18 diciembre 2007

parashah: VAYEJÍ - La Identidad, por Malcah Canali 5767

VAYEJÍ - La Identidad, por Malcah Canali 5767
de Josefina Navarro - Monday, 17 de December de 2007, 23:04
 
Shalom Javerim, aquí les envío el comentario de Malcah de parshat Vayejí del año pasado, mientras esperamos la llegada del que va a componer para este año.
 
 
B''H 
De Malcah para la qebutzah
 
En Madrid (Sefarad)
a 3 de enero de 2007
13 de Tevet de 5767
 

LA IDENTIDAD

     
     Queridos Amigos:
 
     El sábado que viene, si el Dió Bendicho así nos lo permite, leeremos la parashah "Vayejí", así titulada por la primera de las palabras que la componen y cuyo significado es "vivió", según las reglas del futuro invertido. Desde luego que esta parashah empiece por el verbo vivir es una maravilla porque nos transmite el mensaje esencial del judaismo: la vida es santa. Mueren los individuos pero su alma vive a través de la cadena generacional. La vida no muere. Lo supimos el 8 de mayo de 1945. Conozco a alguien que ya es abuela, pero fue una niña...
 
     Una niña pequeña que no aún no ha cumplido los cuatro años de edad. Va con su madre, ambas cogidas de la mano... Es una mañana luminosa de verano, el mes de tamuz ya estaba agonizando, pero esto la niña no lo sabía... la fecha era asunto de mayores. Su madre sí, lo sabía. La niña sabía que iban a comprar comida de extraperlo, a unos granjeros que vendían a judíos a cambio de mucho dinero. ¿Cómo no lo iba a saber? Era una niña muy "metomentodo" y atenta a las conversaciones. Cuando salía del escondite, donde vivían, con su madre para caminar largo rato después de bajar del tranvía, sabía que iban a comprar comida de extraperlo, o sea comida prohibida por el ocupante y, por ende, muy cara... Llegaron a la granja. Pasó algo: la madre gritó. Unos aldeanos bondadosos la agarraron fuerte y la escondieron en su casa. La niña entre tanta agitación, soltó la mano de su madre y, sin pensarlo, echó a correr hacia lo que veía, lo que a ella le llamaba la atención: los granjeros del extraperlo colgados de un árbol. Ni se fijó en los soldados que estaban debajo. La niña no se fijó, pero los soldados se fijaron en ella y de inmediato soltaron los perros... cuando la niña comprendió, los enormes perros ya la inmovilizaban y sobrevino la noche... aunque era medio día... una noche salvadora y compasiva. Unos días más tarde tampoco vio el oro, mucho oro que su madre entregó a un oficial austríaco, vio unas sonrisas, sonrisas de mujeres que estaban allí con ella en el "centro de selección" y una mujer sin rostro que dijo: "es una buena francesa, fue un error" y volvió al escondite con su madre. Volvió viva. Se le había acabado la infancia, pero vivía, estaba viva, por segunda vez, había sobrevivido. Porque antes, había ocurrido algo... un milagro, en un cementerio. La niña empezó a comprender que vivir es una alegría y es una misión. Sus padres y su abuela estaban felices ¡ella vivía!
 
     Así, pues, la parashah de Vayejí suena con acentos alegres aunque, aparentemente, está más dedicada a la muerte que a la vida. El patriarca Yaacov está agonizando cuando se abre el capítulo 48 de Bereshit, pero, desde el versículo 28 del capítulo anterior que es el primero de la lectura, sabemos que no tardará en morir y que, por esto, llama a su hijo Jose. No llama a ningún notario para hacer testamento, llama a su hijo de quien se fía. No le pide ningún documento escrito. Sino un ademán. Dice: "Coloca tu mano debajo de mi muslo" de forma, como cualquiera puede comprender, que las partes genitales del padre reposen sobre la mano del hijo. Ambos recuerdan el origen de la vida del hijo. ¿Puede alguien concebir modo más hermoso, más conmovedor y más... hidalgo... de expresar las últimas voluntades?
 
