21 noviembre 2007

parashah: VAYISHLAJ - El Cielo y la Tierra, por Malcah Canali 5768

VAYISHLAJ - El Cielo y la Tierra, por Malcah Canali 5768
de Josefina Navarro - Wednesday, 21 de November de 2007, 16:50
 

B''H

De Malcah para la Quebutzah

Comentario a la Parashah de Vayishlaj

Sábado 24 de noviembre de 2007

14 de Kislev de 5768

 

VAYISHLAJ

EL CIELO Y LA TIERRA 

 

En el momento de un inminente ncuentro con su hermano Esaú, el patriarca Yaacov acaba de advertir la presencia, en el territorio por el que va transitando, de un campamento de ángeles. Piensa que es Campamento de Elohim y llama al lugar "Doble Campamento". Con esta denominación termina la parashah de Vayetzé, dejándonos bastante perplejos, ya que no entendemos por qué un campamento de ángeles, de repente, se transforma en dos.

Para tratar de despejar la incógnita, habremos de fijar nuestra atención en dos elementos: primero, los dos versículos que la encierran son leídos por el maftir (el hombre que concluye la lectura de la sección semanal de la Torah ) y, segundo, estos dos versículos constituyen el segundo y tercero del capítulo 32 de Bereshit. Se inician con la expresión: "Y Yaacov siguió su camino". El camino de Yaacov es asunto de la parashah siguiente, la de Vayishlaj, que vamos a comentar a continuación, la que lo describe a lo largo del capítulo 32 y de los restantes de Bereshit.

La mención del Doble Campamento constituye pues, una transición entre las dos parashiyot y sobre todo, un lazo entre dos momentos de la vida de nuestro tercer patriarca.

Una constatación se impone: Yaacov no parece elaborar ninguna interpretación razonada de la visión de los Angeles, ni de su iniciativa lingüística al hablar de Doble Campamento. Sin embargo, algún significado debió de tener para él. Vamos a tratar de descubrirlo.

Nada más alejarse del Doble Campamento, Yaacov se dirige hacia el territorio de Esaú, su hermano gemelo, seguramente con la intención de poner fin a una vieja y dolorosa enemistad, de la cual se siente responsable. Sin embargo tiene sus dudas en cuanto a la acogida que le reserva su hermano. Conoce su carácter agresivo, de forma que le manda mensajeros de concordia para tratar de congraciarse con él. En suma, tiene conciencia de que ambos podrían enfrentarse, formando así dos bandos antagónicos, dos campamentos: el de la paz y el de la guerra, o, dicho en otros términos, el del Cielo con su exigencia de misericordia y el de la tierra con su materialismo dominante.

Se queda, pues, nuestro patriarca, esperando la vuelta de sus mensajeros, pero la noticia que éstos le traen no le calma la angustia. Esaú está llegando con cuatrocientos hombres. El número 400 es 20 al cuadrado, es decir que está ligado a la potenciación del 2 y, por otra parte, es representado en el alefato (alfabeto hebraico) por la letra "tav" que el Eterno se negó a utilizar para crear el mundo por su vinculación con "mavet" (la muerte). Se entiende que Yaacov no lo haya considerado un número especialmente prometedor de dicha y ventura.

Hasta aquí, todo nos parece lógico, pero la idea de formar con su tribu dos campamentos destinados a engañar a Esaú para que se apoderara de uno solo de ellos, mientras se salvaba el otro, nos resulta algo desconcertante. Es astuta, pero, sobre todo, nos llama la atención el hecho de que, sin ninguna duda, le viene inspirada al patriarca por la visión del Doble Campamento. Esta visión, él la ha interiorizado y le está inspirando. El desdoblamiento de la unidad puede ser factor de discordia o semilla de supervivencia. De hecho, si lo pensamos un poco, constataremos que esta táctica de desdoblamiento que utilizó Yaacov, nunca ha dejado de existir entre los hebreos y, más tarde, entre los judíos. Dentro de su unidad, nuestro pueblo cuenta con los asimilados a la cultura dominante y los tradicionalistas apegados a la religión y cumplidores de sus exigencias, con los ashkenazíes y los sefardíes y, hoy en día, con los moradores de Eretz  Ysrael y los de la Diáspora. Tiene su lado positivo sin duda. Nos permite valorar la ansiada unidad que significará el final de la lucha por la supervivencia y nos entregará la llave que abra al Mashíaj Bendito la puerta de nuestra buena voluntad.

Ahora, volviendo a lo que decíamos del patriarca Yaacov, es preciso detenernos un breve instante sobre el término "astuta" que hemos usado para referirnos a su decisión de formar dos campamentos. Que la palabra "astuta" sea adecuada en el contexto que nos ocupa, es evidente, pero el comentario que aflora a nuestros labios: "!Claro, como que Yaacov era astuto!" no lo es tanto. En efecto, a Yaacov, las astucias no se le ocurren a él: Se las dictan la voz materna, la voz divina o los ángeles. Alguien se las inspira. El es un simple ejecutor terrestre de la Voluntad del Cielo. Es una paradoja: Yaacov, nunca deja de ser un ingenuo cuya alma permanece pura a través de las vicisitudes existenciales, porque las astucias necesarias para vivir en este mundo, le vienen ordenadas por un poder superior. Comete pecados como todos los humanos, pero hasta su muerte será el hombre: "tam" (íntegro, sincero, ingenuo) del que se nos habla en la parashah "Toledot".

