MISHPATIM - ¡Cuidado con la mayoría!, por Malcah Canali 5768 de Josefina Navarro - Thursday, 31 de January de 2008, 13:04 | |
MISHPATHIM ¡CUIDADO CON LA MAYORÍA! Terminada la parahah Yitro con la advertencia de que el altar que, eventualmente, Israel construya al Eterno, no será ningún tálamo nupcial ya que el pueblo no podrá: "descubrir en él su desnudez", empieza la de Mishpatim, dedicada al desarrollo de las prescripciones que, en los Diez Mandamientos, se refieren a las relaciones que los seres humanos deben mantener entre ellos. Las primeras leyes se refieren al trato que tiene derecho a expresar la persona que no dispone de si misma: esclavo, siervo, mujer casada contra se voluntad, etc luego se definen las responsabilidades de los amos cuyos animales pueden causar perjuicios a seres humanos y se termina el capítulo 21 de Shemot con la orden de devolver en la proporción de 5 por 1 los animales robados. Toda la primera parte del capítulo 22 sigue regulando los casos de robo, antes de dejar paso a principios humanitarios de alto valor moral, que tenían poco curso en el mundo pagano, tales como: "no seduzcas a una virgen para abandonarla después", "no te degrades fornicando con animales, no aflijas a la viuda y al huérfano" Todas estas abominaciones son considerados por el Eterno ofensas asimilables a la idolatría ya que están mencionadas en un párrafo en cuyo centro figura un versículo que prohíbe sacrificar a otros dioses. No todo son prohibiciones. Hay, en este capítulo 22, preceptos positivos que representan el canto del corazón compasivo. Citemos: "presta dinero al pobre, sin apremiarle para conseguir l devolución, si tomas su vestido en prenda, devuélveselo por la noche, si no ¿en qué va a dormir?" Ahora, llegamos al capítulo 23, en el que, antes de fijar el ordenamiento de las grandes fiestas, Hashem Se explaya sobre los comportamientos de honradez exigibles al "Am Segulah" (El Pueblo Elegido), empezando por la veda total del crédito dado a la mala lengua y la sumisión a la mayoría cuando ésta se inclina por la injusticia. El versículo 3 nos encarece no favorecer al pobre en su disputa. Son estas tres prescripciones tanto más relevantes cuanto que, en numerosas ocasiones, se les presta una atención reducida, como si de asuntos secundarios se tratara. La mala lengua no tiene tan mala fama como otros crímenes, incluso hay quien se niega a tacharla de crimen. Sin embargo, lo es. En los idiomas indoeuropeos, este vocablo, "crimen" deriva de una raíz ya atestiguada en épocas muy remotas bajo las formas "ker, kerk, koréi" habiendo originado, esta última, palabras cuyas significado involucra en no pocas ocasiones, el uso del lenguaje oral, por ejemplo: el griego "crisis" que ha dado el cultismo "crítica", el latín "certificare", y también "certare", que significa debatir con cierta acritud. De allí viene "crimen" que pasó de ser acusación a ser el delito más grave. En hebreo, la palabra que corresponde a "crimen" es "pesa" que, evidentemente, está en el origen del "peccatus" (pecado) latino y que empieza por la letra "p" que es la boca. La mala lengua mata, aunque sus perniciosos efectos pasan desapercibidos, bien porque no son inmediatos, bien porque los disimulan apariencias engañosas. Cualquier psiquiatra sabe que muchos accidentes, en realidad son suicidios cuyos protagonistas han buscado inconscientemente la muerte y que, entre estos desgraciados no son pocos los que no han podido sobrellevar la vergüenza y la ausencia de cariño consecutivas a unas habladurías malévolas o, simplemente frívolas que han ido circulando de boca en boca hasta llegar al corazón de la víctima que ha caído fulminada. Con respeto a la maldiciencia, es importante resaltar que no es forzosamente calumniosa. Mucha gente se indigna cuando alguien se niega a prestar oído a la mala lengua, diciendo: "¡Pero, si lo que digo es verdad!" y se sienta ultrajada cuando se lo contesta: "Puede que sea verdad, pero esto no le concede venia a nadie para andarlo colportando". Pero, es así: la maldiciencia es el hecho de hablar mal del prójimo, sin más. Es este aspecto, la veracidad de las alegaciones es totalmente secundaria. Además, en lo de la veracidad hay que ser muy precavido, porque es muy, pero muy fácil equivocarse por falta de datos. Hace medio siglo, un cómico francés contaba chistes cuyos protagonistas eran una pareja que no sabía educar a su único hijo. El chavalín era un mimado inaguantable que aullaba y pataleaba cuando no le dejaban jugar, a romper la luna del armario o pintar el smoking de su papá con tizas de colores. Si, al final del día, los padres le daban un cachete, los gritos se oían desde lo alto de la Torre Eiffel. Entonces, los vecinos, que no regateaban una bofetada a sus hijos cada vez que se terciaba, pero los tenían bastante bien educados para que no chillasen, exclamaban: "¡Maltratadores de niños! ¡Verdugos!" Si alguien les hubiera increpado, habían contestado airados: "¡Pero, si es verdad!" La Torah, en su infinita sabiduría, prohíbe prestar oídos a la maldiciencia. Es el mejor modo de anular sus efectos y hacerla desaparecer de la sociedad. La segunda parte del versículo se refiere al falso testimonio en unos términos que llaman poderosamente la atención. Dice: No te hagas cómplice del malvado para ser falso testigo". Levantar falso testimonio está prohibido en los Diez Mandamientos, esto ya lo sabemos cuando llegamos a Mishpatim. ¿Por qué, entonces, insistir sobre el asunto? Pues, porque, se trata, como en el caso de la maldiciencia, de no dejarse inducir a pecar por otra