01 febrero 2006

Kolót: Hitler, la adhesión de las masas y el nuevo sensorium

Hitler, la adhesión de las masas y el nuevo sensorium
de EduPlanet Rectorate (daniEl I. Ginerman) - Wednesday, 1 de February de 2006, 02:08
 

 

Kol Hasbará

"Mirad... aquel que es guardián de Israel, ni se descuida ni duerme".

                                                                                                                                                        Salmos Salmos 121:4
editado por Jaime Gorenstein


Hitler, la adhesión de las masas y el nuevo sensorium

                                                                                                                                                                                                                               Por  María Josefina Santillán. Lic. en Historia. UNT.

                Diversos estudios trataron el tema de la responsabilidad del pueblo alemán en el holocausto. De esta manera surgió un debate en el que hay tesis contrapuestas: la tesis minimalista[1] la cual afirma que los actos criminales sólo fueron obra de las SS, además consideran que lo ocurrido es equivalente con otros crímenes masivos de la historia, tales como la URSS de Stalin. En 1989 esta tesis fue retomada por el historiador británico David Irving quien niega que Hitler haya ordenado la “solución final” pues no existe documento alguno que lo pruebe. Esta teoría fue duramente criticada por la historiadora Deborah Lipstadt quien lo acusó de negacionista. Irving llevó el caso a juicio en el año 2000 y perdió[2]. Este caso despertó un amplio debate en diferentes partes del mundo.

En el otro extremo se encuentra la tesis maximalista[3], que enuncia que hubo una responsabilidad colectiva y que los alemanes, desde tiempos remotos, eran antisemitas y se sintieron identificados con el III Reich en la “solución final”. Esta afirmación fue adoptada ampliamente en la tesis doctoral del historiador Goldhagen en 1997 y también generó un importante debate entre académicos.

                Una tesis intermedia es la del sectorialismo[4], por la cual se afirma que los grados de adhesión variaron según las etapas de la política del III Reich. En cuanto a las complicidades en el holocausto, ellos sostienen que superan al ámbito de las SS, sin embargo esto no quiere decir que hubo un consenso mayoritario pues se ocultó, a la población alemana, lo que ocurría en los campos de la muerte.

                Teniendo en cuenta las tesis que hemos esbozado, abordaremos esta problemática reflexionando sobre la adhesión que recibió Hitler en el marco de la sociedad de masas. No pretendemos indagar si hubo o no una amplia mayoría que siguió la política antisemita de Hitler, sino considerar como llegó al poder, esto es por la vía democrática; que tuvo seguidores fanatizados y seguidores que sólo fueron parte semi-inconsciente de la máquina genocida, esto es en su carácter de masa; que así como tuvo adheptos tuvo también adversarios, quienes a pesar que trataron, no lograron destronar rápidamente esa política por no contar con aquella hegemonía masiva con la que sí contaba el régimen.

El concepto de masa

                Veamos, en primer lugar algunas consideraciones generales con respecto al concepto de masa.

                “El concepto de ‘masa’ tuvo su origen intelectual en el siglo XIX, ante los cambios revolucionarios en la sociedad europea. Muchos pensadores veían que la tendencia social predominante era el paso de una sociedad aristocrática a la democrática. Es decir, un cambio profundo que afectaba la consideración tradicional de los valores, jerarquizados de manera estable y respondiendo a la natural organización de la sociedad, para pasar a una sociedad donde todo se convertía en arbitrario y la opinión de la mayoría reemplazaba a los valores establecidos.”[5]

                Es en el siglo XX, sobre todo, donde la “masa” –en su carácter destructivo- va a tener protagonismo histórico. El término “masa” parece aludir a una multitud y aunque no implica necesariamente ello, las relaciones de masa se dan en grandes poblaciones. “Las organizaciones de masa son grandes, formales y no se basan en las relaciones primarias de sus miembros lo que da como resultado, relaciones relativamente despersonalizadas”[6]

                En el comienzo del siglo XX, quienes consideraron que el movimiento de masa era una amenaza atroz, Umberto Eco[7] los llamó Apocalípticos. Y aquellos que aceptaron el fenómeno de masa acríticamente, se los denominó Integrados. Pero contemporáneamente a ellos había una tercera posición, como la de Walter Benjamín, que consideraba a la masa con características positivas y negativas. Según se adhiera a una de estas tesis, variará la definición de masa.

