21 octubre 2005

[Ieshivah.Net] MM #49 - La revolucion de la Alegria

Matók MiDvásh: prensa electrónica de Ieshivah.Net - Edición No. XLIX
Tishréi 5766, Parasha't Vezót HaBrajáh, desde Jerusalem
Edición dedicada a la completa sanación en cuerpo y alma y plena felicidad luminosa de Adriana Marcela bat Lidia Graciela,
y a la sagrada memoria de Ioséf ben-Shraga z"l y la plena vitalidad de su alma en el Gan Edén

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"... y os Icé sobre alas de águilas, y os traje hacia Mí..."
Los ojos de todo Israel ante la maravillosa revelación de Bereshít
La revolución de la alegría

Javerím, queridos amigos, Shalóm:

Lecturas imprescindibles para Vezót Habrajáh (Devarim -Deuteronomio- 33:1 a 34:12)
* Parashát Vezót HaBrajáh, por Gal Einai
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Parashát Vezót Habrajáh, por Rav Shlomo Wahnon en Mesilot.Org
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Parashát Vezót Habrajáh, por Rab Amram Anidjar
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Haftarát Vezót HaBrajáh, con fonética, canto y traducción

Vivimos un tiempo de paradojas. Esta semana, nos corresponde la última parasháh de la Toráh, Vezót HaBrajáh, en la que llega el momento más temido y resistido por la generación nacida en el desierto: tras todo el libro de Devarím -Deuteronomio- dedicado a su testamento y discurso de despedida, Moshéh asciende al monte Nevó, contempla -pone sus ojos en- la Tierra de Israel, y abandona este mundo.

De pronto, por más preparados que estuviésemos, se nos llenan de lágrimas los ojos y se aprieta de congoja el corazón. La generación del desierto no ha conocido nunca otra realidad que no fuera la guiada y conducida por Moshéh: su líder, su guía, el brazo ejecutor de milagros y victorias, el maestro y el juez del pueblo todo. Y tenemos clara conciencia de que nada sino el mérito personal de Moshéh nos ha provisto de muchos de los milagros recibidos: el "man" (maná), por ejemplo, que nos liberó todos estos años de preocuparnos por el sustento, se sostuvo por el mérito de Moshéh, y se suspenderá inmediatamente a su deceso.

De pronto, estamos solos. Obra en nuestra conciencia la enseñanza de Moshéh, y todas sus advertencias dirigidas a nuestro futuro, que construiremos con nuestras propias opciones vitales, con nuestras propias acciones, a partir de este mismo instante. Parece que se acabó aquéllo de haber ganado las guerras aún antes de salir a la batalla. Nos queda un recuerdo, una esperanza, un amor, y en la conciencia un agujero, que para siempre querremos ver desaparecer y ceder lugar a la auténtica plenitud.

Esta semana, nos encontramos también en plena festividad de Sucót: el más rico y el más humilde del pueblo, el que vive de común en un palacio y aquél cuyo cansancio halla resuello en una choza, nos instalamos cada uno en su Sucáh: una vivienda precaria, carente de todo confort, en la que regocijaremos el alma estudiando, comiendo, cantando y aún durmiendo bajo su techo de ramas que no obstaculizan la visión de las estrellas, ni impiden a las nubes volcar su bendición en nuestros lechos. Esta semana, en Sucót, tenemos entre otras una mitsváh preciosa y desconcertante: nos ha sido ordenada la alegría. Implacable e indeclinablemente, debemos sentirnos plenos de felicidad y regocijo en estos días.

¿Cómo hacer? Justo en el momento más apropiado para el luto y la melancolía, se nos exige estar contentos. ¿O es que, acaso, hemos comprendido inadecuadamente esta eventualidad que nos hace sentir desamparados, y no así debiera ser?

Sucót es la tercera de las tres festividades conocidas en conjunto con el nombre de "regalím". La primera de ellas es Pésaj, que conmemora el momento mismo en que fuimos liberados de Mitsráim. En el momento de Pésaj pasamos a ser dueños materiales de nuestros cuerpos, ya no más sometidos al arbitrio de los egipcios; pasamos a ejercer el gobierno de nuestro tiempo. Dicho de otro modo: dejamos de ser siervos de hombres, y adquirimos la oportunidad de no estar más sometidos sino al único "punto fijo" de la realidad, al Absoluto, al inaprehensible Rey de la Creación, único poder verdadero que rige la realidad.

