01 setiembre 2006

parashah: Parashát Ki-Tetsé, por Rav Daniel Oppenheimer - Violencia: Una sociedad que busca culpables

Parashát Ki-Tetsé, por Rav Daniel Oppenheimer - Violencia: Una sociedad que busca culpables
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Thursday, 31 de August de 2006, 23:42
 Parashát Ki-Tetsé
VIOLENCIA
Una sociedad que busca culpables

por Rav Daniel Oppenheimer

Los que vivimos en la Argentina, somos concientes de una creciente ola de violencia que se traduce en toda clase de hechos delictivos – desde el robo de camperas y zapatillas a jóvenes que salen de la escuela, pasando por la violencia en los colegios y por secuestros extorsivos, hasta la violación impune de mujeres de todas las edades. Nos conmueve el salvajismo, la brutalidad y bestialidad, la ferocidad y ensañamiento de cada episodio.

Cuando uno escucha las opiniones de la siempre tan sabia “opinión pública” que llama a los medios para hacer sentir su frustración (en particular cuando se trata de violaciones), uno se encuentra con toda clase sugerencias: pena de muerte, trabajos forzados, cárceles más grandes, castración, leyes más duras, una limpieza en la policía, etc.

¿Será nuevo este tópico? ¿No está ya previsto en la Torá? Si Ud. sigue atentamente la lectura de Devarim (Parshat Ki Tetizé), se encontrará con que la Torá se expresa al respecto y prevé el castigo que le corresponde a cada malhechor. Antes de seguir en el tema, quiero expresar una rectificación al modo de pensar de parte del público que ha asistido a clases que dicen ser de Biblia o Judaísmo en ciertos lugares en donde no se cree que la Torá es un Mandato Di-vino. En dichos lugares, cuando se trata alguna cuestión mencionada ya en la Torá, se suele declarar que seguramente, si se refiere al tema, esto indica que “sin duda habrían de ocurrir muchas circunstancias... (en este asunto, violaciones) porque la Torá necesite hablar del tema...” Este razonamiento es errado, pues está basado en la idea que la Torá es un texto (humano) que surge de una cierta coyuntura histórica, lo cual es totalmente inadmisible para el judío conciente y creyente, quien sabe que la Torá es Di-vina y atemporal: es decir que D”s la escribió para todas las épocas, y nos enseña a vivir en todas las eras cambiantes de la historia.
Esto es tan así, que acerca de ciertos casos de los cuales la Torá habla, los Sabios sostienen que éstos jamás se presentaron en la realidad, pero la Torá nos lo enseña igual, por todo lo que se desprende de esos casos que terminaron siendo hipotéticos.

Asimismo, la consideración de qué se llaman “muchos” casos, depende del nivel de tolerancia de quien se expresa.. En ese sentido, el público frecuentemente juzga a partir de la proyección de las experiencias propias... El hecho que la gente se siente alarmada en estos días por la ola de inseguridad, no es porque antes no habían homicidios y violaciones, sino porque tomó un vuelco mayor en el número de víctimas...
Pues para la Torá, un solo caso ya se llama “mucho” y no se tolera por el mero hecho de que hayan acontecido una sola vez. Así es el caso con la “Pilegeuesh beGivá”, una mujer que fue violada (Shoftim Cap. 20) y que creó tal repulsión entre los israelitas, que causó una guerra civil en la que cayeron decenas de miles de judíos.

El motivo de referirnos a este tema en esta ocasión, no es para proponer un castigo para los victimarios, ni para plantear solución rápida o mágica a ninguno de nuestros numerosos problemas.
Es más: Creo que aun si se llevaran a cabo una o todas las mociones disciplinarias que se mencionan y aun si se ajusticiara a todos y cada uno de los criminales, esto no serviría para disuadir (el miedo no educa...) ni para evitar que surjan nuevos que no tardarían en aparecer apenas se hubiese “limpiado” la sociedad. ¿Por qué? Veamos. Los criminales más desmedidos, no dejan de constituir la “punta del iceberg” de una sociedad que los produce con actitudes enfermizas, que pasaremos a enumerar.

Antes de seguir, quiero pasar a explicar una idea que nos legaron los Sabios del Mussar (Ética Judía) en base a un episodio del TaNa”J: La primer ciudad que los israelitas conquistaron al ingresar a la tierra de Israel, fue Ierijó. Dadas las características milagrosas de esta conquista, le estuvo vedado – por orden Di-vina – a todos los combatientes, servirse del botín de la ciudad con fines particulares. Todo debía ser consagrado al Santuario. En la próxima batalla – la ciudad de Ai – los israelitas fueron derrotados, cosa que sorprendió y amargó tremendamente a Iehoshúa – el sucesor de Moshé, pues D”s había asegurado que de perseverar dentro de la ley, vencerían fácilmente a sus adversarios cananitas. D”s amonestó al líder Iehoshúa diciéndole que “(el pueblo de) Israel había pecado y llevado del botín”. Después de investigar, se comprobó que quien había cometido esta falta había sido únicamente una persona - Aján. La pregunta obvia es: ¡¿Por qué D”s increpa a todo el pueblo?! La respuesta es que existe una responsabilidad colectiva en las acciones del individuo. Si todo Israel hubiera sido cauteloso en jamás tocar absolutamente nada de lo que no corresponde, tampoco hubiese surgido un Aján que tenga la temeridad de desafiar la expresa orden de D”s. El relajo generalizado en tocar las cosas ajenas, permitió que uno – Aján - se excediera hasta llegar a tomar del botín prohibido.
En forma análoga, es menester conocer y reconocer las faltas generalizadas de nuestro entorno, para – al menos – tomar distancia de estas debilidades morales e intentar nosotros y nuestras familias encaminarnos en el rumbo correcto – aun si esto implica en el sentido contrario al accionar del resto de la sociedad.

En lo que sigue, presentamos ciertas falencias generalizadas. Los síntomas nefastos que vivimos, son el producto de la combinación de estos puntos que sumados conducen a las consecuencias que sufrimos:

En primer lugar, debemos ser concientes que nuestro entorno presencia una enorme carga de escenas de crimen, tanto en la vida real por experiencias personales, familiares, compañeros o, simplemente, por mirar los noticieros. A esto se le suma la violencia de la vida simulada en las pantallas donde nunca faltan estas circunstancias que le dan “acción” a las películas. Aparte de brindar la oportunidad de imitación, toda esta exposición crea en las personas (menores, al igual que mayores de 18 años) un sentimiento de rencor por la impotencia ante la impunidad de los malhechores. A su vez, pontifica la toma de justicia en manos propias.

Se suma a esta situación el desinterés de los padres por dialogar con sus hijos en el marco adecuado y transmitir lo que ellos sinceramente creen justo y correcto. Las separaciones, las ausencias del hogar, el estar ocupado con otras cosas, la falta de tranquilidad por el cansancio por el trabajo y la incertidumbre económica y laboral y otra serie de excusas y pretextos adicionales, se suman para limitar el contacto inteligente de enseñanza de padres que – sin duda alguna – poseen más conocimiento y experiencia real de vida de la que están preparados a compartir.

En el plano social, se sufre una creciente exclusión, que se debe no solamente al factor económico, sino que se rehuye socialmente y laboralmente asimismo a quienes no cumplen con los requisitos estéticos corporales de una sociedad demasiado preocupada por la apariencia exterior física de las personas (en contraposición a su valor interior como ser humano).

En cuanto al pensamiento que conduce a las conductas específicas de nuestra sociedad de consumo, debemos percatarnos que la publicidad que mantiene en marcha el comercio, se sostiene a través de una idea de naturalidad obvia e indiscutible: la necesidad de satisfacer todos los apetitos – habidos y por haber – para ser felices. En este sentido, los Sabios ya nos advirtieron en el Talmud que respecto a nuestros deseos físicos “quien los mantiene con hambre - está satisfecho y complacido, mientras que aquel que los intenta satisfacer continuamente - siempre quedará descontento y decepcionado...
No hay manera de vencer a esa naturaleza. Más publicidad crea más apetitos y más resentimiento.

Junto a este factor, debemos entender que en todo lo relacionado a la atracción física entre varones y mujeres de por sí, una gravitación sana creada por D”s, Él Mismo brindó al ser humano la fuerza interna y las enseñanzas necesarias para conducir este instrumento tan potente para que sea utilizado para aquello para lo cual fue provisto. Tal es así, que por ese motivo el casamiento se llama Kidushín – por el potencial que tiene para crear un vínculo íntimo con la persona con quien cada ser humano construye su hogar y se complementa como persona íntegra y también para reproducirse y traer al mundo más seres humanos a quienes luego educará haciéndolos concientes de la imagen Di-vina de la que son portadores.
Normalmente, si bien el instinto de la atracción física entre varones y mujeres constituye un gran desafío moral, el ser humano puede superar ese reto en circunstancias normales y tranquilas.
Sin embargo, cuanto más sagrado (valioso y cercano a poder cumplir la Voluntad de D”s) es cierto elemento, tanto más la posibilidad de corromperse. Es así que la hiper-exposición, estimulación e incitación a la que se ven expuestas las personas por todos los medios, y exaltación y glorificación del desenfreno que es mostrado como una virtud, lo llevan a un descontrol moral en el cual pierde no solo la conciencia que está lastimando severamente a otra persona, sino que ni le importa exponerse a si mismo a las peores consecuencias.

Un borracho salió a conducir y embistió a un transeúnte. ¿En qué momento se tornó culpable de su acción? Al salir a conducir, ya no era consciente de lo que hacía. Su responsabilidad radica en haber bebido, sabiendo que de esa manera perdería el control sobre si mismo. ¿Y quienes lo rodeaban en aquel momento? Están comprometidos moralmente por haberle permitido salir con su automóvil en esas condiciones.

Asimismo, no es necesario ser un gran sabio para verificar que la “libertad de expresión” tiene un límite – que se alcanza cuando daña en lugar de construir. El hecho de “mirar hacia otro lado”, al desmerecer la fuerza indomable de la provocación, de la excitación y enardecimiento del ser humano hasta el punto de exacerbar sus sentimientos con todo lo que consume a nivel publicitario, convierte a toda la sociedad que la protege y apaña activa y pasivamente, en cómplice de lo que sucede como consecuencia.

Nuestra sociedad, se cree muy iluminada respecto a su actitud hacia las mujeres, quienes hoy tienen más oportunidades de auto-mantenerse con los recursos que generan. Sin embargo, esta misma sociedad, creó y sigue apoyando una actitud de considerar a las mujeres como objetos en lugar de verlas como personas. Las personas tienen un nombre y se distinguen y se califican por el valor de su fuero interior intelectual y moral. Son un “quién”. Las cosas, solo se ven por su funcionalidad, son un “qué” que carecen de identidad propia.

No es difícil hallar culpable a otro (quien sin duda carga con su propia responsabilidad).
Más comprometido es reconocer lo que nos toca a todos. Por eso dediqué este número a tan espinoso tema.

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