04 marzo 2008

parashah: VAYAKHEL- PEKUDEH - Volver a Empezar, por Malcah 5767

VAYAKHEL- PEKUDEH - Volver a Empezar, por Malcah 5767
de Josefina Navarro - Tuesday, 4 de March de 2008, 15:38
 

B''H

 

De Malcah para la Quebutzah

 

Shabbat 27 de Adar de 5767

17 de marzo de 2007

 

 

VAYAKHEL – PEKUDEH

 

VOLVER A EMPEZAR

 

 

                                              

                                               Aunque no se leen las dos parashiot de Vayakhel y Pekudah juntas todos los años, realmente forman una unidad. Este año las leemos una tras otra, el sábado por la mañana y una vez más, lo comprobaremos. Describen la construcción del Mishcan (el Tabernáculo) con una precisión absoluta. Sin embargo, lo más asombroso de este texto es que repite, casi palabra por palabra, todas las indicaciones dadas en las parashiot de Terumá y Tetzaveh, además de buena parte del capítulo 30 y de todo el 31 de Shemot. Desde luego, se trata del santuario y todos comprendemos que es asunto de suma importancia: el Mishcan recrea en la tierra estructuras celestes por lo que cada material, con sus vibraciones y su energía propia debe ser correctamente fabricado y colocado para que la santidad pueda fluir libre y totalmente por todos los conductos que ella exige y utiliza. Esto queda bien claro y cualquier ingeniero de nuestra época nos confirmará que donde hay movimiento energético, vibratorio, ondulatorio… los canales deben estar en perfecto estado de composición, distribución y funcionamiento. ¡Y esto que ellos nos estarán hablando sólo de movimientos esencialmente materialistas! Pues bien, hasta aquí entendemos la meticulosidad del enunciado. Pues bien, al llegar a la parashah de Vayakhel, es decir, al capítulo 35, nos embarga la extrañeza porque, después de una muy severa admonestación referida al mandato de guardar el shabbat proferida por Moshé, entramos de nuevo en la descripción de cómo se ha de hacer el Mishcán. Todos nos preguntamos por qué tal repetición.

 

                                               Para contestar a esta pregunta, disponemos de algunas indicaciones en el mismísimo texto. Primero: la referencia al sábado que encabeza Vayakhel, también precedía el episodio del Becerro de Oro. Segundo: este episodio del Becerro de Oro media entre la primera y la segunda descripción de la obra Mishcan. Tercero: cuando vio el Becerro de Oro, Moshé se enfureció y rompió las Lujot (Tablas de la Ley), de forma que hubo de volver al Monte y ayunar durante cuarenta días y cuarenta noches para recibir un duplicado de las primeras Lujot.

 

                                               Como es fácil constatar, la característica de la sidrah es la repetición de algo que ya ha costado muchísima atención y no pocos esfuerzos. Después del gran ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, el mismo Moshé peca: en un acceso de ira muy justificado y comprensible pero descontrol al fin y al cabo, que contrasta con su actitud tan generosa del capítulo 32 (¡32, el corazón!) versículo 11, el incomparable guía de Israel rompe las dos Tablas escritas por el Dedo de Hashem  y tiene que volver a ayunar para tener una nueva entrevista con la Divinidad y poder presentar las Tablas, esta vez escritas por su propia mano, que contienen los Diez Mandamientos. Bajó del Monte Sinai, no sólo lavado de su pecado, sino aureolado por el brillo de una especial bendición que le obligó a velarse la cara para no cegar al pueblo con su brillo. Moshé es un ser humano dotado de una psique humana, con sus defectos y sus cualidades. Es un hombre honrado, valeroso, trabajador, con un enorme sentido de la solidaridad, muy responsable y muy leal, pero es violento, a menudo impaciente, intransigente y duro en sus exigencias espirituales… en suma: todo un jefe. Carismático y terrible, desprovisto de ego, nunca pide nada para sí o para los suyos. ¡Como debe ser!  Un jefe cabal y consumado, que merece la confianza del Eterno y del pueblo. Es más que un simple humano corriente, es el ser humano en su gloria.

 

                                               La pregunta que nos asedia ahora es la siguiente: ¿Cómo tuvo el irrisorio Becerro de Oro la potencia suficiente para hacer pecar a Moshé? La respuesta es que el pecado no lo provocó el Becerro, que no era sino una grotesca imagen fundida en un molde y no tenía poder alguno excepto el que le prestaban los consumidores de imagen. El pecado lo provocó el pueblo con su cobardía y su irresponsabilidad. Porque al pueblo, Moshé le quería, le amaba, se sacrificaba por él cual padre/madre que no regatea los desvelos para garantizarles un porvenir a los hijos, bastante frívolos y atiborrados de pretensión que siempre se dejan liar por los desaprensivos más cínicos y luego quieren explicar a los ancianos sesudos y experimentados cómo es "la vida verdadera" y que la culpa de sus desmanes… si es que hay desmanes… la tienen sus padres que… que han tardado demasiado y luego aburren a todo el mundo con sus ayunos y sus excursiones.

