29 noviembre 2007

parashah: VAYESHEV - La Intervención de la Mujer, por Malcah Canali 5768

VAYESHEV - La Intervención de la Mujer, por Malcah Canali 5768
de Josefina Navarro - Thursday, 29 November 2007, 21:35
  
B''H
De Malcah para la Quebutzah

Comentario a la Parashah de Vayeshev
21 de Kislev de 5768
1 de diciembre de 2007
 
VAYESHEV

LA INTERVENCIÓN DE LA MUJER

                                          
La parashah de Vayeshev que se inicia con el asentamiento de Yaacov en la tierra de Canaan donde habían morado sus padres, lejos de transmitirnos la buena noticia de que nuestro patriarca vive, por fin, en medio del sosiego y colmado de satisfacciones, nos refiere el terrible episodio de la discordia fraternal y la venta de Yosef a una caravana. ¡Y, bienvenida la caravana que, si no, al chaval le asesinan!
Yaacov, engañado por sus hijos, cree que Yosef ha sido devorado por una fiera y se enluta, rasgándose las vestiduras y enfundándose en un saco, con la mirada del alma puesta en la túnica ensangrentada que le han traído y pensando que era mejor para su amada Rajel haber muerto antes de sentarse con la cabeza gacha, empapando con sus lágrimas la túnica de mangas largas que él había confeccionado para Yosef. Es probable que el ya anciano Yaacov estuviera pensando: "Sí, Jabibah, (amada mía) tú pediste a Hashem que te añadiera otro hijo… y Él te hizo caso. Te dio a Benjamín, pero tú moriste, por absurdo que me parezca, moriste, Amor mío y yo te sepulté, allí, por el camino, allí donde pude… era imposible llegar hasta Majpelah, donde están enterrados los nuestros…era imposible…nunca había pensado que tú tan bonita, tan encantadora, que tú pudieras morir. Amada mía ¡con lo que te quería yo! Pero ahora hay algo aún peor, ahora ha muerto Yosef, este hijo tuyo, tu primogénito, tan simpático, que tanto se te parecía…pediste un hijo más y tenemos  un hijo menos. ¿Tan grave era tu pecado? ¡Al Eterno no hay que hartar-Le!

Dejaremos a Yaacov con su dolor, a solas con su dolor, como lo manda nuestra tradición. A los enlutados se les hace compañía, se les demuestra que no están solos, que sus allegados y amigos están con ellos, pero se les habla poco. Es una marca de respeto no andarles soltando discursos, por muy sabios que sean. Ellos no están en condiciones de oírlos y no hay sabiduría que pueda mitigar su dolor.
La Torah, por otra parte, se cuida del devenir colectivo, sólo menciona las vivencias individuales cuando están destinadas a servir de ejemplo para toda la congregación de los Hijos de Israel.
 
Así ocurre en la parashah de Vayeshev: se termina con el luto de Yaacov seguido por una escueta información sobre la suerte de Yosef: él ha sido vendido a Putifar, oficial de Par´o (faraón). Ya se cierra el capítulo 37 de Bereshit.
 
Y ahora, viene la sorpresa, el capítulo 38 en vez de relatarnos las andanzas de Yosef en Mitzraim (Egipto=los confines, los límites) nos cuenta la vida matrimonial y los desvelos de Yehudah, cuyos hijos se mueren sin descendencia. Tendremos que llegar al capítulo 39 para conocer las venturas y desventuras de Yosef en el país del Nilo. Como en la Torah no hay nunca nada fortuito ni caprichoso, la pregunta es inevitable ¿Porqué este largo inciso de treinta versículos, en medio de la historia de Yosef para referirnos anécdotas, aparentemente intranscendentes sobre las relaciones entre Yehudah ben Yaacov y su nuera Tamar?
 
