25 octubre 2007

parashah: Parashat Vayerá, por Malcah Canali - ¡Qué Risa!

Parashat Vayerá, por Malcah Canali - ¡Qué Risa!
de Josefina Jlucentina - Thursday, 25 de October de 2007, 02:13
  
B''H
De Malcah para la Quebutzah
  

                                                       Parashah Vayerá   
              Sábado 27 Octubre 2007
                                                                       15 de Jeshvan de 5768
 
VAYERÁ
¡QUÉ RISA!
  

                           Cuando se inicia la parashah de Vayerá Avram ya se llama Abraham, tiene un hijo de 13 años, Ismael, nacido de su cohabitación con Hagar, la sirvienta utilizada para paliar la esterilidad de la esposa, está circuncidado, ha circuncidado al jovencito y… y también se ha reído.
                            
                           Todo esto constituye el final del capítulo 17 de Bereshit y de la parashah "LejLeja".
 
                           Con el capítulo 18, el Eterno vuelve a manifestarse ante el futuro patriarca, pero, esta vez, de una forma sorprendente: son tres ángeles. A lo largo de todo el relato permanece la ambigüedad: sabe Abraham y, por lo tanto, sabemos nosotros, que la Presencia y la Voz son las del Eterno, pero que la apariencia visible es la de tres hombres. Sin embargo, sólo uno de ellos toma la palabra.
 
                           Aunque en el marco de este breve comentario, no podemos entrar en análisis teológico o cabalístico de este hecho tan extraordinario, sí tenemos margen suficiente para apuntar que estos ángeles, con aspecto de hombres y esencia divina, puede que nosotros mismos los encontremos a menudo en el umbral de nuestra casa y nunca escuchemos su voz… los viejecitos de al lado, el extranjero recién llegado, el "subnormal" del tercero derecha…igual les encantaría que les invitáramos a comer una vez y, al llegar al postre, o antes, nos dijese cosas sorprendentes que abrieran en nuestros corazones un nuevo sendero para la esperanza.
 
                           Abraham Abinu lo tenía claro, primero porque era un ser en quien la nobleza era innata e insuperable y luego, porque era un nómada, sabía lo que puede significar para los viajeros no encontrar a nadie de quien esperar agua para poderse lavar y beber y algo de comida, además de simpatía y diálogo. La vida sedentaria, a pesar de lo que se suele pensar, no posibilita siempre las satisfacciones de estas necesidades básicas del ser humano, más bien las enmascara.
 
                           Por lo visto, vivía en una capital europea, una mujer viuda, ya entrada en años, cuya familia residía en otro país. Un día, le cortaron el agua porque tenía una tubería estropeada. Unos vecinos le dijeron: "No se apure, señora, venga a lavarse y a comer a nuestra casa, y si el fontanero no acaba hoy, mañana también será nuestra invitada". Durante la comida, ella les dijo: "No se preocupen porque su hijo repita curso. Cuando les haya hecho abuelos, esto les parecerá una tontería" y así fue.
 
                           Inventé este cuentecillo para deciros que los grandes momentos, los episodios estelares, relatados en la Torah, también se reflejan en las cosas cotidianas más diminutas.
 
                            Ahora, volviendo a la tienda de Abraham Abinu, observamos que, esta vez, al oír la promesa de una descendencia, quien se ríe es Sarah, la futura madre. Hace exactamente lo mismo que había hecho su esposo al oír, él solo, la misma promesa. A partir de esta constatación, se plantea una pregunta: ¿Porqué se encuentran las risas de ambos esposos no sólo en capítulos diferentes del texto, sino en distintas parashot? ¿Hay algo que singulariza cada una de estas risas?
 
                           La respuesta es un sí inequívoco, no tanto por las razones que aducen algunos estudiosos de la Torah quienes, sin ningún machismo, por supuesto, ven en la risa de Abraham gozo, alegría y confianza en Hashem y en la de Sarah, amargura y desconfianza (como si los protagonistas se hubieran sincerado con ellos), sino porque, en el momento de la risa, las respectivas situaciones de Abraham y de Sarah eran diferentes.
 
                           Cuando Abraham se ríe, en la parashah de Lej Leja, es un hombre que por haber obedecido al Eterno, ha forjado su identidad. Acaba de recibir su nombre definitivo. Es un triunfador y, como ya lo hemos señalado, es padre. A la intervención divina, responde como padre amoroso y responsable: El inmenso cariño de Abraham por Ismael aparece de nuevo en el versículo 23 que así reza: Vaiqaj Abraham et Ismael benó" (Tomó Abraham a Ismael, su hijo). Cualquiera entiende que, si bien no le haría ascos al milagro, no deja de ser un hombre casi colmado, legítimamente orgulloso de su virilidad y que se puede ofrecer el lujo de una resignación. Su risa, por lo tanto, expresa cierta incredulidad, no desprovista de un deje de esperanza, pero ninguna amargura.
 
                            ¿Cuál es su sentimiento en el momento de evocar la ancianidad de su esposa? Es imposible saberlo. Piensa en ella. Por primera vez la llama por su nuevo nombre, el que Hashem le acaba de comunicar. Sarah en vez de Saray.
 
                           El nombre Saray se termina por la letra "YOD" cuyo valor numérico es 10, pero Sarah se termina por "he", que vale 5, o sea que Saray ha perdido 5, el valor de una "he". Avram, en cambio, recibe una letra "he", transformándose así su nombre en Abraham. Sarah le ha dado una parte de sí misma. Ahora la pareja es fértil. Tendrá un hijo cuya identidad recordará para siempre la risa de sus padres, puesto que el Santo, Bendito Sea, le impone el apelativo Ytsajaq, que significa "el reirá".
 
                           Pues bien, Sarah le dará un segundo hijo a su esposo. El primero también se lo ha dado ella, aunque de modo indirecto. Fue ella quien metió a Hagar en la cama conyugal y aquello redundó en satisfacción y gozo para Abraham, pero para ella constituyó una fuente de dolor. Si la pobre mujer abrigó alguna vez, como lo indica el versículo 2 del capítulo 16, la esperanza de que el niño fuera suyo, no tardó en percatarse de que así nunca sería. En cuanto se cercioró de estar embarazada, Hagar, su sirvienta, empezó a despreciarla y a humillarla.
 
                           Si examinamos la vida de Sarah Ymenu (Sarah nuestra matriarca), comprobaremos que ella siempre se lo ha dado todo a Abraham. Le ha seguido, le ha obedecido, le ha protegido y lo sigue haciendo en el momento de reírse. Él le pide que prepare la comida para los huéspedes y, de inmediato, ella pone manos a la obra.
 
                           Años atrás, cuando él salió de Ur Kasdim, ella le siguió sin rechistar. Luego, a la hora de entrar en Egipto, ella aceptó presentarse como su hermana y fue a parar al harén del Faraón. Y la cosa no acaba allí; se repetirá con Abimélej, el rey de Guerar y Sarah tampoco opondrá el menor reparo a las exigencias maritales. Sarah es madre en el alma, protege a Abraham cuando él se comporta como un niño que, entre sollozos, exclama: "!Ay, Mamita Mamita, protégeme que tengo mucho miedo!" Todas las mujeres sabemos que así suelen comportarse los varones, sobre todo y por extraño que parezca, aquéllos que tienen un valor, una valía y una personalidad imponentes, en fin, los  grandes hombres, cuando de repente, se les vienen abajo los esquemas. Piden socorro a la esposa-madre muy poderosa.
 
                           Sarah siempre le dio todo a Abraham y él, probablemente, no hubiera podido vivir sin ella.
 
                           Ahora la vemos en el umbral de su tienda. No comparte la comida con los hombres, se queda de pie al lado de la puerta y oye que le prometen un hijo. Entonces recuerda su menopausia, este padecimiento atroz que tiene la mujer al sentirse arrancada de su propio ser, esta reflexión que la acompaña a diario: "ya soy una mujer desvirtuada, no daré o no volveré a dar hijos a mi marido, soy la nada apagada y repugnante". Esta reflexión y este sentimiento, por mucho que le pesara a Maimónides, el amor del esposo los puede ahuyentar. Sarah piensa en Abraham que le curó el sufrimiento, ya que la siguió amando y mientras se ríe, como hizo él, cosa que probablemente ignora porque él debió de callarse para evitar apenarla, le llama "Mi Señor" con total entrega y ternura.
                           El Eterno interroga ahora a Abraham preguntándole: "¿Por qué se rió Sarah?" Tal vez haya en esta pregunta un reproche implícito: "¿No le hablaste de la promesa que te hice?" De todas formas, la que contesta es Sarah. La mujer se asusta y, esta vez, es ella quien actúa como una niña pequeña que miente para evitar la reprimenda: "No me reí" dice y Hashem puntualiza: "No, te has reído" Aquí termina el episodio.
 
                           Una cosa llama la atención en todo este relato de lo ocurrido en el encinar de Mamré y es que el Eterno no Se enfada realmente por la risa de Sarah, como tampoco se había enfadado por la risa de Abraham. Puntualiza, repite que nada es imposible para Él y reitera Su Promesa, pero ni Se encoleriza, ni castiga; por el contrario, quiere que el niño venidero lleve el nombre de la risa.
 
                           Puede que encontremos la explicación de tan espléndida complacencia en un hecho singular: la palabra "Vatitsjaq" (ella rió) que viene en el texto, está compuesta por unas letras cuyo valor numérico suma 598, lo cual es el producto de 2 x 13 x 23 y esto, según nuestra santa kabalah, indica lo siguiente: el doble amor que une a los esposos (2=lo masculino y lo femenino; 13 el amor y la unidad) origina los 23 pares de cromosomas que conforman la especie humana.
 
                           La risa que será seña de identidad para el segundo de nuestros patriarcas complace al Eterno que la sitúa como germen de la fecundidad hebraica, la cual, por otra parte, resultará durante tiempo muy problemática y de ardua manifestación. Con excepción de Leah, la mujer no amada, nuestras matriarcas tardan muchos años en tener hijos. La misma Tamar lo tiene difícil. Así pues, no es absurdo pensar que la risa de Sarah encerraba una carga inconsciente de ironía con respecto al porvenir.
 
                           Habrá quien piense que la esterilidad pasajera de las matriarcas sea castigo por la incredulidad de Abraham y de Sarah al oír la promesa porque al Eterno las risas aquellas no le agradaron del todo. Es posible.
 
                           El caso es que Sarah volvió a reír después de su parto, con una risa ambivalente, a la vez muestra de temor ante las burlas ajenas y de pura alegría por la Bondad del Eterno que le concedió la maternidad y el goce de haber colmado las expectativas de su esposo.
 
                           La risa envuelve el nacimiento de nuestro pueblo y nos preguntamos ¿qué tiene la risa de tan especial para que el Todopoderoso la haya provocado en nuestros antepasados, dejándonos así marcados para siempre con su eco cristalino y el desconcierto que la acompaña?.
 
                           Los diccionarios dan definiciones anatómicas de la risa: "son movimientos de la cara y contracciones espasmódicas del diafragma que producen sonidos y movimientos en el rostro". Con esto no nos aclaran gran cosa. Para saber qué es la risa tenemos que recurrir a algo de tipo más psicológico, e incluso, en cierto sentido, metafísico.
 
                           La risa expresa siempre una ruptura de la cohesión racional. El encadenamiento de causas y efectos se trastorna en determinado momento, dejando la capacidad perceptiva en un estado de indefensión que se manifiesta en un desorden muscular y sonoro muy difícil de controlar. La risa, en efecto, es involuntaria. Es un estallido que refleja una explosión de lo conocido, dispersándose el núcleo de las certidumbres en millones de pedazos. En este aspecto, nos recuerda la ruptura de los vasos que según el cabalista Ytsjaq Luria (¡se llamaba Ytsjaq!) se produjo en el origen del mundo.
 
                           La risa se produce con la irrupción del trastrueque de los significados en la vida humana. Por esto preside al nacimiento del pueblo hebreo, destinado a ser el pueblo que no ha de poderse contar entre las naciones.
 
                           El Eterno nos dejó en herencia la risa de nuestros patriarcas. Nunca Se lo agradeceremos bastante.      
 

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