LOS PÉTALOS DEL BIENDECIR: Los Centinelas de Josefina Navarro - Wednesday, 25 de June de 2008, 14:03 | |
Los pétalos del Biendecir B"HPétalo Nº 5 Los Centinelas La misión de los centinelas, como todos sabemos, consiste en pasar tiempo oteando la lejanía para tratar de advertir la llegada de un posible enemigo. Ver venir al enemigo es fundamental para evitar un ataque sorpresa que podría causarnos gravísimos daños. Cuando nos consideramos centinelas subjetivas frente a las supuestas intenciones de algún interlocutor nuestro, nos expresamos en los términos siguientes: "¡Yo, a ti te veo venir! y de lejos". Puede que el otro tenga o no tenga las intenciones que le prestamos. Esto no es siempre fácil de averiguar y, realmente, es irrelevante, porque creemos que las tiene, de forma que nuestro paisaje mental baña en esta desconfianza. Lo que nos importa entonces es saber qué contestar para no dejarnos manipular. Ahora pasaremos a elaborar una respuesta adecuada, pero antes de hacerlo, es menester entregarnos a una reflexión sobre nuestra vida interior. ¿De quién desconfiamos realmente cuando tememos que nos puedan manipular? ¿De los demás o de nosotros mismos? Si confiáramos en nuestra capacidad de actuar libremente, .según los dictados de nuestra consciencia y nuestras opciones vitales, sin dejarnos influenciar por las sugestiones ajenas que los contradicen, no tendríamos que estar en alerta. Veamos algún ejemplo: Si un compañero de trabajo me viene diciendo desde hace varias semanas o meses, que la madre trabajadora se gasta en guardería infantil una buena parte de su sueldo y que, de todas formas, los niños están mal atendidos, por lo que él tiene un grave conflicto con su mujer, lo cual redunda en un deterioro de las relaciones familiares, es probable que, al principio, le pregunte por qué no se lo plantean seriamente los dos y llegan a un acuerdo. Si él me viene con que es imposible, porque hoy día las mujeres prefieren disponer de un dinero para sus caprichos a portarse como sus propias madres que tenían sentido del deber y que, además, como se han dejado liar por las feministas siempre temen que el marido las abandonen, dejándolas sin recursos financieros, pero no se dan cuenta de que el divorcio se lo están buscando ellas por su egoísmo etc. etc. y me pregunta cómo me las arreglo yo para hacerlo todo y le comenta en voz alta a un colega que ningún hombre pide el día libre para cuidar de un hijo enfermo, porque a los hijos se les debe cuidar a diario, no sólo cuando están pachuchos si por otra parte, acostumbra a comentar que la empresa es una entidad asquerosa, que sólo merece el trato que le dan los empleados como él, o sea, los valerosos como él que saben hacerse con ingresos cuantiosos, vendiendo los secretos de los clientes a espaldas de los ejecutivos, quienes, por cierto, hacen otro tanto, pero a un nivel más rentable. Ahora que los recién llegados, tímidos y apocados, están destinado a un porvenir tan mediocre como su ausencia de valentía permite pronosticarles etc. Si me dice estas cosas, e4s evidente que está tratando de empujarme a abandonar mi trabajo, o a cometer alguna falta grave que me acarreará el despido. Tengo entonces todos los motivos del mundo para pensar: "¡Yo, a ti, te veo venir!", pero no tengo ninguna obligación de hacerlo, porque si, de modo automático, advierto que estoy oyendo unas reflexiones que hieren mis principios morales los cuales me prohíben comportarme de modo desleal y abyecto así como mis opciones vitales, que me dictan tratar de conservar un empleo que nos ayuda a mi familia y a mí a vivir sin excesiva deuda con el banco, no le haré caso al elocuente colega. Al no desconfiar de mi entereza, actuaré con libertad y mi dignidad permanecerá intacta. Ahora puedo advertir que él está de mala fe y buscar una respuesta adecuada. Para encontrar esta respuesta, hemos de tener en cuenta que si le contestamos, lo hacemos por pura cortesía, o porque las circunstancias así nos lo exigen, pero que no tenemos ninguna obligación de dar nuestro parecer sobre las cosas que ha dicho. Ninguna. Este es el primer principio: Nadie, fuera de circunstancia especiales, como puede ser, por ejemplo un noviazgo, o un acuerdo que suponga determinado compromiso ético (cuidar de un niño o de alguna persona desvalida, adherir a una agrupación formada en torno a una comunidad de valores etc.) tiene derecho a interrogarme sobre mis convicciones. Volviendo a nuestro ejemplo, si el colega me cuenta que él estafa la empresa, no tengo por qué decirle si me parece bien o mal. A lo sumo, le contestaré: "Mira, al contarme estas cosas, me pones en un apuro, porque, de creerte, el sentido moral me dictaría una actitud bastante poco amistosa que consistiría en avisar a los directivos, pero igual estás bromeando y tomarte en serio sería una muestra de mal gusto. Créeme, lo mejor es evitar este tipo de conversaciones." El segundo escollo que conviene evitar es ponerse a rebatir las afirmaciones que el otro acaba de hacer. Con la mala fe no se argumenta nunca. Absolutamente nunca. Hacerlo es un pecado que consiste en revestir la adulteración, el envilecimiento y la profanación de la palabra con los ornamentos de la dignidad. Puede que el impertinente se conforme con esta respuesta y puede que no. En este último caso, acabará inevitablemente por preguntar "¿No comprendes que es la única solución?" o algo por el estilo. Es cuando se le contesta "No acostumbro a hablar de estos temas, lo siento por ti que pareces tener cierta predilección por ellos." Expresiones tales como "No acostumbra a hablar de esto o de lo otro" son mejores que "me gusta o no me gusta" porque no dan información sobre tus preferencias, son asépticas y, frente a la mala fe, la asepsia es fundamental, porque le veda al otro toda posibilidad de comentar tus preferencias. Con estas breves reflexiones, espero haberos sido de alguna ayuda para evitaros ir de centinela por la vida, lo cual es bastante odioso, porque nos hace depender de eventuales intentos de manipulación y también haberos mostrado que, frente a la manifiesta mala fe, tenemos capacidad intelectual para actuar con eficacia, preservando nuestra libertad y nuestra dignidad. Si he logrado mi propósito, Se lo agradezco al Todopoderoso. ¡Que El os bendiga! Malcah Madrid, Sefarad, 23 de Junio de 2008
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