18 julio 2008

parashah: PINJAS - La Misericordia, por Malcah 5767

PINJAS - La Misericordia, por Malcah 5767
de Josefina Navarro - Friday, 18 de July de 2008, 12:50
 
B''H

Shalom javerim, aquí les comparto el comentario que Malcah escribió el año pasado sobre la parashah de Pinjas.


De Malcah para la Quebutzah
 
Comentario a la Parashah Pinjás
Sábado 21 de Tamuz de 5767
7 de julio de 2007
 

PINJÁS
LA MISERICORDIA
 

     La parashah de esta semana se titula Pinjás, según el nombre de este nieto de Aaron que al final de la parashah precedente, la de Balac, había matado de forma muy violenta a un hombre de Israel, un shimeonita y a una mujer madianita durante su abrazo. En aquel momento, la ira divina se apagó y no hubo un muerto más en Israel. El Eterno ordenó entonces a Moshé: "Dile (a Pinjás) que yo le doy a él mi pacto de paz". Algún día tendremos que examinar el valor de la violencia en la Torah, pero si lo hiciera en el marco de un comentario semanal, éste se nos alargaría interminablemente de forma que, por hoy, nos limitaremos a señalar que el santo celo de Pinjás por la Voluntad Divina, cuando los Hijos de Israel aprovecharon la bendición de Bil'am para entregarse a una orgía, tuvo un resultado maravilloso: Hashem se sentó en el Trono de la Misericordia, tal vez por apiadarse de los justos que se ven obligados a usar la violencia cuando una parte de la sociedad pierde el autocontrol y se lanza a bacanales y/o tal vez, por considerar que aquellos seres que no encontraron mejor medio que el desenfreno para desquitarse de toda su angustia, ya habían pagado un precio suficiente y no olvidarían la lección.
 
     El caso es que el Todopoderoso Se apiadó y la paz volvió a reinar.
 
     La orden que recibe entonces Moshé es la de proceder a un nuevo censo de los Hijos de Israel, como si acabasen de escapar a la esclavitud estos hebreos que nacieron o se hicieron adultos después de la salida de Egipto. Claro que sí: acaban de liberarse de fantasmagorías seductoras. Hashem les ha perdonado y les sonríe.
 
     La Torah no es un texto pretérito, anclado en el pasado, aunque dotado de un gigantesco valor moral y, por lo tanto, ejemplar. La Torah es mucho más que un ejemplo. Es una Voz que nos habla cada día, a nosotros, en nuestras circunstancias y de nuestras circunstancias. Viene a ser, si Hashem me permite la comparación, como el violín del bisabuelo que cuando se le saca de su estuche, no sólo impresiona por la nobleza de sus maderas, sino que aparece hermoso y responde a la afinación con gorgojeo de alegría, reclamando la caricia del arco, como lo hacía siempre cuando era solicitado por el bisabuelo, o el abuelo, o ... pero cada vez sonaba según la emoción del artista y ahora, cuando la bisnieta se deja de romántica barcarola y nos interpreta una canción moderna, sea "Jerusalén de Oro", sea una obra de L.Berstein, es el mismo violín, pero las vibraciones son distintas. Pues así es también la Torah; un espléndido Instrumento que, a cada generación le habla de su vida y en su idioma.
 
     Los de entre mis lectores que tienen una edad parecida a la mía, recordarán seguramente aquellas conversaciones que mantenían los adultos en la mesa familiar, en las que niños y jovencitos participaban con su respetuoso silencio. Yo era bastante díscola. A veces, me exponía a los ceños fruncidos y a las reprimendas para saber un poco más, pero conseguía respuesta. Así me enteré de que si bien es cierto que, durante las guerras, el sentimiento religioso de la población se acrecienta, después de la victoria o de la derrota, en fin, cuando ya ha pasado el peligro, se abre paso un violento deseo de desahogo y se observa una relajación de la costumbre digna de aquellos hebreos que tomaron las palabras de Bil'am por "licencia absoluta".
 