persona, que, esta vez, no tendría ni la excusa de una posible irresponsabilidad. Inducir al falso testimonio es abominable, no lo ignora nadie. Por esto, quien lo hace es tachado de "rashá", o sea: malvado. La palabra que se utiliza aquí para calificar el testimonio prohibido, no es "shaquer" (mentira, embuste, falsedad) sino "jamás" que alude a la agresión, a la violencia. Esta expresión permite suponer que no se está hablando aquí únicamente de la violencia sufrida por la victima del falso testimonio, sino también de la que se puede usar contra cualquier persona para convertirla en falso testigo. La Torah nos previene de que, incluso en esta circunstancia, no hay que ceder. Un buen israelita debe mantener siempre intacta su dignidad. Llegamos ahora al versículo 2 del capítulo 23. Es el que ha motivado el título de este comentario, porque pone el dedo en una llaga que, quizás, no haya sido nunca tan purulenta como hoy en día. Dice, textualmente; "No sigas a la mayoría para hacer el mal y no obres en un proceso inclinándote por la mayoría y, así, desvirtuar la justicia". Vivimos actualmente en una sociedad regida por el mito de la Mayoría inmaculada, sabia, pura y virtuosa. La Mayoría todo lo sabe, de forma que sólo toma decisiones acertadas y sólo dicta reglas de conducta totalmente irreprochables. Podemos preguntar a uno de sus doctos sacerdotes en qué la Mayoría es tan digna de presidir el destino de los pueblos Bueno, la pregunta huelga porque a los que non hemos educado en países democráticos nos lo han enseñado en el colegio y a los que se han educado bajo regímenes dictatoriales, se lo remachan cada día en los medios de comunicación y en la cafetería o en la universidad. El gobierno elegido por mayoría, o cualquier decisión tomada por mayoría es superior a los demás porque no está sometido al arbitrario de una sola persona, como ocurre con las dictaduras o las monarquías absolutas. Al ingenio que no acaba de entender en qué consiste la mayoría, se lo explican: la mayoría es la mitad de los votos más uno. ¡Genial! Hay uno que decide por todos los demás. Sin embargo, la mayoría suele presentarse como aplastante y todopoderosa. Oponerse a ella es considerado lícito dentro de muchos límites, porque si la ínclita mayoría decide que se nos va a esterilizar para que perdamos la costumbre de tener hijos con nuestro cónyuge, en vez de comprarlos en el Tercer Mundo, pues resultaría difícil no pasar por el aro de algunas mafias. Desde luego, el viejo chantaje de "estamos todos, absolutamente todos contra ti y podemos despedazar" es viejo, es tan viejo como el mundo y asusta a cualquiera que lo sufre. ¿Para qué vamos a decir lo contrario? Es lo más bajó, lo más ruin, lo más abyecto que hay. No lo puede dudar nadie. Sin embargo, a la hora de ceder, por un lado al miedo, y por otro lado, al espantoso aislamiento que supone la otredad, a la condena que supone la hostilidad de la mirada ajena, al espantosos castigo que supone para un inocente (e, incluso para un culpable, porque el Eterno ordena la pena de muerte en cierto número de casos, pero nunca la tortura) el estar clavado a la picota, recibiendo escupitajos y otras porquerías encima, sin poder hacer absolutamente nada, sintiéndose sucio, asquerosos, repugnante, ya que cuando tú no produces los excrementos, pero te cubren con ellos, quien huele mal, eres tú, frente a este horrible destino, convine recordar lo siguiente: Ceder al pánico es desconfiar de la Justicia y de la Misericordia divina, es olvidar que el Shadai, el Todopoderoso promete: El ordenaría a Sus Ángeles que te protejan en todos tus caminos" (del salmo 919. Pensar que, tal vez, Él no cumpla con Su palabra es un pecado que, inevitablemente, atrae la maldición que tanto se quiso evitar al situarse del lado del gran número, del lado del "más fuerte" o, mejor dicho, de el que quiere aparentar ser el más fuerte. Al desconfiar del Eterno, vamos engrosando las filas de los opresores que tratan de obligarnos a obrar el mal. Al hacerlo, traicionamos a los valientes que se mantienen en la senda de la virtud y los debilitamos. Esto significa que nos convertimos en nuestros propios opresores y en acérrimos enemigos de quienes tenían derecho a contar con nuestra lealtad. Pero, hay más. Mientras la Mayoría sigue siendo mayoría y no poder absoluto, debe mantener la apariencia de que existe una minoría que se le opone. Por supuesto que el opresor tratará de conseguir por todos los medios a su alcance que el formar parte de esta minoría resulte incómodo e, incluso, doloroso. Pero, si no cedemos a sus exigencias, si nos mantenemos del lado de los virtuosos que se resisten a la asimilación, damos fuerza a la minoría. Si sabemos recibir con esperanza y alegría al ángel que nos manda el Todopoderoso para protegernos en todos nuestros caminos, fortaleceremos el bando de los valientes y virtuosos. Los nazis, también, parecían ser la mayoría y no lo eran. Vino el ángel y salvó a nuestro pueblo. Nuestros mártires le alumbraron el camino. La mayoría no es forzosamente mala, puede ser buena, no se lo impide, ni se lo prohíbe nadie. Lo que la Torah encarece a cada uno de nosotros es discernir entre la mayoría buena y la mala y, cuando advierte que es la mala, apartarse de ella, sin asustarse ni dejarse amedrentar, porque cuando Haqadosh Baruj Hu así lo ordena, la obediencia a Su Santa palabra será el escudo que nos salvará de todos los peligros. ¡Bendito sea Hashem, nuestro Protector!
Sefarad 26 shevat 5768 De Malcah para la Quevutzah B''H |
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