12 enero 2006

parashah: Parashát Vaiejí, por Rav Daniel Oppenheimer: ¿Estará vivo mi padre?

Parashát Vaiejí, por Rav Daniel Oppenheimer: ¿Estará vivo mi padre?
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Thursday, 12 de January de 2006, 02:43
 Parashát Vaiejí
¿Estará vivo mi padre?


por Rav Daniel Oppenheimer

El pequeño Matitiahu, estudiaba en una escuela primaria judía de Brooklyn. “Estudiaba” es un decir, pues la mayoría del tiempo, su mente estaba vagando por donde sus pensamientos lo llevaran. Su nombre era Matthew (en la escuela lo llamaban Matitiahu), y quien lo envió a ese colegio era la abuela, que se preocupó para que tuviera una enseñanza judía. Su madre se había vuelto a casar después de divorciarse del padre de Matitiahu, cuando el niño tenía apenas cinco años. Nunca volvió a ver a su padre, quien tampoco se preocupó en que eso ocurriera. La relación de Matitiahu con su padrastro no era buena, y su asistencia a la escuela era apenas un respiro del drama que vivía en casa.
Tenía poca relación con sus compañeros y se ubicaba retraído y apocado en el fondo del aula
. El maestro, Rabino Silver, intentaba levantarle el ánimo e integrarlo a la clase formulándole preguntas que lo interesaran en el estudio, pero Matitiahu se mantenía aislado de la sociedad escolar.
Los días viernes, el maestro solía relatar y explicar algunos párrafos de la porción semanal de la Torá, y en el transcurso de la lección, solía cuestionar a los alumnos para que aporten con sus ideas y enriquecer así el dictado de la clase.
Aquel día estaba narrando la historia de la Parshá Vaigash, que trata de la reunión de Iosef y los hermanos después de más de dos décadas de separación. El maestro describió el crítico momento en el que apareció la copa de Iosef en el bolso de Biniamín, el menor de los hermanos, lo que llevó a que se acusara a Biniamín de ladrón. Ante esa situación Iehudá hizo una larga y detallada argumentación ante el Virrey - que en realidad era el propio hermano Iosef – obviamente sin que sepan que se trataba de su propio hermano a quien le estaban hablando. Iehudá, garante de Biniamín, pidió, rogó, suplicó – y hasta amenazó al Virrey. En su alegato, la defensa de Biniamín y el pedido de dispensa – permitiendo que Iehudá quedara como esclavo en lugar de Biniamín - se centraba en el dolor y la angustia que el padre Iaacov sentiría de no volver a ver a Biniamín con sus hermanos. Iaacov literalmente moriría si Biniamín quedase demorado en Egipto. A esa altura de los acontecimientos, Iosef hizo salir a todos sus guardaespaldas y al estar solo con sus hermanos, se dio a conocer. Llorando exclamó a sus hermanos: “¡Yo soy Iosef! ¿está vivo mi padre?” – y sus hermanos quedaron atónitos
. Los alumnos estaban absortos, escuchando el relato del maestro. El Rabino Silver interrumpió el relato, y preguntó
: “Hay algo que no se entiende en este relato. ¿Porqué Iosef preguntó acerca del padre? ¡¿Acaso el manifiesto de Iehudá no estaba fundamentado en el dolor que se provocaría al padre, quien esperaba ansiosamente el retorno de Biniamin?! ¡¿Cómo podía dudar si el padre aún estaba en vida?!
Toda la clase quedó en silencio pensando la pregunta que había formulado el maestro. El Rabino Silver observaba la clase, mientras los alumnos reflexionaban. De repente observó que Matitiahu había levantado su mano para responder. Curioso, el maestro lo invitó a compartir su intuición.
“La pregunta de Iosef no era sobre si el padre estaba vivo. Iosef preguntó si “MI padre está aún vivo”. Iosef quería saber si el padre era aún SU padre y se preocupaba por él. Después de tantos años de separación - ¿me sigue considerando su hijo? ¿le sigue importando mi vida?”.
El Rabino Silver tuvo que secarse las lágrimas que le asomaban al escuchar la respuesta de Matitiahu. Comprendió lo que para los alumnos del aula era aún difícil de entender. Matitiahu no estaba respondiendo únicamente por Iosef, sino por aquel niño que estaba sentado solitario el fondo del aula. Hablaba de sí mismo...
(extraído del libro “Around the Maggid´s table”, del Rav Paysach Krohn)

