28 julio 2006

Kolót: La gran lección que nos da Israel - por Rafael L. Bardají

La gran lección que nos da Israel - por Rafael L. Bardají
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Friday, 28 de July de 2006, 14:04
 
Madrid, España, Miércoles, 26 de julio de 2006 

La gran lección que nos da Israel

Por RAFAEL L. BARDAJÍ
 
 
tomado de ABC, reproducido por PorIsrael.Org
 
... No se puede olvidar que Hizboláh sin Irán no sería nada. Ni siquiera existiría. Hamás posiblemente tampoco. Son dos grupos títeres de las ambiciones de los ayatolás en Teherán. Siria, que también les presta su apoyo, no es más que un actor interpuesto...
ISRAEL es un gran pueblo, pero tiene un liderazgo débil. Al menos hasta hace apenas dos semanas, cuando se decidiera por una intervención militar sobre el Líbano. La izquierda se rasgará las vestiduras, los diplomáticos correrán a imponer sus interminables conversaciones, la ONU intentará hacerse un hueco en tanto que valedora de una paz mundial que nunca ha sabido garantizar, pero es Israel, en verdad, quien nos enseña una vez más el camino que hay que seguir: frente al terror no cabe más opción que enfrentarse a él y derrotarlo.
Puede que esto no quiera entenderse en un país como el nuestro, donde el Gobierno anda enzarzado en negociaciones con los terroristas de ETA y donde se vende que la única solución a la violencia terrorista pasa por acordar una paz sobre chalaneos políticos. Pero el hecho de que un responsable de Hizboláh haya agradecido a Rodríguez Zapatero sus palabras de condena a Israel debería darnos mucho -demasiado- que pensar sobre los verdaderos amigos del actual inquilino de La Moncloa.
Israel, posiblemente muy a su pesar, ha tenido que decir una vez más basta ya. Los dirigentes de Hizboláh ahora se apresuran a decir que su incursión en suelo israelí, el asesinato de ocho soldados y el secuestro de dos «sólo» tenía como fin forzar a Tel Aviv a negociar la liberación de dos centenares de presos islamistas que cumplen sus condenas en las cárceles de Israel. Pero no es creíble. Su acción sucede poco después de que sus hermanos de Hamás hicieran lo mismo a través de un túnel por debajo de la frontera de Gaza. Pero aun así, lo que Hizboláh reconoce abiertamente es que aspiraba a rentabilizar su violencia terrorista para arrancar concesiones políticas por parte de Israel. Y sigue sin liberar a los dos soldados secuestrados.
Hizboláh posiblemente hubiera esperado otra reacción desde el Gobierno de coalición de centro-izquierda israelí. El pueblo de Israel había rechazado en las urnas opciones más firmes y parecía resignado a buscar una paz a través de concesiones unilaterales, pero concesiones al fin y al cabo. La retirada unilateral de Gaza -como ya avisara en su día Benjamín Netanyahu- fue interpretada por el extremismo islámico como un capítulo más hacia la derrota total de Israel. Hizboláh siempre creyó que la retirada de la IDF del sur del Líbano a comienzos de 2000 fue su victoria. Es más, siempre ha creído que esa retirada representó la primera vez que los árabes arrancaban una concesión a Israel por la fuerza. La osadía actual de Hamás se inspira enormemente en las imágenes que proyecta Hizboláh.
Al mismo tiempo, no se puede olvidar que Hizboláh sin Irán no sería nada. Ni siquiera existiría. Hamás posiblemente tampoco. Son dos grupos títeres de las ambiciones de los ayatolás en Teherán. Siria, que también les presta su apoyo, no es más que un actor interpuesto. El reto de los islamistas del Líbano, por tanto, sólo puede entenderse en toda su magnitud si se relaciona con la ola de extremismo que asuela a toda la región, de Egipto a Yemen, pasando por Jordania y los territorios palestinos.
