13 abril 2008

parashah: METZOR'A - Salir del Horror, por Malcah 5768

METZOR'A - Salir del Horror, por Malcah 5768
de Josefina Navarro - Sunday, 13 de April de 2008, 13:56
 

B''H

Con un poquito de retraso pero con mucha alegría aquí les comparto el comentario de malcah correspondiente al pasado shabbat, ayer mismo¡ sonrisa Disculpen que no sea capaz de editarlo como siempre, instalé algo nuevo y tan pronto pueda volveremos a los colores y fuentes de siempre y si no, al menos, ahí tenemos el texto. Gracias¡ sonrisa

De Malcah para la Quebutzah
Parashah Metzor'a
Sábado 12 de abril de 2008
7 de Nissan de de 5768
SALIR DEL HORROR

Siendo la lepra el paradigma de todas las enfermedades por los sufrimientos que inflige a quien la padece, no es de extrañar que ocupe un lugar preponderante en la Torah. A través de la considerqación que merece a Hashem y de los preceptos que rigen la relación que los Benei Israel deben con ella, nos podemos plantear una ingente cantidad de preguntas que nos permitirán adentrarnos en el estudio del significado que reviste el cuerpo, tanto para él como para la colectividad.

En la parashah llamada Metzor'a (מצרע = el leproso) que leeremos el sábado y que es la novena del capítulo 14 de Vayqrá (Levítico), no se describe la enfermedad, cosa que se lleva a cabo en el capítulo precedente, sino el compás religioso de su curación. En este sentido, Metzor'a es una parashah muy alegre y es conveniente y justo bendecir al Eterno por la oportunicad que nos brinda de leerla cada año.

Curarse de la lepra, enfermedad repelente entre todas, es algo portentoso que bien merece nuestro máximo grado de interés por su complejidad y su trascendencia. En efecto, no se trata de una mera curación física, ni muchísimo menos. Lo veremos a continuación: la curación es un proceso global que involucra la relación del ser que renace con el Eterno, consigo mismo en cuerpo y alma y con la colectividad a la que ansía volver a integrarse.

Una vez más, podemos comprobar que, contrariamente a lo que ocurre en la sociedad occidental moderna, en la Torah el cuerpo no se reduce a un mecanismo capaz de funcionar a la perfección o de ser destruido por agentes exteriores, sin ninguna participación del alma. En todos los enunciados de la Torah queda patente la indestructible unidad del alma con su cuerpo. Así, pues, la curación de la lepra es un proceso templar de reconstitución espiritual y física.

La lepra es una enfermedad cuyas manifestaciones se dan ante todo en la piel. De hecho, el vocablo "lepra" de los idiomas indoeuropeos tiene su etimología en un verbo que significa "pelar". No es éste un dicto irrelevante porque la primera mención de la piel se encuentra en la Torah, como ya sabemos, al final del capítulo 3 de Bereshit, cuando después del pecado, el Eterno cose túnicas de piel para Adam y Eva, justo antes de expulsarles del Gan Eden. Esto nos permite pensar que, cuando un ser humano padece una enfermedad de la piel sobre todo si esta dolencia es la lepra, esto le sucede porque su psique rechaza la protección que con sumo amor y tierna compasión, Hashem le confeccionó antes de arrojarlo al mundo de la lucha contra la desintegración. En el etimón indoeuropeo de lepra, así como en los síntomas físicos de la enfermedad, está presente este remoto pasado. En hebreo también, la palabra femenina "tzara'at" (צרעת) designa una enfermedad cutánea, la lepra en particular. Contiene "tzar" (צר) que significa estrecho, angustioso, adverso y que también, se puede leer "tzor" es decir: silicio. El silicio es el elemento más difundido de la naturaleza, después del oxígeno. Se encuentra en la arena, en el cuarzo, en el jaspe, etc.... lo cual nos refuerza en la idea de que la lepra está ligada a nuestra permanencia en una tierra exterior al Gan Eden.

