06 enero 2006

parashah: Parashát Vaigásh, por Rav Menajem Abdeljak: Todo lo que baja, sube

Parashát Vaigásh, por Rav Menajem Abdeljak: Todo lo que baja, sube
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Friday, 6 de January de 2006, 09:16
 
Parashát Vaigásh
Todo lo que baja, sube

por Rav Menajem Abdeljak

La historia comienza a complicarse. Grises nubes se avecinan sobre el futuro del pueblo Judío.
 
Llega el momento en el cual Iaakob Abinu debe descender a Mitzraim. El patriarca, emblema de la verdad y la pureza, debe sumergirse en el reino por excelencia de la idolatría y morada de toda impudicia.
 
Ante tal amenazadora situación, Hashem le dice: … no temas de descender a Egipto... Yo descenderé contigo a Egipto y también te subiré de allí (Bereshit 46:3,4)
 
Estas palabras, como introducción al primer exilio del Pueblo Judío, contienen un mensaje vivo y vigente para todos los exilios. Lo generales y lo individuales, los reales y los ficticios.
 
En la vida experimentamos permanentemente dos estados, de avance y de retroceso. A veces nos toca vivir éxitos y mejorías, mientras que otras, fracasos y desilusiones. Si lo queremos sintetizar, diríamos que atravesamos ascensos y descensos.
 
Isaac Newton sostenía que en la creación todo lo que sube baja. Sin embargo, el propio Creador no está de acuerdo con él.
 
Usted se sorprendería de donde saco semejante afirmación. Estoy convencido que luego de leer estas líneas coincidirá conmigo.
 
Al comienzo del Jumash Shemot, cuando la Torá cuenta la idea del Faraón de esclavizar al los hijos de Israel, el Pasuk lo parafrasea: “Vamos a pensar qué hacer con él por si acaso se aumenta…y subirá de la tierra” (Shemot 1:10).  El Midrash dice: “siempre que Israel llega al más bajo nivel, suben”
 
Y sobre esto cita el Midrash a David Hamelej en Tehilim (44:25,26). “Porque nuestra alma está humillada hasta el polvo, nuestro cuerpo está postrado hasta la tierra. Levántate para ayudarnos y redímenos en aras de tu bondad” Cuando llega a la tierra, al polvo, llega el momento de la salvación.
 
El mismo principio podemos apreciar en Meguilat Ejá, aquel compendio de lamentaciones escrito por Irmiyáh Hanabí por la destrucción del Bet Hamikdash: Y mi alma se alejó de la paz, me olvidé del bien. Y dije: Expiraron mis fuerzas, y mi esperanza en Hashem. Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré.  Por la misericordia de Hashem no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana, etc. (Ejá 3). El final del anochecer es exactamente cuando comienza a amanecer.
 
Veamos cómo funciona esto. Hashem le dijo a Iaakob “Yo descenderé…y te subiré”. Bajamos de la mano de Papá, entonces subimos también con su apoyo. La dificultad de emerger surge de la falta de conciencia y fe al momento de la caída.
 
Imagínese al borde de una piscina. Alguien lo empuja y cae de cabeza al agua. ¿Cómo reacciona? Seguramente se enojaría. Y quizás se privaría de salir por miedo a ser empujado nuevamente. A mí una vez me lo hicieron y me gustó mucho. Salí con una sonrisa y en el fondo, créame, quise que me lo vuelva a hacer. ¿Sabe por qué? Era mi papá. Me estaba enseñando a nadar.
 
Quiero compartir con usted una anécdota. Es muy dura y tal vez no sea lo mejor para la mesa de Shabat, pero es necesario estudiar de las actitudes de nuestros Tzadikim. Quiera Hashem que ningún Iehudí tenga que atravesar cosas como estas, sin embargo, estas vivencias extremas nos enseñan a enfrentar nuestras adversidades en cualquier orden.
 
Rabí Iekutiel Halbershtam, el Admur de Kloizenburg, era sobreviviente del holocausto nazi. Al subir a Eretz Israel no terminaron sus penurias. A los pocos años, uno de sus hijos perdió la vida de manera repentina.
 
Al recibir la triste noticia, el Rebe se mostró muy afligido. Sin embargo, horas más tarde, incluso en el mismo funeral, se lo veía completamente tranquilo.
 
Los Jasidim, imposibilitados de comprender de donde extrae el Rebe tanta fuerza ante tan terrible dolor, hicieron coraje y le pidieron que les explique lo que estaban viendo.
 
Y así lo explicó el Admur:
Un hombre iba por la calle cuando siente un golpe en sus espaldas. Muy enojado se volteó dispuesto a reaccionar como merece este perverso. Grande fue su sorpresa al ver que se trata nada más y nada menos que su propio padre quien lo saludaba con una palmada en el lomo. –Papá, exclamó alegremente, ¿Cómo estás?
 
Lo mío fue igual, finalizó el Rebe, cuando recibí la noticia quede inmovilizado, pero luego me percate que fue Papá quien me golpeó, entonces me tranquilicé.
 
Volvamos a Iaakob Abinu. Cuando llega a Egipto y se encuentra con Iosef, luego de veintidós años de separación, se abrazan fuertemente.
 
Sobre ese momento nos cuenta la Torá: “Y unció Iosef su carro y vino al encuentro de Israel su padre a Goshen; y se mostró a él, y se echó sobre su cuello, y lloró sobre su cuello largamente”
 
Solamente Iosef lloró. ¿Y Iaakob? Cuando creyó haberlo perdido, más de dos décadas atrás, parecía que no lo iba a tolerar, el dolor era literalmente insoportable. Durante todos los años de su ausencia estuvo de duelo por él. Ya ahora… ahora que se encuentran ¿Qué lo tenía tan abstraído que no le salía el llanto?
 
Nuestros sabios nos enseñan que estaba recitando Keriat Shemá. Sí, aquello que recitamos casi automáticamente a diario, encontró oportuno Iaakob hacerlo en éste momento tan especial.
 
Shemá Israel, esa declaración milenaria que llevamos a todos los recónditos del planeta, es lo único que considera acertado decir al pisar suelo egipcio. Hashem le prometió volverlo a subir de allí, es cierto. Pero para subir con Hashem hay que descender también junto a él.
 
Hay que reforzar permanentemente la fe, la confianza en Hakadosh Baruj Hu, la inamovible convicción sobre su supremacía y su exclusividad a decidir qué y cuándo es bueno para nosotros.
 
Entonces, emergeremos fuertes y renovados de las dificultades y convertiremos las contrariedades en enseñanzas de vida.
 
Cuando baja lo suficiente, comienza a subir. Siempre de la mano de Hashem.
 
SHABAT SHALOM

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