La bendición de un padre
El Dr. Netanel Breningstall, muy reconocido por su trayectoria en el campo de la neurología pediátrica, era un asiduo conferencista en congresos internacionales que se llevaban a cabo anualmente en distintos países.
En 1987, el Congreso Internacional que trata la Epilepsia, se realizó en Ierushalaim, y el Dr. Breningstall asistió como de costumbre. Siendo una persona observante, lucía su Kipá con orgullo, y era respetado por su integridad y conocimiento, aun por quienes no profesan la religión judía. Las reuniones anuales siempre eran concurridas por personas de la carrera, que vestían y se mostraban de modo profesional clásico.
Así que el Dr. Breningstall se extrañó cuando vio que entre el público había sentada una persona con atuendo típico de Ierushalaim. Después de la conferencia, el Dr. Breningstall se le acercó y le preguntó si era médico.
“No. Tengo una hija que sufre de Epilepsia, y vine aquí del mismo modo en que asisto a cada lugar en el que me puedo informar acerca de los adelantos que hay en el tratamiento de la enfermedad, para poder atender mejor a mi niña”.
El Dr. Breningstall quedó impresionado por la seriedad y dedicación de este padre, y ambos entablaron amistad y se volvieron a ver varias veces en el transcurso del congreso. El último día de las sesiones fue un viernes y el nuevo amigo del Dr. Breningstall le preguntó dónde iba a pasar el Shabbat.
“La verdad es que no había planificado nada. Me iba a quedar en el hotel” – respondió el galeno
. “Si Ud. nos quiere dar el honor de comer con nosotros, va a pasar un Shabbat inolvidable” – lo invitó el asistente Ierushalmi (jerosolimitano).
Acordaron encontrarse en cierta sinagoga a la noche después de Arvit. Camino a casa después de rezar, el Ierushalmi le dijo al Dr. Breningstall: “En nuestra casa todo transcurre normalmente. Todas nuestras cinco hijas participan de todo y no creo que va a poder distinguir cual de ellas es la que está afectada por la enfermedad”.
“Veremos” – respondió el Dr. Breningstall.
Llegaron a casa, cantaron, e hicieron todo lo que corresponde en una mesa de Shabbat. El padre bendijo a sus hijas, recitó el Kidush, se lavaron las manos para el pan. Las hijas ayudaron a servir la comida y levantar los platos y dijeron lo que habían aprendido en la escuela sobre la Parshá de la semana.
En cierto momento, cuando las niñas no estaban prestando atención, el papá le hizo una seña al médico para ver si intuía quien era la hija aquejada por el mal. Con mucha discreción, el médico señaló a una de ellas.
El padre estuvo sorprendido. ¡¿Cómo lo había descubierto?!
“Cuando Ud. le dio la Brajá (bendición) a sus hijas, con ella demoró y se concentró más que con las demás...”

(extraído del libro “Reflections of the Maggid”, del Rav Paysach Krohn)

Desde estas páginas hemos tratado de llegar a los lectores en muchas ocasiones con una opinión acerca de temas vinculados a la educación de los niños, armonía matrimonial y conductas de relación interpersonal, basadas en la lectura de autores respaldados por conocimiento de Torá y de su aplicación en las distintas circunstancias de la vida.

El tema que nos convoca hoy es sin duda polémico, y no lo estaría barajando si no fuera porque observé un desconocimiento generalizado en el área y por contar también en este caso con el soporte intelectual de quienes entienden en la cuestión desde un ángulo consustanciado con la Torá. Son los “niños especiales”, quienes por las circunstancias de la vida requieren una atención personal, específica e individual.