Para quienes no conocieran el texto, vamos a resumirlo rápidamente: Yehudah, cuarto hijo de Yaacov y Leah, tiene un hijo llamado Er que se casa con Tamar y, al morirse al poco tiempo, la deja viuda y sin hijos. Yehudah exige entonces a su segundo hijo Onan que cumpla con la costumbre del levirato, casándose con Tamar para dar descendencia al hermano muerto, dando su nombre y su herencia al primogénito de la unión. Onan no quiere cumplir con el encargo y recurre al viejo truco del coito interrumpido para evitar la indeseada procreación. El Eterno le castiga con la muerte. Tamar viuda por segunda vez, hace caso a su suegro que le sugiere esperar a que crezca su tercer hijo, Shelah para casarse con él. Sin embargo, a la hora de cumplir con el compromiso, Yehudah se echa atrás por miedo a que Shelah también muera. Tamar se disfraza entonces de prostituta, velándose la cara y tiene relaciones sexuales con Yehudah a quien, al quedarse embarazada, exige que asuma sus responsabilidades. Yehudah lo hace diciendo: "Ella es más justa que yo"
 
En cuanto a Yosef, una vez en Egipto, la suerte le sonríe. Vendido a Putifar, que es un personaje importante, trabaja tan bien que se convierte en su intendente gozando de su máxima confianza, hasta que, un buen día, la esposa de Putifar le acosa para que se acueste con ella y, despechada por la rotunda negativa del joven, le acusa de haber intentado violarla. Así es como Yosef acaba con sus huesos en la cárcel.
 
Vemos, pues, que los dos episodios tienen algo en común. Ambas relatan las exigencias de relaciones sexuales por parte de una mujer, con un hombre, que, en ningún momento, está dispuesto a tenerlas. En el caso de Yosef-ha Tsadik, está todo muy claro: ha tropezado con una sinvergüenza depravada y vengativa que está dispuesta a cometer adulterio, bajo el techo conyugal, para colmo, y que la nobleza y lealtad ajenas enfurecen. El texto ni dice ni insinúa que Yosef la haya provocado con su belleza  y encanto, por lo menos consciente y voluntariamente, porque él no tiene noción de su carisma. Ya le ha pasado con sus hermanos; no se percató de lo mucho que les irritaban sus cualidades y dotes personales. Los exhibía con suma imprudencia, lo dijimos el año pasado, pero hoy, añadiremos una matización: tal vez lo hiciera más por intentar conseguir aprecio y trato afectuoso, que por vanidad juvenil. Al fin y al cabo, ellos se mostraban muy despectivos con él. Lo importante es la enseñanza que nos aporta la Torah sobre el hecho de que los seres superiores en pureza se atraen la malevolencia de los mezquinos.  A los justos, casi siempre les toca sufrir durante un tiempo pero Haqadosh-Baruj-Hu los acaba por liberar de todas sus angustias. Esto se menciona en infinidad de textos, sean salmos, sean profecías… la Torah no miente al Tsadik, el Eterno le protege siempre, le lleva al dominio de su propia vida, de su propia historia y le concede por fin la herencia bendita de asentarse en Eretz Israel. Ahora bien, las cosas no se hacen en un día. El justo siempre es puesto a prueba (lo cual es totalmente lógico) más que para darle la oportunidad de mostrar su valía, como si la musculatura moral mereciera un articulazo de primera en una revista de gran tirada, para depurar  sus esquemas mentales y psíquicos, en general. El sufrimiento es fuente de enseñanza, nos acostumbra a valorar lo importante y desapegarnos de lo superficial, a decantarnos siempre por lo auténtico en vez de por las afectaciones y a no dejarnos engañar por las falaces apariencias. En suma, el sufrimiento nos hace madurar. Siempre nos es proporcionado por el amor divino, incluso cuando, como en el caso de Yosef Ha Tzadiq, toma por conducto la vileza de una criatura tanto más despreciable cuanto que profana la santidad del matrimonio. Putifar, por lo que podemos colegir de la Torah, era un hombre generoso, capaz de premiar la lealtad y el trabajo bien hecho. Era un ingenuo, no había advertido la doblez de su esposa; debió de llevarse una decepción espantosa al creer que Yosef era culpable, total que, en Egipto, hubo una mujer que les proporcionó a dos hombres la oportunidad de perfeccionarse ¿Para qué maldecirla? ¡bastante maldición tenía con ser lo que era!
 
