21 diciembre 2007

parashah: VAYJÍ - ¿Quién Sabe?, por Malcah Canali 5768

VAYJÍ - ¿Quién Sabe?, por Malcah Canali 5768
de Josefina Navarro - Friday, 21 de December de 2007, 01:33
 

 

B''H

De Malcah para la Quebutzah

 

 

Comentario a la Parashah  Vayjí

Sábado 22 de diciembre de 2007

13 de Tevet de 5768

 

 

 

 

VAYJÍ

 

¿QUIÉN SABE?

 

Los sociólogos suelen afirmar que el ser humano es la única de todas las criaturas vivas que es consciente de la inevitabilidad de su muerte. Según sus doctos pareceres, los animales no saben que van a morir. Los que no disponemos de información privilegiada sobre la psique animal, tenemos la impresión de que los bichos conocen la muerte y la asumen como algo natural, porque han visto morir a muchos de entre sus congéneres, a veces los han matado ellos y todos procuran escapar de los peligros mortales, como el fuego. Es difícil admitir que, individualmente, se sientan inmortales. Parece más lógico pensar que, en este mundo, todas las criaturas vivientes saben, de un modo o de otro, que están destinadas a morir y resulta bastante asombrosa la petulancia de algunos investigadores, por otra parte gente muy seria e, incluso, admirable en muchos aspectos de su obra, que hablan como si estuviera en su poder sondear corazones y riñones animales y vegetales.

 

Toda esta reflexión nos vino sugerida por la impresión de que el ser humano, por lo menos el hombre occidental, heredero cultural de griegos y romanos, se quiere reservar la exclusiva de cierto conocimiento referente a su propia muerte, como si éste le garantiza algún control sobre el más misterioso y espantoso de todos los fenómenos… a no ser que les envidie a los demás seres vivos una supuesta ignorancia susceptible de facilitarles la existencia.

 

Sea como fuera, el ser humano sabe que ha de morir. Lo sabe desde el

mismísimo momento de su pecado porque El Eterno le había prevenido: <<Si comes el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, morirás>>. Es interesante observar que Adam, ya en aquel momento comprendía el significado de la palabra "morir". De no ser así, la advertencia divina hubiera sido absurda.

 

El Mal-aj hamavet (el Ángel de la muerte) está presente en el mismo nacimiento de la Historia humana. A este respecto, merece la pena fijarse en que la palabra; << tamut >> (=morirás) está compuesta por cuatro letras cuyos valores numéricos suman 846 como Toladot que significa "descendencia, posteridad, historia". Tamut se escribe Tav, Mem, Vav, Tav; empieza y acaba por la última letra del alfabeto. "Morirás". La sentencia es una cerrazón que aprisiona a la "mem" de la maternidad y a la vav de la erección masculina. El Eterno dirá a la mujer: <<Multiplicaré tus preñeces>>. Empieza la Historia, es decir la sucesión de las generaciones, con su memoria. Toladot se ortografía: Tav, Vav, Lámed, Dalet, Vav, Tav. ¡Pues sí, también empieza y acaba en tav! Pero la palabra encerrada entre las dos tav está relacionada con "yalad" que significa "procrear" y "yeled" (=niño).

 

Nuestros primeros padres sabían que ellos iban a morir y que sus

descendientes también morirían, pero, probablemente, no sabían que verían morir a un hijo suyo. Sin embargo, así fue. La historia de las generaciones humanas empieza por un asesinato. Triste muerte la de Abel (Hevel, en hebreo) que muere solo. No hay nadie al lado suyo para cogerle la mano y acompañarle, con esta simple caricia, hasta el umbral de lo desconocido.

