09 febrero 2006

parashah: Parashát Beshaláj, por Rav Daniel Oppenheimer - ¿Hacia o desde?

Parashát Beshaláj, por Rav Daniel Oppenheimer - ¿Hacia o desde?
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Thursday, 9 de February de 2006, 16:08
 
Parashát Beshaláj
¿"Hacia" o "desde"?

por Rav Daniel Oppenheimer

El país estaba literalmente arruinado.  Quien no supiera la historia reciente de la región, no podría definir qué es lo que había sucedido.  ¿Había sido una aluvión? ¿Un terrible terremoto? ¿Una guerra? ¿Todo junto? ¿Era Venezuela, Kosovo o Irak? ¿O quizás el efecto del Y2K?
 
Por las calles la gente transitaba cabizbaja como si estuviesen todos de duelo por algún familiar.  Sus orejas y narices tenían los rastros de las perforaciones por las joyas que solían ostentar, y que ya no estaban más en aquel sitio.  En los comercios de alimentos, se formaban largas filas para conseguir algo que comer, y la gente del campo acudía a la ciudad para obtener comida pues sus árboles estaban totalmente pelados.  Pareciera ser que una plaga de langostas había comido hasta la última hoja verde.  El río que cruzaba el territorio, que antiguamente había sido la fuente de vida y riego, se parecía más a un Riachuelo maloliente con los pescados muertos y ni siquiera la Ministra de Medioambiente se animaba a prometer que algún día se iba a bañar en él.  El olor pestilente provenía también de montículos de sapos muertos que se veían por doquier.  Los vidrios de las casas se habían roto por un horroroso granizo.  La propia gente tenía un aspecto singular.  Todos poseían cicatrices de picaduras de piojos...  ¿o eran los vestigios de una sarna? ¿O acaso los dos? No se podía diferenciar bien.  Muchos tenían mordeduras de animales feroces provenientes del desierto.  Otros tenían dificultad en caminar.  Parecían acalambrados por haber estado inmóviles durante varios días.  El aspecto era calamitoso.
 
Uno de los elementos más extraños, eran algunos de los barrios “fantasmas”.  Era la zona de Goshen, en dónde las casas estaban vacías.  Se notaba que los pobladores se habían ausentado apurados.  En las jambas de las puertas se notaba manchas de sangre y adentro de las casas, los restos del último asado que habían estado comiendo las familias.  ¿Adónde se habían esfumado todos?
 
Algunos periodistas que conocían el país cómo había sido de antes y habían venido a cubrir los macabros acontecimientos de la última época, no podían creer lo que veían.  ¿Cómo había caído la superpotencia que lideraba el primer mundo? ¿Cuántos años demoraría en recuperarse? ¿Iba a ocurrir un golpe de estado para destituir al rey terco que gobernaba el país? Ya se había rumoreado que los sirvientes del rey le habían advertido de la grave situación que atravesaba el campo y que el monarca obstinado había hecho caso omiso a todas las exhortaciones.
 
En algunas plazas públicas, uno podía divisar los carteles que se habían escrito en apuros: “¡Judíos! ¡Go home!” “¡Si quieren, llévense las pirámides, pero váyanse!”
 
De pronto, se escucharon los altavoces y las trompetas que anunciaban que el rey Faraón dirigiría la palabra a la población por cadena nacional.  ¿Iba a renunciar? ¿O iba a pedir perdón por el dolor que había causado? ¿Quizás iba a anunciar que permitiría el ingreso a los inspectores de la O.N.U.? Todos corrieron a escucharlo al balcón de la “pirámide rosada”.  No se le notaba en absoluto la desesperación que él mismo había mostrado cuando lo vieron correr en pijamas (y sin corona) hacía apenas pocas noches en búsqueda de Moshé para rogarle que se vaya del país lo antes posible con todos los judíos y que no volviera jamás.  Totalmente recompuesto dirigió la palabra al pueblo alzando ambos brazos: “¡Compañeros!” - exclamó - “hemos cometido un grave error al dejar libres a los judíos.  Se nos ha escapado gran parte de nuestra mano de obra.  ¡Tenemos que recuperarla!.  Se han llevado todos nuestros tesoros que supimos conseguir.  Vamos a buscarlos al desierto adónde se han escapado.  Yo iré al frente de las tropas.  No tengo miedo ni a los judíos, ni a su D”s.  Síganme.  No los voy a defraudar.  Recuperaremos el honor, la dignidad y la soberanía nacional.  Compartiré todo el botín con Uds.  Todos, sin importar de qué provincia provengan, tendrán su jubilación de privilegio.” El rey siguió su discurso ante el nutrido público.  “¡Vengan a ver!” - exclamó - “yo mismo ensillaré la montura de mi caballo.”
 
Los corresponsales no lo podían creer.  ¿Estaba borracho? ¿Qué haría ahora la gente? ¡Seguramente, lo iría a abuchear!
 
Sin embargo, ¡no sucedió nada de esto! ¡Al contrario! ¡La gente lo aplaudió! “¡Viva! ¡Viva el Faraón!” “Vamos todos a seguirlo.  Pueblo egipcio: ¡unios!” Los periodistas quisieron hacer alguna nota para el noticiero de la noche, pero todos estaban tan entusiasmados con la idea, que nadie les prestó atención.
 
