16 noviembre 2007

parashah: Parashat Vaietsé, por Malcah Canali (5767)

Parashat Vaietsé, por Malcah Canali (5767)
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Friday, 16 de November de 2007, 13:30
 Baruj Hashem
 

 De Malcah para la Quebutzah
 

Madrid, a 29 de Noviembre de 2006
Que es 7 de Kislev del año 5767
De la Creación del Mundo por
Haqadosh Baruj Hu

  Queridos Amigos:
 
     La Parashah que vamos a leer el sábado se llama "Vayetzé" porque empieza por esta palabra que significa: "Salió". Por cierto se trata de un verbo empleado en futuro invertido, es decir, transformado en pasado por la vav que le sirve de prefijo. Esta particularidad de la lengua hebrea, que consiste en invertir los aspectos verbales, es generalmente considerada en el mundo occidental, que tantas cosas sabe y tantas cosas define, una fantasía oriental digna de un pueblo poco ilustrado. Sin embargo, unos brevísimos instantes de reflexión nos permiten advertir que transformar el futuro en pasada es el movimiento de la vida misma. El niño que nace tiene todo el futuro por delante. Lo va transformando en pasado hasta su muerte. En cuanto a la transformación del pasado en futuro, pues representa, en primer lugar, el hecho tan fundamental para la vida, de aprender de la experiencia. Si El Eterno lo permite, volveremos sobre el tema.
 
     Ahora volvemos a nuestra parashah, que es ciertamente una de las más emocionantes de toda la Torah.
 
     Salió Yaacov de Beersheva, la ciudad del pozo, la ciudad del pacto, donde Abraham había hecho una alianza con Abimélej a propósito de un pozo. El pozo es símbolo de vida y de sabiduría porque es proveedor de agua. En cierto sentido, podemos entender que se repite la experiencia de Abraham. Al igual que su abuelo, Yaacov sale de la casa de sus padres, de la seguridad... un tanto burguesa... que le había permitido desarrollarse física y espiritualmente, para marcharse hacia lo desconocido. Pero la voz que a él le ordena ponerse en camino, no es directamente la del Todopoderoso, sino la de su madre, Rivkah, una mujer asustada por la discordia que se ha abierto paso en su familia. Ella, además, indica a su hijo hacia dónde ha de dirigirse, a Jarán, tierra de su tío Laván. Isaac, por su parte, refrenda la decisión de su esposa y bendice a su hijo, deseándole que sea padre de muchos pueblos.

     Yaacov actúa como Abraham: obedece sin discutir, pero él conoce las razones de su exilio y son dolorosas. Su hermano no consigue superar la frustración creada por la pérdida de la primogenitura y le quiere matar. Lo ha manifestado en voz alta y su madre le ha oído.
 
     Así pues Yaacov se marcha para escapar a la persecución fratricida. El hermano a quien tantas veces había admirado por su fuerza, por sus habilidades de cazador, incluso por el desparpajo que usaba cuando eran todavía dos chiquillos y le decía: "¡Venga ya, no te quedes todo el tiempo estudiando en esta tienda! ¡Anda, te echo una carrera!" Esau, el fuerte, se había convertido en un Caín enfurecido que le odiaba y quería matarle.
 
     Yaacov caminaba... huía... lo pensaba "Las cosas se han de llamar por su nombre: estoy huyendo, huyendo de mi hermano a quien no he hecho absolutamente nada. Yo fui honrado con él, la primogenitura no se la robé, se la compré y él aceptó el trato. Yo no le engañé. A quien engañé fue a nuestro padre (para que no entristeciera al saber la poca importancia que Esau daba a la primogenitura), pero no a él, y nuestro padre me ha perdonado puesto que me ha bendecido, pero él, Esau, mi hermano, me odia y me quiere matar ¡Quiera El Eterno que se le pase este absurdo furor y que nos reconciliemos!"
 
     Seguramente fueron aquellas las reflexiones de Yaacov a lo largo de un día agotador. Probablemente también se estaba preguntando cuál era la voluntad de Hashem al infligirle tan duro tormento, cuando llegó a un lugar donde decidió pernoctar.
 
     En efecto, ya se había puesto el sol. Tal vez pensara el pobre hombre que la noche envolvente de la voluptuosa Canaán sería más dulce para él que la oscuridad de un corazón desconcertado y dolido. Y lo fue.
 
     Yaacov se dispuso a dormir en el suelo porque... era un fugitivo. No llevaba en el equipaje las almohadas confeccionadas por su madre. Entonces buscó una piedra para hacerle de cabecera.
 
     Sí, una piedra, es decir, en hebreo, una "abén". Esta palabra "abén" es extraordinaria porque contiene la palabra "padre" (ab) y la palabra "hijo" (ben), además de la palabra "an" que significa donde. O sea que, en la palabra "abén" se encuentra resumida toda la problemática de Yaacov en el momento de su huida hacia Jarán: relación entre padres e hijos y misión de crear su propia familia en el lugar adonde se dirige.
 
     Por otra parte, si permutamos las consonantes de "abén" advertimos que esta palabra se encuentra enteramente contenida en la palabra "nabe" (profeta) que se deletrea: nun, beit, yod, alef. La yod intermedia simboliza la Presencia Divina, anunciando que la problemática de nuestro patriarca se resolverá gracias a la intervención de Hashem.
 
     No sabemos si Yaacov tuvo conciencia de todo lo que significaba aquella piedra, pero lo más probable es que estuviera demasiado agotado para reparar en tan profundas implicaciones y se limitara a tratar de proporcionarse una relativa comodidad para reponer fuerzas. Sin embargo, no cabe duda de que su inconsciente captó el mensaje porque se acostó... y soñó.
 