La palabra "tzara'at", por otra parte, termina en "ayn, tav" (עת) dos letras que juntas forman "et" el tiempo. El texto que estamos estudiando concede un enorme valor al tiempo. Los días que marcan las diferentes etapas de la purificación están contados con gran precisión: "habitará fuera de su tienda siete días y al séptimo día se rasurará el pelo... y el día octavo, tomará dos corderos..." En la curación del leproso el espacio (estará fuera del campamento, volverá al campamento) y el tiempo son omnipresentes. La lepra es una enfermedad estrechamente relacionada con la tierra que habitamos en la que necesitamos la túnica de piel para transitar por el espacio/tiempo.

Sin embargo, la Torah no se limita a señalarnos implícitamente esta realidad sino que insiste sobre el hecho de que la lepra es el resultado de un pecado gravísimo. Es lógico preguntarse entonces: "¿Cuál es este pecado que no viene nombrado en el texto?" De inmediato la mayoría de los que conocen la torah nos contestará que es la mala lengua. En efecto, Miryam, la propia hermana de Moshe Rabenu contrajo la lepra por haber denostado a su hermano. Lo sabemos, pero en la parashah que nos ocupa, esto no ha ocurrido todavía, así que no nos parece desaforado plantearnos la posibilidad de que el pecado generador de la lepra sea de tamaño mayor que la maledicencia, asquerosa, por cierto, que emponzoña las relaciones humanas. Buscamos un pecado que englobe la maledicencia.

Vamos a tratar de encontrar una respuesta en la característica sobresaliente de la lepra: es una enfermedad cutánea.

En este momento, la expresión española "ponerse enfermo, o enferma" nos va a permitir dar un primer paso. Ella significa que el autor de la propia enfermedad es uno mismo. La dolencia no viene de fuera, sino de dentro. De no ser así, las epidemias alcanzarían al cien por cien de la población que azotan, y no es así: Se pone enferma la persona que, por una u otra razón, quiere enfermar, tan pronto para imponerse un descanso como para exteriorizar sentimientos negativos. En este último caso, los sentimientos negativos suelen estar orientados contra el propio sujeto. Es lógico: el que odia al prójimo, le agrede de alguna manera pero el que se odia, se agrede a sí mismo. Es cierto que, a veces, los seres humanos consiguen combinar las dos cosas, torturando a los demás con la enfermedad que se han fabricado, pero lo que nos interesa ahora es tratar de comprender como alguien puede odiarse a sí mismo hasta el punto de infligirse la lepra.

Este autoaborrecimiento concierne la propia piel. El leproso odia la piel que el Eterno hizo para él. Este es el pecado. Ve su propia piel como su peor enemigo. Le recuerda su obligación de aceptar unas condiciones de vida que no tienen nada de edénico y que le asustan. Entonces, en lo más profundo de la psique, reenfurece, quiere castigar este cuerpo suyo, a la vez vulnerable y exigente, que le recuerda la peor de las desgracias y todo su discurso interior es una sarta de maldiciones, la más horrible de las malas lenguas, la que va dirigida (¡Y quiera el Eterno perdonarnos, a mí el decirlo y a vosotros el leerlo!) contra la Misericordia Divina.

Esto es el pecado abominable del que sin embargo es posible purificarse para volver a integrar la colectividad de los Benei Israel, lo cual va a exigir una serie de ritos que no responden a ninguna necesidad higiénica o sanitaria de orden fisiológico sino a las exigencias de la pureza espiritual.

La lepra es una enfermedad muy grave y contagiosa, lo cual bastaría para justificar el aislamiento del infectado, pero no los sacrificios que acompañan la curación. De lo que se trata en el judaísmo es de purificar el alma, devolviendo al organismo la pureza de la sangre con aspersiones siete veces repetidas. El convaleciente debe sentir que se instala en él un alma recuperada por la inocencia que le transmiten los pajaritos sacrificados. Luego se afeitará la cabeza, cosa que, además de higiénica, le recordará durante semanas que está volviendo a la vida con energías nuevas y se bañará antes de volver al campamento. Pero, con esto no se habían terminado los ritos. Al octavo día, tendrá que ofrecer dos corderos y cierta cantidad de aceite.

Los sacrificios, además de representar un deseo activo de u nión con el Eterno, tienen la virtud de recordar a quien los ofrece, que el reino animal y el reino vegetal le están continuamente prestando su colaboración para que él pueda sobrevivir. Es el cumplimiento de la palabra enunciada en Bereshit cuando el Eterno agració al ser humano con la facultad, incluso el mandamiento, de dominar sobre animales y vegetales y debería ser un aliciente para no abusar de estos seres que tanto nos dan y a quienes tan poco damos nosotros.

