20 octubre 2006

parashah: Parashát Bereshít, por Rav Daniel Oppenheimer - Bereshít Bará...

Parashát Bereshít, por Rav Daniel Oppenheimer - Bereshít Bará...
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Friday, 20 de October de 2006, 00:07
 Parashát Bereshít
BERESHIT BARA...

por Rav Daniel Oppenheimer

Comenzar a leer la Torá nuevamente, habiéndolo hecho igual en años anteriores, no supone un simple repaso de algo que ya sabemos, sino que constituye un nuevo desafío: superar en conocimiento y profundidad todo aquello que ya alcanzamos en los estudios previos.

La Torá empieza narrando la Creación del mundo. El vocablo mismo “Bri’á”, significa “La Creación” - refiriéndose a que el Todopoderoso creó el mundo a partir de la nada absoluta: “Iesh me’Ain” (ex-nihilo). Incluso los elementos primarios como el tiempo y el espacio también fueron creados por D”s. Nosotros no podemos intuir empíricamente la inexistencia total, pues vivimos precisamente dentro de una existencia tridimensional finita (que por supuesto incluye al tiempo y al espacio).
En nuestras plegarias matutinas decimos que la creación no fue un evento único del pasado, sino que es un fenómeno continuo, es decir, que el mundo se mantiene y sigue existiendo consecutivamente a partir de Su voluntad, tal como expresa el pasaje “Quien concibe (en tiempo presente) las grandes luminarias” (Tehilim 136:7). El R. Sh.R. Hrsch sz”l (Bereshit 1:4) entiende que este concepto está implicado en la palabra “tov”, que habitualmente se traduce como “bien”, pero que en el contexto de la creación de D”s, enseña que cada parte de la creación se conserva mientras cumpla su rol de acuerdo a la determinación del Todopoderoso. A diferencia de la industria humana, en la que lo engendrado por la persona, lo sobrevive y se torna independiente de su autor, cada partícula de la Creación existe gracias a que desempeña su función específica.


El hecho mismo que la Torá comienza con su primera aserción respecto a que el mundo en el que vivimos fue creado, tiene numerosas ilaciones en nuestra creencia, en nuestras actitudes éticas, y en la práctica diaria. Este postulado básico es anterior a nuestra vida, y precisamente por las consecuencias que acarrea, fue y sigue siendo cuestionado por gran parte de los humanos. Obviamente, este breve fascículo no puede abarcar semejante cuestión, pero sí amerita un acercamiento para poder luego profundizar más.

¿Cómo sabemos que hay un Creador?

Sobre el tema hay mucho escrito. Sabemos que la captación física de D”s es imposible, y la Torá así lo manifiesta (Shmot 33:20).
En diferentes textos se podrá encontrar aproximaciones al reconocimiento de D”s por vías del diseño que divisamos en el universo en su dimensión total o en sus pequeñas finezas, y también reconociendo las maravillas de la Creación y conmovernos con su belleza - como dice el Ramba”m (Hil. Iesodei HaTorá 2:2).
Asimismo: “Todos los elementos naturales cantan la gloria del Creador” (Tehilim 19:2). “¡Cuán considerables son tus obras, D”s, todas las haz elaborado con sabiduría, la tierra está colmada de Tus posesiones!” (Tehilim 104:24). Uno de los comentaristas explicó la parte final de esta cita del siguiente modo: “la tierra (con sus infinitas magnificencias) está atestada de medios por los cuales se puede acceder al conocimiento del Creador”.
A esto se le suman muchas exposiciones de orden filosófico y otras. (Recomendamos la lectura del libro “Libertad para creer”, recientemente traducido al español sobre el tema).



Nosotros, los judíos, recibimos el saber de la existencia del Creador por medio de nuestros padres, quienes a su vez, lo han absorbido desde pequeños de sus propios padres, y así - colectivamente, generación tras generación - de los hebreos que han estado de pie al pie del Monte Sinaí y experimentaron en carne propia la vivencia certera de estar escuchando Su Voz. (Si hoy hay quienes no recibieron este ineludible legado directamente de sus padres biológicos, esto se debe a la confusión que trajo al mundo la emancipación de los judíos europeos a comienzo del siglo XIX, el posterior “iluminismo” a fin de aquel siglo, la emigración a comienzos del siglo XX, y reemplazado en última instancia por el materialismo prevaleciente de las últimas décadas. Todos estos fenómenos dejaron obnubilados a quienes fueron creciendo en estos procesos).