En resumen, él sabe que la vida en esta tierra exige a menudo que se adopten actitudes que, en el lenguaje occidental moderno, se suelen calificar de "realistas" (un día reflexionaremos sobre este adjetivo "realista" que goza de tanta aceptación en determinados círculos de la sociedad actual, os lo prometo, pero por hoy la palabrita resulta cómoda y la tarde madrileña ya se está durmiendo, así que la vamos a emplear sin… no, con complejo). El realismo, Yaacov lo entiende y lo usa, pero él es hombre profundamente religioso. Asume la división del alma en dos campamentos y sigue su camino.

Esaú, en cambio, no se tiene que enfrentar a esta dicotomía porque él es ateo. Se le ha atribuido una grandísima maldad, una innata inclinación al crimen. Realmente, puede que no sea para tanto. En el texto Vayishlaj, que retiene hoy nuestra atención, no se le ve rencoroso ni atiborrado de intenciones perversas. Abraza a su hermano, le besa; no parece que le quiera morder. De ser así, el texto lo diría ¿Por qué callarlo? La Torah nunca nos engaña. Si dice que le besó, es que le besó. Durante todo aquel encuentro con Yaacov, se portó bien con su hermano y su hermano con él. Lo más conmovedor del texto es precisamente que refleja el enorme cariño mutuo de los dos mellizos, ya bien entrados en años. Esaú quiere que Yaacov y su tribu vayan con él, a su territorio. Quiere volver a los años de su mocedad. Dice: "Venga, hermano, sígueme, que yo te protejo"

Puede que Yaacov también, en algún rincón del alma, abrigue el deseo de hacerle caso al otro intrépido, pero sabe que es imposible, total y absolutamente imposible , porque Esaú es ateo. Seguirle sería acabar por asimilarse, ver a los jovencitos renunciar a su misión espiritual para entregarse a las pretendidas delicias del materialismo. El ateísmo es peligroso porque se presenta, ante la mente juvenil sobre todo, con los atributos de la facilidad. No hay ningún Ser Divino para exigir determinados comportamientos morales, una devoción aparentemente estéril en muchas ocasiones y un largo etcétera de esfuerzos. Yaacov lo comprende y toma la única decisión sensata en semejante caso: apartarse del hermano peligroso y esto, una vez más, tendrá que hacerlo recurriendo al engaño puesto que a Esaú, le tiene miedo y con razón. Sabe que no es el pozo de maldad que la posteridad se encargará de describir, pero que tiene muy mal genio y que la violencia no se le antoja ninguna monstruosidad cuando está enfadado

Los hermanos seguirán constituyendo dos campos, uno volcado a la voluntad divina y el otro en las contingencias terrestres, un hombre este último que,  cuando suplicó a su padre que le diera una bendición a él también, solo vio en semejante augurio una garantía de bienestar material. A Esaú, en ningún momento se le oye invocar al Eterno. Es ateo.

Se aleja pues Yaacov para instalarse en la tierra de Canaán. No sabemos si mantiene la disposición de su clan con los hijos de las sirvientas delante de los demás, como cuando temió un enfrentamiento bélico con su hermano. Tampoco sabemos si se le ocurrió reflexionar sobre el aparente poco cariñoso impulso que le había movido a colocar en el lugar más peligroso a unos seres indefensos que eran tan hijos suyos como Yosef. Por primera vez, una acción del patriarca nos resulta francamente antipática. Podía haber colocado a sus hijos en otro orden, el de la edad: los mayores delante y los pequeños atrás. Hay quién ve en esta ordenación de la familia una simple marca de predilección por las esposas y los hijos de ellas. El patriarca hubiera experimentado cierto desprecio por unos hijos que se le aparecían como unos híbridos…puede ser, pero es una explicación difícil de aceptar. Yaacov era un hombre bueno, semejante mezquindad nos extraña. Es cierto que el hombre se encuentra de nuevo ante una de estas disyuntivas que la vida terrestre multiplica en el camino de los justos y que prevaleció el protocolo. También se puede pensar que, al colocar a los hijos de Bilah y Zilpah en primera fila, junto con sus madres, Yaacov quisiera conseguir un mayor aprecio por ellos. Puede que los miembros de la familia los tuvieran en poco y que el padre, al mostrar que se les podía deber la salvación colectiva, haya tratado de hacerles un kavod (marca de aprecio). Todo es posible.

Sin embargo, el episodio que narra la historia de Dinah, hija de Leah parece mostrar cierta irritación por parte del Eterno. La jovencita sufre un maltrato y una humillación que podría ser la respuesta al desprecio del que fueron víctimas los hijos de las criadas. Es raptada y violada por un príncipe que, de inmediato, se enamora de ella y acepta todas las condiciones de Yaacov para casarse con ella. De no ser por la actitud abyecta de Shimeón y Leví, ambos hijos de Leah, o sea del grupo de los hijos distinguidos, todo acabaría bien, pero siguen enfrentándose los dos campamentos que coexisten dentro de la unidad humana y que tan pronto entran en conflicto como se bendicen el uno al otro. Esto lo vivirá Yaacov a lo largo de toda una noche de lucha contra el Ángel que le impondrá el nombre de Ysrael, o sea, el que lucha con el Todopoderoso, Bendito El.


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