En fin, no quiero copiar estas líneas sin subrayar que el título de la parashah es "Metzor'a", es decir "el leproso", no la lepra. Quien se pone enfermo y quien se purifica es un individuo. Su purificación es consecuencia de su curación. Ni los sacerdotes, ni los levitas pueden hacer nada por él si, con su esfuerzo, con su empeño por abandonar la rabia que le ha roído, no consigue dejar atrás la espantosa dolencia. El protagonista, el héroe de la vuelta hacia la pureza de la luz, es el hombre, la persona, que consigue superar su autoaborrecimiento para volverse lleno de alegre confianza hacia el Padre Sublime que, un día, le cosió una túnica de piel.

Realizado este prodigio, el ex leproso ya no será un peligro para el equilibrio espiritual de la congregación de la que se le había apartado. Se habrá transformado, por su encomiable fuerza interior, en un modelo de amor al Creador.

Nos queda por preguntarnos si hoy día, aún con la lepra relegada a países lejanos donde se desviven pobres desgraciados que todavía maldicen su existencia contrayendo esta horrorosa enfermedad, no tenemos en el mundo llamado desarrollado algún sustituto, o sea, alguna forma de lepra vergonzante que ande escondiendo su nombre.

Claro que la tenemos. El odio a la piel que nos dio el Eterno nos viene insuflado por la publicidad y los medios de comunicación bajo la máscara de la preocupación estética. Se ha convertido en un negocio fabuloso que nos produce un malestar perpetuo o, como se dice últimamente, para evitar la palabra angustia, en un "estrés" insoportable. Leemos y oímos por doquier que nuestra piel es un asco: hay que nutrirla, protegerla, hidratarla, deshidratarla, abrirle los poros, cerrarlos, entreabrirlos y entrecerrarlos...De toda la vida, a las mujeres nos ha encantado cuidar nuestra piel, tenerla suave y perfumada, y nuestros esposos lo han agradecido, pero aquello era poético y muy agradable. Nos permitía unos momentos de descanso, el viernes por la tarde en particular, momentos dedicados a cuidar el cuerpo que Hashem ha formado con amor, pero la obsesión actual por los cuidados indispensables de este cuerpo considerado un modelo de imperfección es lo opuesto de aquello. Es una preocupación, una obsesión...

Tengo a mi lado un folleto informativo editado por una conocida firma de perfumería. Me invitan a pedirles un "diagnóstico" de mi piel y me proponen un tratamiento facial que me liberará de arrugas. Yo no tengo interés especial en perder mis arrugas. Creo que son propias de mi edad y no consigo imaginar que ofendan a nadie... podríamos continuar interminablemente. Hoy día el odio a la propia piel y al propio cuerpo, en general, se fomenta con una vehemencia que roza el furor: "la nariz es escandalosamente grande, pequeña o torcida, tus pechos unas birrias ¡operate ya!, y tus cejas..." Ultimamente les ha dado por las cejas, ¡nos podemos preparar!

El resultado de toda esta manipulación es la alienación, o sea la expulsión de la propia autenticidad. Ocurre lo mismo que con el leproso de la Torah. El presentaba el aspecto repugnante de una piel corroída por el rechazo de su dueño, mientras que el "metzor'a" actual presenta una superficie tersa, torturada en secreto por tratamientos varios, muy parecida a la de una muñeca de porcelana o, peor aún, a un personaje sintético de dibujos animados.

La alienación de la propia autenticidad, o sea del corazón que pertenece a la congregación pura, además, va inevitablement ligada, aunque no se advierta a primera vista, a la expulsión de la familia, del grupo de amigos, en suma de la congregación exterior, porque es imposible mantener relaciones sinceras con alguien que ha adoptado antivalores. Los lazos se afloran y acaban por desaparecer. El alienado tendrá que vivir con los que se le parecen. Nada ha cambiado y por esto, pedimos a Hashem que nos conceda la bendición de extirpar toda lepra del mundo. ¡Bendito Sea El siempre!

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