01 enero 2008

parashah: SHEMOT - Los Olvidados, por Malcah Canali 5768

SHEMOT - Los Olvidados, por Malcah Canali 5768
de Josefina Navarro - Tuesday, 1 de January de 2008, 03:52
 

B''H

De Malcah para la Quebutzah

 

 

Comentario a la Parashah de Shemot

Sábado 29 de diciembre de 2007

20 de Tevet de 5768

 

 

 

 

 

SHEMOT

 

LOS OLVIDADOS

 

 

Al leer la parashah de "Shemot" (literalmente "los Nombres" y en las traducciones "Éxodo"), como al leer cualquier relato, por cierto, nos identificamos, sin pensarlo un segundo, con los protagonistas estelares, los que ocupan el lugar preferente en los acontecimientos narrados; en suma, con los héroes. Es mucho más gratificante que identificarse con los vulgares componentes de una masa informe de comparsas cuya misión consiste en representar a un conjunto sumido en el anonimato individual, sólo capaz de llorar o regocijarse al ritmo de las peripecias que afectan a los protagonistas de primerísima fila, dotados ellos de personalidad y características propias.

 

Así pues, en el curso de los capítulos de Shemot vamos dando toda nuestra atención a Moshé, con una admiración sin límites, lo cual es muy legítimo y recomendable, nadie lo puede dudar, tanto más cuanto que Hashem se le aparece y mantiene diálogo con él para encomendarle la misión de sacar de Mitzraim al pueblo esclavizado (a quien nosotros olvidamos).

 

Con esta conversación de trascendencia umbilical para la humanidad (la parashah se inicia y se acaba por la letra Vav, cordón umbilical que une al ser humano con la Divinidad), en esta conversación, pues, el Eterno Se muestra muy amistoso con Moshé, entiende su desconcierto y su angustia, de forma que, a pesar de una irritación pasajera, acaba cediendo a todos sus requerimientos en cuanto a pruebas visibles que le acrediten como persona respetable ante el pueblo. Moshe pide una señal… y luego otra, y Hashem le concede varias.

 

En hebreo, "señal" se dice "ot", vocablo que, al ortografiarse Alef, Vav, Tav, encierra la vav entre la primera y la última consonante del alfabeto sagrado,

transformando así la designación del objeto en señal del Lenguaje Divino, en letra. La lengua santa no distingue entre "letra" y señal".

 

A Caín, el Eterno le había puesto una señal, un "ot" para que no le matara

cualquiera que se encontrara con él. La expresión "kol motzi" empleada por Caín (=cualquiera que me encuentra) es totalmente indefinida. Nadie puede llegar a saber quienes son los justicieros que amagan en la sombra al asesino desesperado y arrepentido por no haber sabido superar la prueba de la injusticia aparente. Caín no fue capaz de posponer el gozo de la recompensa.

 

Moshé también es un asesino. A la hora de la prueba, sigue su primer impulso y mata al Egipcio que encuentra maltratando a un hebreo, a un hermano suyo. Caín había asesinado a un hermano, pero Moshé mata para proteger a un hermano. Ya la masa fantasmal que asustaba a Caín se ha ido conformando en pueblo cuyos jefes de tribus sí, tienen identidad. Sus nombres vienen enunciados al principio de la parashah.

 

Desde la época de Caín, la humanidad ha evolucionado, ha pasado de ser una nube vagabunda a ser un agregado de pueblos. A Caín, el Eterno le protegió, pero no le encomienda ninguna misión. A Moshé también le va a señalar como a alguien aparte, que no podría tener sino una relación muy tangencial con los seres por quienes lo va a sacrificar absolutamente todo, porque a él, Hashem le encomienda una misión, la de liberar de las tinieblas egipcias al andrajoso tropel que en el genérico " 'ivrim" sólo ve la fuente de una inconmensurable desgracia.

 

Moshé había asumido su identidad cuando, al matar al egipcio se había colocado en la situación de un forajido, situación en cierto sentido, aún peor que la de los esclavos. Se redimiría liberando al pueblo, enseñándole a aceptar y valorar positivamente el hecho de constituir la congregación de los 'ivrim, de los que "cruzan un río", que van más allá de lo conocido.

 

Llegar a este punto, y para ser honrados en nuestra lectura de la Torah, hemos de plantearnos una pregunta y es ésta: ¿Quién le importa realmente al Eterno, Moshé o el pueblo? La respuesta es inmediata: el pueblo, la masa confusa y desorientada que se define por los verbos que se utilizan para describirla: los que trabajan, que sufren, que sirven, que lloran, y poco a poco, se agotan. El verbo es la palabra clave de toda la Creación. En Bereshit, todo empieza por los verbos: "Dijo el eterno: que haya luz… y llamó al firmamento cielos…", el nombre viene a completar el proceso. Cuando aparece el objeto creado ya está en buena medida, aislada del resto del universo, por lo menos aislado de la cohesión de sus características. El nombre puede recibir afijos que le señalarán como masculino o femenino, singular o plural, posesor o poseído, pero su núcleo permanece compacto, el nombre es inflexible, mientras que el verbo, sobre todo el verbo hebreo, se puede flexionar hasta en su mismísimo corazón para recorrer los senderos de la acción y de la pasión. El verbo es expresión de lo ilimitado y el nombre lo es de lo limitado. Sólo el Eterno puede enunciar Su Santo Nombre en forma verbal, que es precisamente lo que hace cuando Moshé le interroga sobre la palabra con la que presentar-Le al pueblo. Le contesta con un verbo, y un verbo empleado en futuro: "Seré Quién Seré" porque sabe que la masa informe y doliente entiende el imperfecto de lo no cumplido, es evolutiva y Moshé, que es todo nombre (Moshé contiene la Mem y la Shin que, invertidas, forman "shem" que significa nombre) probablemente saque de la dinámica verbal que repetirá a los infelices esclavos, tanta fuerza como ellos para emprender el camino de la liberación.