Ante todo, quiero aclarar que verdaderamente la Torá posee las respuestas a todas las cuestiones de la vida. Si supiéramos buscar en la Torá en los lugares adecuados, y con nuestro corazón sensible a las necesidades particulares de los niños, encontraríamos las respuestas a muchas de las insuficiencias que pueden padecer. Por axioma, los judíos sabemos que la Torá es completa y que nada necesario para la vida puede faltar en ella. El estudio de la sicología no nació con Freud, por lo que existe una sabiduría propia de la Torá en todo lo que respecta a las fuerzas internas y encubiertas del alma del ser humano, en sus actitudes y tendencias.

Al contraer matrimonio, todas las parejas desean recibir la bendición de D”s: poder tener hijos y educarlos. D”s determinó que deben existir niños y grandes con menesteres distintos y exclusivos, y los proveyó, en casi todos los casos, de padres especiales que tengan la fuerza para dedicarse a estos niños. ¿Es una vergüenza que esto suceda? No, si uno lo considera como una condición concedida por D”s.

Lo que seguramente no deberán hacer los padres es permitirse caer en un facilismo, por medio del cual disimular o eludir su responsabilidad (“Ya se va a enderezar solo”). El amor genuino requiere honestidad, no encubrimiento.
¿Por qué es importante no dejar pasar las cosas?
Pues lo que no se resuelve activa y conscientemente, cuando los niños son aún pequeños, en la mayoría de los casos vuelve a surgir en la vida de adulto con características agravadas. A diferencia de lo que muchos creen, gente “normal” también requiere asistencia. La tendencia a estigmatizar a quien acude en búsqueda de ayuda, o sentirse que uno sería mal mirado por ello, es un error. Todos confiaríamos más en una persona que modestamente se permite auxiliar en caso de necesidad – reconociendo sus debilidad, que quien en forma soberbia cree que nunca debe ser ayudado por otros.

Dado que los padres tenemos limitaciones subjetivas en lo que hace a las conductas de nuestros hijos, necesitamos habitualmente de la asistencia de profesionales.
Este punto es importante aclararlo: el terapeuta no reemplaza al Rav a quien uno sigue. El profesional – con la práctica específica de su área – asesora, asiste y complementa al guía espiritual que enseña a la persona, para complementar en aquello que excede el conocimiento o la experiencia del Rabino.

Si todo es tan obvio, Ud. se preguntará: ¿Por qué tanta gente “se deja estar”? Pueden ser los facilismos de los que ya hemos hablado. Sucede también que hay personas que creen que si una situación que requiere asistencia terapéutica se vuelve “conocida”, ese hijo (y quizás toda la familia) “quede marcada” de por vida. En algunos casos, existen personas que se excusan bajo un manto “religioso”, que les “prohibe” tener contacto con sicólogos, porque supuestamente “todos” esos profesionales están en contravención con las leyes de la Torá. Efectivamente, yo no estoy firmando un aval a todos los que ostentan un título o quienes ejercen una profesión. Ciertamente es indispensable averiguar sobre los antecedentes del entendido que uno elige, para que su intervención sea útil y provechosa para la familia. A su vez, es importante destacar que es muy útil que el mismo profesional sea observante y siga la misma línea de conducta que su paciente. ¿Porqué?
En primer lugar, esto permitirá que se pueda identificar con el entorno que rodea a la persona (nuestra vida difiere esencialmente de la vida mundana occidental - valor del hogar, roles, etc.). Asimismo, el profesional que cumple con la Torá, conoce mejor sus propios límites y sabrá mejor consultar con autoridades rabínicas en casos que sabe complicados.

El tema que tocamos es espinoso. No sabemos el porqué de muchas situaciones a las que estamos expuestos. Sin embargo, espero haber aportado en algo al esclarecimiento del mismo.

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