YITRO - La Ketubah, por Malcah Canali 5768 de Josefina Navarro - Friday, 25 de January de 2008, 03:17 | |
B''H De Malcah para la Quebutzah
19 de Shevat de 5768 26de Enero de 2008 YITRO
LA KETUBAH
Para quienes no conocen mucho el judaísmo, vamos a aclarar de inmediato que el enunciado de los Diez Mandamientos es considerado la Ketubah, es decir, el Acta de Matrimonio entre Haqadosh Baruj Hu e Israel. Este enunciado se encuentra en el capitulo 20 de Shemot, tercero y último de la parahah Yitró que leeremos el sábado próximo.
Desde luego, el hecho de que la parahah lleve el nombre del suegro de Moisés no es casual puesto que el lazo de parentesco que así se subraya está unido a la institución de matrimonio. Si nos detenemos un instante en la construcción de este texto, trascendental entre todos, veremos que el primer versículo constituye aparentemente una simple introducción. Dice: "Pronunció Moshé todas estas palabras, diciendo". En hebreo, son siete palabras, lo cual indica bien a las claras que estamos ante un asunto de cumplimiento, porque el número siete es, precisamente la cifra que se refiere a los cumplimientos. Por otra parte, la primera palabra del versículo es "vayedaber" (=habló) y la última, "leemor", mientras que la cuarta y la quinta son "kol hadevarim" (=todas las palabras). No hay pues ninguna duda posible: el texto que sigue se refiere a un pacto oral, aunque las palabras que se han de cumplir se pongan por escrito. Tienen que ser pronunciadas y oídas para tener validez. En todos los enlaces matrimoniales, el asentimiento definitivo tiene que ser verbal y proferido por los contrayentes. Luego, resulta perfectamente natural que el preámbulo a la ceremonia nupcial sea una celebración del lenguaje hablado. Tal celebración nos recuerda, además el intercambio de promesas que ha tenido lugar en el capítulo anterior, que bien se podría considerar la petición de mano, cuando el Eterno deja bien claras Sus intenciones, al ordenar a Moshé que transmita al pueblo el mensaje siguiente; "si aceptáis y respetáis Mi Alianza, seréis Mi tesoro" y el pueblo contesta: "Todo lo que el Eterno ha dicho, lo haremos". Es importante resaltar que, en esta aceptación de los esponsales, el pueblo hace gala de una unidad, puesto que el texto menciona que la frase que acabamos de citar, la dijeron con unanimidad ("yajdav" = todos hechos uno). El Eterno será el Esposo de todo Israel. Será un solo esposo con una sola esposa. Entre todos los pueblos de la tierra, Él ha elegido a uno a quien ofrece Su amor, pidiendo ser correspondido. Que sepamos, es la primera vez, en la historia de la Humanidad, que ocurre semejante cosa. ¿Qué D.os ha pedido nunca a un pueblo que le ame? Los dioses suelen pedir sumisión, ritos, sacrificios, suelen dictar reglas de conductas, a cambio de todo lo cual accederán a responder favorablemente a las súplicas de sus fieles y, a menudo, a enseñarles sabiduría, pero ninguno de ellos pide amor. El Eterno no deja de exigir todas estas cosas, pero no Le basta con esto. Además y ante todo, pide amor. En el capítulo 19 de Shemot que, como acabamos de explicar, es una joya de pedida, la palabra amor está sobre entendida, tanto en la Declaración del Eterno como en la respuesta del pueblo, dada no sólo ante Moshé sino ante los Ancianos de Israel, o sea ante testigos fiables, pero en el capítulo 20, en el mismo enunciado de la Ketubah, sí que se emplea, concretamente en el versículo 6, cuyo cuarto vocablo es: "leohavay" (=a quienes me aman). El número 4 es propio del cuadrado, figura cuyas perpendiculares se inscriben en un círculo interior, mientras que las diagonales lo hacen en uno exterior, teniendo ambos el mismo centro, construido por el punto de convergencia de todas estas rectas, lo cual demuestra que debemos valorar los acontecimientos exteriores a partir del mismo criterio que los interiores ya que aquellos derivan de éstos. El número 4 es el de los puntos cardinales, designa la facultad de orientarse. Lo representa la letra "dálet" que significa "puerta". La cuarta palabra del versículo 6 (el número 6 se corresponde con la letra "Wav" que simboliza la unión entre el cielo y la tierra por la viril potencia de la exaltación espiritual), esta cuarta palabra, pues, nos enseña que el principio de toda orientación correcta radica en el amor por Hahem. Con las reflexiones precedentes, no hemos agotado el caudal de informaciones matemáticas que nos proporciona la expresión: "leohavay" en el texto de la Ketubah, ya que ocupa el número 64 de cuantas palabras lo constituyen, siendo ésta una particularidad de gran interés, cosa que pasamos a estudiar de inmediato. Váis a ver que no es baladí. El numero 64 es el cuadrado de 8; hasta aquí no os descubro ningún arcano, esto se estudia en el colegio. Que este mismo número 8 está ligado al verbo "ahav" (amar), en cambio, no suele figurar ni en los libros de matemáticas, ni en lo cuadernos de ejercicios, estos con dibujitos que tienen los niños de ahora. Sin embargo es así: las letras del verbo "ahav" (alef = 1, he = 5 y bet = 2) suman 8. Entonces, es evidente que el 64 representa una potenciación del amor. Y tanto es así que entre las palabras cuyas letras suman este número, encontramos: "yijum" (yod = 10, jet = 8, vav = 6, mem = 40) que significa "pasión", "amor ardiente". Al colocar la expresión: "leohavay" en el sitio donde se encuentra, el Eterno manifiesta la importancia que tiene para Él el amor de Israel. Quiere ser amado con la mayor intensidad posible. Este es Su deseo. A cambio está dispuesto a amar, El también, fogosamente. La pregunta que se plantea ahora es ¿por qué el Eterno quiere ser amado? Sus promesas y sus demandas sugieren que siente esta necesidad del mismo modo que los seres humanos. Quiere tener pareja. Tal vez empecemos a vislumbrar una respuesta si recordamos que Él creó al hombre e Su imagen y semejanza. No lo creó andrógino, que sería haberle formado con dos partes distintas, lo creó total, un solo ser que no era un compuesto sino una unidad con una doble capacidad de expresión, la masculina y la femenina. A esta criatura, le insufló la vida y le hizo una morada, el Gan Edén (Jardín del Edén) lleno de árboles. En este momento, cuando estoy escribiendo estas líneas, se aproxima el atardecer que será víspera de Tu Bishvat. Tal vez sea una coincidencia bendita la aparición del Gan Edén en estas reflexiones. ¡Quiera Hahem que así sea! Pues bien, el Eterno instala al Adam en el jardín y le encomienda cultivarlo y guardarlo a la par que le prohíbe comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Todos los padres quieren evitar que sus hijos conozcan la abominación. El Eterno también quiere que Su Adam se mantenga en la pureza y la ingenuidad, pero, tras mencionar el árbol cuyo fruto produce la muerte, advierte algo que "no es bueno" y este algo es la soledad del Adam. La palabra que designa esta soledad es "levadó" que contiene "lev" (corazón), quizás porque la soledad es un aislamiento del corazón. El caso es que el Creador contempla el desamparo de Adam ante la prohibición recién formulada y es cuando decide: "Le voy a hacer una ayuda opuesta a él", o sea, que se le oponga si tiene la tentación de pecar. Ya sabemos que la ayuda idónea sólo se encontrará dentro del Adam y que en vez de impedirle pecar Creada la mujer, no por obra de disociación sino de extracción, la pareja conocerá el amor. ¿Sería posible que, a partir de entonces, el Eterno sintiera también dentro de Sí la llamada del compañerismo? ¿Sería posible que semejante anhelo esté en el origen del deseo divino de proyectar en la humanidad el gozoso reconocimiento de la ishah (mujer) por el ish (hombre)? Desde luego, no hay nada en la humanidad que no existe en el Creador. Entonces, si la unión santa por excelencia, que es el matrimonio, es la gloria de la vida humana, también ha de serlo en el Corazón del Todopoderoso. El matrimonio siempre supone una elección. El mismo Adam deshecha las diferentes criaturas que le son presentadas hasta contemplar extasiado, a Javah (Eva). El Eterno, realmente no deshecha a nadie, su pueblo elegido es Israel porque desciende de unos patriarcas que aceptaron Su Bendición. Según la Tradición, la Torah fue propuesta a todos los pueblos y sólo Israel la aceptó. De todas formas, todos cuantos deciden someterse a las exigencias de la Ketubah pasan a ser miembros del Pueblo Elegido. Hay reinas, concubinas y doncellas en el palacio del soberano. El amor es mucho más que un sentimiento, es una configuración anímica caracterizada por la presencia en su centro de un elemento ígneo en el que se funde la individualidad, transformando el "tú" y el "yo" en el orgásmico "nos". El amor es potenciación de la conciencia de ser. Por esto es lógico que la expresión "leohavay" que venimos comentando, tenga una carga energética simbolizada en el número 64 que es ala vez, 82, 43 y 26 o sea, el cántico de la potencia. Amor, en hebreo, se dice "ahavah", que como todos sabéis contiene la doble "he" del Inefable Tetragrama, expresión de la respiración, primera manifestación del anhelo vital. También sabemos que "ahavah" pertenece al ámbito del 13, el número representativo de la unidad. El amor une y potencia. Tanto su irradiación permanente como la fuerza de sus estallidos tienen el mismo sabor a embriaguez que se detecta en los espasmos cósmicos y que alcanza el clímax de su esplendor en el grito de jubiloso dolor con el que la esposa desvirgada corona a su amante. El amor lo trasciende todo porque, realmente, no participa de lo creado, sino es el Creador, nos lo dicen estas letras que suman 13, las de "ahavah" y las de "ejad" (uno). El Eterno Es Uno, el Eterno Es Amor y, por esto, Su relación con la criatura he de ser amor. El Eterno da amor, el Eterno pide amor, el Eterno ama el amor y en esta su inalterable ansia de amor acaricia toda su Creación, dando Su máxima predilección a quién y de quien dirá, en el capítulo 7 del Shir-Hashirim (Cantar de los Cantares): "Ajat hi yonatí, tamatí " (es única, mi paloma, mi perfecta )" La esposa única, considerada perfecta, es la Congregación de Israel que, al aceptar la Ketubah otorgado por Hahem, inauguró unas relaciones que nunca se habían dado en la historia de la humanidad entre un pueblo y la Divinidad, unas relaciones pasionales a las que Israel nunca pudo ni, Baruj Hahem, quiso renunciar y que marcaron el paso de la esclavitud a la libertad en el camino sin retorno de la completa salvación. ¡Bendito Sea Hahem Que encendió en nuestros corazones la llama del amor y nos otorgó la Santa Ketubah!
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