 

                                               Esta es la situación de Moshé cuando se ve en el brete de volver a empezar. Ahora, si nos preguntamos cuál era la del pueblo, nos respondemos de inmediato que era volver a esperar. ¿Significa esto que el episodio del Becerro había sido simplemente la nada? Sí y no. Desde luego, un ídolo es la nada. Acabamos de señalar que la imagen se caracteriza por su total impotencia, refleja el miedo a la autenticidad y a la responsabilidad de quien lo adora. Sin embargo, el episodio del Becerro, que obligó a los Hebreos a repetir la experiencia de una expectativa angustiosa, les enseñó a reflexionar. Tuvo que haber allí una especie de introspección colectiva. Nos dice el texto, todavía en Ki Tisá, que unos tres mil varones fueron condenados a muerte, o sea que no todos eran culpables en el mismo grado. No había unanimidad, ni mucho menos y la muerte de tres mil hombres no deja indiferente a una colectividad que, como mucho, llegaba a los dos millones de personas (si los 600.000 peatones que salieron de Egipto eran sólo los cabeza de familia).

 

                                               El episodio del Becerro obligó a los Hebreos a enjuiciar los acontecimientos que se han venido sucediendo de forma espontáneamente caótica desde la salida de Egipto y a valorar su propia actitud. En este sentido, es positivo. Volvemos siempre a lo mismo. Ellos habrán sido esclavos, y el esclavo no está adiestrado en el arte de la responsabilidad. La introspección colectiva no tiene ningún lugar en su vida porque al esclavo se le tiene prohibido asumir responsabilidades. La responsabilidad es lo propio del hombre libre.

 

                                               Vuelven a esperar y Moshé vuelve a bajar con dos tablas de piedra en las manos, pero esta vez no podrán mirarle de frente porque él irradia luz. A Moshé ya no pueden mirarle a la cara… ni falta que hace. Su misión, su luz, ellos las van interiorizando. Esta es la gran lección: han pasado de la teoría que se enunciaba en los capítulos que preceden el episodio del Becerro a la práctica. Esta vez no se les dice qué van a hacer y cómo, sino que hacen, obran, actúan. La pesadez de la repetición refleja la lentitud de una realización escrupulosa y fatigosa pero pura y santa.

 

                                               Nos queda por examinar, con reverencial temor, por supuesto, un hecho llamativo: cuando Moisés baja por segunda vez  del Monte Sinai, tan resplandeciente de la Divina Inspiración que debe velarse la cara, se dirige a los Hijos de Israel para encarecerles la observancia del Shabbat, exactamente como antes, justo antes, de la fundición del Becerro de Oro. Evidentemente hay una conexión muy estrecha entre ambas menciones del cuarto mandamiento.

 

                                               Dijimos la semana pasada que el shabbat es un tiempo negativo. Todos entendemos que está destinado a abrir un espacio a la reflexión, incluso al cuidado del mundo emocional. Está prohibida la tristeza en shabbat, incluso el llanto por los seres queridos que acaban de abandonar este mundo porque, si bien es cierto que nos duele su desaparición, no lo es menos que ellos ya se encuentran en el seno de la Misericordia Suprema, descubriendo la verdad sobre si mismo y sobre su vida en la dimensión que ya han abandonado y nuestra alegría sabática representa un homenaje al Todopoderoso, tal vez el mayor Kavod (honra, homenaje, agasajo) que podamos hacerle: reconocer que Él siempre actúa perfectamente y proclamar que nuestro ser querido goza de un privilegio al encontrarse en Su Seno.

 

                                               Desde esta reflexión podemos entrever una de las causas que explican el recuerdo de la obligación sabática antes y después del Becerro de Oro. ¿Qué mal hicieron los hebreos para decidir la fundición de un ídolo? Pues estar tristes y desesperarse. Adulteraron el compás de espera que representa el polo negativo del tiempo. Tuvieron que volver a empezar. Y, la segunda vez lo hicieron todo bien.

 

                                               Así hicieron el santuario. Nosotros también, cuando comprendemos que, a veces la práctica es muy dura comparada con la teoría y que, otras veces volvemos a empezar porque hemos pecado, nuestro empeño en llegar al bien, siempre recibe la Santa Bendición de Haqadosh Baruj Hu.

 

Y recordarnos a todos en nuestros corazones, que no vinimos a este mundo a tener razón, sino a traer el shalom¡

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