                Dos textos de importancia, con respecto al tema, que surgieron -entre 1920 y 1930 - son el de Sigmund Freud: Psicología de las masas y el de José Ortega y Gasset: La rebelión de las masas.[8] Freud destaca que en la masa los hombres son bárbaros, actúan como primitivos y liberan lo que está en el individuo reprimido. Agrega, además, que una masa puede ser impulsiva, violenta en sus juicios y es susceptible de asimilar los argumentos más simples e imperfectos. Debido a estas características la masa es fácil de conducir y conmover. Sin embargo, señala que no todo en la masa es negativo, porque es posible que surjan creaciones importantes como los idiomas, los cantos populares, etc.

                Freud tratará de explicar psicológicamente las motivaciones que llevan a una masa a actuar de una manera peligrosa. Y concluye que en la masa se dan lazos afectivos que mantienen unidos a sus miembros. El individuo renuncia a lo personal para ser igual a los otros. Define a su vez a las masas artificiales, cuya composición puede ser heterogénea, como aquellas sobre las que actúa una coerción exterior a fin de mantener la unión. Ejemplos de este tipo de masas son el ejército y la iglesia.

                Tanto en la iglesia como en el ejército la unidad está dada por la ilusión de la presencia visible del jefe (Cristo y el general en jefe). Él es el que ama a todos por igual, su desaparición acarrearía la disolución de la organización. En la masa hay lazos de los individuos entre sí y de los mismos con el jefe. Si bien en todas las relaciones afectivas hay sentimientos hostiles que los hombres reprimen en su individualidad, en la masa se liberan. Los “individuos se mantienen como si fueran iguales, cortados con el mismo patrón, toleran las particularidades de los otros, se consideran iguales y no experimentan aversión y esto es posible por los lazos libidinosos entre las personas.” [9] Los miembros de la masa al no poder identificarse con el jefe, lo convierten en su ideal y se produce, en consecuencia, una identificación entre ellos.

                Ortega y Gasset identifica, en 1930, masa con la sensación de “lleno”. Menciona características negativas de la masa, puesto que ve la amenaza que sufriría Europa si la masa subiera al poder. Presiente el poder de Hitler.

                Por otro lado, diferencia las minorías de la masa. En las minorías están formadas por individuos cualificados, en cambio, en la masa el conjunto de personas que la integran no son especialmente cualificados.

                “Masa, hombre masa, es aquél que no se valora a sí mismo por razones especiales sino que se siente ‘como todo el mundo’ pero no se angustia, al contrario, está a gusto por ser igual a los demás.”[10]

                En la sociedad de masas, para Ortega y Gasset, se debilitan los lazos de solidaridad, identidad y conciencia de clase para transformarse en lazos de masa. También considera que la masa es fácilmente influenciable y hay fuertes lazos afectivos entre sus miembros.

                Particularmente interesante es el planteo de masa que hace Walter Benjamin[11] a la hora de analizar esta problemática. “Para él la masa merece ser nombrada como ‘barbarie’, pero le reconoce dos aspectos: uno que arrasa con todo para permitir la apertura de nuevos caminos, es la barbarie de los creadores, de los constructores. Otro es el que se refiere a la mera destrucción, a la pérdida de experiencias valiosas o, incluso, a lo oscuro que se da simultáneamente con momentos luminosos de la cultura.”[12]

En el desarrollo de nuestro trabajo, vamos a considerar la masa “como barbarie” de la que hace alusión Benjamin. Esta masa tiene pobreza de experiencia, disuelve la tradición, la costumbre, la memoria. La masa es, para Benjamin, desmemoriada, “arraiga en un presente vivido como transición a un futuro que promete cumplir con todas las esperanzas; es lo desheredado, aquello donde nada se transmite, la tabula rasa donde es posible imprimir nuevas huellas; es lo que resulta de la expropiación de las comunidades que al desaparecer se confunden en la masa y donde sólo quedan jirones de experiencia comunitaria y restos de monumentos tradicionales.”[13] En la masa los asesinos se pueden esconder, perseguidores y torturadores se mezclan y no se distinguen en la multitud.

La huella de cada uno se borra en la multitud en la ciudad que crece, la huella del burgués es comida por la masa. En la muchedumbre ciudadana, todos son iguales. Como resultado de ello surge “una nueva forma de sentir-masa” o, como dice Benjamin, un nuevo sensorium y, como tal, exige un lugar. La masa como barbarie, entonces, hace “sitio” y su carácter destructivo “hace odio”.

Breve referencia histórica sobre el ascenso de Hitler

Relataremos, brevemente, cuáles fueron los acontecimientos vividos en Alemania para luego intentar interpretar lo ocurrido con las teorías mencionadas.

