12 enero 2006

"DON QUIJOTE" Y LOS JUDIOS (más pistas del espíritu sagrado con que escribió Cervantes su obra magna)

"DON QUIJOTE" Y LOS JUDIOS
(más pistas del espíritu sagrado con que escribió Cervantes su obra magna)

publicado por Efraim en http://es.groups.yahoo.com/group/CJHNE-2/

Los puentes del judaísmo

La obra magistral de Cervantes esconde tantas pistas del conocimiento
bíblico, talmúdico e incluso cabalístico del autor, que invita al
análisis de la novela desde el punto de vista del judaísmo marginal y
reprimido en España.

"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha
mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga
antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que
carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados,
lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos,
consumían las tres partes de su hacienda".

Detengámonos: ¿los sábados duelos y quebrantos? ¿En qué consistía la
comida sabática preferida de Don Quijote? Francisco Rico asevera que
quizá se trata de "huevos con tocino o chorizo", pero no explica por qué.

Y la explicación es necesaria ya que, aunque era muy habitual, el
cerdo brilla por su ausencia en la dieta que establece Cervantes para
su caballero en el primer párrafo de la obra: carnero, guisado, pollo,
lentejas, y punto.

Para Angelina Muñiz-Huberman podría referirse simbólicamente al "duelo
y quebranto" derivados de tener prohibida la celebración del Shabat.
También esta acotación viene sin explayes, y entre el jamón del primer
comentarista y el Shabat de la segunda, se cifra el destino exegético
del Quijote: desde soslayar sus presuntas raíces judías, hasta exaltarlas.

Rico es un renombrado editor de obras hispánicas y ha editado la
edición de este año que conmemora el cuarto centenario de la novela.
Es de lamentar que tanto él como la Real Academia Española hayan
optado por la primera de las dos alternativas planteadas, y han
salteado de este modo lo que viene resultando necesario durante los
últimos tres cuartos de siglo: un abordaje a la probable judeidad
ancestral de Miguel de Cervantes.

Que el prólogo de Mario Vargas Llosa haga caso omiso al asunto no
sorprende, ya que el autor peruano viene exhibiendo cada vez más su
palmario distanciamiento del pueblo judío, pero es una pena que
también la Asociación de Academias de la Lengua Española haya estimado
que lo hebraico-cervantino no tenía lugar en una edición tan vistosa y
elaborada.

Otro libro ha cumplido este año un importante aniversario: Pensamiento
de Cervantes (1925) del filólogo Américo Castro Quesada.

Éste, apenas declarada la república española, fue su embajador en
Berlín, en donde el ascendiente monstruo terminó exilándolo a los
EE.UU. en cuyas universidades enseñó literatura.

A partir de la década del treinta, y habiendo leído las entrelíneas
del Quijote, Castro fue desarrollando una novedosa visión de
Cervantes: ya no se trataba de un contrarreformista y altivo católico,
sino de un reformador reprimido por la autocracia política y la
censura social españolas.

Durante medio siglo Américo Castro impidió la reimpresión de su
mentado libro, ya que aquella clásica aproximación a Cervantes había
sido superada por la nueva que proponía el propio Castro. De ésta
emergía un Cervantes converso o "cristiano nuevo", con antepasados
judíos, una condición a la sazón bochornosa y causa de discriminación,
que puede fundarse tanto en la biografía del bardo como en el texto de
su obra.

Ha explicado Ruth Fine que algunos de los antepasados de Cervantes,
quien provenía de una familia de origen cordobés, fueron médicos y
recaudadores de impuestos, profesiones usualmente destinadas a los
judeoconversos o cristianos nuevos.

Dicho origen ha sido comprobado tanto en el caso de su esposa,
Catalina de Salazar, como en el de su amante Ana Franca de Rojas.
Asimismo, a Cervantes le fue denegado por Felipe II el acceso al cargo
de gobernador en Potosí, función que requería "limpieza de sangre". En
suma, no escasean en su biografía datos que podrían haber sido
obstáculos para integrarse socialmente.

