06 enero 2006

parashah: Parashát Vaigásh, por Rav Daniel Oppenheimer: No soy el único

Parashát Vaigásh, por Rav Daniel Oppenheimer: No soy el único
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Friday, 6 de January de 2006, 00:16
 
Parashát Vaigásh
NO SOY EL UNICO
por Rav Daniel Oppenheimer

En las ocasiones anteriores nos concentramos en aclarar conceptos relacionados con la prohibición de avergonzar a otro y lo pernicioso de enorgullecerse con lo que no es auténtico o no le corresponde a uno. El deber del judío es exactamente lo opuesto. No sólo que no se debe vanagloriar uno mismo, ni “creérsela” que por haber hecho algo meritorio, uno ya ha cumplido con toda su tarea en términos de la estima que se le debe a los demás, sino que, por lo contrario, uno debe procurar permanentemente lograr reconocer el valor positivo en la tarea que desarrollan las otras personas y respetarlas por ello.
En hebreo el término para describir esta actitud es “kavod” y la obligación es: darle “kavod” a los seres humanos. ¿Cómo se traduce “kavod”? Puede ser “honor”, “dignidad” o “respeto”. Nosotros vamos a utilizar estos términos en forma indistinta, a pesar que, posiblemente, ninguno de ellos sea la traducción acabada del concepto. Importante será no equivocar la actitud fundamental de honrar a otra persona, con la grave prohibición de adular, es decir: decirle loas con el objetivo de “quedar bien” con aquella persona o para pedirle favores. El lisonjero, no honra a las personas, sino que busca, en su egoísmo, encontrar el beneficio que puede obtener de cada persona y de cada situación. Lamentablemente es más común toparse con la segunda modalidad que con la primera. Dada la similitud en la manera de manifestarse del adulón y del que genuinamente honra a las personas, podemos decir, quizás, que la diferencia la hemos de descubrir en cuanto analicemos la intención por la cual se le está dando honor al prójimo, y el calibre de la manera de dirigirnos a ella , en comparación al trato que le damos a los demás. Este, como otros temas similares, dependen totalmente de la voluntad de auto-conocimiento que tenga la persona.
Pero, volviendo al tema: ¿De dónde nace la dificultad en reconocer lo bueno en el otro? ¿Por qué nos cuesta tanto?
En la Mishná de Pirkéi Avot (Cap4:1) se cuestiona: “¿quién es respetado?” Y responde: “Quien respeta a los creados”. No está claro cómo la respuesta satisface a la pregunta. ¿Qué relación existe, acaso, entre el respeto que se le brinda a otros, con el respeto que se recibe de terceros?
Aparentemente, la Mishná nos quiere enseñar algo importante. Las personas que buscan que los demás los honren, actúan con altanería pensando que eso les traerá más reconocimiento de la gente. Sin embargo, el renombre es un obsequio Di-vino, y una persona que hoy cae en gracia a la gente, puede perder esa estima repentinamente de un día al otro. La estima tiene su manera de llegar a las personas que menos la buscan. Aquel que no desprecia a nadie, sino que respeta a las personas de manera universal por el solo hecho de ser “creados” por D”s, esa persona está, en realidad, rindiendo homenaje a D”s Quien creó a los seres humanos. D”s, en devolución, Lo respeta a él. (Sidur de R.Sh.R. Hirsch sz”l)
Para ponerlo de modo figurativo: Quien mira a los demás subido sobre una escalera (es decir, desde una estatura que no es la propia), ve a todos chiquitos... Quien los mira parado en el suelo, los ve “normales” y humanos. La modestia, entonces, nos permite aproximarnos al aprecio debido a terceros. Consecuentemente, surge lo siguiente: el respeto que se le brinda a otros, trae aparejada, en correspondencia, una visión objetiva de si mismo. Esto, a su vez, quita el deseo desmedido de ser respetado por otros y permite a la persona crecer auténticamente. Al alcanzar este punto, la persona es, merece ser y demuestra ser realmente digna y respetable.