Habitualmente la gente cree que la Emuná requiere una suerte de creencia misteriosa. Hay un atractivo reverencial generalizado a todo lo que parezca esotérico, oculto, misterioso, enigmático. No nos debemos dejar llevar por estas tendencias. Ramba”m (Iesodei haTorá 8:1) nos dice que “los judíos no ‘creyeron’ por fuerza de los milagros que presenciaron, pues aquel que así lo hace, no puede sino permanecer con cierto grado de escepticismo en su corazón” (por si se tratase de alguna clase de brujería). En cambio, todas las maravillas realizadas por D”s a través de Moshé, ocurrieron por la necesidad del momento y no fueron llevadas a la práctica para demostrar que existe la profecía.

Quien lee la Torá sabe que no hay lugar para suponer que nuestros antepasados aceptaron ingenuamente lo que se les decía sin cuestionar. La verdad es claramente la contraria: los hebreos se quejaron por todo aquello que les resultaba dificultoso (la Torá nos dice que fueron sancionados por el modo de pedir las cosas, o por no estar a la altura de lo que vivenciaban y presenciaban en el desierto). Es más: D”s insiste en que se estudie y analice todo. En el Talmud esto se expresa explicando el porqué la tierra de Israel quedó desolada, y D”s responde: “Porque abandonaron mi Torá que he puesto ante ellos (Irmiahu 9:11-12). Dijo R. Shimón bar Iojai: “Si has visto las ciudades de Israel yermas, esto se debe a que no han contratado a escribas y maestros de Torá”.

La honestidad intelectual de los Sabios de todas las épocas es legendaria.
En Eduiot (5:7) estudiamos que Akavia ben Mahalalel disentía con el resto de los Sabios de su época en cuatro temas. Akavia mantenía su posición frente a la de los demás debido a que era la que él había escuchado de parte de la mayoría de sus maestros en sus años de estudio. De acuerdo a la regla de la Torá, pues, siguió a la mayoría de la cual había aprendido Torá. En su época, quedó vacante la posición de jefe del Bet Dín, sin duda un cargo de jerarquía en el cuerpo legislativo del pueblo. Conocido por su erudición y rectitud, los Sabios se le acercaron y le ofrecieron ser el nuevo Av Bet Din con la condición que se retractara de los cuatro puntos en discordia y se sumara a la opinión de los demás. Akavia les contestó:
“prefiero que me llamen ‘tonto’ (shoté) toda mi vida (por haber perdido esta oportunidad) y no ser ‘falso’ (rashá) por un instante delante del Todopoderoso - pues la interpretación de la gente será que cambié de opinión para llegar al poder”.

Rash”í, el comentarista universalmente reconocido de la Torá y del Talmud, glosa en sus escritos (según los contó Rabí Akiva Eiger z”l) en cuarenta y cuatro instancias talmúdicas que “no sabe lo que significa determinado concepto”. En el TaNa”J la cantidad de menciones análogas es aun mayor. ¿Por qué? ¿No podía haber simplemente omitido y callado, eludiendo el tema?
La respuesta es que el reconocimiento de las limitaciones propias no es una señal de debilidad, sino justo lo contrario: hubiese sido deshonesto disimularlas. De haber silenciado aquella frase, el estudiante podía haber creído, que el texto no requiere explicación por su sencillez. Por lo tanto, Rash”í le quiere advertir a que está frente a una dificultad desafiante - y lo fue aun para él.
La tentación de falsificar, plagiar, exagerar o negar es una desgracia que aflige a muchos círculos académicos. Al abrir las páginas del Talmud, uno se maravilla por la preocupación en mantener la exactitud de las citas, mencionando permanentemente los nombres de quienes dijeron cierta enseñanza y quienes la volvieron a transmitir. Jamás se encubre a un Sabio cuyas palabras quedan cuestionadas por testimonios de sabios anteriores.

Se cuenta del autor de una de los libros más estudiados, que parte de su horario diario estaba dedicado a “borrar (parte de) lo que había escrito y copilado el día anterior”.

Es más fácil escribir - que borrar lo que un ya escribió.



¿Qué nos cambia si creemos en un Creador?

A simple vista - y muchos realmente lo suponen - la creencia en la teoría de la evolución de las especies de Charles Darwin y del surgimiento espontáneo de la vida se basa meramente en elucubraciones científicas. Sin embargo, la cuestión no es tan así. Esta creencia “libera” a sus fieles seguidores de estar sometidos a un orden ético. El hecho de sostener que no hay un Creador, sino que somos fruto de un accidente, implica que no hay un propósito en nuestra existencia (los accidentes son por naturaleza fortuitos y niegan todo orden y proyecto), y por ende quita también de todo valor moral a la vida.
No solamente consideramos ser creados en general, sino que cada don, capacidad, talento, y virtud que nos caracteriza, y cada oportunidad que se nos presenta, es parte de esa creación individual que nos distingue. O sea, que valorizamos (o debemos de hacerlo) cada instante y circunstancia que vivimos. Todo esto enaltece nuestro reconocimiento de auto-aprecio.