A partir de que Castro mostrara al gran autor como un converso,
permitió que Don Quijote se entendiera como una obra aún más crítica,
en la que el caballero andante encarna al cristiano nuevo, idealista,
patriótico, austero y pensador, en contraste con su escudero que
encarna al cristiano viejo, ignorante y goloso.

En la visión de Castro, que fue recogida por Marcel Bataillon en
Erasmo y España (1937), la hispanidad resultaría de la conjunción de
ambos protagonistas. Cervantes, como Erasmo, se habría opuesto a la
vida monástica, al concepto de autoridad religiosa, y aún más a los
oficios y a la pompa.

Pero junto a ello, la posición marginal de Cervantes puede intuirse
también de las sutiles aseveraciones que expresa en Don Quijote y
otras, en las que incluso hay personajes judíos, si bien fugaces y
residentes fuera de España (en Argelia, Constantinopla e Italia).
Aparecen en las comedias Los baños de Argel y La gran sultana, en la
novela ejemplar El amante liberal y en su novela póstuma Los trabajos
de Persiles y Sigismunda.

En las cuatro obras el tratamiento de los israelitas es cuando menos
ambiguo: pasan del rol de víctimas a tomar iniciativas y mostrar sus
aspectos positivos.

La nueva tesis de Américo Castro se fundamentaba en que el Siglo de
Oro Español había sido en efecto una edad conflictiva, en la que la
sociedad se polarizaba entre cristianos nuevos y viejos, en
competencia para "demostrar origen impoluto".

Los hombres de letras podían denunciar dichas circunstancias sólo por
medio del doble lenguaje, la sutileza y el sarcasmo. En el caso del
Quijote, también por el hecho de que se presenten tipos opuestos que
encarnan el conflicto: el pícaro y el místico.

En junio de este año, Moshé Shaul publicó en la revista en ladino Aki
Yerrushalayim, un artículo de Leandro Rodríguez en el que se muestra
cómo los sentimientos de los cristianos nuevos de esta época, se
expresaban de "manera velada por miedo de la Inquisición". Rodríguez
afirma también que Cervantes no habría nacido en Alcalá de Henares
sino en Sanabria, donde habían residido muchos judíos.

Castro deduce que sólo si era un "nuevo cristiano" en la periferia
social, podía Cervantes animarse como lo hizo, a criticar la
intolerancia de la España de marras. También se atrevió en las dos
mentadas comedias a presentar la visión de la religión judía y, en
boca de los personajes Humillos y Jarrete (Los alcaldes de Daganzo)
supo despreciar el concepto de "pureza de sangre".

La tradición de ocultamiento que los nuevos cristianos heredaban, se
expresa en Quijote en que mientras Sancho hace reiteradamente gala de
su "limpieza de sangre", el caballero permanece silencioso en cuanto a
sus orígenes. Cervantes rechazaba la discriminación contra los nuevos
cristianos.

Incluso en su rol de autor del libro, Cervantes se oculta, y le
atribuye la obra a un supuesto Cid Hamet Benengeli. Según el capítulo
IX de la Segunda Parte, la novela sería la traducción de un manuscrito
descubierto en Toledo, escrito o bien en lengua árabe, o bien "en una
lengua más antigua", una probable referencia al hebreo, que no habría
sido extraño en Toledo, donde los criptojudíos lo conservaban.

La mención explícita de los judíos en el Quijote es sarcástica. Un
capítulo anterior al mencionado (el VIII) comienza con varias
bendiciones a Alá por parte del misterioso Benengeli, quien allí nos
relata cómo Don Quijote decide ir al Toboso para pedir la bendición de
Dulcinea. En ese viaje, Sancho se pregunta si el autor del libro le
perdonará sus defectos a la hora de describirlo, y supone que así
habrá de ser ya que, además de carecer de bienes y por lo tanto no
poder ser objeto de envidia, luce una virtud que compensa sus defectos
de "algo malicioso con asomos de bellaco". Para el escudero es
suficiente "cuando otra cosa no estuviese sino el creer, como siempre
creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y
cree la santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como
lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de
mí y tratarme bien en sus escritos".
De los judíos al judaísmo

Más allá de los personajes judíos y de las circunstancias de los
conversos, hay en el Quijote menciones explícitas de fuentes judías.
Otro artículo de Ruth Fine muestra que en la obra se suceden
personajes bíblicos como Adán y Eva, David, Goliat, Sara, Lot, Sansón,
Salomón, Matusalén y las doce tribus, y se citan o aluden una decena
de libros de la Biblia hebrea: Génesis, Levítico, Deuteronomio,
Jueces, Reyes, Ezequiel, Jonás, Salmos, Proverbios y Cantares, "lo
cual revela un significativo conocimiento de los mismos, por parte de
Cervantes".