De la lectura superficial de la Mishná, surge, sin embargo, una pregunta más: ¿Acaso es importante ser respetado? La respuesta es: No. Uno no debe buscar el reconocimiento de los demás. “Quien busca el honor, el honor huye de él; quien le escapa, el honor lo persigue”. Le preguntaron al Jafetz Jaím: Si quien lo busca, no lo logra, y a quien le corresponde, le escapa... ¿quién recibe, entonces, verdadera honra? A lo cual respondió: “En algún momento todos dejamos de correr. Al fallecer, el reconocimiento auténtico sobrepasa al que lo merece”. (Etica del Sinaí 4:1de Irving M. Bunim, de Ed. Iehuda)
En la Parshá de Vaigash encontramos a Iosef, virrey de Egipto, que recibió a sus hermanos con sus familias en época de hambruna y luego aplicó una ley compleja y de gran envergadura en su puesta en práctica: Mudó a todos los habitantes de Egipto de una ciudad a otra (teniendo en cuenta la importancia de mantener el equilibrio de las distintas profesiones y oficios en la sociedad de cada pueblo). Y todo esto, ¿para qué? A simple vista, dado que todos vendieron sus campos a Par’ó (Faraón) a cambio de pan, esto era una señal visible y contundente que se habían convertido todos en arrendatarios de Par’ó, y no en dueños de sus campos.
Sin embargo, Rash”í (47:21) nos hace saber que existía otra razón para todo esto. Iosef no quería que a alguno se le ocurriera despreciar a sus hermanos y sus familias llamándolos “extranjeros”, pues desde ese momento todos los ciudadanos se habían convertido en “extranjeros” en su propio país natal. Hasta tal punto, cuidó Iosef el honor de sus hermanos.
La siguiente historia ocurrió en Ierushalaim hace unos cuantos años. R. Zalman, un experto en Etroguim solía ser molestado por cientos de personas anualmente en los días previos a Sucot para que examinara sus respectivos Etroguim y les diera una opinión acerca de su Cashrut (no cualquier Etrog es casher, pues debe reunir muchos requisitos halájicos). El pequeño Aharon Katzenellenbogen había recibido, a su vez, un Etrog de su papá y quería, “como los grandes”, que R. Zalman, quien estaba corriendo en aquel momento a la Mikve, observara también su Etrog. R. Zalman no podía. “Es tarde” - le dijo al niño, “y estoy seguro que tu padre, quien es un gran sabio, eligió lo mejor para vos” - agregó mientras seguía corriendo. Aharon, un poco decepcionado, volvió a casa.
Temprano a la mañana siguiente, se escuchó un golpe en la puerta de R. Avraham Moshé, papá de Aharón, quien estaba estudiando en la Sucá antes de ir a Shajarit. Muy asombrado vio al anciano R. Zalman: ¿A qué se debe esta visita tan temprano? - preguntó sorprendido. ¿Está tu hijo Aharón?- preguntó R. Zalman. Inmediatamente el papá despertó a su hijo: “Aharón, Aharón, levántate, tenés una visita especial!” Cuando Aharón vio al huésped, se ruborizó: “Pero Ud. Había dicho ayer que el Etrog estaba bien!”. “Correcto” - respondió R. Zalman - “pero no lo debiera haber afirmado sin mirar. El problema fue que estaba muy apurado... ¿Puedo verlo ahora?” Aharón se mostró orgulloso. “Hermoso” - contestó R. Zalman - “es mucho mejor de lo que yo hubiera imaginado! ¿Quizás estás dispuesto a canjearlo por el mío?” Aharón sonrió: “No gracias! Quiero usar el que me compró mi papá. De todos modos, no era lo mismo para mí, sin su aprobación”
Mientras el niño volvía satisfecho a su habitación, el papá no terminaba de maravillarse por la sensibilidad que mostró R. Zalman a su hijo. Mientras éste se retiraba, le comentó al papá: “Un niño también es una persona”
. (Around the Maggid’s table - Rabbi Paysach Krohn)
Respetar al prójimo no es algo abstracto, ni tampoco significa adularlo. Es simplemente (o no tan simple...) apreciar lo bueno en él, valorarlo tal como es y ponerse en su lugar a pesar de las posibles diferencias entre los dos, empezando por los que están más cerca de uno. A partir de esa actitud, luego vendrá el amor y preocupación por su bienestar, pero a nada se llega si no existe la estima en primer término.

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