30 enero 2008

parashah: MISHPATIM - La Primera Ley de la Convivencia, por Malcah 5767

MISHPATIM - La Primera Ley de la Convivencia, por Malcah 5767
de Josefina Navarro - Wednesday, 30 de January de 2008, 14:42
 

B''H

De Malcah para la Quebutzah

 

Madrid – Sefarad

14 febrero de 2007

26 de Shevat de 5767

 

 

LA PRIMERA LEY DE LA CONVIVENCIA

 

 

                                               Al llegar a la Parashah de Mishpatim iniciamos un nuevo ciclo toráico. A partir de ahora, los acontecimientos históricos quedarán a menudo relegados a un segundo plano, mientras que el aspecto jurídico de la relación entre el pueblo hebreo y su misión en este mundo ocupará un lugar privilegiado.

 

                                               La palabra Mishpatim que da su nombre a la parashah, significa "juicios" y deriva de "shofet" que es "juez", tanto en hebreo clásico como en hebreo moderno.  Contiene la palabra "shuf", adjetivo que se puede traducir por "pulido, terso, liso". Esto debe ser un juicio: algo bien pensado, muy pulido y terso para garantizar a la sociedad que la línea de conducta preconizada les será beneficiosa.

 

                                               En este sentido podemos considerar ejemplar el primer Mishpat que se enuncia: "Cuando adquieras un siervo hebreo…" que a primera vista parece racista y parcial. ¿Por qué una ley especial para el siervo hebreo? La respuesta es asunto de sentido común, pero no todo el mundo lo advierte: Es evidente que si Hashem exige el cumplimiento de la Torah a los hebreos, y sólo a ellos, también les concederá algunos privilegios a cambio de su docilidad.

 

                                               Si alguien nos objeta que en la Parashah de de Yitró enfatizamos el derecho del Eterno a conceder su Amistad a gente no judía, le puntualizaremos que una cosa es que El premie la virtud venga de donde venga y otra es la codificación de la conducta que permite el cumplimiento de la Torah y el establecimiento de una sociedad feliz, así como su mantenimiento.

 

                                               Este es el Derecho: un conjunto de leyes que posibilitan la existencia de una sociedad armoniosa, es decir, una sociedad en la cual ningún individuo o grupo salga perjudicado por el ejercicio de los derechos de otros y que tiene como límite el bien común y el derecho de los demás.

                                               Volviendo al capítulo XXI de Shemot, constatamos que responde exactamente a esta definición, pero antes de pasar a este análisis, merece la pena detenerse un instante en una de estas "casualidades" toráicas que, por supuesto, no son ninguna casualidad. Es la siguiente: El número 21, en hebreo, se escribe kaf, alef. La letra kaf representa el número 20, es decir que está ligada a la dualidad, lo cual es lo propio del Derecho, como cualquiera sabe: para que haya Derecho, tiene que haber por lo menos dos partes, es una perogruyada. La pregunta es ahora: ¿Por qué kaf que es 20 y no beit que es 2? Pues, porque el Derecho es asunto social, es decir, de una dualidad que es colectiva y no sólo individual. Por otra parte, kaf significa "palma de la mano", alude a la palma encorvada que da y recibe, que sabe lo que le incumbe dar y recibe lo que le corresponde. Difícilmente se puede encontrar una letra más ligada al Derecho que ésta.

 

                                               En cuanto a la alef, que representa la unidad, indica, en el número 21, que la dualidad bien resuelta del 20 origina una nueva unidad abierta al infinito.

 

                                               Ahora bien, si a este kaf alef que no constituye ninguna palabra especial en hebreo, pero rige la fuerza moral en el ser humano, le añadimos una beit, o sea una dualidad más elemental, privada de la dimensión colectiva, formamos el verbo kaav que es "sentir dolor, sufrir, padecer". El Derecho es representado simbólicamente por dos letras… por dos platillos… no por tres. El verdadero Derecho tiene una característica propia de la Torah: ni se le puede añadir, ni se le puede restar.

 

                                               Pues bien, el primer mishpat que viene enunciado en nuestro texto se refiere al derecho del siervo hebreo que ha sido "adquirido", o, si se quiere, "comprado" (el verbo goneh es polifacético. Traducirlo simplemente por comprar es muy cómodo, tal vez demasiado cómodo, porque implica la noción de esclavitud con lo cual la sociedad moderna queda exenta de cumplir el precepto. En el mundo occidental, hoy en día no hay esclavos. Esto dicen… algunos).

 

                                               Volvamos al mishpat: el siervo, o el esclavo, tiene derecho a la libertad después de haber trabajado seis años para su amo. Al cabo de este período podrá salir de su condición sin dar absolutamente nada a cambio y llevándose a su esposa si ella le acompañaba cuando fue adquirido. Si el amo le dio una esposa y ella le parió hijos, ella y ellos se quedarán con el amo.

 

                                               Al llegar a estas palabras muchas personas ponen el grito en el cielo, sinceramente indignadas por los que les parece un rasgo de crueldad, pero no advierten lo siguiente: el amo ha dispuesto a su antojo de una mujer que tiene derecho a gozar de su protección, así como los hijos que son fruto que son fruto de la unión impuesta. Si el marido tiene la posibilidad de llevarlos con él, pueden perder en un instante la seguridad de la que gozaban en casa del amo. Nadie le garantiza al esclavo que sale en libertad unos ingresos suficientes para mantener a una familia. Nadie tampoco puede garantizar a los miembros de la familia que, sin la autoridad del amo que ha dispuesto de su existencia, el esclavo se portará bien con ellos. Por otra parte, si se deja a la mujer la capacidad de elegir, su marido podrá presionarla. Es más razonable la solución preconizada por la Torah: Si el siervo, o esclavo, quiere seguir viviendo con su familia que renuncie a salir en libertad. Se comportará como varón que ama a los suyos. En efecto, el texto le presta las palabras siguientes: "Amé a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre". El verbo amar que aparece después de un redoblamiento de "decir", o sea, de una expresión que indica firme y solemne determinación, resulta extraordinariamente conmovedor. Nos llega al alma, porque esta abnegación del hombre, que por amor a su familia conserva con empeño un puesto de trabajo que le acarrea muchas satisfacciones, en el mejor de los casos, pero muchas fatigas y contrariedades, esta abnegación la podemos contemplar a diario alrededor nuestro. Por extraño que les parezca a algunos consumidores doctorados en vanidad que viven en pareja para acumular sueldos y se privan de hijos para tumbarse sobre blandos cojines a contemplar erotismo virtual, sigue habiendo en este mundo una gran cantidad de hombres, más o menos admirados, (los ingresos no hacen al caso) que se despellejan todo el día por su familia y por la noche, al llegar a su casa, agradecen a su esposa la confianza que les demuestra y se enteran de lo pretencioso que es el profe de matemáticas, del número de goles que marcó el equipo o de lo indispensable que resulta para el equilibrio psíquico de los adolescentes, la atronadora música de algún disco de moda.

 

                                               Estos son los siervos fieles al Amo que les ha dado una familia y este Amo es

 

Haqadosh Baruj Hu

 

                                               Nos queda ahora por comentar el último detalle del mishpat. Ha hecho correr hectolitros de tinta y arrancados endechas desgarradoras a gargantas indignadas (judías y gentiles). Se trata de la obligación, fijada en el versículo 6, de que el amo haga que se acerque el siervo voluntario a la puerta de la casa, al lugar donde colocamos la mezuzah, es decir, la jamba, donde el Todopoderoso es llamado Guardián de las puertas de Israel, y allí se le perfore la oreja con un punzón. No es para tanto la tortura, todos cuantos llevan pendientes varios y bolitas de colorines colgadas de las partes más varias de la cara o del cuerpo me imagino que me darán la razón.

 

                                              Desde luego al siervo voluntario no le hacían la operacioncita para que se exhibiera en las discotecas. Se trataba simplemente de hacer visible el pacto que le ligaba a su amo. Así éste nunca podrá echarle: había aceptado asumirle y lo tendría que cumplir (los modernos contratos de trabajo, no son tan exigentes. El trabajador actual puede encontrarse despedido del día a la mañana a pesar de tantos convenios colectivos como se redactan a diario, y si no ha acabado de pagar la hipoteca, no es imposible que su familia y él se encuentren en la calle). Como es natural, el siervo también tenía el ineludible deber de servir a su amo según el compromiso señalado por la oreja perforada. No podían andar por allí buscando otro trabajo y arguyendo que no tenía amo.

 

                                               El compromiso era familiar y debía ser afectivo. El verbo amar figura en el texto y nos recuerda que quien nos ha dado una familia merece nuestro agradecimiento y que sacrificarse por su familia, lejos de ser una desgracia, es una bendición.

 

                                               Que al "'oved" le llamen esclavo, siervo o trabajador ¿tiene alguna importancia cuando se trata de garantizar la vida de su familia? Al fin y al cabo, este contrato indefinido, con quien realmente lo tenemos es con el Eterno y el aspecto social recogido en la Torah no es sino su imagen.

 

                                               La primera ley de convivencia es cuidar del trabajador y señalar que éste es un hombre que ama ¡Gran alegría es ésta para fundar una sociedad!

 

 

 

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