     Naturalmente, cualquiera que nunca haya leído el texto, se preguntará cuál era el anhelo expresado con tanta solemnidad por el anciano dispuesto a volver en paz al seno del Eterno. Pues, simplemente quiere cerciorarse de que será enterrado en la tierra donde descansan sus padres. Esta es la voluntad cuyo cumplimiento el patriarca encomienda a su amadísimo hijo. Queda claro que no se trata de ningún capricho senil. Vamos a ver a continuación que Yaacov, como diríamos familiarmente, no chochea en absoluto: se despide de todos sus hijos con una enorme lucidez y gran sentido común. Cuando le pide a Yosef que le entierre con Isaac, Abraham, sus esposas, y con Leah, lo que realmente le importa es que Yosef asuma la identidad paterna y que viaje a Canaán.
 
     En el mundo moderno, se suele explicar a la gente... a los dichosos beneficiarios de la ideología super progresista, que la identidad reside en los gustos, en los impulsos, en los caprichos, en las ganas o en las compras. Todos conocemos el mensaje: "¡Atrévete a ser tu mismo! Compra tal o cual perfume, vístete con ropa que desvele tu identidad a las miradas más procaces etc..." Algunos, que siempre nos hemos atrevido a creer que tenemos identidad, incluso sin tanta parafernalia psíquica o consumista, entendemos el mensaje de nuestros patriarcas: Quien es extranjero en una tierra por acogedora y generosa que ella se muestre, no debe olvidar sus raíces. En su filiación reside su autenticidad. Si echamos una ojeada a cualquier lista de apellidos, sean las listas electorales o de empadronamiento, comprobaremos que la gran mayoría de las familias lleva apellidos cuyo prefijo o sufijo significa "hijo de". Por ejemplo: Ben en hebreo (Benzaquen = hijo del anciano) Ibn, o bin en árabe, Fitz en irlandés... sufijo "itz", "itch" eslavo que ha dado "ez" o "iz" en castellano, "son" en los idiomas germánicos, etc... Los seres humanos suelen identificarse a partir del nombre de sus progenitores. Ultimamente, los científicos nos hablan a menudo de la memoria genética... puede que no se hayan percatado de toda la sabiduría encerrada en la enérgica exhortación: "¡Atrévete a ser tú mismo!" y sigan siendo "otro" sin advertirlo ¿quién sabe?
 
     En fin, a Yaacov, en el postrer momento de su vida, le importaba que Yosef, su hijo predilecto, su salvador, su bondadoso sustentador, no olvidara sus raíces, que ni el poder, ni la riqueza, ni la distancia, ni el tiempo le borraran de la memoria el olor de su tierra natal. Le ordena una peregrinación que brotará siempre, cual anhelo indestructible, en el corazón de los israelitas. El mismo José, antes de morir, pedirá que sus descencientes trasladen sus cadáver a la tierra de Canaán.
 
     Conseguido el juramento que ha pedido a José, Yaacov Abinu (Yaacov nuestro padre) se despide serenamente de la vida con la bendición/profecía que otorga a cada uno de sus hijos. Esta vez tampoco se cuida de asuntos materiales. Por el contrario... hoy en día, a los hijos se les da cosas, pero, antiguamente, se les decía cosas... (Personalmente, me han sido de mayor utilidad las cosas que me han dicho mis padres que aquéllas que me dieron). Yaacov bendice a sus hijos indicándoles lo que ellos son capaces de hacer y de qué impulsos deben desconfiar. Previene a Shimeón y a Leví de que son demasiado violentos para vivir en grupo compacto; a Rubén de que es incapaz de asumir la primogenitura y a Yehudah, le explica que para reinar y preparar la venida del Mashiaj es indispensable saber actuar con vigor.
 
     Con este espléndido poema, caminamos hasta el final de los 1534 versículos contenidos en Bereshit.
 
¡Bendito Sea Hashem por habérnoslos legado!

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