     Por primera vez la Torah nos indica que uno de nuestros patriarcas sueña. Aquí aparece en el texto el verbo "jalam" que significa "soñar". Naturalmente, viene en futuro invertido. Yaacov sueña con lo que acontecerá en el porvenir, ahora lo veremos, y el sueño se transformará en un momento del pasado, fundido en aquel adormecimiento original que el Creador ofreció a Adam para extraer de su seno la femineidad.
 
     La palabra "jalom" (sueño), como Adam y, sobre todo, como Elohim, termina en "mem sofit" (M final), mem cerrada, letra que simboliza las aguas contenidas en el útero y que protegen al hijo en el proceso de concepción o, mejor dicho, de formación. El pozo abandonado en Beersheva, Yaacov lo lleva en el alma. Se ha transformado en las aguas humanas destinadas a proteger la fecundidad del linaje abrahámico en su rama hebrea. Yaacov está soñando...
 
     El hombre que acostumbra a utilizar la fuerza para garantizarse el sustento, no sueña, sino que actúa y exige. No se preocupa por el futuro. Lo quiere todo y  en seguida. Todo lo usa y todo lo tira de inmediato. Esaú no sueña, tiene hambre y come... al precio que sea..., cuando se pare a pensar, advertirá que ya es tarde para echarse atrás, porque esta vez la espada no le va a servir absolutamente para nada. No valoró el futuro, no hipotecó..., actuó como el hombre moderno, el hombre occidentalizado que hipoteca toda su vida para gozar de una vivienda confortable, aquí y ahora, en seguida, sin pensar que tiene otras soluciones a su alcance. Soluciones menos fáciles que el "todo y en seguida", pero mucho más rentables a la larga. El hombre moderno, a menudo, se parece a Esau, que en vez de soñar, hipoteca su vida.
 
     Yaacov es un fugitivo, un perseguido, tiene que ir adelante, hacia el futuro. El no es hombre de violencia, no confía en la fuerza para resolverle la vida. Entonces sueña. Inaugura así esta costumbre tan hebrea y luego tan judía de soñar. El sueño nocturno nos explica la vida y nos la anuncia. El sueño, tanto el onírico de la noche, como la ensoñación consciente, es una actividad primordial de la psique porque, al transportarnos al nivel del poder interior de nuestra propia configuración de la vivencia, nos permite modificarla o realizarla. El hombre de violencia, al ser incapaz de aplazar el gozo, se transforma, como lo acabamos de ver, en un autómata que goza de inmediato y paga a plazos... con intereses... intereses usurarios, que tales son los que la vida suele cobrar a los impacientes. En cambio, el soñador, al demorar el gozo, abre un espacio en la psique, un espacio en el que cristalizará el juicio y florecerá el proyecto. La psique soñadora es un útero que tarde o temprano alumbrará la realización del deseo de modo perfectamente natural y durable. La espada nada puede contra el espíritu creador.
 
     Veamos ahora en qué consistió el sueño de Yaacov, el sueño primigenio de Israel: Yaacov, dormido, con la cabeza apoyada sobre una piedra, soñó con una escalera apoyada en la tierra y cuyo extremo superior llegaba al cielo. Por ella bajaban y subían ángeles y El Eterno estaba a su lado prometiéndole el dominio sobre la tierra en la que estaba acostado, una posteridad innumerable y bendiciones inagotables. En suma, Yaacov vio y oyó en su sueño el destino de su estirpe. Los ángeles que suben y bajan representan la movilidad de las energías que unirán siempre a la tierra de Israel con la morada divina.
 
     Escalera en hebreo, se dice "Sulam" y se escribe: "Samej, Lamed, mem sofit". Samej representa el apoyo de la escalera en el suelo puesto que el nombre de la letra es la raíz "samaj" que significa "apoyar". Lamed, segunda letra de la palabra, es la única del alfabeto hebreo que se eleva por encima de la línea de la escritura. Indica el estudio y la elevación intelectual, a la par que la afectiva, porque es también inicial de "Lev" que significa "corazón". La Mem final es reserva de vida, ya lo hemos comentado.
 
     La Sulam es, pues, una reserva de vida que se crea por medio de un sólido apoyo en la tierra (en el Judaismo la vida material y las necesidades físicas nunca serán consideradas despreciables o vergonzosas) y una elevación constante hacia el cielo.
 
     Al hablar del respeto que tiene el Judaismo por lo físico y lo material, entendemos por qué El Eterno, Bendito El, se dirige a Yaacov diciéndole: "La tierra sobre la cual estás acostado, te la daré". Menciona primero el hecho de que Yaacov esté acostado, como cualquier ser humano exhausto después de un día de viaje y luego, formula la promesa. En cierto modo, premia a Yaacov por su aceptación de las condiciones materiales de la existencia que no son sino la base de la elevación espiritual, pero que deben ser asumidas como tales.
 
     En esta fusión de lo material con lo espiritual se encuentra para el Judaismo el fundamento del amor que el Todopoderoso le pide a su pueblo en el rezo de la Shemá cuando dice: "Amarás al Eterno tu D.os con todo tu corazón, con toda tu alma y con todos tus medios".
 
     En el sueño de la escalera venía anunciada y prefigurada esta apasionada demanda.
 
Malcah
 
 
 
 ¡Quiera El Eterno concedernos siempre la dichosa capacidad de soñar que le dio fuerza al patriarca Yaacov!
 
¡Shabbat Shalom!

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