Continuamos cada año el tránsito por los laberínticos desiertos de la vida, y cincuenta días más tarde arribamos a la segunda festividad: Shavuót. Shavuót es la fecha precisa en que nos pronunciamos en pacto y compromiso con Hashém, y aceptamos la Toráh por único códice moral, que habrá de regir en lo sucesivo nuestras vidas. Trascendimos el plano de la libertad física para grabar la Verdad en nuestras almas, de donde no sería posible borrarla jamás.

A partir de Shavuót, contamos con el conocimiento de la Ley que rige sobre toda la Creación: conocemos la ciencia de las causas y las consecuencias en todos los órdenes de la existencia; y si bien tenemos aún derecho a errar, ya no seremos exentos de sufrir, para bien y para mal, las consecuencias de nuestros actos (¡ay, cuánto nos lamentamos en esta reflexión, ahora, cuando estamos parados en el desierto viendo que Moshéh se despide de nosotros, y deberemos recorrer un largo camino aún hasta la completa y definitiva Redención!). La consecuencia directa de este conocimiento y esta revolución de la conciencia es algo equívocamente denominado con el nombre de "fe". Porque no será fe sino certeza, manifiesta en lo que la razón tachará despectivamente de "pensamiento mágico", lo que nos indicará cómo actuar en cada eventualidad.

Por ello, en tanto Shavuót coincide con la recolección anual de los primeros frutos en la tierra de Israel, tomaremos dichos frutos y caminaremos con ellos hasta el Beit-HaMikdásh, hasta el Templo de Jerusalem, para ofrendarlos a Hashém. La razón "terrena" indicaría que, en tanto no sabemos cuánto nos tocará recolectar después, tomemos la previsión de guardar las primicias de la cosecha para contar con ellas por capital ante cualquier eventualidad adversa. El pensamiento que hemos aprendido de la Toráh nos indica obrar de modo contrario: ofrendando las primicias, estaremos comprometiendo a la tierra a brindarnos la mejor cosecha. Y así procederemos cada año, en tanto hayamos merecido y nos haya sido concedido contar con un Beit-HaMikdásh, con un templo al que llegar con nuestro manjar devoto - quiera Hashém reconstruirlo para nosotros muy pronto, en estos días.

Y es todo ese bagaje previo el que aplica a la alegría de Sucót. Con toda la libertad en nuestras manos, y con no sólo la libertad que sería inútil sin conocimiento (ya está dicho que "no hay viento favorable para quien no sabe a dónde va") sino también con el conocimiento habilitante para disponer las acciones adecuadas a los resultados que deseáremos producir, llegamos a Sucót: nos arriesgamos a abandonar nuestras ricas y bien provistas viviendas, a abandonar nuestros negocios y labores por una semana completa, y cobijados en el deleite que nos brinda la Verdad, sabedores de que justo al hacer ésto estamos produciendo todo el bien que anhelamos.... removemos de nuestro interior la angustia y la tristeza, nos despojamos de la melancolía como quien deja tras de sí una piel vieja e inútil, y renacemos a la vida en alegría plena.

Estamos aquí reunidos, la generación nacida en el desierto. Moshéh se va, pero volverá. Enseña el Zohar (introducción a Tikunéi haZohar) que el alma de Moshéh se manifiesta en cada generación, para revelar los secretos íntimos de la Toráh. Moshéh se despide físicamente de nosotros, y cuanto Moshéh significa se hará presente en la figura del Mashíaj, para producir la plena y definitiva Redención. Estamos parados en el desierto y las últimas palabras de la Toráh concurren a resumir cuanto puso Moshéh "para los ojos de todo Israel", y así termina.

Al culminar Sucót (el próximo martes en Israel, el miércoles en el resto del mundo), celebraremos Simját Toráh, la fiesta de la Toráh. Ese día completaremos la lectura anual de la Toráh... y ni bien pronunciemos estas palabras últimas, "para los ojos de todo Israel", arrancaremos inmediatamente con el nuevo ciclo de la lectura anual, desde el inicio, desde Bereshít -Génesis-, donde se expone el inicio de todo. La contigüidad de las últimas con las primeras palabras se hace manifiesta, en cada sinagoga del mundo, en el correr de unos pocos minutos.

Enseñan nuestros sabios que hay dos modos de tomar conciencia de la Verdad, de adquirir conocimiento de las leyes  que rigen las causas y las consecuencias para saber encaminar nuestras vidas libres de engaño y falsedad, aferrados a la verdad trascendente de la vida, aferrados al bien capaz de producir belleza permanente, de la que ni el tiempo ni la volubilidad del deseo podrán ni pueden degradar. Está el modo de Abrahám, que abre los ojos y ve, y ya no le cabe más dudar. Porque, en realidad, el Orden es evidente cuan evidente es la presencia del Creador y la verdad de su Toráh, a poco que fijemos atención sincera, inteligente y humilde sobre cualquier punto y dimensión de la Creación. Basta para ello con "saber abrir los ojos".