En 1988 Bernardo Baruch publicó un interesante vínculo textual entre
el Quijote y nada menos que el Talmud. El capítulo 45 de la novela
recoge un relato que aparece en el tercer capítulo (Arbaah nedarim)
del tratado talmúdico De los juramentos (Nedarim 25A) y que se conoce
como "la caña de Rabá" (÷ðéà ãøáà): un deudor, antes de jurar que ya
ha pagado, le pide al demandante que le sostenga su caña (en la que
había ocultado el dinero). Cuando entonces jura que ha entregado el
dinero, en el sentido literal ya no está mintiendo. Después del
juramento, el acreedor enojado rompe la caña y, al desparramarse el
dinero en el suelo, se prueba con ello que en efecto había pagado
engañosamente.

Así lo escribe Cervantes en el Quijote:

Ante el gobernador se presentaron dos hombres ancianos; el uno traía
una cañaheja por báculo, y el sin báculo dijo: Señor, a este buen
hombre le presté días ha diez escudos de oro en oro… no solamente no
me los vuelve, pero me los niega y dice que nunca tales diez escudos
le presté, y que si se los presté, que ya me los ha vuelto… El viejo
del báculo dio el báculo al otro viejo, que se le tuviese en tanto que
juraba, como si le embarazara mucho, y luego puso la mano en la cruz
de la vara, diciendo que era verdad que se le habían prestado aquellos
diez escudos que se le pedían, pero que él se los había vuelto de su
mano a la suya… Viendo lo cual el gran gobernador… tomó el báculo y,
dándosele al otro viejo, le dijo:

- Andad con Dios, que ya vais pagado.

-¿Yo, señor? -respondió el viejo-. Pues ¿vale esta cañaheja diez
escudos de oro?... Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y
abriese la caña. Hízose así, y en el corazón della hallaron diez
escudos en oro; quedaron todos admirados y tuvieron a su gobernador
por un nuevo Salomón.

Claro que una sola cita no bastaría para probar algún conocimiento
talmúdico por parte de Cervantes, pero el contexto general y el modo
en que salpican la novela tanto menciones bíblicas como otras que son
singularmente apologías de la tolerancia, han llevado a
interpretaciones más radicales. Por ejemplo, para el mentado Leandro
Rodríguez, Dulcinea sería una metáfora de la judaica 'Shejiná', la
presencia divina, y por ello Don Quijote insiste en que los que
encuentra en su viaje le rindan homenaje.

Similarmente, Kenneth Brown, de la universidad canadiense de Calgary,
cita un documento del siglo XVII que considera al Quijote "un libro de
martirologio judío".

Pero quien ha llevado la exégesis místico-judaica del Quijote a su
extremo es Dominique Aubier, quien dedicó su vida a explicar la novela
por medio de la Cabalá, a fin de decodificar el texto y revelar su
sentido oculto.

Para Aubier, Cervantes esconde en efecto, un mensaje en su texto, "en
una legua antigua". La raíz aramea "Q'shot" -como se habría
pronunciado la voz "quijote" hace cuatro siglos- significa "verdad":
la críptica verdad que el autor se habría propuesto transmitir desde
el título mismo por medio de códigos cabalísticos. La obra de la
Aubier halla símbolos de esa índole en las palabras, eventos y
personajes del Quijote.

Aun si no fuéramos tan lejos, evitar el análisis que ha abierto
Américo Castro acerca de las intenciones de la novela desde un punto
de vista del judaísmo marginal y reprimido en España, es sacrificar un
aspecto enriquecedor de la obra maestra.

No hay comentarios.: