19 junio 2008

parashah: SHELAJ LEJA - Retroceder es fácil, por Malcah 5767

SHELAJ LEJA - Retroceder es fácil, por Malcah 5767
de Josefina Navarro - Thursday, 19 June 2008, 04:40 PM
 

B''H

Y para estar acordes con el estudio de esta semana, les comparto el comentario de Malcah del año pasado, correspondiente a la porción de esta semana.

B''H

De Malcah para la Quebutzah

 

Comentario a la parashah Shelaj Leja

9 de junio de 2007

23 de Siván de 5767

 

 

 

SHELAJ LEJA

RETROCEDER ES FÁCIL

 

 

                                        Ya curada su hermana de la lepra por la desgarradora súplica que él alzó hacia el Eterno, Moshé recibe la orden de enviar a la Tierra de Promisión doce adelantados, uno por cada tribu, para observarla secretamente y volver con información fidedigna.

 

                                               Los enviados a esta misión de espionaje debían ser príncipes de sus respectivas tribus, o sea hombres considerados de confianza de alto nivel espiritual o intelectual, es decir, hidalgos, varones reverenciados por detentar la autoridad entre sus familiares. Se dice en hebreo: "Col nasí bahem". Su poder se queda "bahem" entre ellos. Son autoridades civiles.

 

                                               Está claro: el explorador, el adelantado, el espía… llámeselo como se le llame, había de ser alguien en quien el pueblo depositaba su confianza, porque tenía derecho a hacerlo. Creía tener derecho a hacerlo ciegamente y no era para tanto.

 

                                               No es baladí la exigencia de mandar a explorar Haaretz (la Tierra de Canaán) a hombres encumbrados. Cualquiera lo entiende, se trata de enseñar al pueblo lo que significa, realmente, la delegación de poderes. Significa que ésta tiene límites. Los claros varones que Moshé envía a observar la tierra hacia la cual el conjunto del pueblo se está encaminando, son ciertamente príncipes de sus respectivas tribus, hombres educados y sensatos, pero que no han recibido ninguna unción que les garantice la inspiración divina en el momento de transmitir su mensaje. Nadie puede concederles una confianza ciega. En esto, se parecen a los hombres políticos democráticamente elegidos y que siempre se pueden escudar en la voluntad popular para justificar sus errores. La Torah nos muestra que cierto espíritu crítico es indispensable a la hora de hacer valoraciones. Los exploradores traen muestras de la prodigalidad de la tierra de Canaán, o sea, de la veracidad de la Promesa Divina, pero diez de entre ellos se dejan embargar por el pánico, jurando y perjurando que, con eso y con todo, será imposible conquistarla porque los pueblos que la habitan están dotados de una fuerza descomunal.

 

                                               Sólo Caleb, de la tribu de Yehudah y Josué de la tribu de Efraín mantienen la lucidez y proclaman que lo correcto es tener confianza en el Eterno. Dicen: "Es una tierra excelente. Si el Eterno se complace en nosotros, nos llevará a esta tierra y nos la dará".

 

                                               ¿Qué les ocurrió a los hebreos para pensar en apedrear a estos mensajeros de la esperanza? Pues que reaccionaron de modo ebefrénico, como chavalines asustados: "¡Ay, pero si es mayor que yo! Es más alto y es más fuerte. Yo soy demasiado pequeño para pegarme con él". Vieron a los intrépidos exhortadores como a tutores irresponsables, sometidos a alguna influencia nefasta o a los efectos del alcohol, dispuestos a lanzarlos a una empresa totalmente descabellada que les costaría la vida o la libertad. En cualquier caso, la tranquilidad.

 

                                               Lo mismo pasa siempre que una población se ve abocada a someterse a todas las exigencias de un opresor cada día más implacable. La ínfima minoría de valientes que opta por la resistencia no suele encontrar ninguna simpatía por parte de sus conciudadanos, sino que es víctima del rechazo y de las denuncias. Después de la victoria, es otra historia: todos han sido héroes, nadie ha sido cobarde, ni colaboracionista.

 

                                               A las puertas de Haaretz (la tierra prometida) también, la mayoría se achantó y no lapidó a Caleb y a Josué porque Hashem Se manifestó directamente. De todas formas habían querido retroceder y tuvieron que asumir las consecuencias de su pusilanimidad, porque si bien el Eterno, cediendo, como de costumbre, a la generosidad de Moshé, no los mató a todos, como se lo dictaba Su Legítima Ira, les condenó a terminar sus días en el desierto donde, al parecer, se encontraban tan a gusto. Caleb y Josué se salvaron, naturalmente, y transmitieron el relato.

 

                                               Ahora, quiero rogar al lector que no vea un simple alarde de ironía en la reflexión: "Se encontraban tan a gusto en el desierto" ¡Claro que, de repente, se encontraban a gusto en ese desierto que tanto habían denostado poco tiempo atrás! Era lo conocido, ya sabían vivir en él… quejándose, lamentándose y desobedeciendo a cada momento. Ya no eran unos parias, eran unos migrantes y poco a poco se iban acostumbrando a esta no-condición. Un nuevo cambio radical les horrorizaba, como horrorizaba a sus exploradores. Ni las uvas, ni los higos, ni las granadas, tuvieron poder suficiente para exaltar los ánimos. A pesar de todas sus rebeliones anteriores, descubrieron que no querían la prosperidad si era preciso conquistarla, arriesgarse, luchar por ella. Se quedaban con el maná.

 

                                               El Eterno había dicho a Moisés: "Shelaj lejah…" (envía para ti) a exploradores que traigan informes sobre esta tierra. Una vez conocida la reacción del pueblo, se entiende que el Omnisciente no haya dicho: "envía para ellos" porque ellos, del testimonio de los observadores sólo admitirían la parte negativa, inmovilista. Otra cosa les hubiera exigido creer en la Palabra Divina, actuar con entusiasmo, no dudar ni un solo instante de su propia fuerza de voluntad, del poder de su confianza en la Santa Providencia. Ellos dudaron de su alma.

 

                                               Su Elohim les había sacado de todos los apuros, les había salvado de todos los peligros, les había perdonado sus desmanes, les estaba alimentando a diario, y seguían desconfiando. ¿No creían en Su Palabra? Es difícil de admitir, a pesar de todo lo que hemos analizado hasta ahora sobre el miedo que les devoraba las entrañas. Sabían que el Eterno cumple con Su Palabra, pero lanzarse a la gran empresa implicaba un riesgo de muerte, no de muerte colectiva puesto que, según acabamos de mencionar, Haqadosh Baruj Hu cumple con Sus Promesas y ellos lo sabían. El riesgo era el de la muerte individual. Y, extrañamente, ahí es donde se encontraban todos unidos, en el "¡A ver si me va a tocar a mí!", sin pensar que de todas formas el individuo siempre muere en unas u otras circunstancias. Ellos no pensaron en términos colectivos, sobre todo, no pensaron en sus hijos. Tal vez aquello fuera lo que más dolió al Eterno,  porque Él es el Padre por antonomasia. La primera palabra que se puede formar con las letras del alfabeto hebreo es "ab" (=padre) que se escribe alef,bet. Aquella indiferencia ante la suerte que correrían sus hijos en el porvernir, a Hashem le dolió tan cruelmente que, a pesar de acceder al ruego de Moisés en cuanto a la oportuna clemencia, decretó que los jovencitos que aún no habían cumplido los veinte años en el instante del pecado, serían quienes entrasen en Haaretz, mientras que toda la generación indigna moriría en el desierto. Él protegió a los chavales, a los chiquitines.

 

                                               La generación que salió de Egipto fue condenada a errar en el desierto durante cuarenta años,  un año por cada uno de los días que había durado la exploración de Haaretz y los suficientes para que se murieran todos los supervivientes de la epopeya inicial.

 

                                               En nuestros textos santos el número 40 suele ir ligado a la noción de madurez y, tradicionalmente, no se podía empezar el estudio de la Qabalah antes de cumplir los 40 años. Es sólo un ejemplo, pero nos puede servir para recordar que, más o menos, hasta la mitad del pasado siglo, se consideraba que una persona alcanzaba la madurez a esta edad. Ahora ya se sabe, los portavoces de la inteligencia han decretado que la sabiduría reside en la juventud, junto con la experiencia y el discernimiento; de forma que a los cuarenta años se inicia un retroceso abominable que transformará al anciano en un recipiente desechable de prejuicios y malas ideas. Pero bueno… ¡igual esta moda de despreciar a "los viejos" se queda hasta morir de asco en el desierto de la petulancia!

 

                                               Nosotros, vamos a volver al número 40, representado en el alfabeto por la letra "mem", símbolo de las aguas, o sea de la abundancia vital y de la maternidad. Una vez más la idea de la madurez va ligada a la asunción de la función paterno/matena.

 

                                               Por otra parte, en hebreo la palabra "madurez" se dice "bagrut" y se escribe con las letras bet, guimel, resh, vav, tav, que suman 611, como los de Torah. Esto significa que se puede otorgar la consideración de persona madura a la que vive según la Torah.

 

                                               Si examinamos ahora el número 40 en su enunciado, advertimos que se dice: "arba'ym" y se ortografía: alef, resh, bet, ayn, mem. La suma de estas letras es 323, como las de jishah, cuyo sentido es "sensibilidad". La persona madura es la que es sensible, que ama al prójimo.

 

                                               Vemos pues que, al impone al pueblo que retrocedió ante el peligro un castigo de cuarenta años, Hashem les reprocha su falta de madurez, su incapacidad de aferrarse a la Santa Torah que, con tanto júbilo había recibido en el Sinaí y que bien pronto tuvo en poco, y su egoismo, su insensibilidad a los posibles sufrimientos de sus hijos.

 

                                               Retroceder es fácil y muy lenitivo, porque se vuelve al lugar conocido, se evita la siempre inquietante aventura, todo el mundo lo sabe. Pero hay más, el retroceso supone el abandono de un terreno que se va a convertir en una tierra de nadie, una especie de cinturón de seguridad entre la residencia aceptada y la frontera con el territorio del sublime gozo que asusta a los seres inmaduros, como la sexualidad desasosiega al adolescente.

 

                                               Y ahora nos queda por apuntar que el episodio de los exploradores no es sólo un evento histórico, es también la descripción de cierta tendencia de la mente a conformarse con lo material, a pensar que, una vez cubiertas las necesidades físicas, basta con disponer de un santuario visible, done unos cuantos profesionales debidamente preparados se encargan de las relaciones con las Esferas Superiores, a cambio de unos emolumentos razonables, ya está todo hecho.

 

                                               Pero no es así; no es así. Privado del movimiento perpetuo de la espiritualidad colectiva, el santuario se convierte en el lugar de los ritos sin sentido, maquinalizados que enmascaran la agonía del alma. El entusiasmo es el fuego que todo lo anima y esto, tanto en lo colectivo como en lo individual. La búsqueda apasionada de la Tierra Prometida en el seno del propio corazón es el verdadero camino hasta el Templo hacia el cual las generaciones futuras focalizarán sus siempre renovadas energías gozando de su propia fecundidad. En cambio los que se quedan en lo material acaban siendo estériles como en la sociedad que nos rodea en la que nadie sabe si atribuir la esterilidad generalizada a los vaqueros o a las dietas. ¡Menos mal que siempre hay una sexta parte del pueblo para no arredrarse¡ Lo estamos viviendo. Cada vez somos más los que advertimos que se están dando todos los signos de la llegada del Mashiaj, así que esta vez, no nos quedan dudas. Entraremos en el Jardín de la Bendición con todos nuestros hijos… muy pronto, en nuestros días.

 

 

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