Pero nosotros.... ¡ay!, nosotros, no sabemos "abrir los ojos". Estamos encandilados por luces de fantasía, cegados por las paredes de la historia, empujados en nuestro camino vital por uno u otro instinto, por uno u otro temor, aprisionados en la necesidad de sostener nuestras vidas mínimas o en proveer satisfacción a la gula que anhela todo lo que ve. Entonces, disponemos sólo del segundo modo de adquirir el conocimiento verdadero: sólo nos es dado el camino del estudio, de la reflexión, la meditación, el avance paso a paso experiencia a experiencia instante a instante, para crecer cada hora y cada día en el camino que, a quien supiera (¡quién supiera!) le tomaría un abrir de ojos.

Llegaremos en pocos días a Simját Toráh. Culminando la lectura de la Toráh, en el último versículo que lleva el número 5.845, leeremos "le'einéi kol Israel", "para los ojos de todo Israel". E inmediatamente, volveremos al inicio de la Toráh, y leeremos Bereshít, el primer capítulo de la Toráh, que resume en los pliegues íntimos de sus letras, accesible para todo quien se atreva a merecer su contemplación, los secretos de la Creación y de la vida, la verdad de quiénes somos, quiénes podemos ser y para qué estamos aquí; las peripecias del más alto amor; las cimas en que lo bueno y lo bello son sólo uno y en que podemos realizar el completo potencial de quienes hemos venido a ser.

Al inicio de esta nota, parecía que "para los ojos de todo Israel" había de sumirnos en la más melancólica desolación. Culminamos Sucót y, ¿qué hallamos para los ojos de todo Israel?.... ¡Bereshít!

De hecho, lo que viene a ofrecerse ante nosotros, es la oportunidad de abrir los ojos y percibir "Bereshít": superar el camino que nos obliga a aprender el conjunto de la Verdad "por extensión" (fatigándonos en cada uno de sus infinitos detalles, desde nuestra lógica y nuestra comprensión imperfectas) y acceder al paradigma de Abraham, capaz de, en un abrir de ojos, captar la Verdad "por comprensión": el conjunto de todo lo que es, a partir del fundamento común a todas sus partes y detalles. La maravilla más excelsa, la percepción más sublime a que pudiéramos desear ser invitados.

Hazte una idea: Cierra los ojos. Anhela profundamente ver la verdad, la verdad más allá de todas las pequeñas verdades cotidianas, más allá de la ciencia y de las magias innumerables, más allá de los laberintos de la historia. Permítete anhelar estar parado en esa cumbre insólita, y desde ahí contemplar y comprender quién eres, quién soy, qué nos anima; de dónde venimos y a dónde vamos. Prométete, por un instante, eludir de tu mirada lo pasajero y atender a lo esencial.

Abre, entonces, tus ojos, queriendo ver las almas, queriendo acceder al insensato proceder de lo que no tiene nombre del modo en que tienes nombre tú. Siente los latidos de tu corazón al compás de todos los corazones del mundo. Grita con fuerza tu voluntad de entender qué motor pone en funcionamiento cuanto integras y cuanto ves. Y entonces, si te permites ver un camino ante tí y te entregas a conocerlo, accederás a comprender por qué, en estos días, en que a ojos de todo Israel se despliega la verdad de Bereshít, no podemos estar de otro modo que innumerablemente contentos, alegres a más no poder, felices de que la luz más plena nos alumbra y de que disponemos de la Toráh, para ser socios del Creador en la enmienda de la Creación, y atraer hacia nosotros la GueUláh, la plena y completa Redención que se encuentra ya en camino para abatir el mal y la fealdad y erigir la belleza del bien en nuestras vidas.

Quiera Hashém que tú y yo seamos capaces de atrevernos a verlo. Y que aunque Moshéh se haya separado de nosotros y nos haya tocado recorrer este camino de oscuridad espesa que transitamos, los destellos de luz que no cesan nos llamen la atención y de pronto, en un instante fatalmente feliz, percibamos con cuantos Rajamím, con cuanta misericordia pone Hashém la oportunidad ante nosotros, y no sepamos dejarla pasar sin volvernos otros, los mejores que podemos ser, en el camino preciso que la Toráh tiene la capacidad de revelarnos por verdad. Y que Sucót, este año, resulte haber sido para todos la verdadera revolución de la alegría.

Jag Saméaj, Shabát Shalóm, y mis brajót para todos,

daniEl I. Ginerman
Editor

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