     La Torah nos enseña que estas cosas ocurren y que cuestan muy caro, algo evidente en el mundo actual, pero que no son inevitables, porque la violencia que podemos ejercer sobre el desmadre de nuestro propio corazón, inclinado al desquite fácil, aplacaría la cólera del Todopoderoso. Entonces, de nuevo nos habremos hecho dignos de ser contados como miembros de una población que va a instalarse en un territorio propio en donde convivirá con su Elohim como recién casados estrenando domicilio.
 
     La segunda muestra de misericordia que adorna la parashah de Pinjás, la encontramos en el censo, en el versículo 11 del capítulo 26 (de Bamidbar, por supuesto) donde se nos dice: "Los hijos de Koraj no murieron". Todos creíamos que la tierra los había engullido tal y como venía dicho en el texto con la irrefutable lógica que comentamos. Pero, sólo fue una advertencia. Aquí se nos aclaran que murieron los 250 culpables, pero que los inocentes no murieron.
 
     Los Hijos de Israel ya están a punto de entrar en Canaán y el Eterno les sonríe y les habla como a adultos, les indica cómo han de repartirse el territorio.
 
     También les habla de herencia y este asunto será causa de una tercera muestra de misericordia asombrosa en la sociedad patriarcal y, a veces, en la actual. Cinco mujeres, hijas de un mismo padre se acercan a Moshé, delante de la Tienda de Asignación, ante todos los gerifaltes del pueblo, para pedirle el derecho a disfrutar de herencia propia porque su padre, que no formó parte de los 250 rebeldes, no tuvo heredero varón, por lo que se encuentras ellas desprotegidas. Moshé está acostumbrado al aspecto machista de la sociedad que viene controlando desde hace largos decenios, de forma que la insólita petición le desconcierta y prefiere no tomar una decisión sin consultar con el Eterno. Y Éste le contesta que la petición de las hijas de Tzelofjad es justa. Así se estableció el feminismo en la Torah, en los confines del exilio, cuando los Bnei – Israel (los Hijos de Israel) estaban a un paso de su ansiada tierra.
 
     Allí, y a continuación, fue donde Moshé pidió al Eterno, cuya misericordia le permitió contemplar el paisaje del sagrado anhelo, que designara a un jefe que le sucediera, que fuera capaz de dirigir la Congregación de Israel. Aquí es fácil ponerse en lugar de Moshé. Él sabía hacerlo, guíar al pueblo, con un amor sin límites, que le había privado a él de vida personal, con paciencia, con abnegación, volviendo siempre a empezar, valorando los más ínfimos progresos, con severidad cuando era necesario y con inextinguible fe en el éxito. Ahora en medio del gozo que le invadía por haber cumplido con su misión, le roía una angustia. Era su agonía: "¿Quién sería capaz de sucederle?". Todos cuantos están al cuidado de seres inmaduros, minusválidos, en fin, dependientes de una forma u otra, conocen esta aflicción de estarse planteando a diario: "¿Qué será de este pobre ser cuando falte yo?". La Torah nos encarece dejar la elección al Eterno, porque Él señalará la persona adecuada. A Moshé le dice que imponga las manos a Yehoshua Bin Nun (Josué) en una ceremonia que ha de llevarse a cabo ante Eleazar el Sumo Sacerdote, hijo de Aaron, y ante toda la Congregación, para que la investidura sea indiscutible (hoy día están los notarios y los poderes religiosos llegado el caso). El Eterno también ordena a Moisés que ponga una parte de Su Majestad sobre Yehoshua para que el pueblo proyecte sobre el nuevo guía la veneración por el antiguo.
 
     Aquí hay, ciertamente, el empeño de afianzar la autoridad del nuevo jefe, pero también una medida de misericordia para el pueblo que podría sentirse huérfano. Algo de la majestad mosaica debe iluminar el rostro del nuevo dirigente, que también tendrá mayor confianza en sí mismo si sabe que la inspiración resplandece en sus facciones, confiriéndole cierta majestad.
 