Cuando terminó la Primera Guerra Mundial, Alemania no salió beneficiada, al contrario, siendo la principal “perdedora”, debía pagar los daños ocasionados. El tratado de Versalles imponía condiciones muy estrictas para ese país,  los franceses querían garantías de que los alemanes no vuelvan a atacarlos. Si bien no consiguieron todas las cláusulas que deseaban, tuvieron que conformarse con la ocupación de algunas zonas de Alemania. También contemplaba el tratado la desmilitarización de la Renania alemana; severas limitaciones sobre las cuantías de las fuerzas y los armamentos alemanes; se le exigía , además, que pague una gran indemnización y que reconozca su responsabilidad en la guerra. El problema fue que el país no tenía los medios para recuperarse y empezar a pagar, y como fueron privados de los trenes y de las maquinarias no podían recuperar su nivel productivo para pagar la deuda. La situación en que se encontraba Alemania empeoró con la pérdida de territorios en el Este, que se convirtieron en nuevos estados, y por la existencia, en algunos estados, de minorías alemanas bajo dominio extranjero.

                No veremos todas las características del tratado de Versalles, ni tampoco todos los otros tratados de paz que se firmaron después de la Primera Guerra Mundial, por los límites de este trabajo, sin embargo diremos, a grandes rasgos, que los tratados de paz se hicieron sin tener en cuenta las nacionalidades ni, tampoco, la integración económica de los territorios. De esta manera se crearon poblaciones enormes con minorías nacionales dentro de los estados.

El período de 1920 al 29 será la denominada “era de las ilusiones”, es decir que se creía en un retorno fácil a la normalidad que existió antes de la guerra y, en realidad, se preparó el camino para la Segunda Guerra Mundial.

                El gran problema, en materia económica, fue el de las deudas de los países vencidos con los vencedores y las deudas de los vencedores entre sí. El esquema era el siguiente: Alemania, Austria-Hungría y Turquía le debían a Inglaterra, a Francia y a Italia. Y estos tres últimos países le debían a Estados Unidos, siendo éste el máximo acreedor de la guerra.

 Todo se va a agravar en el 29 con la “gran depresión”. Crisis económica que se inició en Estados Unidos y que repercutió en todos los países. Se inició, sobre todo, porque las capacidades de producción de las regiones periféricas – en el período de entreguerras- aumenta enormemente y cuando Europa retoma su puesto con su nivel productivo, encuentra que el mundo distribuye mercados de consumo poco flexibles, entonces hay un exceso, por ejemplo, de productos agrícolas y los productores agrícolas –al no vender o vender a precio muy bajo- se endeudan con los bancos que les dieron préstamos, los bancos cierran, se da una serie de especulaciones en la bolsa y las acciones caen abruptamente porque no hay respaldo en riquezas. Cabe señalar que esta crisis no fue sólo agrícola, muchos rubros de la economía se vinieron abajo, fue una crisis estructural del capitalismo. Estados Unidos, ante la crisis, va a exigir el pago a sus deudores y a su vez los deudores se exigirán los pagos entre sí. La falta de pago, ocasionó momentos de mucha tensión, como cuando los franceses decidieron invadir la Renania. Esto  exacerbó la disconformidad social, situación que fue aprovechada por el nazismo para llegar al poder.

En el plano político, luego de la guerra, se creó la Sociedad de Naciones, institución encargada de mantener la paz, sin embargo no la integran todos los países y, a pesar que se imponen las Repúblicas Parlamentarias, hay una crisis de la “democracia liberal”. Esto tiene que ver con lo sucedido en el transcurso de la guerra, puesto que en ella se necesitó unidad de mando y rapidez y, entonces, muchas veces se recurrió a los decretos en vez de las leyes. Esos decretos favorecieron el poder del órgano ejecutivo.

 Los ataques al liberalismo político en provecho del poder ejecutivo constituyeron peligrosos precedentes que serán invocados con frecuencia como las únicas soluciones que permiten resolver las dificultades sociales. La República de Weimar en Alemania sólo existía porque había sido vencida y porque los que la fundaron colaboraron en esa derrota. Esta república es la que firmó las condiciones de la pacificación y no pudo afrontar diversos problemas como: el desempleo, el abastecimiento de las ciudades, la crisis de los negocios y de las industrias, entre otros. El dinero perdió su valor a una velocidad escalofriante y los precios subieron en gran medida. Esta coyuntura infligió daños irreparables a las clases medias y contribuyó a que se volvieran contra la república.

                A pesar de todo, la República de Weimar sobrevivió. El momento crítico se superó, gracias a que en el extranjero se dieron cuenta de que el castigo económico equivalía a la demencia económica. El gran préstamo internacional permitió estabilizar la moneda y dio lugar a la recuperación económica del país.

                La otra cara de la moneda consistió en que muchos alemanes no se reconciliaron. Los comunistas atacaron constante y amargamente a los socialistas, que sustentaban la república. Los grupos nacionalistas socavaron la lealtad a la república apelando a conservadores que añoraban la gran época de Bismarck, cuando Alemania dominaba Europa (o al menos eso parecía). También apelaron a un nuevo nacionalismo que pretendía ahogar las diferencias internas en una fe –más o menos tribal- en el <<pueblo>> (Volk) alemán. Es verdad que, a medida que avanzaba la década del veinte, se recortaban las concesiones del Tratado de Versalles; por ejemplo mediante la reducción de las indemnizaciones. También es verdad, que en el nuevo tratado firmado en 1925 en Locarno entre los principales estados europeos, al que los alemanes accedieron libremente, aparentemente se puso fin a las disputas en occidente. Sin embargo, las tierras que Alemania perdió en el Este y el destino de los pueblos de sangre alemana en los nuevos estados de Europa central avivaron la cólera nacionalista.

                Esta coyuntura que vivía el país fue aprovechada por Adolfo Hitler en su camino de ascenso al poder. Hitler era un austríaco que, luego de una infancia desdichada, encontró alivio y contento psicológico en la Gran Guerra. Se alistó en un regimiento bávaro y pronto demostró sus dotes como soldado; fue ascendido a cabo y lo condecoraron dos veces. La derrota supuso una amarga experiencia y consagró el resto de su vida a cambiar el veredicto de 1918. A principio de los años veinte se convirtió en agitador nacionalista, denunció el Tratado de Versalles y en 1923 intentó derrocar el gobierno municipal bávaro como preludio de su marcha sobre Berlín. Fracasó y pasó una temporada en la cárcel, allí escribió un libro Mein Kampf (Mi lucha) de clara ideología antisemita.

                Hitler era el líder de un pequeño grupo, el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), cuyos miembros eran llamados “nazis”. En su discurso figuraba el desprecio a la paz de Versalles, al mismo tiempo que sostenía la necesidad de que los alemanes se unan en un único estado-nación capaz de conquistar nuevas tierras en el este para el Volk. En 1930 logró un gran número de puestos en el Reichstag y tres años después fue elegido canciller (jefe del gobierno o primer ministro) por el entonces presidente Hindenburg. Cabe destacar que hubo opositores al nombramiento y al mismo tiempo se produjo el incendio del Reichstag (27 de febrero de 1933).

Hitler apeló al deseo de muchos alemanes de resolver los problemas políticos a través de medidas severas y de la unidad nacional. Sacaron partido de la impaciencia para con los políticos parlamentarios que habían sido incapaces de evitar el desastre económico, del deseo de encontrar chivos expiatorios (que alentó a los ciudadanos a ver enemigos de la nación alemana en los capitalistas, los marxistas y los judíos) y del resentimiento hacia el Tratado de Versalles que muchos alemanes consideraban la raíz de sus problemas. A medida que la crisis se ahondaba, aumentó rápidamente el número de las <<tropas de asalto>> semimilitares del movimiento nazi (las denominadas SA). Se habían creado para evitar las interrupciones durante los mitines de los nazis, pero se convirtieron en bandas de matones y poco después se dedicaron a aterrorizar a sus adversarios políticos y a los judíos casi sin ser estorbados por la policía.

El líder nazi solicitó la celebración de nuevas elecciones (tenía derecho a pedirlas) y prometió formar una coalición con grupos conservadores. Se sabe que el líder nazi se sirvió de procedimientos democráticos para llegar al poder, y cuando lo obtuvo se dedicó a destruirlos. En cuanto a las elecciones, se propusieron ganarlas como cualquier otro partido y, en tanto facción en el gobierno, controlaban la radio y la utilizaron para promocionar su campaña. Fue el primer partido que paseó a su líder por toda Alemania en su avión, sacando el máximo provecho de su personalidad carismática. Aunque no obtuvo la mayoría de votos (a pesar de que lo votaron 17 millones de ciudadanos, el 44 % del electorado). Entonces, Hitler solicitó al parlamento – donde tenía asegurada la mayoría gracias a las alianzas con otros grupos- legislación especial que daba al gobierno poderes extraordinarios para gobernar por decreto y la obtuvo en marzo del 33.                               