De carecer este mundo de propósito moral, dejan de existir el “bien” y el “mal” absolutos. Todo se convierte en discutible, relativo y opinable (aun el hecho del delincuente que robó la cartera con los documentos…).
De no creerse en una moral Di-vina, se puede responder a cualquier argumento moral que esa “es la opinión personal tuya”… y no hay con qué responder.

A pesar que hubo numerosos cuestionamientos desde el ambiente científico, que se ha desenvuelto cuantiosamente desde mediados del siglo XIX, cuando fue dada a conocer, sus adeptos se aferran a ella celosamente por las inferencias de la alternativa de un mundo creado y sus corolarios en materia de deberes humanos.
A medida que transcurren los años, es cada vez mayor la publicidad que se le da a estas teorías cuestionadas, y se denigra burlonamente a quienes sostienen la tradición de ver este mundo como creado, en términos de: “arcaicos”, fanáticos, defensores de una “verdad revelada” (a diferencia de su legitimidad “progresista”). Así, en ciertos círculos es mal visto que uno se declare abiertamente creyente en la Creación programada y planificada - tal como lo hemos adquirido de los ancestros.

¿Qué objetivo tiene la creación?

Antes de entrar en la cuestión del “motivo” de D”s, es menester hacer una aclaración. A diferencia de nosotros, los seres humanos, en cuyo contexto, cuánto más “imperioso el motivo” para realizar alguna acción, tanto más impone al sujeto llevar a cabo aquella acción. No así D”s. Nada, en absoluto, es imperioso para Él. Esta es una de las trabas en “comprender” Sus razones. Asimismo, aun si llegáramos - dentro de nuestra limitación intelectual - a entender una lógica por algo que D”s hace, esto no significa que aquella deba ser “el motivo” de D”s, sino puede ser alguno de tantos otros.
Esta introducción no obsta a que intentemos humildemente aprender de lo que se nos transmite en las palabras de los Sabios, acerca de los “objetivos” de D”s, pues el mero hecho de tener presente aquello que D”s nos dice qué es valioso para Él, obviamente nos permite acercarnos más a entender cuál es nuestra función dentro de este universo, y esta cuestión es la fundamental para cualquiera de nosotros.

Ahora sí.
Según el Midrash Tanjumá (Parshat Nasó), D”s “anheló que se cree un espacio de habitación para Él en los mundos inferiores” (o sea en el universo material). Este sería el sitio en el que el Hombre lo podría buscar y convertir la materia en ser espiritual, mediante la elección del bien definido por D”s, convirtiendo de ese modo al universo - en donde la realidad de D”s no se evidencia en la materia - en una certeza expuesta por la evidencia de las acciones que responden a Su Voluntad. Esa es entonces la razón por la cual nos entregó la Torá, que es la que encierra Su Mandato, Programa y Diseño.

“D”s creó todo para Su propósito”
(Mishlé 16:4): aun aquello que pareciera ser opuesto a Su deseo, cumple una función que - muy posiblemente- desconocemos. “Y D”s vio todo lo que creó y he aquí que era muy bueno” (Bereshit 1:35). El Midrash dice que “muy bueno” viene a englobar la inclinación hacia el mal (Ietzer haRá), los sufrimientos y la muerte - todos elementos de los que nos cuesta aceptar y entender que se denominen “buenos”, fuera del contexto de la Sabiduría Perfecta de D”s (R. Sh. R. Hirsch sz”l). (Ver también la última Mishná de Pirkei Avot).

Asimismo, el ser humano es el beneficiario de la perfecta e infinita Bondad Di-vina, pues al superar aquellos desafíos que presenta el mundo físico en el que ha sido colocado por D”s observando escrupulosamente Sus mandatos, se hace acreedor de aquella gran bondad, sin el estigma vergonzante de recibir aquel premio como obsequio - sin haber realizado algún esfuerzo propio para merecérselo.
La capacidad intelectual y espiritual del hombre, está diseñada para poder gozar, de la Presencia Di-vina, y de la satisfacción espiritual de estar haciendo el bien, definiéndose así como objeto primordial de la creación.


Hemos, muy escuetamente, tratado estos puntos relacionados con la creación del mundo. Cada uno de ellos debe ser analizado con profundidad, lo cual dejo en manos de los lectores.

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