     La palabra que se traduce por "majestad" es "hod" cuyas letras (he, vav, dálet) suman 15, como las de "aviv" que indica la "primavera" (Tel – Aviv significa colina de la primavera). Aviv tiene por temurah (permutación de letras) "av – vi", es decir, "el padre está en mí". También "jibah" (aprecio, cariño) tiene 15 por valor numérico.
 
     La relación de mutuo aprecio y cariño que une a Moshé Rabenú (Moisés nuestro maestro) y a Yehoshua, y seguramente la que une a ambos con el Eterno, queda pues patentizada en la numerología.
 
     Por otra parte, toda nuestra tradición afirma que Yehoshua era el discípulo perfecto porque nunca se apartaba de la tienda de Moshé. Al comentar este extremo con algunos amigos, oí una advertencia que me dejó bastante pensativa, pero a la cual, entre todos, no tardamos en encontrar la respuesta. Yo había dicho: "Sí, es preciso imitar a Moshé a la hora de designar a un sucesor, para lo que sea. Hay que nombrar a la persona que nunca se aparta de nuestra vera, que conoce nuestro modo de decidir y actuar, por lo menos, que nos ha observado a diario durante largo tiempo". Los amigos me objetaron que éste, el que tienes al lado, a menudo es el traidor, y tú no lo adviertes, pero terció un psicoanalista para contradecirnos con estas sabias correcciones: "Sí, se advierte. Toda persona flanqueada por un traidor sabe a qué a atenerse. La convivencia está tejida por miles de ínfimos ademanes y sucesos que no engañan a la víctima, pero ésta no los advierte porque elige la facilidad, o sea piensa que ya lo tiene todo resuelto, o porque cree que no puede permitirse advertirlas. Cree que el otro es el más fuerte". Llegamos entonces a la conclusión de que lo importante es prestar atención al comportamiento del "amigo fiel". Si sus intervenciones son sinceras nunca aumentarán nuestras dificultades con crónicas o esporádicas "torpezas". El digno sucesor es el que ejecuta tu obra, no quien la sabotea.
 
     Yehoshua Bin Nun, ni buscaba protagonismo, ni saboteaba la obra de su maestro.
 
     Nos queda por apuntar que las letras de Yehoshua Bin Nun suman 547 como las de Ma-or Ruja Elohim (Luz del Espíritu de D.os) y como Ketem Paz (Marca del Oro Fino), lo cual pone un hermoso colofón al derrame de misericordia que Haqadosh Baruj Hu tuvo a bien dejar fluir sobre el heredero de Moshé Rabenú.
 
     Realizado el traspaso de poderes, el Eterno procede a una nueva enumeración y descripción de los ritos sacrificiales y del modo de celebrar las grandes festividades. Muchos judíos, y no judíos, se preguntan a menudo a qué viene este afán repetitivo, si todas estas instrucciones ya se han dado, algunas incluso en varias ocasiones. La primera respuesta que se nos viene a la cabeza es una que padres, profesores, políticos y publicistas conocen: hay que machacar y machacar más y siempre machacar. Esto todos lo sabemos, pero, cuando hay un texto escrito, que se puede consultar en cualquier momento ¿qué razón de ser tiene la machaconería? Hay una respuesta: de entrada, enseñarnos cómo hacer las cosas, cómo transmitir la tradición y los preceptos. Una colectividad puede verse privada de sus textos sagrados (esto ha ocurrido aquí mismo en España, tanto como en algunos otros sitios. Algunas kehilot aisladas se quedaron sin sefarim, o sea, sin texto escrito). Entonces hay que fiarse de la memoria y es cuando la repetición de lo esencial a lo largo del recitativo resulta primordial.
 
     Pero esto no lo es todo. Si con tanto placer volvemos a leer unas descripciones de ritos que ya conocemos es por la belleza de sus evocaciones y por la simjah, el inmenso gozo del Eterno, cuando, al repetir estas palabras con motivo de la entronización de Yehoshua, en presencia de Moshé, nos recuerda que en la realización del sueño, nos vuelve a entregar las llaves de Su Misericordia.

No hay comentarios.: