12 enero 2006

parashah: Parashát Vaiejí, por Rav Daniel Oppenheimer: Viejos son los trapos (II)

Parashát Vaiejí, por Rav Daniel Oppenheimer: Viejos son los trapos (II)
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Thursday, 12 de January de 2006, 02:38
 
Parashát Vaiejí
VIEJOS SON LOS TRAPOS (II)

por Rav Daniel Oppenheimer

Hace unos cuantos años, trabé conocimiento con un muchacho que provenía de una clásica familia ashkenazí argentina. Los padres, ambos muy ocupados con las vicisitudes de su comercio, se sentían muy judíos, participaban ocasionalmente de un Kabalat Shabbat, iban a un club de judíos, comían matzot en Pesaj, enviaban a sus hijos a un Shule, les hicieron su “bar” y “bat” respectivamente, los mandaron a Israel en el plan Tapuz, activaban ayudando a obras de beneficencia judías, etc. Sin embargo, el nivel de su observancia judía en las cuestiones prácticas de día a día era un tanto relajada.
En una de las primeras conversaciones con el muchacho, que intentaba comer “casher” a su manera, le pregunté de dónde le surgía el interés por profundizar su conocimiento y la observancia del judaísmo. Me respondió que ese interés se lo debía al Zeide (abuelo). El abuelo había sido el que se había preocupado por transmitirle al nieto el amor intenso por el judaísmo, el mismo que los padres no le pudieron dar. B”H, en el interín, el muchacho progresó, y, si bien el abuelo ya está en un mundo mejor, su esfuerzo y dedicación por comunicarle la enseñanza judía auténtica al nieto no quedó desaprovechada.
 
Esta historia me quedó grabada a pesar que ya transcurrieron varios años desde que la conocí. En el mundo estructurado en que vivimos, se entiende bajo el término “educación” una cantidad de cosas muy variadas. Las más conocidas son: los modales dentro y fuera del hogar (p.ej. sentarse bien a la mesa, hablar de manera respetuosa, etc.) y la preparación “para que se pueda defender en la vida” (= ser más rápido y vivo que los demás para ganarse el pan o que no se lo roben). Esto último está incluso “regido” por un “Ministerio de Educación” (no vaya a creer por un momento que allí adentro no se usa un idioma vulgar) que implementa ciertas pautas a las distintas instituciones que se ocupan de educar. Sin embargo, todo eso tiene poco que ver con la educación auténtica, que, en realidad, consiste en transmitir enseñanzas morales y la sabiduría y la experiencia de vida.
 
¿Quién debe educar? ¿A quién se debe educar? La sociedad, siempre tan sabia, supone que la educación es tarea exclusiva de los padres. De aquel que no se conduce con cortesía, se dice que es un “mal educado” con una implicancia directa a la falencia de sus progenitores. ¿A quién? Pues, ¡a los niños! (antes que se les “vayan de las manos”). ¿Verdad? La Torá entiende distinto. “Del mismo modo que es obligatorio enseñar a su hijo, es una Mitzvá enseñar al hijo de su hijo, pues así dice el versículo: ‘Y la enseñarás a tu hijo y al hijo de tu hijo’ (Dvarim 4:9), y no solo al nieto, sino que se considera una Mitzvá para todo Sabio en Israel enseñarle a sus alumnos, quienes, asimismo, se consideran ‘hijos’...” (Shulján Aruj, Ioré De’á, 245:3). De modo que, si bien los primeros responsables son los propios padres, la educación del prójimo no deja de ser competencia de toda la nación judía.
 
Sin embargo, al analizar la cita del Shulján Aruj, no dejamos de sorprendernos por la especial mención a los abuelos en su obligación de atender la necesidad de educar a los nietos. A su vez, en la Torá, cuando se habla de las coyunturas por las que atraviesa la nación, recomienda a los judíos: “pregúntale a tu padre y te dirá, tus ancianos (abuelos) y te comunicarán” (Dvarim 32:7).
 
En la perspectiva habitual de la gente, los abuelos visitan y reciben a los nietos, con más o menos frecuencia, de acuerdo a la distancia que los separe unos de los otros. Los abuelos se encargan de agasajar a los nietos con golosinas y mimarlos con obsequios, darles muchos besos y disfrutarlos sin la carga de tener que ocuparse de disciplinarlos, levantarlos a la mañana, ocuparse que estudien y hagan los deberes, enviarlos a la cama, llevarlos al médico, etc. En pocas palabras, pueden tener la satisfacción sin el peso que esto implica. La edad y las limitaciones físicas también hacen lo suyo. No están siempre con toda la energía para correr como lo pueden hacer los propios padres.
 