 

Con nuestros patriarcas, sin embargo, la Misericordia Divina estuvo siempre presente a la hora del fallecimiento. Ninguno murió agarrotado por la soledad. De Abraham sabemos que acabó sus días en medio de la dicha y de la alegría y que Itzjah e Ismael estuvieron juntos en su entierro. Otro tanto ocurrió con Itzjah: Yaacov volvió a Mambré y se quedó viviendo a su lado. Luego, también Esau estuvo presente en su entierro. Ahora, en la parashah Vayjí, cuyo texto está en el origen de estas reflexiones, vemos morir a Yaacov y luego a Yosef. Ambos expiran rodeados de veneración, arropados por numerosos hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, o sea dejando tras si una familia numerosa y bien estructurada, que conoce tanto su propia tradición y propia historia como la cultura egipcia y las expectativas del pueblo que la ha engendrado. Todo parece, pues, ordenado a la perfección para que los Hebreos puedan morar dichosos en su país de acogida que la Voluntad Divina les devuelva a la Tierra Prometida.

 

De todas formas, y antes de organizar su funeral, el anciano jefe de las Doce Tribus imparte su bendición a todos sus hijos, en unos términos que, en algunos casa y a primera vista, resultan desconcertantes, pero que, bien mirados, encierran una inmensa sabiduría y confirmación a su destinatario el poder de vencer la adversidad siempre y en todo, porque le revelan cuales son sus armas secretas. Yaacov, en su lecho de muerte dice a sus hijos lo que realmente son. Recuerda a Reubén (=Rubén) que abusó de los ingentes privilegios que le había conferido la primogenitura, lo cual acareó su derogación. Esto es una bendición: el que no sabe controlarse no puede estar en un puesto de mando, pero si aprende la lección y pone su energía al servicio de la colectividad, será feliz.

 

Es cierto que Yaacov no da explícitamente estas indicaciones sino que se limita a anunciar lo esencial, pero sus palabras, repetidas de generación en generación serán más elocuentes que las glosas más extensas.

 

Hoy día, cuando la cultura dominante prohíbe señalar a los hijos los defectos que tienen y, menos aún recordarles que han actuado mal, porque esto sería causarles un traumatismo insuperable (¡ya se sabe, el ser humano es un debilucho incapaz de enfrentarse a lo desagradable!) la amorosa sinceridad de Yaacov cuando se dirige a sus hijos es toda una lección de misericordiosa dignidad. En su postrer momento, el patriarca bendice a sus hijos diciéndoles la verdad. Ellos siempre sabrán la verdad y, al hacerlo, les deja un legado de inapreciable valor. Ellos siempre sabrán a qué atenerse en cuanto a si mimos y que, si han ofendido a su padre, éste hizo manifiesto su perdón en una advertencia solemne. ¿Quién sabe cuántas veces las generaciones ulteriores habrán agradecido al eterno la lucidez del antepasado?

 

Desde este punto de vista la frase: <<Os voy a revelar lo que os sucederá en el curso de los días>> con la que Yaacov inicia su discurso, toma un sentido

enormemente importante. En efecto viene a decir que la predestinación no existe sino que cada persona forja y conforma su vida según los dictados de su psique. Lo que él anuncia a sus hijos son las características mentales y afectivas que deberán utilizar positiva o negativamente a la hora de tomar decisiones. Cuando habla a Shimeón y a Leví les indica que su ira es maldita, nos los maldice a ellos; por el contrario, los bendice anunciándoles que la buena solución para ellos es no poseer territorio propio. A Yehudah le gusta el poder, ya se sabe. Su padre le anuncia que en la asunción de las grandes responsabilidades él se sentirá realizado y recibirá el agradecimiento de sus hermanos.

 

Como es natural, Yosef es el hijo que recibe de su padre las palabras más

calurosas. Dirigiéndose a él, Yaacov sí pronuncia las palabras << bendecir >> y <<bendiciones >> seis veces a lo largo de los versículos 25 y 26 del capítulo 49.

