| Kol Hasbará Mirad
aquel que es guardián de Israel, ni se descuida ni duerme. Salmos 121:4
editado por Jaime Gorenstein ____________________________________________________________________________________ Israel, sin alternativas Por Serafín Fanjul * ... Sharón asumió el enorme coste político y moral de casi suprimir las represalias antiterroristas y, sobre todo, de retirar las colonias judías de Gaza entregando el control de la frontera egipcia a la Autoridad Palestina, lo cual de cara a la ortodoxia más extrema constituyó un sapo intragable...
EN los últimos años, fue moneda corriente entre los analistas sobre el Próximo Oriente considerar que la solución del conflicto israelí-palestino sólo podría venir tras la desaparición de las dos cabezas visibles en ambos bandos: Arafat y Sharón. Amén de injusta, por establecer un paralelismo entre un cabecilla guerrillero -por decirlo educadamente- y un jefe de Gobierno democrático elegido por mayoría abrumadora en febrero de 2001, tal simplificación adolecía de esa tendencia tan común en las sociedades humanas, y por tanto en los medios de comunicación, a fijar términos de comparación y referencia en blanco y negro, reducidos a dos polos que se enfrentan y dirimen sus diferencias de mejor o peor manera, pero siempre nítida, sencilla y comprensible, para que cada quien elija su particular Ormuz o Ahrimán, el Bien y el Mal a la carta. Empezar la enumeración de matices enojosos, causas lejanas y de fondo o motivaciones con frecuencia irracionales y, como consecuencia, difíciles de cuantificar y tabular, es algo en exceso incómodo y ajeno a los circuitos normales de información: la opinión pública quiere respuestas y las quiere ya, diríamos parodiando el lenguaje de los telefilmes americanos. Pero no hay tal cosa.
Bien es cierto que tras el fallecimiento de Arafat y la subida de una dirección palestina más receptiva y preocupada por las realidades trágicas que su pueblo padece desde hace más de cincuenta años, se abrieron expectativas de cambio y de conseguir en fases lentas y graduales un arreglo duradero y con garantías, algo que dio en llamarse Hoja de Ruta. Y ello pese a la virulenta oposición de las bandas terroristas palestinas y de los sectores más intransigentes del Likud. Para rebasar a unos y otros Ariel Sharón asumió el enorme coste político y moral de casi suprimir las represalias antiterroristas y, sobre todo, de retirar las colonias judías de Gaza entregando el control de la frontera egipcia a la Autoridad Palestina, lo cual de cara a la ortodoxia más extrema constituyó un sapo intragable y, finalmente, le indujo a abandonar el partido conservador para fundar su propio grupo político (Kadima), con el que contemplaba -y gracias al apoyo de los laboristas Peres y Peretz- serias expectativas de triunfo que le permitiesen continuar su plan de apaciguamiento progresivo, sabedor de que el interés y el éxito histórico de Israel no consisten en eternizar el estado de guerra sino en consolidar la paz. Justamente lo contrario de lo que sucede entre demasiados de sus oponentes árabes, cuya estrategia se basa en la prolongación ad infinitum de la tensión, confiando en que la demografía y la presión de los petrodólares saudíes (que nosotros engrosamos pagando el crudo cada vez más caro) terminen, a la larga, por desequilibrar la balanza a su favor, por añadidura a la transformación de la causa política nacional palestina en una guerra de religión por el islam y dentro del gran movimiento del yihad a escala mundial.
No sería justo desconocer que desde la dirección palestina también se ha contribuido a la muy relativa distensión del último año, dentro de las precarias condiciones en que se mueve el pseudogobierno de Mahmud Abbas. Y decimos «pseudo» sin ánimo ofensivo alguno, sino como mera descripción de las dificultades que soporta alguien que en una mesa de negociaciones no puede garantizar todo lo que firme, por su falta de control y de seguridades jurídicas entre su propia gente. Sin embargo, tampoco sabremos nunca, respecto a la disminución de los atentados suicidas y otras formas de terrorismo, qué proporción se debe a los mismos palestinos y cuál a las medidas preventivas israelíes (la erección del denostado muro o las acciones del Tsahal y el Mosad). Lo que sí sabemos con certeza es que el rumbo adoptado por Sharón pasando de la dureza implacable a una cierta ductilidad y una ductilidad cierta en aspectos fundamentales del contencioso con los palestinos podía ser la vía para resolverlo, como también parece evidente que el tándem Kadima-Laboristas había entendido que su representación conjunta de una holgadísima mayoría absoluta de la sociedad israelí debían traducirla en actos y acuerdos políticos: una especie de solución «a la alemana» entre socialdemócratas y conservadores, algo que muchos españoles echamos en falta ante las gravísimas amenazas a que nuestra nación se ve sometida por el chantaje separatista tan gustosamente aceptado por el actual Gobierno. Pero las gracias y desgracias de España no son el tema del día.
Dada la edad de Ariel Sharón, lo más probable es que los derrames cerebrales que ha sufrido terminen con su carrera política, si no con su vida. Por tanto, sin Sharón en activo, hemos llegado al escenario con que no pocos, en especial fuera de Israel, soñaban hace dos años: idas las dos figuras contrapuestas, ¿qué panorama se abre? Y brotan preguntas cuya contestación ya va implícita en su mera formulación: ¿del lado israelí, o del palestino, se limitaba el conflicto a la existencia de una sola persona?, ¿Los votantes que dieron el gobierno a Sharón en 2001, por rechazar las que consideraban excesivas concesiones de Ehud Barak, habrán modificado su opinión y aceptarían una rendición preventiva como las que pilota y patrocina nuestro Rodríguez? ¿Se podrá resucitar el plan de Yossi Beilin de entregar algunos barrios de Jerusalén, como Abu Dis, para establecer la capitalidad palestina? ¿Se conformarán con eso los palestinos? ¿Se renunciará a la política de defensa para finalizar el trayecto con harakiri colectivo aceptando el estatuto de dhimmí de que hablaba Ismail Abu Shanab -dirigente de Hamás, el grupo terrorista que puede ganar las elecciones del próximo 25 de enero- al arabista francés Gilles Kepel? En palabras de Abu Shanab -palabras, siempre palabras-, «los judíos que lo deseen podrán vivir en Palestina siempre que acepten las reglas prescritas por el derecho coránico».
Y como los lectores no tienen por qué saber qué significa dhimmí, se lo aclaramos de modo breve y bondadoso: discriminación leonina en materia jurídica, económica y de comportamientos colectivos; negación de igualdad ante la ley y ante el estado y sometimiento sistemático a un régimen de salvajes vejaciones arbitrarias institucionalizadas; dar por buenas, en suma, sinrazones como la reciente prohibición en Irán (ABC, 20-12-05) de la música occidental («Es necesario erradicar la música indecente y occidental de la Radiodifusión de Irán»). Con Sharón o sin Sharón, es difícil que los israelíes acepten algo así, incluida la posesión de armas nucleares por Irán, por mucho que los europeos culebreen para escurrir el bulto dejándoles sin más apoyo que el de Estados Unidos. De uno u otro modo, Sharón continuará viviendo.
*Catedrático de la UAM |
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