28 noviembre 2007

parashah: VAYESHEV - JANUCÁ, por Malcah Canali 5767

VAYESHEV - JANUCÁ, por Malcah Canali 5767
de Josefina Navarro - Wednesday, 28 de November de 2007, 01:33
  
Baruj Hashem
 

De Malcah para la Quebutzah
 
Madrid, a 12 de Diciembre de 2006
 
 
VAYESHEV - JANUCÁ
EL TRIUNFO DE LA FRATERNIDAD
 
 
Queridos Amigos:
 
     El viernes que viene, antes de encender las luces de shabbat, encenderemos la primera de Janucah. En efecto, este año la fiesta de Janucah, también llamada "Fiesta de las Luces", coincide con el shabbat de Vayeshev que relata la historia del joven José.
 
     Desde luego, esta coincidencia llama poderosamente la atención, porque en Janucah conmemoramos la victoria de los hermanos Macabeos sobre los griegos que quisieron imponer por la fuerza la ideología helenística a los judíos apegados al judaísmo, y la parashah de Vayeshev relata la ruptura casi total de la fraternidad.
 
     En la historia de Janucah vemos como una sola familia, unida por una indestructible fraternidad, consigue el milagro de conducir a un pueblo pequeño y bastante débil hasta la victoria sobre las huestes del mayor imperio de la época. Semejante prodigio nos fuerza a pensar que hay en este sentimiento tan noble que es la fraternidad un tremendo poder espiritual. Sólo el poder espiritual puede insuflar a quienes se someten a él las energías suficientes para no retroceder ante los esfuerzos y los sufrimientos, manteniendo siempre viva la llama de la fe en el triunfo.
 
     Si lo pensamos un poco, veremos que este entusiasmo por defender la propia identidad sólo lo puede experimentar una colectividad. Un ser humano completamente aislado (como será el caso de Yosef, lo veremos a continuación), tiene otra psicología y su lucha por la supervivencia del alma es distinta. La lucha por la identidad cultural es colectiva porque cada participante necesita ver su anhelo de libertad reflejado en su compañero, en su hermano. Todos precisan respirar al compás del himno fraternal que une sus corazones y les recuerda de continuo que son una gran familia, hijos de los mismos padres y que la sangre que corre alegre por sus venas transporta el caudal de sus conocimientos, reglas y tradiciones. Saber que la muerte de uno sirve para que los demás puedan seguir luchando hasta alcanzar la victoria, es ciertamente el arma más eficaz que pueden empuñar los valientes, contra los ladrones de alma.
 
     Como lo acabamos de comentar, la guerra que llevaron a cabo los hermanos Macabeos a la cabeza del pueblo judío, no fue una lucha por reconquistar un territorio físico, sino por reconquistar un espacio espiritual: la dignidad de seguir siendo israelitas. Los griegos no se conformaban con la anexión de un territorio, como todos los tiranos (progresistas o reaccionarios esto no importa, son todos iguales) querían el control total de las mentes...
 
     Poco han cambiado las cosas desde aquella época. Los ladrones de alma siguen operando en nuestro planeta. Los griegos decían: "No seas anticuado con tu historia de un D.os Único que sabe hacer las cosas bien. Esto es absurdo. Tú, adora a un Zeus adúltero y mentiroso, a una Afrodita impúdica y vanidosa y a una cohorte de ejemplares por el estilo ¡verás lo bien que te va!". Hoy en día nos proponen a "los famosos" como modelos: aparecen a diario en la tele para explayarse sobre la originalidad de sus adulterios y la incomparabilidad de su belleza. Detrás de ellos suele venir un cortejo de filósofos que pone el grito en el cielo al constatar que todavía quedan en este mundo unos oscurantistas que creen en D.os y en la dignidad del alma, cuando deberían estar ocupados en convencer a otros de que el Bien es el Mal y de que los comportamientos más abyectos honran a la sociedad que los tolera, los admira y los venera mientras predica un egoísmo bestial.
No, las cosas no han cambiado, pero, muchos de nosotros seguimos creyendo en la fraternidad universal y en su triunfo final porque sabemos que el frasquito de aceite consagrado por el sumo Sumo Sacerdote que había quedado escondido en el Templo sin que los profanadores pudieran encontrarlo y que ardió durante ocho días, sigue escondido en nuestros corazones. Es la llama de la fraternidad con la que encenderemos el candelabro de una vida repleta de inocencia y esta llama arderá durante ocho mil millones de miriadas de siglos.
 
     Volvamos ahora a Yosef. En hebreo se le llama Yosef Hatzadik, lo cual significa Yosef (José) el Justo, y con mucha razón, porque a este hombre, no se le ve nunca cometiendo ninguna iniquidad.
 