La historia de Tamar es completamente distinta, aunque, ella también, exige relaciones sexuales a quien no tiene derecho a acostarse con ella. Ella ha obedecido a su suegro, esperando durante años en casa de su padre a que creciera Shelah. Se ha visto arrinconada en su viudez por un imperativo social. Nos resulta imposible determinar hasta que punto amaba a su primer esposo y deseaba sinceramente darle descendencia o si se limitaba a cumplir con su deber. Lo cierto es que cumplió como mujer virtuosa y responsable. El poema Eshet Jail que cierra el Libro de Proverbios (¨Mishley-Shelomó) y que se lee todos los viernes por la noche en nuestras casas es muy explícito al respecto: la mujer es la que permite que la vida familiar funcione, ella la administra y la dinamiza, ella sabe lo que conviene hacer en cada circunstancia y hacerse respetar. No se considera un ser inferior, anda impartiendo órdenes y vistiéndose con ropa buena, pero pone por delante de todo el bienestar y la dignidad de la familia.
 
En todas las sociedades ocurre lo mismo: si no hay una esposa y madre vigorosa que está cada día dándole a la rueca, fabricando el hilo que servirá para tejer el devenir, la vida pura y luminosa va sufriendo una ralentización progresiva e inexorable. El varón abandonado baja los brazos y se deja llevar por la fuerza aniquiladora de los acontecimientos incontrolados. Así, Yehudah, herido y temeroso de perder a su tercer hijo, deja pasar el tiempo sin celebrar la boda para la cual ha dispuesto del destino de su nuera. Se puede decir que, a la noble mujer, la ha engañado.
 
Tamar podía haber armado un escándalo de categoría especial, pero eligió la solución más discreta de disfrazarse de prostituta. Demostró a su suegro que la deslealtad no paga, que dejarla instalarse en el seno de la familia y, por ende, de la sociedad, es dar derecho de ciudadanía a la prostitución. Necesitó muchísimo valor para adoptar tan humillante y peligrosa actitud que la exponía a una muerte atroz. El mismo Yehudah, creyéndola culpable, ordena que se la queme viva. ¡Desde luego tenía menos  indulgencia para los pecados ajenos que para los propios! Pero era un hombre honrado, reconoció públicamente su error y enalteció a Tamar con la frase que hemos citado: "Ella es más justa que yo".
Nacieron dos mellizos, que en el momento del parto protagonizaron un litigio en cuanto a la primogenitura.
 
¿Porqué tantas semejanzas entre la historia de Tamar y la de Rivkah? Probablemente para resaltar el papel decisivo de la mujer que, en su asunción del "gobierno en la sombra", tiene que engañar al padre de las dos criaturas que crecen en su vientre, con la significativa diferencia de que, esta vez, no habrá conflicto entre los dos hermanos. La historia parece circular, pero, en realidad, es helicoidal, hay un progreso entre el primer acto y el segundo. Ya sabemos que el símbolo del  judaísmo es la espiral.
 
Tenemos, pues, en esta parashah, por un lado a una mujer que impulsa la vida hacia su realización, colocándola en un camino ascendente y, por otro, a una que intenta  colocarla en un declive de desintegración y muerte. Ahora comprendemos porqué la historia de Tamar se inserta entre la venta de Yosef y su vida en Egipto. Se trata de mostrarnos que, con el maltrato infligido a su hermano indefenso, los hijos de Yaacov han introducido un factor de inmovilismo, o sea de progresiva destrucción en el desarrollo de la vida familiar. Se ha ido para atrás. Yehudah, que nunca tuvo intenciones asesinas, podrá restablecer el orden de las cosas, siempre que la intervención femenina se produzca y que lo haga de forma positiva. Por otra parte, la desgracia de José representa la lucha titánica del hombre solo, abandonado en medio de un pueblo extraño, que no puede ver sus valores reflejados en el entorno, contra el poder destructor de la mujer perversa. José superó todas las pruebas de forma que El Eterno hizo que brillara su justicia como la luz y su derecho como el mediodía.
 
Los hijos de Yehudah y Tamar crecieron para presenciar la reconciliación familiar y, entre todos, nos dejaron el testimonio de lo importante que es la intervención femenina en la vida de las sociedades. ¡Baruj Hashem!                                        
 
 

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