NASO - De la Amargura a la Bendición, por Malcah 5767 de Josefina Navarro - Friday, 6 de June de 2008, 12:45 | |
B''H Shalom Javerim, aquí les comparto el comentario de Malcah correspondiente a Naso del año pasado. B''H De Malcah para la Quebutzah Comentario de la Parashah de Nasó que se leerá el 26 de mayo de 2007 día 9 de Siván de 5767 NASÓ DE LA AMARGURA A LA BENDICIÓN Después de una nueva cuenta de los Levitas según sus clanes, los cuales debían congregarse alrededor del Tabernáculo, o sea, entre éste y el pueblo, llegamos al capítulo 5 de Bamidbar. Todo lo que se ha de hacer, cómo se ha de hacer, con qué disposición, en suma, todo lo positivo referido al despliegue de Israel antes de su entrada en la Tierra Prometida, está organizado de modo inalterable. Ahora quedan por establecer algunas disposiciones negativas. Éstas se van a referir, en primer lugar, a las personas que por una razón u otra supongan un peligro para el pueblo. Son gente a quien se debe expulsar del campamento para evitar la contaminación del entorno que Hashem designa como Su Morada, puesto que dice en el versículo 3: "Ani shojen" es decir "Yo habito". La expresión "Yo habito" causa cierta perplejidad. ¿Acaso no habita el Eterno en todas partes? Es de suponer que si bien Él llena los cielos y la tierra, el tabernáculo es el lugar donde Su Energía, Su Poder reconciliador con la Humanidad fluye con mayor intensidad. Allí Él quiere una pureza absoluta en medio de un espacio santo y de un pueblo sano. En este sentido es comprensible la orden de alejar a quienes padecen determinadas dolencias o podría padecerlas por haber tenido contacto con eventuales fuentes de infección. Sin embargo, una lectura mínimamente esmerada del texto nos obliga a una reflexión algo más profunda que la referida a una simple cuestión de higiene. El primer excluido del campamento es el leproso, el Tsarua. Hoy en día, muchos médicos piensan que la lepra no es realmente contagiosa y que el aislamiento preconizado en Bamidbar provenía de una creencia errónea fruto del aspecto repulsivo que la enfermedad imprime a la piel. Yendo por este camino no se llega muy lejos, porque afirma que el Eterno (¡quiera Él perdonarnos la osadía de semejante mención!) Se equivoca, no tiene ningún sentido, y si el mandamiento de alejar al leproso es asunto de estética, sería lógico suponer que la falta de compasión por el desgraciado se extenderá a todos los feos o discapacitados. Pero no es así. Entonces ¿qué le pasa al leproso? Lo entendemos si recordamos que su enfermedad es considerada en la Torah como consecuencia del "lashón hará", es decir, la mala lengua. La contrajo una de las grandes heroínas de la Torah, la propia Miriam, hermana de Moshé, precisamente por haber hablado mal de él. Fue expulsada del campamento durante 7 días por orden expresa de Haqadosh Baruj Hu y curada por la fervorosa súplica de su hermano. Todos sabemos que la mala lengua es fruto de la envidia, abierta o encubierta, pero de la envidia: "¿Qué tendrá éste o ésta que no tenga yo?" Pues, para empezar, la nobleza del alma porque, y esto es fácil de comprobar, el envidioso nunca envidia a un ejemplar de bajeza y abyección. A éste le tiene miedo, piensa: "¡Quita, quita, no vale más que yo, pero igual tiene más medios y me perjudica!" El envidioso con su mala lengua intenta destruir la santidad en su prójimo. Es mejor apartarle de la colectividad. Por si alguien conservara alguna duda sobre la posible relación entre la lepra y la mala lengua, le ruego que antes de encasillarse en una opinión que le parezca indiscutiblemente racional, recuerde una expresión del sentido común, de la intuición, digamos de la sabiduría colectiva, una expresión muy extendida: "A éste, o a ésta, le roe la envidia". La marginación del leproso, se debe pues a razones de orden moral y espiritual. No podemos, en el marco de este brevísimo comentario, explayarnos sobre las razones que presiden a la marginación de la persona que padece flujo, me limitaré a sugerir que, probablemente el flujo esté ligado a los malos pensamientos, a una especie de perversidad del intelecto, peligrosa para la armonía colectiva porque, inevitablemente, teñirá las relaciones interpersonales de cierta cínica doblez. En cuanto a la persona que acaba de tener trato con la muerte, ya lo sabemos, ha estado en contacto con la mismísima impureza, el resultado del pecado, el recordatorio de la terrible veda: "¡Que no coman del árbol de la vida!". El contacto con la muerte es el retorno al momento del pecado, a la causa del exilio. Quien ha estado cerca de un muerto, se le exilia temporalmente. Nos toca ahora dedicar nuestra atención a un precepto singular y que, naturalmente, ha sido y es objeto de multitud de comentarios, algunos muy sorprendentes, por no decir delirantes. Se trata de la ordalía consistente en obligar a ingerir aguas amargas a la mujer cuyo esposo es presa de celos incontenibles. Nos dice el texto que el celoso deberá recurrir al siguiente procedimiento: llevar a la sospechosa a la presencia del sacerdote, con una ofrenda