Y ahora, estimado lector, Ud.  que ya leyó la Torá y escuchó la historia de la salida de Egipto tantas veces.  ¿Cómo entiende semejante locura?  ¿Cómo se puede explicar que el Faraón y los egipcios, luego de la espeluznante capitulación apenas días antes a raíz de las plagas cuyos vestigios aún se notaba en el Nilo, en los campos y árboles rasurados, en sus tesoros desvalijados, y aun en sus propios cuerpos lastimados por mordeduras, sarna y piojos, y luego de haberle rogado a los judíos que se vayan – y terminar echándolos, los persigan al desierto para intentar recuperarlos y obligarlos a retornar?  ¿Creían realmente que podrían vencerlos?
 
La pregunta no es fácil de responder, pues no estamos en el lugar del Faraón.  No obstante, la Torá nos da ciertos indicios que nos pueden ayudar.  Nos dice que el Faraón vio que “el pueblo escapó” (Shmot 14:5).  ¿Qué significa esto? En realidad, los egipcios habían pedido y suplicado que se fueran.  A su vez, Moshé había aclarado en numerosas oportunidades, que el objetivo era alcanzar la tierra de Israel y establecerse allí como una nación santa que obedece a la Ley Di-vina.  Sin embargo, al Faraón le pareció que en realidad la partida había sido una huída y, por lo tanto, decidió apresarlos y traerlos.  ¿Qué cambia?
 
La diferencia entre quien va hacia un lugar y quien se fuga del lugar en el que se encontraba, es que el primero tiene un objetivo – sencillo o complejo - que intenta alcanzar.  Teniendo ese fin ante sus ojos, aunque presentaran obstáculos en el camino, procurará estudiar todas las posibilidades para franquear los problemas y llegar a cumplir su anhelo.
Por otro lado, quien se escapa de situaciones difíciles o incómodas, y no tiene metas claras que le indiquen el rumbo, al encontrarse con dificultades mayores, optará por volver a lo “malo y conocido” con lo cual pudo vivir hasta el momento.  Esto sucede en muchos órdenes de la vida.
 
El Faraón especuló con esta posibilidad.  “Seguramente” - pensó al entusiasmar a sus multitudes - “unos días en el calor del desierto van a hacer la tarea y cuando vean el ejército egipcio en pleno, estarán contentos de poder volver y no prestarán más mucha atención a Moshé”.  Sabemos que el Faraón se equivocó...  respecto a los judíos de su época.  Pero no en su razonamiento.
 
Pensemos ahora nosotros en cuántas decisiones tomamos porque queremos llegar a un objetivo, e inversamente - cuántas, por escaparnos de una realidad que nos molesta.  Gran parte de nuestras vidas refleja una repetición de sí misma.  Seguimos una rutina, día a día, que no manifiesta claramente que existan objetivos claros y definidos que estemos persiguiendo.  La mira está puesta en llegar a tener cierto respiro del tedio, desgana y peso de la carga diaria.  Continuamente se nos presentan estorbos, de toda clase.  Cuando estos entorpecimientos se multiplican hasta el punto de creer no poder tolerarse más, se quiere salir de la rueda de lo cotidiano.  Escaparse.
 
Por ejemplo:  hay personas que emigran a Israel pues sienten que radicándose allí se realizan espiritualmente.  Hay otros que no toleran más su situación local y están dispuestos a “ir a cualquier lado”, con tal de irse.  Obviamente que ante los escollos que se presenten, los primeros estarán mucho mejor preparados para enfrentarlos que los últimos.
 
En este momento de “vacaciones”, al mismo modo que cuando tenemos la oportunidad de un “fin de semana largo”, nos escapamos hacia algún lugar para tener un poco de tranquilidad de la realidad que no podemos o queremos modificar.  Las vacaciones, de este modo no cobran un significado especial, sino que representan un simple espacio vacío sin la actividad habitual.
¿Programa? ¿Razón de ser? No hay.  Para pasarla más ameno, no faltan aquellos que muy gustosamente tientan a la gente a gastar su dinero que fue ahorrando en el año.  En esta situación también nos podemos preguntar: “¿hacia?” o “¿desde?”
 
Cuando Iosef iba en búsqueda de sus hermanos por orden de su padre, lo encontró un hombre (de quien dicen los Sabios que era un enviado de D”s), que le preguntó:  ¿Qué deseas? (Bereshit 37:15).  Este versículo en hebreo contiene la palabra “Lemor”, (que repita).  Hay quienes entienden en las palabras de Mensajero Di-vino, que le dice a Iosef:  “Nunca te olvides qué es lo que realmente deseas.  En medio de tantas complicaciones que se presenten (el odio de los hermanos, ser esclavo, estar lejos de su familia, la seducción de la esposa de Potifar, la cárcel, la hambruna, las obligaciones de ser Virrey de Egipto), no debería borrar de la memoria, su auténtico propósito de vivir.
La pregunta que nos debemos formular entonces es:  ¿Tenemos objetivos claros y definidos?

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