí mismo" miente. Aunque no lo parezca, hay siempre otras personas involucradas en nuestros pecados. El traficante de drogas es responsable de que haya drogadictos, pero el drogadicto también es responsable de que haya traficantes y de que éstos utilicen para mal de muchos inocentes el dinero que recauden con su infame negocio. Faraón fue culpable, sin duda, de las desgracias de su pueblo, pero los egipcios tampoco le exigieron con decisión y fuerza que cediera a Moshé y a su hermano. Y los hebreos, ya lo sabemos, tardaron en confiar en su salvación, pero por fin lo hicieron y así gozaron de luz, y por ende, de lucidez, mientras los egipcios tropezaban los unos con los otros en las tinieblas, hasta tal punto que se vieron obligados a mantener la inmovilidad hasta que se alejó la plaga. A este respecto, es importante observar que la luz es fundamental en la vida. Sin ella, nos resultaría imposible sobrevivir. Imaginemos un minuto que no viéramos el mundo que nos rodea, la tierra que hemos de labrar, ni el mar que hemos de surcar, ni a los seres que nos rodean, ni el peligro que nos acecha El ciego puede sobrevivir porque está inmerso en un mundo de videntes, pero si todo fueran tinieblas, no podríamos ni ver, ni proteger a nuestros hijos ni de los peligros más inmediatos. Los hebreos, en Egipto, salvaron a sus primogénitos y a sus hijos, en general, porque gozaron de la luz cuando la oscuridad cubrió el país, mientras que los egipcios, en aquel momento, envueltos en las tinieblas existenciales que les paralizan cuerpos y almas, no se percataron de que estaban condenando a los suyos a muerte. Lo hemos dicho más arriba, la luz es luz exterior y luz interior, es decir lucidez. Cuando los hebreos escaparon a la plaga de la oscuridad es porque su alma colectiva ya era luminosa, sabían a ciencia cierta que el camino de la salvación pasaba por la confianza en el Eterno y la obediencia a Sus Mandatos. Eran capaces de transmitir esta base de sabiduría a sus hijos, o sea de guiarles por el camino de la vida. Los egipcios, por su lado, se sumieron en la oscuridad y en el oscurantismo de forma que, sin darse cuenta de lo que hacían, abandonaron a sus hijos a las garras de la muerte. Esto ocurre siempre y en todas partes: si los adultos no enseñan a sus hijos el recto camino de la virtud, éstos, descontentados e ignorantes, tendrán malas costumbres que les destrozarán la salud y les harán victimas de sus caprichos más idiotas, sumiéndoles así en una abulia mortificada, etc., etc. Sin embargo, lo que más nos importa a todos en este mundo, son nuestros hijos. Por ellos nunca regateamos los esfuerzos, por ellos nos sacrificamos con júbilo y por ellos nos dejamos torturar cuando hace falta. No hay peor dolor que ver sufrir a un hijo, si no es, probablemente, el verle morir. ¡Quiera Hahem Baruj Hu, en Su Inmensa Misericordia, consolar a todos los padres que han perdido a un hijo, recordándoles que la muerte no existe, que su hijo está en Su Corazón y en el de ellos para proteger a los huérfanos! Sí, lo que más nos importa en este mundo, son nuestros hijos, no solo los propios sino los hijos de toda la Humanidad. Sin las generaciones venideras, la vida no tendría ningún sentido. Aun en el Gan Eden (Jardín del Eden), donde la muerte no tenía lugar, Elohim ordenó a la pareja humana que se multiplicase. Los hijos son la mismísima bendición de la existencia. No son como nos lo quieren hacer creer hoy día, ni un objeto de lujo, bueno para "quienes se lo pueden pagar", ni un muñeco hecho por encargo: "Yo quiero un varón, con ojos verdes, orejas parecidas a las de mi tía Fulanita, pelo entre rubio y medio rubio, etc." Tampoco son golosinas, ni canciones de moda que podamos rechazar con mueca de desprecio: "No, no lo voy a tener porque no sería un niño deseado... no me gusta la idea". Los niños no tienen ninguna obligación de ser guapos o feos, inteligentes o simples. Los hijos son hijos del Eterno antes de serlo nuestros y tienen derecho a la vida, incluso los "indeseados", fruto de una violación. El chiquillo es hijo de la violada tanto como del violador y, lo más probable, es que él y su madre se necesiten mutuamente y puedan hacerse mucho bien el uno al otro. La parahah de "Bo" nos recuerda que cuando pecamos, matamos a nuestros hijos, aunque, a veces, esto no se advierta de inmediato. El abuso de los recursos naturales ha dejado sin agua a una gran parte del planeta. ¿Quién pensó en las generaciones venideras? Las generaciones vienen y se mueren de sed, de hambre o de vicios. Los ilustrados abuelos y padres dejaron que, en nombre de la libertad, se aconsejara a la juventud abandonar la senda de la virtud y así volviera a la esclavitud. ¡Genial! Gracias al Eterno, la sana razón va recuperando terreno en la sociedad, así que es seguro que nuestros hijos vivirán días de liberación auténtica, cruzando el último mar que nos separa de la Tierra Prometida, donde mañana el Mashiaj Bendito, nos abrirá la puerta de la dicha. ¡Baruj Hahem que así lo quiere!
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