No obstante, como vimos, los abuelos, si aprovechan el acercamiento que tienen con sus nietos, pueden aplicar esa cercanía para transmitirles mucho de aquello que no le pudieron o supieron dar a sus hijos, padres de la criatura, en su momento. La sociedad de los años cincuenta, sesenta y setenta, confundió mucho a la gente bien intencionada que creía que los “Shules” y los “clubes judíos” iban a garantizar la continuidad judía de su familia. Cuando se dieron cuenta que las instituciones en quienes confiaron eran superficiales, ya era demasiado tarde. Sus hijos habían crecido y les habían inculcado otras ideas que creían más “actualizadas” y progresistas. Evidentemente, y como era de esperar, no podía salir nada positivo de otras corrientes. Si, como en el relato con el que comenzamos, los abuelos tienen la oportunidad de hacerlo, no deben desperdiciar su conocimiento y su experiencia de vida para brindarle a sus nietos lo que los padres no están capacitados de darles: el aprendizaje que dan los años de vida, los recuerdos del pasado, el amor por el judaísmo.
El Talmud trae una cita en la cual dice que “todo aquel que enseña Torá a su nieto, es considerado como si la hubiese recibido del Sinaí” (Kidushín 30.). Bienaventurado aquel quien se le da la fortuna de no dejar de ser un eslabón en la transmisión de la Torá, aunque fuese llegando directamente a su nieto.
 
Sin ir más lejos, el Midrash (Tanjuma 6, y lo cita Rash”i en Parshat Vaiejí 48:1) nos cuenta que Efraim, hijo de Iosef, virrey de Egipto, se estableció en forma estable en la casa del abuelo Ia’acov para estudiar Torá con él, cuando este vino con la familia y vivió en Egipto sus últimos años.
 
De un modo u otro, es importante que no haya un discurso contradictorio entre los padres y los abuelos. El Rabino Abraham Twerski M.D. (Positive Parenting Artscroll/Mesorah) advierte al respecto y menciona que ocurre reiteradamente, que los padres de un niño tomaron un camino algo distinto al estilo más liberal de vida que tuvieron los abuelos y que deciden intensificar la práctica de su judaísmo. Esto implica que en su casa se coma casher, que se observe el Shabbat con cuidado de los detalles, que los niños no estén expuestos a las sugestiones de los medios y otras características de la vida que los diferencian de sus progenitores pero que no dejan de ser vitales en una educación judía. ¿Qué espacio tienen los abuelos en tal circunstancia? Aun si los abuelos no comparten el estilo de vida de sus hijos, no pierden su rol y su lugar desde el cual pueden y deben apoyar, sin contradecir, la educación que los padres le brindan a los hijos. Los abuelos, a menudo, tienen la serenidad que los padres, debido a sus constantes corridas y obligaciones carecen. En estos casos, los abuelos cuya experiencia de vida ya les enseñó que agitarse y trastornarse por las circunstancias es perjudicial y contraproducente, pueden ejercer un efecto moderador en los sinsabores de la vida que viven los nietos ayudándoles a obrar con tranquilidad y sensatez. En el versículo que antes mencionamos (“pregúntale a tu padre...”) se percibe la diferencia en la respuesta de ambos. Respecto al padre dice: “Veiaguedeja”, que en hebreo tiene una connotación de respuesta dura, mientras que respecto al abuelo, dice. “Veiomrú”, que sugiere una contestación suave.
 
Por otro lado, el Shulján Aruj (Ioré De’á 240:24) indica que los nietos tienen la obligación de respetar a sus abuelos. A su vez, el tener a los abuelos cerca, permite a los padres la oportunidad de mostrarle a sus hijos una Mitzvá que frecuentemente es difícil enseñar: el respeto a los padres. Muchos padres no saben cómo instruir a sus hijos para cumplir esta Mitzvá que pertenece a los diez mandamientos. Muchos creen que exigir a sus hijos que los respeten es una clase imposición a la subordinación al mejor estilo militar. Su sentimiento democrático se rebela ante tal enseñanza, y, de este modo privan a su hijos de la autoridad moral que necesitan. Los hijos realmente necesitan modelos de vida a quienes seguir y los padres deben intentar convertirse en esos buenos modelos. Cuando un hijo observa a su padre respetar al abuelo, podrá aprender y emular este buen ejemplo y respetar a su padre.
 
¿Qué nos queda para finalizar? La bendición que impartió Ia’acov a su nietos: “Que por ti bendiga Israel, reptiendo: ‘Que D”s te ubique como Efraim y Menashé’” Que todos tengamos estas satisfacciones de nuestros hijos.
 

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