     Desgraciadamente, y exceptuando a Yehudah que no se adentra demasiado en el camino del pasado, y a Benjamín, que no imita a los mayores, no podemos decir otro tanto de sus hermanos.
 
     Al empezar la parashah, vemos que Yaacov vivía en Canaán, tierra de peregrinaciones de sus padres. El era un hombre asentado ya y muy mayor. No tenía ganas de historias. José, con 17 años, ayudaba a sus hermanos mayores en las faenas ganaderas. Al parecer la conducta de sus hermanos, o su mala fama (la cosa no queda muy clara) le chocó y lo comentó con su padre. Es difícil saber si fue un chivatazo de chaval exasperado por el trato tan arisco que le deparaban unos hermanos que le odiaban o si fue pura y simplemente indignación juvenil ante unas conductas reprobables. No tiene importancia porque los hermanos ya le profesaban un odio que les impedía hablarle de modo cordial… En fin, la imprudencia de José no arregla las cosas, y la preferencia marcada que Yaacov muestra por este hijo de su vejez las empeora de día en día. La fraternidad se va destruyendo poco a poco. Para colmo, José es un soñador, cosa que horripila a los materialistas… y los hermanos de José parecen más ocupados en contar su ganado que en volver la mirada hacia el cielo. Además son muy dados a la violencia, como lo muestra su modo de resolver el asunto Dinah, así que el sueño no goza de gran predicamento entre ellos. En cierto modo se puede pensar que han salido a Tío Esau. ¡Para sueños están ellos!
 
     Yosef, por su parte, no se conforma con soñar, sino que va y cuenta los sueños, con tanta ingenua presunción que incluso su padre le frunce el ceño. ¡Pobre Yosef! Es el pequeño, está encantado dándose importancia ante los mayores. Yaacov debió de pensar que así verían la cosa unos hijos suyos que ya eran hombres hechos y derechos, de forma que no desconfió de ellos. (Era un anciano, quería tranquilidad).
    
    Pero ellos eran presa de la envidia, de los celos, de la rabia y quisieron matar al niñato infeliz que estaba tan contento soñando y exhibiendo la túnica de lujo que su papá le había dado. Sin embargo, aquel chiquillo mimado ya era un gran hombre, todo un hebreo, digno biznieto de Abraham. A la orden paterna de "Vete hacia tus hermanos" él contesta: "Hineni" ("heme aquí") o sea, contesta a su padre con las mismísimas palabras que Abraham había empleado para someterse a la conminación divina de sacrificar a su hijo. Abraham era un anciano, dispuesto a sacrificar la perpetuación de su vida, Yosef es un joven dispuesto a sacrificar su vida, aunque conscientemente no lo sepa todavía. Abraham obedecía al Eterno, él obedece a su padre. Abraham iba hacia un monte, hacia el Padre omnipotente, él no sabe hacia donde tiene que ir exactamente, pero sabe que va hacia sus hermanos, va en misión de fraternidad.
 
     Si, Yosef asume en su corazón la fraternidad que sus hermanos odian y rehuyen y, por esto, él acabará siendo el más fuerte y teniendo el poder y sus hermanos se inclinarán ante él.
 
     Ahora bien, y a diferencia de los Macabeos, que asumen todos juntos el deber fraternal, Yosef está solo para cargar sobre sus hombros todo el peso de la lucha por la identidad. Solo, exiliado, esclavizado, encarcelado… Desde el fondo de su angustia recordará a su D.os, a sus padres… a las tradiciones familiares… y a sus hermanos. Él no puede ver la identidad colectiva reflejada en sus compañeros. La mantiene cautiva en su alma como un recuerdo. Tal vez sueñe con volver a su tierra algún día, pero piensa que le rechazarán, que su padre debe de haber muerto. Yosef está solo y, aunque sigue evocando recuerdos, preguntándose en qué clase de hombre se ha convertido Benjamín, su hermano pequeño, poco a poco se va asimilando a la cultura egipcia, la cultura dominante en cuyo seno se ha hecho adulto. Se va asimilando, practica la adivinación. Alcanza el poder en Egipto. A los egipcios los conoce y los comprende. Una parte de su identidad se va disolviendo en la cultura del exilio.
 
     Esto es el mayor crimen de los hermanos que han sacrificado la fraternidad a su egoísmo. Han robado a su hermano una parte de su ser, pero él sigue siendo Yosef, el hebreo, el que sabe cruzar el río del odio fratricida y perdonar a los hermanos que le vendieron. Su enorme poder brilla en las luces de Janucah porque es inextinguible y siempre irá en aumento.
 
     ¡Bendito sea Hashem que nos lo recuerda!

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