| B''H De Malcah para la Quebutzah Comentario a la Parashah de Ajarei Mot Sábado 10 de Iyar de 5767 25 de Omer 28 Abril 2007 AJAREI MOT EL RESPETO DEBIDO A LA SANGRE Las palabras que encabezan la parashah que, si Hashem lo permite, leeremos el sábado que viene, significan: "Después de la muerte" y se refieren a la tragedia que comentamos hace poco: la muerte de Nadab y Abihu, los dos hijos de Aharón que habían ofrecido un fuego profano delante del Eterno. Tenemos pues, en este principio del capítulo 16 de Vayikra, un recordatorio sobrecogedor de la tragedia que acompañó la inauguración del culto sacerdotal. De inmediato, Moshé nos informa de la intención que preside tan cruel rememoración. Se trata de prevenir a Aarón de las consecuencias que tendría cualquier infracción en el ritual, empezando por la profanación del tiempo: "Daber el Aharón ajija veal yabo becol 'et el hamiqdash..." lo cual significa: "Di a tu hermano Aharon que no entre en cualquier momento en el santuario..." y añade: "para que no muera". En este texto tan severo hay una mención que no puede dejar a nadie indiferente, pero no suele comentarse, y es la palabra "ajija" (tu hermano), tan cargada de afectividad que conmueve a cualquiera. Viene a significar: "El vio morir a sus hijos, tú no querrás ver morir a tu hermano, ¡verdad!". Revelan el amor, la ternura, la comprensión de Haqadosh Baruj Hu para con su criatura. Os ruego que me perdonéis la familiaridad que me tomo con el castellano al decir "para con", pero yo soy madre y hermana y cuando digo algo para bien de un familiar mío, estoy con él. Quiero decirlo con él. Me imagino que a todos os ocurre lo mismo. Pues bien, una vez dado el solemne aviso, la Torah nos describe el ritual de Yom Kipur (día de la expiación) que comentaremos en su momento. A continuación llegamos al capítulo 17 que contiene uno de los preceptos más importantes del judaísmo: la prohibición absoluta de comer sangre. Dice el texto: "Yo me volveré contra el que coma sangre y le extirparé de entre su pueblo, porque el alma de una criatura está en la sangre". Hoy en día sabemos que la información genética se encuentra en la sangre, así que la expresión "el alma está en la sangre" ha dejado de arrancar sonrisas burlonas a los científicos materialistas que ya se limitan a frases tan imprecisas como: "Bueno... sí, claro... en cierto modo... visto así... etc." Para nosotros el asunto es de suma trascendencia. Ya hemos tenido la oportunidad en varias ocasiones de conceder nuestra atención a la importancia que los pactos de sangre revisten a los Ojos del Eterno (la semana pasada, sin ir más lejos, hablamos de la circuncisión) y del sagradísimo valor de la sangre en el ritual sacrificial del santuario. Al prohibir terminantemente el consumo de la sangre a los miembros del pueblo elegido, el Eterno enfatiza la privacidad del lazo que Le une al alma de cada criatura. La sangre Le pertenece a Él. Contiene el ser, la esencia de la criatura. Consumirla, además de constituir un robo de la esencia ajena, es mezclar el alma animal con la propia, es una adulteración de ambas; es, con toda evidencia, un atentado a la pureza. Hablando sinceramente ¿qué pensaríais de un médico que os recetara o recetara a un familiar vuestro una transfusión de sangre animal? En lo referente a las transfusiones sanguíneas entre seres humanos, debo deciros que el judaísmo oficial las autoriza por considerar que la preservación de la vida es prioritaria, pero no deja de haber voces discordantes y estaremos todos más contentos cuando, a una persona, sólo se la trate con su propia sangre. Por lo visto, es posible ¡Baruj Hashem! Ahora, volviendo a la enorme garantía de respeto a la identidad que supone la prohibición de comer sangre, creemos importante subrayar la dignidad que esta imposibilidad de incorporarse el alma animal confiere al ser humano israelita y practicante. Estamos aquí en las antípodas de algunos ritos paganos que consisten en facilitar al postulante a determinado rango o función, ingerir la sangre de un animal para incorporarse su fuerza. La sangre, pues, está reservada al Eterno, Quien en su Infinito amor por todas y cada una de sus criaturas, preserva el alma humana... y tal vez el cuerpo; (esto que nos lo digan los biólogos)... preserva, pues, la criatura humana de contaminación, pero también preserva al animal de tener su alma devorada. El animal tiene alma y esta alma pervive después de la muerte, exactamente como el alma humana y tiene un poder. Sí, el alma animal tiene un poder insospechado para la