| B''H De Malcah para la Quebutzah Sábado 19 de Abril de 2008 14 de Nisan de 5768 Shabbat Hagadol AJAREI MOT UN ANTES Y UN DESPUES Así como no se le ocurriría a ninguna persona sensata llevar a un niño al mar para enseñarle a nadar cuando la marea está alta, no se le debería pasar por la cabeza a nadie tomarse a la ligera las instrucciones que el Eterno nos imparte para facilitarnos una relación armoniosa con El. Tal vez si pensáramos en todo momento que El es el Autor y el Amo, incluso, para hablar con mayor rigor, la Fuerza central de este cosmos cuyas leyes ciegas nos inspiran un sano temor, tendríamos más en cuenta las órdenes enumeradas en la Torah. Sin embargo y a pesar de repetir a diario que El es Uno y que no hay nada fuera de El, seguimos obrando como si el cosmos fuera un mecanismo independiente de la Voluntad Divina o, por lo menos autónomo, o sea, total y absolutamente inexorable en sí. Sabemos que Hashem lo controla y que si quiere, nos libra de sus pavorosos efectos, porque El es Bueno y Misericordioso, pero el concepto que tenemos de la relación entre ambos se parece bastante a la situación siguiente: un hacendado tiene en el jardín de su mansión unas fieras que manda enjaular cuando llegan sus amigos, quienes, entonces, pueden recrearse contemplando la belleza de un zoológico excepcional. Pero las cosas no son así. El cosmos es una expresión de la Voluntad Divina que late en su centro y de la que emanan en todo momento las leyes a las que nos referíamos y que también están presentes en el universo entero desde los latidos del corazón hasta el altar del Santuario en donde Hashem permite al ser humano tener con El un contacto físico a través de los animales sacrificados. Esto es muy peligroso porque se están transgrediendo las leyes que rigen la dimensión desintegrante del conocimiento. En el momento en que se produce esta intrusión fulgurante del Bien absoluto en el mundo del engaño, activado por la absorción de la fruta prohibida, la energía primordial del infinito penetra en la finitud y si algo profano se interpone en su camino, lo destruye al pasar. Los hijos de Aarón, al no entender que todas, absolutamente todas las prescripciones del Eterno deben ser escrupulosamente respetadas, porque no son ni representativas de algún pensamiento lejano, ni símbolo de ninguna abstracción, sino reglas destinadas a hacer soportable a los Benei Israel la irrupción de la realidad en medio de ellos, se suicidaron sin proponérselo. Mientras no existía el Mishkán, esta formidable irrupción energética, no ocurría, pero en cuanto él fue construído, todo cambió. La Congregación ya tenía centro, un corazón, alrededor del cual debía organizarse su vida para mantenerse en la inalienable fidelidad al pacto que, libremente, había hecho con su Esposo, el Eterno. La muerte de los dos hijos de Aarón marca pues un antes y un después en la relación de Israel con el Sumo Hacedor. En este sentido, la coincidencia que se da este año entre el shabbat de Ajarei Mot y la víspera de Pésaj es interesantísima porque Pésaj es conmemoración de la salida de Egipto, o sea de nuestra mayor ruptura colectiva con el pasado. Hubo un antes y un después y en la inauguración del ´"después" tampoco faltó la tragedia. Fue el episodio del Becerro de Oro, con Aarón como protagonista involuntario, víctima de las circunstancias o, mejor dicho, de la inconsciencia ajena. Aarón, destinado al Sumo Sacerdocio, estuvo de continuo asumiendo los fallos de su familia y de su pueblo. La parashah que estamos estudiando se abre pues con la mención de las revelaciones posteriores a la muerte de Nadav y Avihú, las cuales empiezan, con toda lógica, por el ritual a seguir en Yom Kipur, es decir en el día de las expiaciones cuando todo Israel debe purificarse. Esto también es frontera entre el antes y el después. Hasta tal punto tenemos este último extremo grabado en la psique que, desde el regreso de Babilonia, celebramos, diez días antes del Yom Kipur, nuestro año nuevo civil. A continuación, encontramos en la parashah, en el capítulo 17 de Levítico, el desarrollo de las leyes que conforman la prohibición de consumir sangre, ya que el alma está en la sangre y por lo tanto, consumir la sangre es violar la Presencia Divina en el ser dotado de "néfesh" o sea, de alma inferior. Dicho esto, el Eterno pasa a enumerar las leyes que deben regir las relaciones sexuales entre los Hijos de Israel. Una vez más no es forzoso admirar la indiscutible lógica de nuestra Santa Torah. Todos sabemos que el padre es quien transmite su sangre a sus hijos. Por este motivo, las relaciones sexuales deberán ser objeto de extremado cuidado. Están previstas para garantizar la perpetuación de la pareja a través de la sangre transmitida por el semen. Así pues, están consagradas al advenimiento del futuro, de forma que resultaría incongruente, e incluso criminal, dejar que fueran una vuelta atrás. Con esto se explica que esté terminantemente prohibido el comercio sexual con los ascendientes y con todos cuantos, hermanas, cuñadas, etc... forman parte de su grupo, pero esto es sólo un aspecto de la cosa. En efecto, la expresión: "no descubras su desnudez, porque es tu propia desnudez" nos da la clave del asunto. El tema trato sexual incestuoso, es asimilable a la masturbación, con todo lo que ésta tiene de irrisorio, e incluso de criminal, puesto que es asesinato del semen. La religión israelita, nuestra religión, está volcada en la posteridad, en los hijos. A ellos, no hay que sacrificarlos nunca, nunca, nunca, ni al Móloj, ni a la llama olímpica... que podrá ser objeto de multa por exceso de velocidad o de lamento por apagón imprevisto o por las lágrimas de alguna Primera Dama increpada por Cleopatra o Teodora... ni a la última moda en materia de prermisividad... A los Hijos de Israel, se les debe respetar, amar y proteger desde el mismísimo instante de su concepción. Cualquier israelita responsable lo sabe: el secreto de los Benei Israel no está en la conjunción de los astros en el momento de su nacimiento sino que está en el impulso del corazon de sus padres en el momento en que los concibieron. Ellos no serán, no habrán de ser nunca un punto en el círculo cerrado, cada vez más asfixiante, del círculo familiar más inmediato, sino el júbilo del amor por los demás miembros del pueblo de Israel, cuya unidad así se garantiza. ¡Qué alegría! ¡Bendito Sea Hashem que nos la concedió! |
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