14 marzo 2008

parashah: VAYQRA - La Convivencia con HaShem, Malcah 5768

VAYQRA - La Convivencia con HaShem, Malcah 5768
de Josefina Navarro - Friday, 14 de March de 2008, 12:52
 
B''H
De Malcah para la Quebutzah
Parasháh Vayqrá
 
Sábado 15 de Marzo 2008
8 Adar II de 5768

LA CONVIVENCIA CON HASHEM

          Cuando llegamos a la parashah de Vayqrá con la que se inicia el libro del mismo nombre, el tercero y central de la Torah, ya sabemos, desde hace tiempo, que el Santuario está destinado al rito sacrificial.  Ahora, en Vayqrá, vamos a encontrar mandamientos precisos y detallados referidos a los sacrificios que el Eterno exige, pero de poco nos valdrá estudiarlos, por muy detenida y atentamente que lo hagamos, si no tratamos de entender el significado, el alcance y el valor de este acto que consiste en regalarle unos animales o unas plantas por medio de los sacerdotes quienes, en su calidad de ungidos, son aptos para la manipulación de las ofrendas y su transmutación en género de santidad.
 
          En los idiomas indoeuropeos las ofrendas al Dios o a los dioses se designan casi exlusivamente por la palabra "sacrificio" que indica el hecho básico de sacralizar del que acabamos de hablar y con el que acostumbramos a traducir varios vocablos hebreos que, si bien se pueden resumir en él, no dejan de tener implicaciones muy variadas e interesantes.
 
          Tomaremos como ejemplo la palabra "qorbán" que aparece en el primer versículo de Vayqrá y, por lo tanto, tiene derecho a una atención especial, tanto más cuanto que aparece bajo dos formas, una verbal y otra nominal.  La traducción literal sería: "cuando un hombre de entre vosotros Me acerque una ofrenda animal..." porque el verbo "hiqriv" viene de "qarav" que es "acercar, aproximar" y "qorban", con la misma etimología, contiene una alusión específica a "qerev", o sea el seno, las entrañas, las vísceras.
 
          Todo esto nos permite suponer que, al exigir el qorbán a nuestros antepasados, el Eterno pedía ante todo la consagración de la parte orgánica del ser  humano, la que sirve para transformar los alimentros ingeridos, por un lado en elementos nutritivos y, por otro, en desechos.  El Eterno pide que se Le acerque nuestra parte animal, con sus instintos, sus apetencias y sus repulsiones, es evidente.
 
          Si recordamos que, en el Gan Eden nuestros primeros padres comían, bebían y cultivaban la tierra, es decir que tenían una vida biológica, no podremos por menos de pensar que el pecado, a introducirles en la dimensión de la muerte contaminó aquel estado de salud total y absoluta, lo poluyó.  Esto explica por qué es tan fundamental operar esta primera reconciliación con el Creador devolviendo la santidad a las entrañas.  Por otra parte, si un animal puede sustituir al ser humano en el sacrificio es porque no hay verdadera separación entre ambos.  En este aspecto, la teoría de la evolución podría aportarnos alguna enseñanza sobre el método utilizado por el Eterno para hacer el universo y los seres vivos que en él habitan.  Sin embargo, tampoco parece indispensable la referencia a dicha teoría porque la unidad de la Creación, que es parte de la Unidad Divina, basta para explicar la sustituibilidad de las especies en determinadas circunstancias.
 
          El caso es que el sacrificio animal es un rito que, al celebrarse en la Morada que Hashem ha decidido compartir con el Pueblo Elegido, representa un acto muy relevante de la convivencia de tipo conyugal que allí se lleva a cabo.  Es la sublimación del aspecto más primario, más instintivo, más pulsional del amor.  El sacerdote, que es la quintaesencia del pueblo de Israel, toca el animal destinado al holocausto, deja en él una impronta física.  Luego el holocausto, como lo indica su nombre en español, era enteramente quemado (la palabra holocausto viene, a través del griego, de una doble raíz indoeuropeo que significa precisamente "quemar por entero").  Se trata pues sin ningún lugar a dudas, de una consumación.  Los holocaustos eran el paso inicial de la reunión.
 
          Ahora bien, una vez que los sacrificios, el qorbán en particular, dejaron de ofrecerse con profundísimo amor, con plena consciencia de lo que realmente significaban, o sea la entrega del cuerpo en un acto de acercamiento fervoroso al Autor de la dicha suprema que es la consciencia de la adhesión a la totalidad del Ser, el qorbán desapareció con el Templo.
 
          Cuando Adam y Eva aún no habían pecado, gozaban de esta conciencia.  No les importaba estar desnudos porque la noción de desnudez no existía para ellos ya que la división, la separación entre alma y cuerpo estaba ausente de su paisaje mental.  Lo que descubrieron con el pecado fue que la adhesión anímica a la totalidad del Ser podía desvanecerse.  Contemplaron y sintieron la desintegración y el paso a un estado de dicotomía, generador de sufrimiento, que sólo se podría superar a condición de caminar por el recto sendero de la integridad, hasta pasar por el trance de la muerte que permitiría el retorno al paraíso perdido.
 
          La ofrenda piadosa de los sacrificios fue el eje central de este proceso.  La pureza de los sacerdotes y la virtud de los Hijos de Israel constituían la protección contra la posibilidad de errar el camino y verse envuelto en una sucesión de guilgulim (reencarnaciones) angustiosos, marcados por la necesidad de realizar "el tikún", es decir la corrección de errores pasados cuyo recuerdo se ha borrado de la mente.
 
          Así, pues, como lo veníamos diciendo, lejos de ser un mero rito destinado a mantener al pueblo en la mentalidad bastante infantil de que el Eterno nos está continuamente reclamando el pago de una deuda que contrajimos con El al recibir la vida, los sacrificios eran el modo más eficaz de anular los efectos del gran error que nos precipitó en el mundo de la descomposición.  El humo de los holocaustos, impregnado de intención reunificadora, penetraba en el cosmos, empapándolo con su santidad, pero si faltaba la intención regeneradora, el humo transmitía energía negativa.  Hoy en día estamos tan anclados en la creencia de que el cosmos es una entidad separada de nuestra mente y de nuestras intenciones que toda alusión a un flujo energético capaz de unirlos de continuo, nos resulta a menudo difícil de admitir.  Sin embargo, todos sabemos que es verdad porque el Eterno nos hizo a Su Imagen y Semejanza, de forma que el cosmos que percibimos como algo exterior a nosotros, en realidad es una creación nuestra y lo modificamos con nuestros pensamientos y acciones.  A esto, solemos llamarlo milagro cuando advertimos de forma inequívoca que proviene directamente de la intervención divina, pero si constatamos alguna señal de nuestra propia participación en el prodigio, casi siempre nos callamos por lo mucho que nos asusta la responsabilidad.
 
          De todas formas, y antes de seguir con este atisbo de análisis, quisiera sugerir una breve meditación sobre lo que sería nuestra vida y en qué cosmos se desarrollaría si los seres humanos, por lo menos los monoteístas, hubiéramos obedecido y cumplido con pura intención los Mandamientos divinos.  ¿Dejaríamos en herencia a nuestros hijos y nietos un entorno caótico y contaminado, regido por las leyes de la depravación, o nos estaríamos acercando más y más a la Gloria del Eterno, nuestro Padre?
 
          Volviendo al texto de Vayqrá, leemos al principio del capítulo 2 que Haqadosh Baruj Hu nombra "qorbán" a los sacrificios vegetales que a continuación designa como "minjah", apelativo que hemos conservado para los sacrificios incruentos.  Aquellas ofrendas también debían ser quemadas.  El fuego es el elemento santificador porque sube desde la tierra hacia los cielos, llevando en sus llamas las sustancias incineradas.  Por esta razón el texto utiliza la palabra "qorbán" para referirse a ellas.
 
          En cuanto a "Minjah", es un término que, en hebreo, viene de la raíz Manaj que se refiere a la afinación musical y también a un don, un presente, un regalo.  Desde luego, un instrumento en el que las manos o la lengua humana están correctamente colocadas, por lo que se produce un sonido puro, es un regalo, una preciosidad, una maravilla, comparable a "la expresión de los labios", el rezo que sustituiría algún día los sacrificios desvirtuados por la impiedad de los Benei Israel.
 
          El verbo "manaj", por cierto, tiene una guematria muy significativa ya que sus tres consonantes: "mem, nun, jet" suman  98 como las de "salaj" que es "perdonar"  ("slijah" es el perdón, tanto en el hebreo clásico, como en el moderno; hoy día, en Israel, cuando tú acabas de pisarle al vecino el dedo del pie provisto de una ampolla dinosáurica que le duele lo que nadie sabe, tú le dices: "slijah" y la cortesía le exige a él contestarte con serenísima sonrisa: "Bevaqashah" = por favor... o sea, como el francés "Je vous en prie!" que es "¡No pasa nada!"... ya veis... la cortesía también es un detalle, un regalito").
 
          Que "manaj" y "slijah" estén numérica y por lo tanto, energéticamente ligados, es una de estas sonrisas cómplices de la lengua hebrea que a vosotros, ya no os extraña.  La guematria, sin embargo, nos revela otra sorpresa muy hermosa y es que "Manah", al sumar 98, también está ligada por los números a nuestro brindis tradicional, el que se hace especialmente durante el quiddush y suena: "Lejáim" ("¡a la vida!" o "¡por la vida!").
 
          También es justicia mencionar que la guematria nos reserva todavía varias sorpresas, todas merecedoras de atención y reflexión.  Así, por ejemplo, el vocablo: "nojain" que indica "consuelo, compasión" y el nombre hebreo del topacio, piedra símbolo de la tribu de Shimeón el oyente.  Shimeón no tuvo herencia territorial entre las tribus de Israel porque, al igual que su hermano Leví, no había sabido reprimir su cólera ante el ultraje infligido a su hermana Dinah.  Ni Leví ni Shimeón tuvieron territorio entre las tribus de Israel.  fue el precio del perdón.  La tribu de Leví, enterada de lo que puede costar faltar a la obligación de tener compasión y perdonar al delincuente arrepentido, acabó siendo la tribu sacerdotal, y la tribu de Shimeón tuvo el privilegio de compartir suerte con la de Yehudah en cuyo seno iba a florecer la Casa de David, origen del Mashiaj Bendito.
 
          Por cierto, la expresión: "Ben Leví" (hijo de Leví) también está compuesta por consonantes cuyo valor numérico alcanzan 98 como "Gajatz" (regocijarse) y la designación del Sumo Hacedor:
 
          Hu Haelohim (=El Es la Divinidad) cuyo Santo Nombre siempre bendeciremos con afinadas melodías.

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