26 diciembre 2007

parashah: parashat Shemot, por Malcah Canali - "Prohibido tener hijos"

parashat Shemot, por Malcah Canali - "Prohibido tener hijos"
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Tuesday, 25 de December de 2007, 22:37
 

De Malcah para la kebutzah

 

 

En Madrid (Sefarad)

9 de enero de 2007

19 de Tevet de 5767

 

 

"PROHIBIDO TENER HIJOS"

 

 

 

 Al terminar con la palabra "bemitzraim" (en Egipto) que clausura su capítulo 50, el libro de Bereshit (Génesis), tenemos la impresión de ve alejarse, en un arrebolado atardecer, el mundo de nuestros patriarcas. Y no nos equivocamos, porque a partir de la parashah de Shemot, que da su nombre a todo el segundo libro de la Torah y cuya lectura sinagogal está prevista para el próximo shabbat, la estructura del relato y el enfoque de las peripecias son completamente diferentes. Ya no se trata de las andanzas y relaciones interpersonales de una familia en sucesivas generaciones, sino de la historia de un pueblo abocado a la desesperación por la amenaza del exterminio. Los patriarcas tuvieron que enfrentarse a menudo a la adversidad más despiadada, pero siempre pudieron mantener la esperanza, (el mismo Abraham la pudo mantener, confiando en la Sabiduría Divina, incluso en el momento siniestro), porque no fueron atacados en su dignidad, ni se vieron al borde de la desesperación por orden de un despiadado opresor, como fue el caso en Egipto.

 

 En Egipto, o sea "bemitzraim". Nos hemos de detener un instante en la importancia de esta palabra que es la última del libro precedente. Sí, la historia de la humanidad hasta el ocaso de nuestros patriarcas se desarrolla entre estas dos palabras:

 

Bereshit y Bemitzraim

 

que tienen la misma estructura, la misma inicial y el mismo número de letras. Con toda evidencia, no se trata de ninguna casualidad. El Autor de la Torah emplea el paralelismo de las dos palabras Bereshit y Bemitzraim, para indicarnos la importancia del cambio que se ha ido efectuando desde la dinámica temporal hasta la estática espacial. Mientras que Yaacov había pedido que su cadáver fuera trasladado a Canaán para ser enterrado allí, o sea refiriéndose al futuro inmediato, prácticamente al presente, cuando Yosef hace otro tanto, se refiere a un futuro más bien lejano e indeterminable. La historia ya se ha estancado en el lugar del exilio.

 

 ¡Bemitzraim! Esta palabra anuncia toda la problemática que se va a plasmar en el relato de Shemot, la imperiosa y tremenda, seductora y pavorosa, necesidad de arrancarse al inmovilismo, del romper las cadenas de los hábitos adquiridos, tan humillantes y securizantes, para escapar de una tierra de embalsamadores hacia la recuperación del tiempo propio en un país regado por la fertilidad del santo calendario.

 

 Mientras tanto, y para poder proyectar el viaje futuro, los hijos de Israel deben recordar que ellos no son hombres de Mitzraim, sino inmigrantes. Es significativo que el primer verbo utilizado en la parashah sea "baim" (vienen). Se suele traducir "vinieron" para no chocar con la mentalidad occidental, pero realmente, es "vienen" en presente. Los hebreos deben mantener en su psique el concepto de ser viajeros, gente que está llegando, que está viniendo de otro sitio.

 

 El primer cuidado de cualquier inmigrante apegado a su identidad, es conservar su idioma, empezando por su nombre, como es natural.

 

 En Francia, donde nací y fui educada, hubo durante la mayor parte del siglo XX una gran cantidad de inmigrantes. Los que procedían de países cuyo idioma románico no presentaba ninguna dificultad para ser pronunciados por las gargantas locales, no sufrieron el desgarro de los eslavos, turcos u orientales que se vieron en la obligación de cambiar de apellidos porque ni la administración ni los vecinos eran capaces de ortografiar los suyos y, menos aún de pronunciarlos. Cambiaron sus nombres, como nuestros antepasados sefardíes que sufrieron un exilio interior y aunque muchos de entre ellos, en privado y en secreto, mantuvieron sus apellidos, su idioma y sus costumbres, se sintieron engullidos en el abismo de la muerte en vida.

 

 Dicho lo cual, no es de extrañar que el segundo libro de la Torah, conocido como Shemot, que significa "Nombres" (se conoce como Libro del Éxodo en las traducciones) empiece por la expresión "Veelé Shemot" que significa "y estos son los nombres" que resulta especialmente impresionante por la presencia del demostrativo.

 

 De hecho, y ya en esta primera parashah del libro, van a ser pronunciados los dos nombres fundamentales de la Torah: Moshe (Moisés) y el Nombre "Seré El Que Seré" que Se condensará poco después, en el inicio de la parashah siguiente en el Santo Tetragrama.

 

 Los nombres son pues, los grandes protagonistas de este libro que, como ya hemos dicho, relata el ingente esfuerzo que supone el arrancarse al poderío paralizante del espacio para recuperar el tiempo vivificante.

 

 El tiempo, ante todo, es asunto de mujeres. La vida de la mujer está regida por el tiempo. A partir de su pubertad, la hembra toma conciencia de su dependencia de los días y de las fases lunares. Luego, la duración de los embarazos, la fecha de los partos y los períodos de lactancia la mantendrán pendiente del fluir temporal. Por consiguiente, es lógico que un opresor empeñado en evitar que sus esclavos se adueñen del tiempo y así escapen a la condición servil se fije en las mujeres. Esto es lo que se oculta detrás de la reflexión del "Mélej Jadash" (el nuevo rey): "no sea que (este pueblo) luche contra nosotros y se vaya de la tierra".

 

 Este es el temor del faraón: que se vaya, literalmente "que suba desde la tierra". El jefe egipcio señala la tierra como lo de abajo. Estas palabras del faraón nos obligan a resaltar un hecho interesante y es el siguiente: en todo el capítulo que estamos comentando no se nos facilita el nombre propio de ningún personaje egipcio, pero sí el nombre de dos ciudades: Pithom y Ramsés. Frente a los dos nombres de fuego: Moshe y Hashem, dos nombres de tierra, nombres de ciudades, es decir, de espacios artificiales. Los hebreos se ven obligados a construir estas ciudades… la negación del movimiento y, por tanto, del tiempo.

 

 Mientras tanto Faraón ataca a las mujeres del pueblo al que tiene miedo. Primero trata de corromper a las parteras. Las hebreas no deberán, no podrán tener hijos, perpetuar su estirpe en el tiempo. Pero las parteras se niegan a ser asesinas. Entonces, la ira imperial se desatará de la forma más patológica: se matará a todos los varones, pero a las niñas se las dejará vivir… hasta matarlas de otra forma: sin varón de su pueblo, no tendrán descendencia a no ser que se entreguen a los egipcios. Se proclamó el decreto: "Prohibido tener hijos".

 

 "¡Prohibido tener hijos!" ¡Aquellos egipcios realmente eran unos precursores! No hacían publicidad para el preservativo u otros medios especialmente sofisticados del control de la natalidad, no establecían el derecho de la madre trabajadora a agotarse en los transportes para dedicar ocho horas diarias a ganar un sueldo que le permita pagar la hipoteca y cinco o seis más a cuidar de la casa hipotecada y al único hijo que sus pobres medios le permiten tener (esto, si tiene suerte)… los egipcios no llegaban a semejante grado de refinamiento, pero hacían lo que podían. Simplemente ignoraban una cosa, que una mujer hebrea ya llevaba en su seno a Moshe, quien iba a ser la salvación de Israel, porque Hashem no permitiría que el pueblo de su elección quedara aniquilado.

 

 Los nazis también acabaron por enterarse de que no se puede aniquilar a Israel, ni, por cierto, a ningún pueblo, a ninguna colectividad que sabe adueñarse del tiempo para vivir en la Tiqvah, la bendita esperanza que mora en el seno de quienes empiezan y terminan sus días mirando al cielo y alabando al Eterno.

 

 Shabbat Shalom ¡Quiera el Eterno multiplicar la estirpe de los justos tanto como las estrellas del cielo y la arena del mar!


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