14 noviembre 2007

parashah: VAYETZÉ - La Paternidad, por Malcah Canali 5768

VAYETZÉ - La Paternidad, por Malcah Canali 5768
de Josefina Navarro - Wednesday, 14 de November de 2007, 16:00
 

B''H

De Malcah para la Quebutzah

 

 

Comentario a la Parashah de Vayetzé

Sábado 17 de noviembre de 2007

7 de Kislev de 5768

 

 

 

 

 

VAYETZÉ

 

LA PATERNIDAD

 

 

                                    

 

                  Esaú no asumía la venta de su primogenitura, andaba rumiando su despecho. Con mucha habilidad consiguió Rivqah el asentimiento de Ytzjaq para que Jaacob se marchara a casa de Laván. No le habló del proyecto de Esaú de matar a su hermano sino que le mencionó la necesidad de encontrar una buena esposa  para el próximo jefe de familia y le recordó lo odiosas que eran las mujeres hititas de Esaú el Super Postergado. Ytzjaq también estaba harto de las nueras, así que accedió y bendijo a Yaacob, deseándole una descendencia numerosa.

 

          Se fue pues de Beer-Sheva nuestro tercer patriarca con el sonido de las palabras paternas resonándole en el alma, con esta misión: ser padre de un grupo de pueblos; el texto utiliza la expresión "quehal ´amín", ligada numéricamente al verbo "ratzah" que es "querer, tener voluntad de". O sea que, ya al emprender el camino, Yaacov tenía, consciente o inconscientemente, la voluntad de ser padre.

 

          El caso es que, por la noche se acostó con la cabeza apoyada en unas piedras, una en particular, que, al amanecer, erigiría en monumento conmemorativo del sueño de la escalera y de la promesa divina que lo acompañó. Como ya dijimos el año pasado, al comentar esta misma parashah, la palabra "piedra", "aven" en hebreo, contiene a la vez "av" (padre) y "ben" (hijo). La piedra es el símbolo de las relaciones familiares de Yaacov. Son duras, pero prometedoras.

 

 

          Hemos de volver sobre este particular porque nos muestra la presencia de la Ley Divina en la vida de los seres humanos.

 

          En primer lugar, advertimos que el número 2, referido a los hijos, se remonta a Qaín y Abel. Uno de los hermanos envidia al otro y se desencadena una tragedia. Será un tercer hijo, Seth, engendrado ulteriormente  quién dará nacimiento a los antepasados de Noaj. Abraham también tiene dos hijos sin que la convivencia entre ambos pueda ser duradera. Luego, el propio Ytzjaq que, sin proponérselo, había sido causa de la marginación de Ysmael, tendrá dos hijos mal avenidos.

 

          Este aspecto terrible de la dualidad, al parecer inseparable de la procreación doble, colea todavía en la familia de Yaacov, porque él va a tener 12 hijos, es cierto, pero no lo es menos que forman dos grupos, Yosef y sus hermanos, siendo Yosef marginado por los otros.

 

          Aquí es preciso observar que la palabra "hijo" que es "ben" en hebreo, empieza por la letra bet, segunda del alfabeto, que también es la inicial de la Torah. La dualidad es la ley de este mundo. Se refleja, por lo tanto, en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida. Para engendrar hijos tiene que haber una pareja (la clonación, por mucho que nos canten sus loores, no es ningún sustituto a la relación entre dos seres fecundos, porque reproduce siempre el mismo individuo, o sea que niega la creación). Ahora bien, la existencia de la dualidad tiene, como todo, y quizás más que nada (¡es un simple juego de conceptos, os ruego que no lo toméis en serio) su rostro negro: en vez de complementariedad, puede originar envidia. En el caso de dos hijos, los psicólogos lo tienen claro: uno de los hijos es el mayor, el primogénito y el otro, es el pequeño, el que se siente inane.

 

          El segundo quiere ser el primero. Algunas veces, si el pequeño es el objeto de predilección especial por parte de los padres (será el caso de Yosef) ocurre lo contrario: el mayor quiere ser el pequeño. La familia se estabiliza con la presencia de un número mayor de hijos, porque los papeles se diversifican.

 

          Nuestros patriarcas Abraham e Ytzjaq, a instigación de sus respectivas esposas, resolvieron la rivalidad fraternal poniendo distancia espacial entre uno y otro hermano. A Yaacov se lo dieron hecho los hijos mayores al vender a Yosef a unos nómadas que se marchaban lejos, muy lejos. Sin embargo, un padre responsable, al ver que la situación no se va resolviendo realmente con la sucesión generacional, siente inevitablemente en su corazón un profundo deseo de hallar una buena solución a la rivalidad.

