12 agosto 2008

contextos: LA GUEMATRIA DE ERNESTINA

LA GUEMATRIA DE ERNESTINA
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Tuesday, 12 de August de 2008, 16:34
 
LA GUEMATRIA DE ERNESTINA
por Shraga Jazan

Merodear por las calles como antaño. Pero ya no son estas calles aquéllas, porque yo, que las camino, no soy él. Y ellas, que se empecinan en ser lo que yo dejo que sean.

Ernestina es el lugar en que se operó el milagro, en que el milagro operó lugar y conciencias que lo pueblan, operó conciencias para que ellas reinventaran el lugar. A veces, las paredes cuatro se hacían cinco, se veían seis, resultaban siete o aún diez, y después cuadrábanse otra vez mudando sus colores de modo diverso a cada quien. Cuando todo machecía de bondades verdes cinco, cada una de las paredes del hogar se quintaba en homenaje, a modo de un abanico que se viera plano desde donde querrás mirarlo y no lo alcances, porque la otra pared también y la otra y las otras dos otras muchas potenciándose de cinco en cinco en un vértigo fractal que me izaba por encima de la cal y la pintura de melón hasta donde las paredes se fundirán en cielo y tierra de quintetos, en las sabanas de mar que anda prolijo y parco, bastoneando pasos cortitos de ola con olor a brisas en desierto de piedra roja y militante que no reza. Eso cuando cinco, y quedaba una impresión de ese cinco para siempre, trasluciéndose bajo los vértigos de tres humores y de virilidad contenida los de seis, y las mieles lechosas de cada siete y la marcha triunfal que las octavas más altas del violín arrancaban a los bytes gordos que impregnaban de suelo el cielo para que el suelo se vuelva celeste por fin, espejo de techo en que la imagen del tacón de tus zapatos es el cuenco de una trompeta angelical.

Ernestina es el lugar en que toda repetición te fascina, porque sabemos que no es sino ilusoria, que la singularidad del pensamiento de la cosa se amontona, a distancia siempre, cual si sobre la cosa singular; sabemos que dos de verdad es tres y si no es tres es que no hay dos, y que toda discontinuidad que vemos no revela sino nuevos agujeros y manchas en las retinas de nuestra poesía y nuestro amor con los que queremos ver el mundo en el espejo éste de números benditos que se enquistan en el elma, que te hacen un alma posible de las que saben hablar que no son muchas, nunca, jamás son tantas como las que requeriría ese urgente diálogo creador con que anhelamos remendar el mundo. Aprendimos hace centurias de segundos eternos a contar con las notas del canto, y esa matemática instiló que reveló una armonía escondida sobre la superficie de las paredes de dimensiones plásticas que vemos cuando la luz enturbia, en el crepúsculo ese que las letras descabezan al hacerse devorar por el bostezo y dejarnos un silencio poblado de su sello bullicioso, la impresión partiturada de cada serie de panes y de vides numerales de que nos hemos valido para acaso ser, por un instante para siempre.

En Ernestina, los varones nos encerramos en pequeños salones gigantes a comprobar la realidad. El lado interior del brazo débil se viste de los números y letras que darán un corazón al mundo; en la cima de mi frente, un pensamiento de nombres que se vuelven arte de agua de vida, polvo de fuego que libera el aire de los globos vírgenes azules, en un espectáculo colosal que nadie desde fuera ve, porque ocurre fuera y desde todos, porque cruzamos prestos la cuerda de su luz sobre la profundidad sombría antes de que se esfume, y aterrizamos sin haber partido entre los pliegues de esa otra meseta que es como ésta que es ésta en que las letras hacen llover sus infinitos sentidos sobre la tierra del paladar que desea parir especies nuevas de jugo inefable, larguísimos compases en escalas nonas porque al fin y al cabo, sólo para llegar a nueve que es terminar de pulir el diez hemos creado todo este juego que nos hizo en Ernestina, mi mejor sueño. Diez que en un mundo dual es dos que se multiplica hasta ser veinticuatro más que mil, y dice en las letras blanquiazules de sus ojos y rojo modesto de los suyos y de fuego diamantino de los tuyos y aún de niebla casi dulce de los míos, que no puede haber dos sin previa unión entre los unos; que si unimos todos los unos de modo que su suma nos dé uno, será de bendición de chispas dos y tres y diez y por decenas de miles a cantar el cuento de su cifra, para poblar el suelo a semejanza del cielo y por el suelo el cielo con bellezas que no duran nada y no perecen, que tiñen a lo invisible de un elixir que se condensará hasta irrumpir al mundo desde los lagrimales de tus ojos, de los míos que te ven si lloras porque justo estoy llorando haber olvidado si grises eran tus ojos o los míos, para contarlo a los que vendrán.

De Ernestina, sólo puedo aún contarte lo que ya sabes que yo sé. Corremos alocadamente a paso calmo y las cervices tiemblan ante el portento de las huellas que olvidamos borronear, que trepidan y se trepan en oleadas y se suman y se pierden en nubes de polvo que aterrizará tejiendo una nueva escritura de la misma historia, otra permutación de las letras y volutas de la huella que nos atrevamos a plasmar camino al horizonte. La huella de Fito se investirá en Tifo y en Foti y aún si Otif no hubiera emergerá también del ballet de la historia que nuestra conciencia conduce a donde va. Cual si del Templo de Pasos se tratara, de pasos idos se hace un templo por venir en nuestra risa y vuestro canto que dibujan incansables anegando de luz buena cada abismo que amenaza el porvenir de estos pies. Entonces es cuando bebemos, o mejor danzamos y todo lo duro se licúa dentro tuyo y es como si de un manantial diseñado para tí beber se diera. Hacemos billetes de calor con que comprar frío y los de verde compran calor, los de bemoles se guardan para el recuerdo y los sostenidos se mantienen en eterna evocación de cobre, que traslada el pensamiento de mis deseos hasta la bombilla que pido acepte de mi luz.

No podré enviarte el mapa que me pides para llegar hasta Ernestina. No creo haber visto jamás que alguien llegue desde fuera. Y sin embargo, tú te ves fuera mientras que conmigo estás y sé que yo estoy dentro, al menos cuando hay fuera por haber dentro, cuando el clima del vértigo fractal propicia ver paredes. Ay, lee bien cuando te digo "manos", que no con esas manos que levantas podrás rozar las que te tiendo, y cuando digo "ojos" y "cabeza" y aún "pies": los que mentamos aquí en Ernestina se los puede enrollar bajo la uña y estirarlos es posible hasta los cielos, y se los pinta del color de tu talante y se dibujan y hablan cada cual por sí, y al hablar en lengua de brazo y lengua de ojo y ya también de pies te están diciendo, y dibujan un nido de haces de oro y plata en que de dos huevos nacerá un único pichón. Es implacable la guematria de Ernestina, cuando te pone a ser el gozo que el Dios goza.



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