vegetal sin aceite ni incienso, (porque es recordatorio de iniquidad). El sacerdote exigirá juramento a la mujer de que ella es inocente del adulterio que le imputan, caso de que ella no se confiese culpable. Hay aquí un detalle muy conmovedor: el sacerdote debe deshacer las trenzas de mujer, es decir que ella, en este momento, debe comparecer ante el sacerdote, ante su marido y, por supuesto, ante el Eterno, sin ningún artificio, ni siquiera el del peinado. Debe comparecer en toda su sencillez, en toda su autenticidad. Despeinarle el cabello es símbolo de desnudez. Pues bien, el sacerdote toma juramento a la mujer, advirtiéndola que el perjurio será origen de maldición. La mujer aceptará el desafío diciendo "Amen, Amen". Luego, después de proceder al rito de la ofrenda vegetal, se darán de beber a la mujer las aguas amargas, cuya composición ignoramos. Si ella es culpable, se pondrá gravemente enferma de inmediato y si es inocente, se quedará con el mal trago sin que su salud se resienta en lo más mínimo. El celoso, por su parte, tendrá que cerrar la boca. ¿Qué contenían las aguas amargas? Hay quien piensa que sólo contenían sustancias absolutamente inocuas pero con un sabor asqueroso. Todo era cuestión de psiquismo: la mujer que se sabía culpable y había jurado en falso no soportaba la prueba, convencida que estaba de que el horrible sabor de las aguas se debía a una sustancia misteriosa que ponía de manifiesto su culpabilidad. Puede que alguna hormona activada por la tensión interna que suele crear la utilización de la mentira influyera en el rechazo a la repelente libación. Algunos biólogos, así lo piensan
al fin y al cabo, en nuestra época se utiliza la máquina de la verdad que viene a tener una función parecida a la de las aguas amargas. El caso es que la Torah que siempre indica con suma precisión la composición de las sustancias, aquí no dice nada y esto es muy insólito. La mujer inocente no sufría semejante angustia, iba esperanzada a la prueba, pensando que su marido ya la dejaría en paz con sus obsesiones y salía bien parada. También salía bien parada la colectividad, porque la ordalía era disuasoria, es evidente, y no sólo era disuasoria para la mujer, también lo era para el celoso que podía verse abocado al remordimiento, además de aguantar cierto resquemor por parte de su esposa y de verse sometido al ridículo. Es fácil imaginar la reacción de la familia política y de los vecinos. Hay quien dice que la prueba de las aguas amargas nunca se practicó en Israel. Es posible, yo creo no haber estado allí para verlo, pero en cualquier caso, el hecho de que tal precepto venga estipulado en la Torah no está desprovisto de significado, muy al contrario. Nos enseña cómo, en un caso extremo, se pueden resolver situaciones aparentemente inextricables y susceptibles de crear conflictos muy graves, incluso tragedias, en la institución más sagrada de todas, la institución fundamental que es la familia. A continuación vienen los preceptos referidos a la persona que se aparta voluntariamente de la suerte común haciendo voto de nazireo, o sea, privándose de determinados placeres y comodidades para aumentar su dedicación a la santidad. El lugar que ocupa este precepto, después de la bajada a los infiernos que el lector acaba de protagonizar, nos demuestra que el movimiento de balanceo propio de la Creación ya nos aproxima de nuevo al polo positivo donde todo es alegría. La descripción de los ritos y ofrendas que acompañan el desarrollo del nazireato nos recuerda que la relación con el Eterno debe obedecer siempre a las reglas que Él fija para no resquebrajar, aun sin proponérselo y con la mejor intención del mundo, la armonía de la Creación. A esta necesidad imperativa de mantener la armonía universal responde el espléndido párrafo que clausura el capítulo 6. Es el enunciado de la Bircat Hacohanim, la Bendición de los sacerdotes. Son seis versículos en los cuales Hashem ordena a Moshé que enseñe a los cohanim a bendecir al pueblo. Los cohanim no son sino el conducto de la bendición, no son su origen. La bendición la concede el Eterno por boca de ellos y ésta es la razón por la que cada palabra, cada letra viene estipulada. Son sesenta letras, que ulteriormente serán simbolizadas por los sesenta guiborím (próceres) que, en el Cantar de los Cantares rodean la litera del rey Salomón. Sesenta letras que conforman 15 palabras, tres para la primera bendición, cinco para la segunda y siete para la tercera. La bendición sacerdotal va, pues, en aumento y termina con la palabra "shalom" que es la máxima expresión de la felicidad y contiene la palabra "shem" (Nombre) lo cual viene resaltado en el versículo siguiente que reza: "Así, ellos pondrán Mi Nombre sobre los hijos de Israel y Yo les bendeciré". Esta última expresión: "Yo les bendeciré" siempre ha llamado poderosamente la atención de los estudiosos porque al decir "les" el Eterno señala que los Cohanim no son sólo transmisores sino también receptores de la Bendición. ¡Baruj Hashem! |
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