 

           Cuando Yaacov tuvo la alegría de encontrar a Yosef en Egipto, debió de pensar que estaba todo hecho, pero, no es improbable que rápidamente advirtiera que tampoco era para tanto. Sí, los hermanos estaban reconciliados, Yosef había perdonado y los demás le tenían esta devoción espectacular que suelen demostrar al más fuerte sus antiguos verdugos, sobre todo cuando le necesitan de modo imperioso para poder subsistir. Recuerdo que, cuando comentábamos el asunto en casa, mi marido me decía: "¡Claro que Yosef había perdonado a sus hermanos! Él era un hombre noble y generoso, desconocía la inquina duradera y despiadada, pero conocía la vida; era un potentado y, por lo tanto, sabía cómo se las gastan los seres humanos, así que, a sus hermanos, los quería, los amparaba, los ayudaba, pero los mantenía a distancia, en las tierras de Goshen, que estaba lejos de la Corte. No se fiaba de ellos. Era un hombre prudente".

 

          Diego llevaba razón. El problema representado por la discordia fraternal sólo estaba resuelto en la superficie. Faltaba la unidad afectiva, el impulso este irresistible que brota del corazón y transforma los sentimientos negativos en manantial de amor. El acierto del patriarca Yaacov en el postrer momento de su vida será provocar la aparición del amor auténtico entre los hermanos, fuente de dicha colectiva, cuando al bendecir a los hijos de Yosef Hatzadiq (José el Justo) repitió la suplantación del mayor por el menor y todos pudieron comprobar que ninguno de los dos hermanos experimentaba sentimiento negativo alguno con respecto al otro.

 

          Yaacov se había transformado en el padre de la reconciliación familiar. Podía morir en paz. Había cumplido con su misión al cabo de una vida sembrada de dificultades, porque, si bien es cierto que tanto la bendición de Hashem, como la de Ytzjaq le cubrieron y le protegieron siempre, no lo es menos que se había beneficiado de un ardid y que esto, lo tuvo que pagar. Es algo fundamental en el judaísmo que la Creación eterna, en todos sus aspectos, está regida por una ley. Si se falta a esta  ley, si se comete un fallo, por la razón que sea, se agrede la armonía universal que, para subsistir, va a integrar el fallo al funcionamiento de la ley. Así, éste se reproducirá hasta que una actuación acertada lo anule.

 

          Hemos visto lo que ocurrió con la rivalidad entre hermanos. También se produjo la reiteración del fallo en las bodas de Yaacov. Lo mismo que él había utilizado la ceguera de su padre, su oscuridad biológica, para suplantar a su hermano, Laván utilizará la oscuridad de la noche para colocar a Leah como suplantadora de su hermana en el tálamo nupcial. Por otra parte, al haber sido Rivqah, hermana de Laván, la instigadora de la impostura, será Laván quien asuma la autoría del engaño infligido a Yaacov.

 

 

          La integración del fallo al funcionamiento de la ley de vida volverá a producirse cuando al marcharse con su marido que abandonaba la casa de Labán, Rajel robó los ídolos de su padre, como éste le había robado siete años de vida conyugal y el uso de su identidad, al ofrecerla en sacrificio, incruento pero cruel, a los ídolos de su codicia.

 

          La resolución de los conflictos que acabamos de describir la llevarán a cabo Labán y Yaacov al hacer un trato en el que Labán reivindica y asume su condición de padre que ya no piensa en su propia ganancia, sino en la dicha de sus hijas y de sus nietos, mientras que Yaacov le acepta la buena voluntad y se porta como buen hijo.

 

          Nos queda ahora por examinar el comportamiento de Rajel cuando recurrió al mismo proceder que Sarah para paliar su esterilidad, ofreciendo a su esposo la cohabitación con una criada suya, destinada a parir en su lugar. Bilah, la criada tuvo dos hijos a quienes Rajel nunca aborreció, ni siquiera después de nacer Yosef. Leah, por su parte, también utilizó a su criada para aumentar el número de sus hijos. Así, Zilpah fue madre de Gad y de Asher. Leah tampoco experimentó nunca sentimientos negativos hacia los hijos de sus criadas, de forma que, entre Rajel y ellla anularon la estela de amargura que la expulsión de Hagar con su hijo había dejado en el piélago del devenir familiar.

 

          Hasta ahora, hemos analizado el desenvolvimiento de la ley de vida en la existencia de diferentes generaciones, pero no hemos mencionado que esta ley es expresión de la Mente Divina y que Hashem es Quien la maneja para el mayor bien de toda la humanidad. En el caso del patriarca Yaacov es algo palmario. La sucesión en los capítulos 29 y 30 de Bereshit viene reflejado en un texto cuyo ritmo extraordinariamente rápido y vigoroso refleja una voluntad de iniciar, afirmar y completar la paternidad de nuestro antepasado y que transciende las exigencias de cualquier ley, aunque se trate de la Santa Ley de Vida que preside la sucesión natural de los acontecimientos. Hay en el nacimiento de los futuros jefes de las doce tribus, una excitación, la fuerza de un ardiente, poderoso y amoroso deseo que no engaña: es la Voluntad Divina en todo su esplendor. Hqadosh Baruj, Padre de los seres humanos había decidido que Yaacov sería Yaacov Abinu (Jacob nuestro padre) y lo realizó en un brote de júbilo que siempre conmoverá a nuestras generaciones. ¡Baruj Hashem!     


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