Se inició, de esa manera, el proceso de  Gleichschaltung: la coordinación de la sociedad alemana, en virtud de la cual todo quedó bajo el dominio de los nacionalsocialistas

"En su avance hacia el poder absoluto, el NSDAP concentró sus energías en  eliminar lo que quedaba en pie de la constitución de Weimar y crear un estado totalitario dominado por un líder absoluto, en el que la economía, la sociedad y la cultura estarían coordinadas bajo la férula de un partido único y un gobierno subordinado al partido."[14]

Finalmente, Hitler se autodesignó juez supremo en junio de 1934. A partir de ese momento se exigió que todos los magistrados y funcionarios, prestaran juramento de fidelidad al Fürer y por medio de la violencia eliminó la oposición. Incluso llegó a atacar los propios adeptos a su partido. En la denominada <<Noche de los Cuchillos Largos>> en junio de 1934 purgó a las SA y asesinó a Ernst Röhm por el poder y prestigio que éste había adquirido.

Las SS (Schutzsaffel) era el arma de terror racial del partido, su jefe era Heinrich Himmler, quién tenía además el objetivo de crear nuevos líderes nazis.

En el  centro mismo de la concepción del mundo (Weltanschauung) de Hitler se hallaba el antisemitismo. En 1934 y 1935 fue creciendo la persecusión de judíos, gitanos, mendigos y homosexuales; por otro lado se prohibió el matrimonio o relaciones sexuales extraconyugales entre alemanes y judíos. En 1937 expulsa a 17.000 judíos que vivían en Alemania y en noviembre las SA destruyeron sinagogas, negocios y alrededor de 90 judíos fueron asesinados y las SS detuvieron a 26.000 judíos; es la denominada <<Noche de los Cristales Rotos>>.

Cuando los proyectos de emigración forzosa dejaron de ser una opción válida, se crearon gettos -1939- y se obligó a miles de judíos a realizar trabajos forzados; estas medidas fueron creciendo hasta llegar a la <<Solución Final>> del problema judío, desde 1941 la política nazi fue de exterminio total, las cifras de la matanza -al finalizar la guerra- fue de 6.000.000 de judíos.

                Delimitamos, hasta aquí, la parte histórica que nos interesa a fin de continuar con el análisis acerca de esos acontecimientos.

Hitler y las masas

Como vimos la población alemana en el período de entreguerras estaba en un estado de “depresión” puesto que tenía el sentimiento nacional herido, no sólo por la derrota sino también por las trabas que encontraba para recuperarse.

                Ese clima fue aprovechado por el líder nazi para captar a una masa que deseaba  arrasar con la mala suerte, con la historia y con la memoria. Ansiaba crear un camino nuevo con esperanza, con remedios para subsanar la desocupación,  la inflación, el dolor de la derrota y lograr, de esta manera, cicatrizar la herida profunda ocasionada también por una paz  impuesta y una república ineficaz.

                Los medios de comunicación fueron hábilmente usados por los nazis para explotar el carisma del líder y captar a la mayor cantidad de personas a su partido. Y, aún no llegando a una mayoría en los votos, lograron una mayoría en el parlamento. La fuerza y unidad de su ideología arrasó con cualquier oposición mayoritaria y, en mayor medida, con la minoritaria.

                “Los nazis hacían una propaganda descarada de los progresos de su revolución. Joseph Goebbels convenció a Hitler de que le diera el mando no sólo de la prensa, la radio, el cine, el teatro, sino de los libros, las artes visuales y la música. La propaganda era un elemento fundamental en la revolución social que Hitler pretendía poner en marcha, una revolución cuyo confuso ideal era el de unir a todos los alemanes puros (rassenrein) en una Volksgemeinschaft (una comunidad popular) basada en la superioridad racial. Su ambición más alta era materializar el destino de Alemania como nación rearmada y enérgica, decidida a crear un imperio alemán en la Europa oriental.”[15]

                Una masa, como vimos, no implica necesariamente una multitud aunque involucre a grandes poblaciones. La masa como barbarie nazi, va a crear camino de la mano de su jefe y en su paso va a destruir el pasado en función de un futuro deseado. Lo cierto es que los nazis van a tener presencia hegemónica en el país y contrarrestarla será difícil. “La resistencia activa al terror nazi entre la población alemana no pasó de esporádica, aplastada por la propaganda, la fuerza del poder del estado y, a partir de 1939, por la lucha diaria por la supervivencia que describió un periodista alemán, Berndt Engelmann, como el mal de la banalidad.”[16]

                En sus discursos Hitler exaltaba la idea de unidad nacional y de sentir orgullo por ser alemán. La masa lo aplaudía eufórica y todo se representaba en la cohesión que aportaba la esvástica dibujada en las miles de banderas que se flameaban en cada mitín. Hitler supo manipular las grandes concentraciones, no sólo con su discurso sino también con las imágenes.

                Un estudio psicoanalítico reciente, realizada por el Dr. José Milmaniene[17], sostiene que cuando un sistema dogmático de pensamiento (político, económico o religioso) logra imponerse con carácter hegemónico, no puede sino derivar en una práctica masiva de la perversión. Y esto se da, sobre todo, porque hay una concepción metafísica subyacente.

                Podríamos decir que el pensamiento metafísico, que  se desglosa del comportamiento de la masa nazi, es el de Platón. En la realidad platónica, según nos señala  Richard Rorty[18], hay una división: el mundo de las ideas o de los objetos A y el mundo de las cosas u objetos B. Los primeros son entes que no necesitan de otros para existir; mientras que los objetos B tienen un modo de existencia dependiente de los objetos A. Es decir que los objetos B, son desvalorizados y dependientes. Para los nazis –a diferencia del platonismo- los objetos B no permiten la plenitud de existencia de los A, entonces hay que suprimirlos. De esa forma los judíos, gitanos y homosexuales fueron considerados objetos B y, como tales, no permitían el pleno desarrollo de los objetos A: la raza aria.           

Los nazis experimentaron con Hitler un nuevo sentimiento, recuperaron un sentir nacional que estaba herido por la guerra. Ese nuevo sentir lo tenían que proteger de cualquier derrumbe, es decir, necesitaban un lugar, hacer sitio y permanecer en él. En la muchedumbre nazi hay que procurar la igualdad destruyendo la diferencia representada por los judíos, gitanos, etc. Es decir, destruyendo aquello que se creía  corrompía el pleno desarrollo de los “arios”. La igualdad se canalizó, de esa manera, en el deseo de  encontrar chivos expiatorios o enemigos de la nación, el deseo de encontrar objetos B.

Primero, como vimos, hubo una emigración forzosa, cuando dejó de ser una opción válida, se crearon los gettos, donde se obligaba a los judíos a hacer trabajos forzados, en esos campos algunos sobrevivieron milagrosamente. Finalmente se decidió exterminarlos.

                Entonces, captar a las masas fue sencillo frente a los problemas económicos, políticos y sociales del momento. Uno de los recursos que se empleo para tal fin, fue asentar la figura del Tercer Reich sobre una estructura religiosa, una religión idólatra y fetichista basada en el culto de “dioses” inmanentes a una nación y a una raza. “La cruz del cristianismo fue reemplazada por la cruz gamada; los evangelios, por Mi Lucha; los sacerdotes, por los jerarcas, y el Mesías, por la figura de Hitler.”[19]

                Un análisis innovador en el terreno psicoanalítico, sostiene además que a los líderes del nazismo les faltaba una figura paterna eficaz en el despliegue de su función. Marcados por un Padre ausente o demasiado presente, terminaron obsesionados por la imagen del judío violador, que iba a penetrar y mancillar a la “madre-nación.” Dice Jean-Louis Maisonneuve: “su reivindicación de la raza pura, de la nación y la cultura ‘homogénea’ no es otra que el reflejo de la virginidad, de la inviolabilidad y de la pureza que los obsesionan frente al cuerpo de su propia madre.”[20]

                De esta manera la pasión por exterminar a los judíos devino inevitable. Por otro lado, el nazi no quiere ni parecerse demasiado a su hermano (judío, homosexual, etc.) ni diferenciarse plenamente puesto que  la identidad se juega en esa oposición. “Parecerse demasiado es confundirse con el Otro y desaparecer subsumido bajo sus categorías trocadas en hegemónicas. Y diferenciarse demasiado supone el riesgo de diluir la propia identidad al perder la referencia constituyente que otorga la existencia diferenciada del Otro.”[21]

                Esta dialéctica del “Otro igual-diferente” desemboca en su eliminación para recuperar una identidad unificada. Es decir, que los alemanes convivían con “otros” que amenazaban confundir su identidad, y para sostenerla necesitaban la pura diferencia. El horror a la diferencia y al espejo del semejante derivó en asesinato. Sin embargo el nazismo no podía sostenerse sin las víctimas y, al mismo tiempo, no podía dejar de exterminarlas.

                Esto nos conduce a pensar en lo que Ernesto Laclau sostiene. “La oposición, a los efectos de ser radical, tiene que poner en un mismo terreno tanto lo que afirma como lo que rechaza, de modo que el rechazo pasa a ser una forma especial de afirmación.”[22] Es decir, que la identidad nazi se basaba en la oposición con un “otro” y en la medida en que ese “otro” desaparece, necesariamente la identidad nazi se diluye, a menos que continúe la diferencia sobre la base de ser siempre otro, es decir debe haber una contínua renegociación de la presencia del otro para ser uno plenamente.

                La masa como barbarie, destruye al “otro” y hace sitio al mismo tiempo que cava su fosa. Además, a la masa que se oprime, hay que despersonalizarla, es decir hay que convertir a sus miembros en iguales; sin embargo esa homogeneidad debe ser radicalmente distinta a la igualdad de los nazis, de los arios-alemanes, por lo tanto tienen que ser iguales en tanto objetos, cosas, números.

                En los campos de concentración se iniciaba el proceso de despersonalización a través de la sustracción de las ropas y de todas las pertenencias de las víctimas, incluidos anteojos y prótesis dentales. El despojo era total y esto creaba una inmediata sensación de pérdida de identidad. Se convertían así en seres uniformes que luchaban por sobrevivir sin identidad. Los nombres fueron reemplazados por números tatuados en su cuerpo. No quedaba más que identificarlos como cosas u objetos.

Cuando no haya espacio para ubicarlos, deben ser necesariamente evaporizados. Como cosas no tiene  que quedar rastro de corporeidad, deben incinerare.

Por un tiempo muchos países recibieron a los judíos que emigraban de Alemania, sin embrago, pronto pusieron restricciones. Una de las “soluciones”, para los nazis, fue entonces aislarlos en los guettos, sin embargo, el espacio que ocupaban y el peligro que representaban al seguir vivos –como objetos B- los condujo al exterminio en masa.

A diferencia de la masa barbarie que acompañó a Hitler en su accionar, estaba “la masa forzada” que se la despersonalizó al extremo de volverlos objetos.  La masa nazi debía imprimir nuevas huellas en el camino, borrando todo rastro de huellas burguesas –como la de la mayoría judía-. No se le podía permitir a la masa recluida en los campos hacer huella, ni dejar la huella  del cuerpo muerto.  “El régimen optó por hacer desaparecer los cuerpos cadaverizados mediante su incineración... Ni nombres ni cadáveres enterrados: sólo hubo humo que en su evanescencia no dejaría huella de aquellos Otros que debían desaparecer para reinstalar el orden homogéneamente racial del universo.”[23]

Es decir que la masa forzada y recluida debía dejar de ser masa, primero al despersonalizarse y luego al impedirle que dejara huella como toda masa.

Por otro lado, si tenemos en cuenta lo que decía Freud acerca de la masa, los nazis como masa liberan sentimientos que como hombres en su individualidad los reprimirían. Sin embargo, en la interpretación psicoanalítica que hace Milmaniene los nazis veían en los “otros” a los seres que no reprimían lo reprimible. Es decir que el Otro (judío, homosexual, gitano, enfermo mental, etc.) es generador de la amenaza de los goces más secretos y ocultos. El odio ario debía erradicar todo aquellas imperfecciones que se permitían el goce prohibido.

No debía quedar ningún espacio para la diferencia, ningún lugar para el goce femenino, ninguna fisura por la que se cuele la tentación humana del deseo. Y esa pasión  por erradicar el placer de sujetos humanos –imperfectos- llevó a los nazis a convertir a sus víctimas en objetos. En ese sentido, la piedad no tenía lugar, dado que hubiera sido la marca de la identificación con el Otro.

Conclusión

                 La adhesión que recibió Hitler a su política, es la que una masa bárbara realiza a favor de una identidad herida. Es decir que los acontecimientos, ocurridos luego de la Primera Guerra Mundial, habían debilitado el sentimiento nacional alemán, en ese marco, la propaganda hitleriana sobre un futuro próspero fue ganando sitio hasta lograr hacerse hegemónica en el poder.