 

El texto, además, es explicito: después de transmitirnos el mensaje dado a Benyamín, puntualiza que todas las tribus, las doce tribus de Israel recibieron bendición, porque <<a cada una las bendijo (Yaacov Abinu) con su propia bendición>>, con lo cual nos afianzamos en la certidumbre de que las características personales de un ser humano siempre son benditas, siempre pueden ser fuente de vida y de dicha para él y para todos cuantos le rodean, a condición de que sepa utilizarlas para su mayor bien y el de toda la humanidad.

 

Es ésta una lección que nunca deberíamos olvidar a la hora de determinar la formación de las jóvenes generaciones. Muchas veces, al advertir en uno de nuestros hijos o nietos un rasgo de carácter o un comportamiento negativo, en vez de recriminarle con mucho cariño, pero poca eficacia, en vez de desesperarnos y alejarnos de la santa Simjah (la Alegría), supiéramos enseñar al amado jovencito o jovencita a conocer la inquietante inclinación que nos preocupa y a utilizarla para bien, evitaríamos fracasos y conflictos y transmitiríamos autocontrol y confianza en el Eterno que a todos nos creó con esperanza.

 

Habiendo cumplido con esta hermosa misión de entregar a sus hijos las

herramientas necesarias para elaborar una fecunda madurez, Yaacov se preocupa de ser enterrado en Eretz Israel, con su familia, en la cueva que compró Abraham. Esta inquietud de los seres humanos por cerciorarse de donde van a ser enterrados, suele sonar a futilidad para quienes piensan que morir dignamente es una merced bien suficiente como para andar pidiendo más al Todopoderoso. Desde la época de Yosef-Htazadiq, Yosef el potentado que tenía sojuzgado al mismísimo Faraón, hemos visto de todo: a os cuerpos de los nuestros se los ha despedazado, se los ha despellejado, se les ha privado de sus dientes y de sus cabellos y se los ha quemado. También se los ha tirado a los vertederos cuales inmundicias. Es muy cierto y también l es que nos incumbe bendecir su memoria porque, con las torturas que padecieron santificaron el Nombre del Eterno. Sin embargo, el cuidado de los afortunados que mueren en gozo de majestad, explicando donde y como quieren ser enterrados, no es ninguna vanidad. Al dejar a su familia semejante encargo, establecen una organización espiritual, sentimental y espacial susceptible de traducirse en el futuro en posibilidades de

encuentro y reencuentro entre los miembros de la familia y el pueblo. La sacralización del espacio que representa una tumba permite centrar las plegarias y las esperanzas. Yosef también, antes de morir pedirá ser devuelto a la Tierra de Israel cuando Hashem disponga que se acabe el exilio.

 

Nuestros patriarcas tuvieron pues, todos ellos, un final, si no tan apoteósico como lo será el de Moisés, por lo menos lleno de nobleza y dignidad. No sólo supieron que morirían algún día, como todos los hombres, sino que estuvieron conciente del momento en que iban a expirar. No fue la suya una muerte violenta ni súbita. O sea que, en este aspecto, fueron unos grandes privilegiados. Todavía podemos ir a visitar su tumba, cosa que agradecemos siempre al Eterno desde lo más hondo del alma.

 

Antes de cerrar los ojos, nos dan una última indicación: dicen que van a

reunirse con los suyos, con su pueblo. Con esto ya sabemos que la muerte, lejos de ser aniquilamiento, es reintegración al seno de los progenitores. Se cierra el libro de Bereshit, pero deja una pregunta abierta y es la siguiente: si, como lo supimos al iniciar estas reflexiones, todos los seres que viven en nuestro planeta, saben, más o menos intuitivamente, que van a morir y, nosotros, los hombres,

también sabemos que ellos van a morir ¿será que, en su caída el hombre los arrastró a todos? ¿Morían en el jardín de Eden? Es difícil de admitir. Tal vez el ser humano, al escuchar a la serpiente, se haya hecho responsable de algo más que de su propia caída. ¿Quién Sabe?

 

¡Bendito Sea el Nombre del Eterno para siempre jamás!

 


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