Israel cuenta con un claro y legítimo casus belli -la violación de sus fronteras y los actos terroristas cometidos en su territorio-, pero su respuesta sólo tiene sentido, nos guste o no, si comprendemos que la lucha por liberar y recuperar a dos de sus ciudadanos es, también, la lucha por recuperar su seguridad global. Si entendemos que su guerra es nuestra guerra porque derrotando a Hizboláh en este momento se les inflige un severo castigo al islamismo y al terror islamista, la principal amenaza hoy contra la civilización occidental. La nuestra, aunque algunos no quieran verlo.
La respuesta de Israel era la única posible. Lo contrario, no hacer nada o sentarse a negociar con los terroristas, sólo podía incitar a más violencia, pues, para sus enemigos, los enemigos de la libertad, la democracia y la prosperidad, cualquier concesión es un signo inequívoco de debilidad, y cuanto más débil Israel, más apetitosa su eliminación. En las guerras, no lo olvidemos, es la debilidad lo que estimula la agresión, no la fuerza y la resistencia.
Los europeos, que no queremos entender el recurso a la fuerza ni en legítima defensa, se aprestan a lanzar su contraofensiva diplomática. Primero, las críticas a la acción militar por desproporcionada. Luego, la petición de un alto el fuego inmediato seguido de la sugerencia del despliegue de una fuerza internacional de interposición. Estupideces de mentes necias o cínicas.
Israel no está lanzando ataques discriminados, sino altamente selectivos. Hizboláh es un auténtico estado dentro del estado libanés y cuenta tanto con instalaciones claramente militares como con instalaciones civiles, si es que hay algo civil en manos de un terrorista presto al combate. ¿Daños colaterales? Desgraciadamente, como en toda acción bélica. Pero que no nos engañe la propaganda manipuladora favorable a la calle árabe: si uno esconde un misil en su casa para que otro lo use, que no se sorprenda si resulta atacado.
Es el terrorismo con su continuo camuflaje entre la población civil el que borra la frontera entre combatiente y no combatiente, no las bombas de Israel. Desplegar una fuerza de interposición no deja de ser otro sinsentido más. Para empezar, interposición entre quiénes. ¿Entre las fuerzas de la nación agredida y una banda de terroristas islámicos? ¿Desde cuando el terror tiene que ser defendido? Una franja en manos de la ONU sólo serviría para que los elementos de Hizboláh lanzaran sus ataques con la impunidad de estar mezclados no sólo entre civiles, sino también entre cascos azules. Se estaría atando las manos a la espalda al Gobierno israelí. Esa es la verdad.
Es más, detener la ofensiva en estos momentos significaría que se le estaría impidiendo a Israel dañar mortalmente a la banda terrorista. Israel necesita de más días para que sus acciones militares surtan efecto y diezmen la capacidad de Hizboláh. Un ataque a lo Clinton, más telegénico y vistoso que otra cosa, sólo serviría para que los terroristas se parapetaran ahora para volver a actuar con mayor contundencia mañana. Y esa no puede ser una opción. Ni para Israel ni para nosotros.
La guerra del Líbano es nuestra guerra también. Porque Israel la está librando por su interés de supervivencia -que no es poco-, pero contra un enemigo que nosotros compartimos, el extremismo islamista con Irán al fondo. Aún más, es nuestra guerra porque en buena medida somos responsables de ella. Si Hizboláh se ha atrevido a agredir a Israel es porque lo sentía débil, exhausto y aislado. Y a todo eso hemos contribuido los europeos durante muchos años, criticando las acciones de Israel y alineándonos no sólo con el pueblo palestino, sino, lo que es todavía peor, con la causa palestina, aunque ésta clamara por la destrucción del Estado de Israel. Israel es Occidente, y ya va siendo hora de que nosotros asumamos que también lo somos y que, cuando lasamenazas aumentan, tenemos que defendernos.
Ojalá sea la última vez que Israel vuelve a hacerlo, solo, por nosotros. En todo caso, lo que toca ahora es ayudarle, no maniatarle ni impedir su victoria.
 

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