 

El Eterno ama a este pueblo que, a punto de perder por completo la identidad en los abismos del sufrimiento y de la humillación, antes de sumirse definitivamente en la desesperación, Le ha llamado. Este gritó, El lo ha oído, así lo manifiesta en el versículo 9 del capítulo 3 de nuestra parashah. Moshé, en cambio, no Le ha llamado… Moshé es todo un aristócrata, ha sido educado en un palacio, no acostumbra a pedir socorro. Es el Eterno quien le llama a él y Quien le va a transformar en un buen servidor que ya Le irá llamando cada vez que se tercie.

 

Vemos pues que, si bien Hashem ve en Moshé a Su Delegado, al guía, al jefe capaz de liberar a Israel de sus cadenas, toda Su compasión va al pueblo… a la masa informe cuyos componentes Él conoce, a cada uno por su nombre, porque no saben asumir su identidad cultural, se han multiplicado mucho y su existencia transcurre en una especie de nube aniquiladora de conciencia religiosa, pero, individualmente tienen nombre, para uso familiar, privado, intraétnico, lo tienen. Son seres humanos, muy, muy imperfectos… ya lo hemos comprobado, el aspecto verbal elocuente para ellos es el futuro, o sea, el imperfecto por excelencia… son mal educados, groseros, pendencieros, se insultan los unos a los otros, provocando la indignación del elegante Moshé, ente ellos hay lisiados y mendigos purulentos, ancianos desaliñados y mocosos barrigudos, hombres sudorosos, mujeres de pechos flácidos y jovencitas descaradas, pero son seres humanos y el Eterno los conoce… apenas sí les queda memoria para saber que Él existe, que no es imposible que oiga su clamor cuando gritan, cuando aúllan su angustia en los anocheceres del interminable padecimiento. Son seres humanos. Son nuestros antepasados.

Son nuestros antepasados. Se dice pronto, pero hay que pensarlo despacio. El propio Moshé fue concebido y nació en medio de ellos. Dice el Midrash que, una noche, Amram huyó de su casa para evitar tener relaciones sexuales con Yojéved su esposa (¡véis como tenían nombres!) por miedo a que ella se quedara preñada de un varoncito condenado a muerte por el decreto faraónico. De nada le valió la huída al bueno de Amram, porque, y esto lo ignoraba él, Yojéved ya estaba encinta. Cuando todo parecía perdido, una mujer hebrea llevaba en su seno la salvación de Israel, ¡Baruj ha Shem, Baruj Hashem!

 

Aquellos harapientos esclavos que llegaron a tener miedo de los noches más cálidas y de las caricias del ser amado, pero fueron encontrados dignos por el

Todopoderoso de engendrar al gigante de Sinaí, son nuestros antepasados. Se alegraron de que su hijo sobreviviera milagrosamente y fuera educado lejos de ellos por la hija del Faraón que le enseño, además de los buenos modales, el arte de gobernar a los pueblos. Como todos los padres, entre gozar de la presencia del hijo a su lado y el porvenir brillante que le esperaba fuera de casa, eligieron lo segundo.

 

Ellos, los andrajosos, los perseguidos, los agotados de quien Moshé desconfiaba bastante, cosa que manifiesta bien a las claras cuando dice al Eterno:<<no me creerán, no escucharán mi voz, dirán que "¡Cómo que se te va a aparecer a ti el Eterno!">> éstos son nuestros antepasados. Debemos mentalizarnos de que es así porque, cuando leemos la salida de Mitzraim y la historia de la marcha por el desierto, viendo sus defectos, sus infidelidades, su inmadurez, pero sin identificarnos con ellos. Sin embargo, todo lo que somos en tanto que pueblo, se lo debemos a ellos, con sus debilidades y con su arrojo. Cuando los juzgamos, estamos faltando al santo mandamiento de honrar al padre y a la madre.

Aquéllos que salieron de Egipto cometiendo un robo, somos nosotros. Eterno, en aquel momento no dijo: "Éstos se echarán atrás si no tienen un motivo muy serio para alejarse cuanto antes". No los juzgó, simplemente les mandó despojar a los Egipcios de objetos valiosos.

Es bueno, justo y sensato que imitemos al Eterno, que, en vez de juzgarles, les demos  amor y agradecimiento porque le echaron mucho valor a la cosa. Son nuestros padres y es recomendable que bendigamos a Hashem por haberlos amado.

 

         ¡Baruj Hashem que nos hizo herederos de aquellos infelices que cruzaron el mar para abrirnos el camino de la libertad y nos legaron el sentido de la dignidad!


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