LAS VOCES DEL SECRETO
En siete palabras, constituidas por veintinueve consonantes, se encuentra en uno de los capítulos centrales del libro de Mishlé-Shelomó generalmente conocido como Libro de los Proverbios, envuelta en la cegadora luz de su espléndida sencillez, la clave de la existencia humana :
Mavet vejayim beyad lasbón veobavéba yojal priba.
" La muerte y la vida están en poder de la lengua
y sus amantes comerán su fruto"
Estamos en el capítulo 18, versículo 21, nos quedamos asombrados ante la riqueza de implicaciones subyacentes en tan escueta advertencia. Llegamos incluso a preguntarnos por qué no ocupa esta joya un lugar más destacado, e incluso preeminente en el conjunto del texto. Está fuera de toda duda, sin embargo, que el rey Salomón tuvo excelentes motivos para colocarla en el lugar donde se encuentra.
Mencionaremos, aunque sea sólo de pasada, que el número 18 suele vincularse a la realeza de estirpe davídica y que el 21, al ser múltiplo del 7, está ligado por un lado, a la obra de la creación y por otro, al primer versículo del libro de los Proverbios, que contiene 21 consonantes y en el que Salomón se identifica como hijo de David y rey de Israel.
Hay, pues, sobradas razones para pensar que este libro es una obra de cuidadoso planteamiento, en donde nada se ha dejado al azar. Por eso antes de iniciar el comentario del mashal que es objeto de este artículo, creemos indispensable subrayar algunas características del libro considerado en su conjunto.
Mishlé-Shelomo es una obra singular dentro de toda literatura sapiencial, más aun por su perfección por su antigüedad. Representa un insuperable, riquísimo y vívido venero de reflexiones sobre el ser humano concebido en su inquebrantable unidad. Por eso, es hasta cierto punto explicable que no haya gozado nunca de gran predicamento entre los gentiles, siempre adictos a la dicotomía entre lo concreto y lo absurdo propia de la filosofía griega, pero que no forme la base misma de la instrucción en las escuelas judías del mundo entero, resulta absolutamente incomprensible.
En efecto, con excepción de Esther Jail que se sigue leyendo en muchos hogares la noche del shabbat y de algunos versículos citados en las páginas del Sidur, este libro está bastante silenciado, pese a su innegable valor pedagógico. La mayoría de los jóvenes judíos llegan a su Bar o Bat-mitzvá y después a la universidad, sin haberlo leído, y menos aún estudiado, con lo cual se contraría el propósito expuesto por el rey Salomón de guiar a los jóvenes en el camino del saber.
Los Proverbios van dirigidos a los Petayim ( capítulo I versículo 4 ), es decir, a los jóvenes que todavía no han recibido la instrucción. Dista mucho sin embargo, de constituir un texto pueril, compuesto para adoctrinar a niños pequeños porque, según reza el versículo 5 del mismo capítulo I, están destinados a las personas más sabias como a los ignorantes: "Que el sabio escuche y aumentará su saber, el inteligente conseguirá directivas al comprender los proverbios y las alegorías, las palabras de los sabios y sus enigmas". No se puede indicar con más claridad que los proverbios se deben estudiar a todos los niveles y que rezan con gente de toda clase, condición, cultura y edad.
A diferencia de las normas que rigen los sistemas educativos modernos, la pedagogía salomónica no plantea, ni a niños, ni a jóvenes, un saber pretendidamente "acorde con sus capacidades", sino que propone para todos sin excepción el mismo texto. ¿Se puede mostrar mayor amor y estima por los niños? ¿Se puede ser menos clasista en la docencia?
Desde la primera frase del libro queda bien patente la intención del hijo de David de entregar a su pueblo y a la humanidad de una copa de inagotable sabiduría cuya riqueza se irá ampliando y diversificando a medida que se ahonde en su mensaje.
Tal vez sea este el rasgo distintivo de los Meshalim: aunar una sencillez y una claridad expositivas que los hacen fácilmente comprensibles por las mentes menos evolucionadas o por las más rústicas y alejadas de la abstracción, con una elevación espiritual y una riqueza conceptual susceptibles de nutrir a una pléyade de pensadores, filósofos, psicólogos, sociólogos, moralistas
e incluso médicos y economistas.
Es oportuno señalar aquí otra de las probables intenciones de rey Salomón: utilizar una forma meridiana, que asimilada desde temprana edad, dejará en la mente del discípulo una impronta indeleble.
De lo que antecede se desprende una constatación de suma importancia. El Libro de los Proverbios se sitúa en el polo puesto de los tratados filosóficos y éticos concebidos para lectores de sofisticada preparación, condicionados para gravitar en la órbita intelectual del autor quien, por cierto, no pierde nunca de vista esta complicidad. Con lo cual, se cierra a cal y canto la torre de marfil donde se refugian los señores del discurso. Ni Kant, ni Espinosa han querido, ni de haber querido habrían sabido, nutrir el pensamiento de innumerables generaciones educadas por padres o abuelos que, en muchos casos, ni siquiera habían recibido una enseñanza primaria. El mismo Maimónides, que fue uno de los grandes genios de la humanidad, es inaccesible para la mayoría de las personas.
Por otra parte, las obras eruditas son inseparables de su texto escrito, limitándose su transmisión oral a un número reducido de sentencias lapidarias del tipo "pienso, luego existo", "sólo sé que no sé nada" o "conócete a ti mismo", las cuales, amputadas del contexto, pierden el relativo alcance que tenían dentro del mismo y se convierten en comodines de la pedantería o en adelantados de los "eslóganes" publicitarios.
Los Proverbios de Salomón, en cambio, constituyen, cada uno en su brevedad, un texto completo, un mundo asertivo pletórico de significado. Tener la pretensión de conocerse a sí mismo es una quimera egolátrica, pero saber que "quien devuelve el mal por el bien tendrá siempre la desgracia en su casa ", además de ser una incitación a la prudente benevolencia, puede inspirar hondísimas reflexiones sobre las relaciones humanas.
Los Meshalim son de fácil memorización y están articulados en torno a la comunicación oral cuya calidez les confiere la intimidad de la conversación. Vibran en el tono confidencial; los anima una componente afectiva y de suma efectividad: tu interlocutor te habla porque te ama y no por su convicción, justificada o no, de ser un pensador. Ni la vanidad, ni el egoísmo tienen cabida en la transmisión del Mashal. El receptor de los Meshalim se sabe objeto de un interés genuino y, por esto abre su corazón como se lo recomienda el autor en repetidas ocasiones.
No estamos en las categorías griegas, sino en el núcleo mismo de la tradición hebráica, que no disocia nunca el corazón de la inteligencia. Conocer y querer son inseparables y originan una dinámica fecunda. El conocimiento que se transmite al discípulo provoca en él una emoción (e-moción), que se propagará en todo su ser como ondas en el agua. Tanto más cuanto la interpelación se hace en el doble aspecto masculino y femenino, por boca de ambos progenitores (cap. 1 ver. 8) "Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre y no rechaces la enseñanza de tu madre." El discípulo no es un individuo anónimo, ni un desconocido, es una persona responsable que ocupa su lugar en la cadena generacional humana: es el hijo de una pareja y se le indica cómo dirigirse a su propia descendencia.
Las palabras magistrales de Mislhé-Shelomó son un vínculo afectivo destinado a obtener, por parte del discípulo conmovido, un planteamiento de los grandes interrogantes de la existencia.
Continuará...
MALCAH
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