mayoría de la gente, el poder de expiar los pecados. En efecto, nada más mencionar que el alma está ligada a la sangre, el Eterno dice a Moshé: "y Yo os he ordenado ponerla (la sangre) sobre el altar para expiar por vuestras almas, pues la sangre es la que expiará por el alma". El animal sacrificado da su sangre para expiar las iniquidades del ser humano. Desde luego, esta transferencia del pecado humano al alma animal resulta bastante sorprendente en un primer momento y la tentación es grande de decir: "¡Pobre bicho que no ha hecho nada a nadie y se encuentra pagando los errores humanos!". Sin embargo, una reflexión un poco más profunda nos obligará a volver a los primeros capítulos de Bereshit donde Hashem indica a la pareja: "He aquí que os di todas las hierbas que producen simiente, que está sobre la faz de toda la tierra, y todos los árboles que producen fruto de árbol emisor de simiente, esto os servirá para comer". Es decir, en el Gan Edén (paraíso) la pareja recibió la orden de comer vegetales, y sólo vegetales. La única limitación a esta dieta vegetariana fue, como todos sabemos, la veda impuesta sobre el árbol del conocimiento del Bien y del Mal y, ... como todos sabemos... la pareja infringió alegremente la veda, profanando la ley alimentaria que su Creador le había impuesto. Después de ser expulsados del Gan Edén, los humanos comieron carne. Lo sabemos porque en el capítulo 4 de Bereshit se nos dice que Abel era pastor. El comer carne es consecuencia del exilio inicial de la Humanidad, o sea que, forma parte del castigo ¡Sobre todo que no se enfaden los aficionados a revistas culinarias de toda clase y a programas televisivos dedicados al arte de guisar! (¡es asombroso constatar que el mundo saciado está tanto, o más, obsesionado con la comida como el mundo hambriento!). Bueno, disgresiones aparte, la pareja primigenia empieza a comer carne cuando ya viste túnicas de piel. Ahora bien, si es indudable que la pareja pecó, no lo es menos que alguien la indujo a pecar y ese alguien fue la serpiente. "La serpiente era el más astuto de todos los animales que había hecho el Eterno Elohim". Podemos entender que la serpiente, no sólo era un animal, sino que venía a ser algo así como un jefe entre los animales, tenía una posición privilegiada y, probablemente, los demás animales la admiraban y seguían sus consejos. Todavía no reptaba a ras de suelo. ¡Igual se parecía a uno de estos semireptiles chulos que le gustan a Spielberg! En fin, se creyó que le había llegado la hora y se encontró... pues como todos los que se complacen en tan errónea creencia, con que la hora que le había llegado era la de partirse la cara. Se la partió y bien, pero con ella se la partieron los demás animales que perdieron su categoría de especie protegida. La serpiente había querido saborear el alma humana masticarla entre sus afilados dientes para que El Sublime lamentara haber creado al ser humano y haberle colocado por encima de todos los demás engendros de su Inagotable Bondad. Desde el punto de vista de la astucia no estaba mal ideado, pero el Creador, herido, asqueado, torturado, cual padre presenciando la obra de corrupción de sus hijos por un depravado, se traga el furor y recurre a Su Infinita Sabiduría, a Su Lucidez que le dicta castigar el desmán para mantener el orden del universo, pero con moderación dentro de la dureza. Escucha Su Amor, escucha Su Corazón también. No los odia, los castiga a los tres según la recta justicia, pero no los extermina, no los tortura, les arregla una vida digna dentro de la dimensión mortal. El animal les ha inducido a nutrirse con el fruto prohibido, pues ahora, ellos se nutrirán de los animales, aunque sin cebarse con su alma. La sangre del animal, su alma, estará a salvo de la garganta humana, aunque, puesto que ha inducido al pecado, deberá expiar por él. Su sangre servirá para esta labor de reconstitución de la perfección. Lo maravilloso de la Torah es precisamente su perfección: todo encaja, todo tiene su razón de ser, todo se explica dentro de unas coordenadas que se pueden calificar, y realmente, se deben calificar, de matemáticas. Ocurre en no pocos momentos que la razón de determinado precepto no se nos alcance, pero la alegría que nos invade cuando comprendemos que esta razón existe y es tan poderosa como cualquiera de las que llegamos a vislumbrar, esta alegría se torna fuente de vida, de confianza, de seguridad y aviva nuestro amor por el Sumo Hacedor cuya protección nunca nos abandona. |
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