                Esto no significa que no hubo oposición a las ideas hitlerianas, sino que éstas últimas tenían  hegemonía y, como tal, la masa nazi fue haciendo sitio llegando al poder y luego manteniéndose aislando primero toda amenaza de identidad representada en el “otro”, para finalmente decidir eliminar de raíz el peligro.

                De esa manera surge, al decir de Benjamin, un nuevo sensorium o sentimiento de odio radical que se manifiesta en su carácter destructivo.

                A medida que avanza y se consolida la identidad de esa masa barbarizada, la sociedad se vuelve  cada vez más intolerante con el “otro” y se mecaniza. El “otro” deja de ser un “otro-semejante-diferente” para ser un “otro-objeto”; es decir no sólo se animaliza a las víctimas sino que se las cosifica y entonces el exterminio resulta sin culpas. “Los nazis se transformaron de este modo en tecnócratas y burócratas de la muerte encargados de cumplir con eficiencia su compromiso con el Fürer y obedecerlo hasta el final.”[24]

                Al transformarse con el tiempo en un sistema análogo a una máquina industrial de exterminio, cada cual realizaba su tarea como eslabón de una cadena que concluía con la muerte del “otro”.

                Los excluidos, segregados o aislados de la sociedad en gettos o campos de concentración, eran considerados una “masa” pero de objetos. Y no se soportaba la idea que como masa humana –hacinada a la fuerza- sea capaz de dejar una huella.

                Se pensó que la incineración de los cuerpos borraría toda huella posible y no contemplaron que la resistencia –al menos la judía- era a través de la palabra. Así “la humilde potencia del Verbo, sostenida por hombres cuya  única fuerza espiritual residía en la fidelidad a la Palabra, derrotó al exultante poder instintual de fieras militarizadas.”[25]

                Podríamos decir que la identidad nazi englobaba en sus comienzos una serie de demandas nacionalistas que se resumían en unidad, prosperidad económica y libertad de acción política. Pero una vez en el poder y en el camino de consolidar su identidad se fue quedando con un único significante amo: la raza.

                En la medida en que un particularismo hegemónico busca ser puro se contradice, pues toda identidad está en relación diferencial con otras identidades. De tal manera que los “otros” –judío, gitano, homosexual, mendigo, etc.- considerados “opuestos” impiden la constitución de una identidad pura y, al mismo tiempo, su existencia es condición necesaria para la identidad nazi. En otras palabras “un contenido negativo que participa en la determinación de uno positivo es parte integrante de este último.”[26]

                En la “solución final” del problema judío muere la identidad nazi, porque funda su identidad en una diferencia u opuesto que extermina. La identidad judía, en cambio, resiste sobreviviendo y a través de la palabra. Guarda esperanza y renegocia resistiendo a la muerte su identidad en la diferencia.

                “Cuando los nazis perdieron a sus víctimas resignaron el poco de ser que éstas, en su insignificancia, les otorgaban, luego de lo cual o buscaban otras víctimas para sostenerse o se disolvían en la autodestrucción... el perseguidor jamás puede sustentar su subjetividad si no es a través del perseguido, quien al desaparecer, o aún optar por su propio suicidio, deja sin sostén ontológico al verdugo, que cae preso de una angustia anonadante.”[27]

                El judío sobrevivirá con su libro a cuestas, con su libro hecho verbo y así, por ejemplo, en las letrinas -donde los olores fétidos hacían el territorio irrespirable para los guardias- los hombres recuperaban su dignidad humana en un espacio de libertad para dialogar.

                El nuevo sensorium nazi arrasó con los “otros” porque impedían su plena identidad, sin embargo les costó perder la verdadera identidad. Por el contrario, la masa judía reforzó su identidad ganándole a la muerte y sobreviviendo en el infierno.

                Creemos, junto a Benjamin, que no todas las masas se comportan como barbarie; el ejemplo nazi fue el extremo de barbarie y, como tal, debemos analizarla para no confinarla al olvido ni permitir que resurja un sentimiento con las mismas características.

                Para algunos, tratar de explicar el porqué del exterminio nazi –ese actuar bárbaro- es justificar la maldad. “Es sabido, por ejemplo, que muchos sobrevivientes del holocausto aíslan los hechos ocurridos llegando a considerarlos, y en cierto sentido justificarlos, como el producto de una anomalía social y psicológica. Se teme que al estudiar el mal se reemplace la rectitud del juicio por explicaciones psicológicas. Al comprender todo se perdonará todo. Una manera de decir que en realidad nadie es culpable de ser culpable, con lo cual se soslaya la responsabilidad individual y se fomenta la impunidad.”

No hay comentarios.: