27 febrero 2008

contextos: Re: La Mujer sin Nombre

Re: La Mujer sin Nombre
de Josefina Navarro - Wednesday, 27 de February de 2008, 10:33
 

B''H

Intentar hablar de la mujer de Job es, lo estamos comprobando, adentrarse en el abismo de contradicciones y sobresaltos que se abre en el alma de la pareja doliente.

Llegados a este punto de las contradicciones y de los sobresaltos, debemos señalar que la respuesta de Job a su mujer también encierra algunas insinuaciones tremendas que la explicites del texto enmascara. Job dice oficialmente lo que sigue: "Como cualquier necia has de hablar…" y, en esta frase, nos interesa la palabra הנבלות  -hanevalot-, que se suele traducir por "las necias", "las tontas". Es una palabra cuya raízנבלindica la indolencia, la impudicia, la infamia. Al grito de su mujer, Job, contrariamente a las apariencias de la expresión social y religiosamente admisible, contesta con un alarido de dolor. Los dos esposos martirizados se lanzan mutuamente a la cara unas acusaciones violentas, delirantes, que el texto mantiene veladas para indicar que pertenecen a la intimidad de la pareja y, probablemente también, para atraer la atención subconsciente del lector o del oyente sobre la humanidad de los personajes que, en el quebranto de la tortura, llegan a insultarse el uno al otro. Ellos son dos seres humanos, no sólo dos símbolos descarnados y como todos los seres humanos se aman en medio de espantosos padecimientos, se pelean. (Los que no se aman, ante las grandes pruebas no se pelean, se separan.)

En la Torah está todo, nadie lo duda, incluso las broncas conyugales. Recuérdese, por ejemplo al patriarca Jacob enfadándose con su querida Rajel cuando ella se quejó de ser estéril. Ahora bien, en un texto de apariencia tan alegórica como lo es el Libro de Job, este realismo subyacente no deja de sorprendernos y llenarnos de admiración.

Lo encontramos bien patente en la ausencia total de compasión que Job muestra por su familia. Este hombre cuyo lamento representa el grado más sublime del patetismo y la expresión más justa, más acendrada y más desgarradora del sufrimiento, este hombre capaz de recordar cuán ejemplar se mostraba él ayudando a la viuda y al huérfano, no tiene una sola palabra de la compasión para su mujer y sus hijos. Ni siquiera interrumpe al sabiondo Bildah cuando este le dice (capítulo VIII, versículo 4) que si han muerto sus hijos, les está bien empleado. Vuelve a hablar de lo que le sucede a él, de la congoja que le atenaza y de lo injusto que es el trato que él recibe del Cielo.

¡Desde luego, el ego ya lo tiene despierto.. y bien despierto!

Así es: Job está tan sumido en el absoluto desconcierto que no advierte nada ajeno a su dolor.

Para llegar a entenderlo, es imprescindible recordar que el problema del justo perseguido no es el sufrimiento sino la ausencia o, mejor dicho, el silencio de D-s.

Aquí se plantea una pregunta. ¿Vuelve este silencio especialmente egoísta a quien lo padece? Diremos más bien que le enajena y ningún enajenado puede pensar en los demás, ya que para compadecer a los demás se precisa una identidad intacta, coherente, unificada y el enajenado tiene una identidad despedazada. Al sufrimiento se le hace frente y se lo supera con valor y abnegación, cualidades que a Job no le faltan. Al silencio de Di-s en cambio, es imposible oponerle cualidades morales. Cuando El Eterno Se oculta, Se calla, todas las virtudes humanas se tornan irrisorias.

Imaginemos a un músico que, en medio de un concierto se vuelve ciego y sordo sin poder abandonar su atril. Ni ve al director d orquesta, ni oye a sus compañeros.

Recuerda el programa y, por esto, intenta calcular cuál es la obra que está tocando, pero no sabe por donde van los demás… no entiende nada, solo siente las patadas que le están propinando a diestra y a siniestra… esta situación es un reflejo de la desazón que embarga al justo perseguido. No carece de cualidades morales; pero teme no tener derecho a emplearlas y verse más y más castigado si se le ocurre echar mano de ellas porque tiene el sentimiento muy justificado en un caso como el de Job, de sufrir un castigo por ser justo.

En cuanto a Job, es forzoso admitir que este aspecto de la prueba era más duro para él que para su mujer, porque él es cerebral, discursivo, lógico. Él está siempre indagando la razón de las cosas, procurando relacionar causas y efectos. Sus amigos, igual. Experimentan tal desasosiego ante lo incomprensible de una realidad manifiestamente es absurda que para evitar el derrumbe de todos sus esquemas mentales y espirituales, tratan por todos los medios de lograr que la víctima reniegue de su inocencia. Ellos también están enajenados. Se sienten en peligro, son presa del espanto, piensan: "Si este es inocente, lo que le sucede a él puede sucederle a cualquiera, podría sucederme a mí… ¡no¡ ¡a mi no¡ No quiero ni imaginarlo. Quiero estar seguro de que semejante tormento no se me va a infligir a mí nunca y solo lo estaré si hay una explicación racional, una causa evitable, o sea, si éste es culpable. Esto es: éste es culpable, todo lo explica. Además, aumenta su culpa al no confesar… nos sume a los demás la zozobra, tiene que reconocer sus errores".

Sus amigos no vienen ni a compadecer, ni a consolar a Job, menos aún a abrirle horizontes espirituales, viene a torturarle, con la intención de doblegarle, de hacerle confesar su culpabilidad y creer en ella.

No son personas intrínsecamente malvadas, son hombres asustados. Hay cierta conveniencia entre Job y ellos en el sentido de que todos son varones. Las aberraciones y los disparates les dejan anonadados. Se pierden en razonamientos interminables que se les agotan sin resolver nada.

La mujer en cambio, al dejarse arrebatar por la emoción puede llegar a proferir palabras o a cometer acciones descabelladas, pero si, a pesar de sus nervios, no se hunde en la demencia, tiene abierta la puerta de la esperanza, porque la convicción de que las cosas pueden cambiar para bien no es más irracional que la desgracia injustificada.

A este respecto, cabe resaltar que la esperanza representa un factor determinado en la unión de Job y su esposa. Ahora mismo pasamos a analizar una parte del texto que lleva a esta conclusión.

Nos referimos al capitulo XIX. Job se encuentra en el paroxismo de la exasperación indignada. La incomprensión de sus amigos le suena a pedante insatisfacción. Él está aguantando en una tortura real, tangible, que no se amolda a ningún recipiente conceptual.

Intuye confusamente que su desastre interior no es debido a un fallo discursivo sino a la desaparición de un elemento vivificador y así exclama en el versículo 10:

 "Desarraiga cual árbol mi esperanza", mencionando, pues la huida de la esperanza en medio de sus lamentaciones como un desastre comparable a la aniquilación del árbol, símbolo de vida, pero no se detiene en ella, por lo que consideramos este grito fruto de un anhelo muy pujante pero aún desorientado.

La palabra תקוה–tiqváh- (esperanza), ya la ha pronunciado Job tres veces, al llegar a este punto. En la primera (capítulo XIV, versículo 7), que se enmarca en una estrofa espléndida, él echa en falta un vigor semejante al de un árbol capaz de superar la prueba de la tala para rebrotar "al olor del agua", o sea del elemento femenino, maternal. Job añora el seno materno que , por cierto, es el lugar privilegiado de la esperanza. El niño espera nacer y Job que, hasta sufrir el monstruoso suplicio que el Cielo le inflige, h llevado la vida tranquilizadora del niño bueno, invariablemente premiado por lo bien que se porte, está ahora a la espera de renacer en tanto que hombre adulto, indomable e inquebrantable ante la injusticia, por mucho ésta parezca provenir del Padre Todopoderoso.

Pero la esperanza del niño para transformarse en adulto no anida en el seno materno sino en el seno de la familia paternal. Esto viene ilustrado en el capítulo XVII, versículo 15, donde Job se pregunta: "¿Dónde está mi esperanza y mi esperanza quien la divisará?" empleando dos veces laתקותי  -tiqvatí- (mi esperanza) en pleno centro del versículo. A la palabra esperanza ya le pone el posesivo de la primera persona, mientras que el verbo ישורנה  -yeshurennaremite la raíz  שורque designa el cordón umbilical en los textos antiguos. No hay pues ninguna duda posible, Job describe su doble y vana búsqueda de la esperanza, en el seno materno, representado por la fosa y en la familia enumerada a continuación: padre, madre y hermanas (el elemento femenino va apareciendo con más fuerza en el paisaje mental de Job) pero la búsqueda se termina una espantosa y aleccionadora decepción porque se centraba en la familia parental que es un mundo pretérito para el casado y el hombre que pide al pasado la solución a sus problemas no se encuentra sino gusano devorando cadáveres.  Ahora, el  "odjá" que profirió la Mujer Sin Nombre suena en el registro positivo de la invitación a crecer.

Malcah

Continuará...

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